El Día del Libro, una jornada para celebrar

La literatura tiene un poder extraordinario: nos ofrece la oportunidad de recrear mundos desconocidos y de sumergirnos en la piel de otros.

Finalista del Premio Planeta 2021
El Día del Libro, una jornada para celebrar. ELENA CANTÓN
El Día del Libro, una jornada para celebrar. ELENA CANTÓN

El Día del Libro debería celebrarse como una jornada de enaltecimiento de la libertad. Libertad del autor para escribir lo que crea pertinente, del editor para publicar sin trabas, del librero para vender lo que quiera y la solemne libertad del lector para escoger el libro que estime oportuno. Esto que, si tenemos menguada memoria, nos pudiera parecer una obviedad, no siempre lo es. Toda dictadura que se precie, y más si hablamos de totalitarismos, tiende desde sus inicios a subyugar, someter y controlar al escritor, al poeta o al periodista, silenciando, apartando e incluso aniquilando al disidente o al que pretende utilizar esa libertad que nos da la palabra escrita y leída.

La importancia de lo que nos aporta el libro es de tal magnitud que, de vez en cuando, en días como este 23 de abril, resulta muy conveniente detenernos a reflexionar y meditar sobre ello. Lo merece ese milagro en apariencia tan rutinario como es la lectura y la escritura.

Irene Vallejo, en su magnífico Manifiesto por la lectura, afirma que la lectura nos salva, que las palabras son un hechizo cargado de futuro. Leer nos cambia la mente, nos enseña a pensar.

La lectura es como el espejo de Alicia en el país de las maravillas: al adentrarnos en las primeras líneas de un libro lo hacemos con nuestra propia carga personal, nuestra edad, nuestro sexo, nuestro bagaje cultural, social, las lecturas realizadas, las experiencias vividas, los recuerdos, la memoria. Con todo eso, entablamos un particular diálogo con los personajes de la historia que estará condicionado por esas circunstancias personales que nos conforman como los seres humanos que somos. En ese camino que realizan nuestros ojos entre las líneas de un libro podemos ver reflejadas un sinfín de situaciones que nos lleguen a sorprender, que nos remuevan, nos emocionen, que incluso puedan llegar a inquietarnos porque parecen escritas para nosotros, dirigidas a nosotros, referidas a nosotros como si se desplegase un pensamiento, poniendo voz a las palabras exactas a una idea confusa, un miedo, una inquietud, ocluidos en algún lugar de nuestra mente y que no sabíamos cómo expresar, conjurando nuestros propios temores, puesto por fin de manifiesto, entendido todo, comprendido al fin. Saber de una vez qué nos pasa, o “avisos para vivir”, tal y como advierte Lázaro de Tormes al comienzo de su historia.

Los libros nos dan las palabras, nos las brindan, y con ellas obtenemos la posibilidad de entender y de hacernos entender

Un libro nos ofrece la oportunidad de recrear mundos desconocidos, adentrarse en épocas pretéritas en un diálogo con el pasado, sumergirnos en la piel de otros, en sus circunstancias, ser ellos, vivir sus historias como nuestras, sin juzgar, sin justificar, tratando de comprender maneras distintas de actuar o pensar, atisbar el mundo a través de la mirada de otros. Todo esto amplía y enriquece de forma inconsciente nuestra capacidad de sentir, de empatizar, aumentando nuestras habilidades para relacionarnos con el mundo, aportándonos instrumentos necesarios con el fin de afrontar de una mejor manera, no solo la realidad en la que vivimos, sino lo que el futuro nos depare.

Los libros nos dan las palabras, nos las brindan, y con ellas obtenemos la posibilidad de entender y de hacernos entender, de expresar, de comprender, de dialogar, de amar: fortalecen lazos de empatía y aumentan la tolerancia, el respeto al contrario y la compasión. La lectura debería ser un acto frecuente en nuestras vidas, tan integrado en nuestra rutina como lo es el comer o el dormir. Son los libros los que sostienen nuestro pasado, la memoria de lo que somos y de nuestra dignidad como seres humanos. Sin la lectura seríamos seres vivos inanes, vacíos de contenido, sin ideas ni criterio.

Sin embargo, debemos ser conscientes de que la lectura en sí misma no es un bálsamo de Fierabrás que convierte necesariamente en mejor persona a todo gran lector. A este respecto, el escritor estadounidense Paul Auster, al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, dijo: “Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?”. Asimismo, Simon Sebag Montefiore, en su biografía sobre Stalin, La corte del zar rojo (Crítica, 2003), escribe: “Desde luego podemos afirmar sin temor a la exageración que Stalin fue el gobernante más leído de Rusia desde Catalina la Grande hasta Vladímir Putin, más incluso que Lenin, que fue un intelectual nada despreciable y había gozado de las ventajas de la educación de un aristócrata”. Stalin tenía una biblioteca personal de más de 20.000 volúmenes. Estaba convencido del poder de las palabras para moldear y dirigir las conciencias, y trató de utilizar esta poderosa arma para formatear una nueva naturaleza humana.

La lectura que se convierte en un refugio para el lector también lo es para el escritor, un lugar en el que sentirse protegido

Aun así, debemos confiar en ese poder extraordinario de la palabra escrita recogida en las páginas de un libro. Escribir es dar el salto al otro lado del espejo, supone poner en orden El cuarto de atrás de nuestra conciencia, como explica en su obra Carmen Martin Gaite. La lectura que se convierte en un refugio para el lector también lo es para el escritor, un lugar en el que sentirse protegido contra los fuertes vientos de la incertidumbre que le asaltan a menudo en el inseguro y solitario camino de creación. Siempre digo que la literatura es un círculo mágico que yo inicio con la escritura y que se cierra con la lectura de cada uno de los lectores que se acercan a mi historia, ya convertida en libro, haciendo suyos esos personajes que un día me pertenecieron y que me abandonaron para formar parte de la vida de cada lector. De ese modo, se forma una relación especial entre autor y lector que se detecta con toda claridad cuando nos encontramos cara a cara en presentaciones, ferias y eventos en los que el libro es el protagonista.

En mi novela La sospecha de Sofía, uno de sus personajes manifiesta lo siguiente: “La gente que lee puede ser muy peligrosa para aquellos que pretenden el pensamiento único. La lectura es el germen de toda revolución”. Hagámonos revolucionarios, exijamos con un libro en la mano algo mejor al mundo en el que vivimos aportando nuestro pequeño grano de arena a través del simple, eficaz y a la vez tan complicado acto de la lectura. Mantengamos una firme voluntad para ello.

Escritora. Finalista del Premio Planeta 2021 con la novela Últimos días en Berlín. También es autora de El gran arcano (2006), La brisa de Oriente (2009), El alma de las piedras (2010), Las tres heridas (2012), La sonata del silencio (2014), Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido (Premio de Novela Fernando Lara 2016) y La sospecha de Sofía (2019).

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