El poder del libro

Los gurús digitales no siempre aciertan. La lectura en papel resiste como eje del mundo editorial.

El poder del libro. GEORGINA MALDERA
El poder del libro. GEORGINA MALDERA

¿Se acuerdan de cuando los más reputados especialistas en nuevas tecnologías y futurólogos de toda especie predecían sin dudar la muerte del libro en papel?

Los malos augurios empezaron a mediados de los años noventa, cuando la enciclopedia digital Encarta, lanzada por Microsoft en 1993, tenía que suponer el fin de instituciones centenarias como la Enciclopedia Britanica o la francesa Larousse. Pero la misma Encarta sucumbiría en 2009, mientras que las enciclopedias mencionadas siguen existiendo. La Enciclopedia Británica mantiene su versión online si bien la versión en papel cesó en 2013, tras 244 años de existencia. Por su parte, la Larousse, fundada en 1852, publicó su última edición en papel, de 30 volúmenes, en 2006, y desde 2008 ofrece sus contenidos en la red.

La necesidad de mantener actualizados los datos de las enciclopedias es lo que las ha llevado a abandonar las ediciones en papel. Sin embargo, siguen existiendo a pesar del crecimiento de Wikipedia.

Pero, aparte de las enciclopedias, ¿el libro en papel ha sucumbido como vaticinaban tantos supuestos especialistas durante casi dos décadas?

Justo en el cambio de siglo, Dan Okrent, editor de Time Inc, en una conferencia en la Columbia University, declaraba sin dudar la muerte del papel: “Dentro de veinte años, miraremos a los libros en papel como ahora contemplamos los carruajes de caballos”. En 2008, Jenny Lee se preguntaba, en su artículo The trouble with books, si “el libro necesitaba reencarnarse en formato virtual para no verse expulsado del mundo de los media del siglo XXI”.

El mítico editor Jason Epstein, en su influyente artículo Publishing: the revolutionary future, publicado en 2010 en la New York Review of Books, revista de la que fue uno de los fundadores, urgía a las editoriales a cambiar “los stocks físicos guardados en almacenes y enviados con camiones y furgonetas a las librerías, por archivos digitales almacenados en el ciberespacio y enviados prácticament a cualquier lugar del mundo tan rápido y barato como un email”.

Todo parecía dar la razón a los que opinaban como Okrent, Lee y Epstein. Más todavía cuando los principales actores del mundo del libro electrónico eran gigantes como Amazon, Apple, Google, etcétera, para quienes no parecía ni parece haber límites a sus iniciativas. Junto a ello, pocas veces un nuevo objeto tecnológico ha obtenido un tratamiento tan espectacular y continuado como el que gozaron los e-readers en los medios de comunicación. Los artículos favorables al libro electrónico se sucedían sin parar en los periódicos.

Pero, como suele ser habitual entre los gurús tecnológicos, a nadie se le ocurrió preguntar a quienes, al final, tenían que inclinar la balanza a favor o en contra del libro electrónico. Nadie pareció pensar en los lectores. Los gigantes tecnológicos están tan convencidos de la bondad universal de sus aportaciones que no dudan en ningún momento que serán adoptadas por los humanos sin rechistar. Y tienen motivo de pensar de esta manera, porque así ha sido en la gran mayoría de los artilugios que expanden por el mundo, con alguna excepción como las gafas Google, hasta que toparon con el libro físico.

Casi veinte años después de los artículos que hemos citado, el libro físico sigue siendo tan absolutamente preponderante que debería avergonzar o, al menos, hacerse cuestionar a tantos y tantos especialistas. En español, según el informe de Libranda, la principal distribuidora de libros digitales en España y América Latina, en 2020 los e-books han representado el 7% del mercado del libro. Lo que supone que el libro físico representa el 93%. En 2020, en Estados Unidos, y a pesar de la pandemia, la venta de libros en papel ha crecido un 8,2%, el mayor incremento anual desde 2010. No está nada mal para algo condenado a morir. Los e-books se han estabilizado alrededor del 20%, con un ligero descenso de 0,4 puntos en 2020.

Otro aspecto que ha incumplido las expectativas de los gurús ha sido el de las bibliotecas. Cuando en diciembre de 2004 Google anunció su proyecto de escanear y poner libremente al alcance de todos la mayoría de los fondos de las bibliotecas del mundo entero, muchos anunciaron el fin de las bibliotecas. Hoy, 17 años después, hay más usuarios en nuestras bibliotecas que nunca. Solo en España, son más de 17 millones los ciudadanos que son socios de alguna biblioteca, más del 37% de la población.

En definitiva, la muerte de los libros en papel que tantos anunciaron parece hoy una de las profecías de Nostradamus, algo que pertenece más al mundo de la fantasía que a la realidad de los hechos. ¿Qué ocurrirá en los próximos veinte años? Nadie lo sabe, hasta el punto que ni los que tantas predicciones hicieron en su momento ya no se atreven a hacerlas de nuevo.

Puede que el futuro nos depare cambios. Pero también es cierto que más allá de cuestiones nostálgicas o de preferencias personales a favor de los libros en papel y su compra en librerías físicas, los libros en papel presentan una serie de ventajas certificadas por estudios científicos que pueden apuntalar su resiliencia.

Por ejemplo: leer en papel facilita la absorción de lo leído. Según un estudio hecho en Italia en 2014, los lectores en papel recuerdan mejor la trama y la información, ya que el papel facilita la concentración. Por otro lado, el papel daña menos los ojos y permite dormir mejor, según un estudio del Sunny College of Optometry de Nueva York.

Y, por si alguien puede creer que todo lo que hemos dicho tiene que ver únicamente con las generaciones de más edad, un estudio relativamente reciente realizado en Estados Unidos, Eslovaquia, Japón y Alemania, revela que el 92% de los estudiantes universitarios prefiere los libros en papel.

En lo que concierne a la infancia, una serie de estudios desarrollados hacia bien poco, pone en evidencia que la lectura solo en tablets dificulta la dinámica que permite el aprendizaje del habla.

Aparte de los beneficios asociados a la lectura de libros en papel, el libro físico despierta sentimientos positivos en una buena parte de la población. Un estudio de la Universidad de Liverpool afirma que para el 38% de los encuestados leer un libro en papel es su manera favorita de relajarse, frente al 31% que prefieren una copa de vino o el 10% que se inclina por meterse en la bañera.

En fin, sea por la razón que fuere, que cada lector elija cómo quiere leer en cada momento. Pero lo que es indudable es que las predicciones no se han cumplido y que el libro sigue siendo tanto o más poderoso que en otros momentos de la historia.

Editor de Galaxia Gutenberg. 

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