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Aramburu y ‘Los vencejos’: la muerte a plazo fijo

El autor del mayor superventas de los últimos años en España vuelve con una novela que hurga en la intimidad del ser humano.

El escritor español Fernando Aramburu, que acaba de publicar 'Los vencejos'. IVÁN GIMÉNEZ

Vi una vez a Fernando Aramburu (San Sebastián, España, 1959), cuando lo invité a participar en un programa de televisión que yo dirigía, y estuvimos charlando sobre su vida y su obra, que ya entonces consistía en algunas novelas de extensión más que notable, entre ellas una sobre su juventud en el seno de un grupo literario provinciano; pero yo lo había descubierto a Aramburu por los cuentos de Los peces de la amargura (Tusquets, 2006), que, para mí era el mejor acercamiento que se había hecho desde la literatura española contemporánea al horror específicamente humano del fenómeno del terrorismo nacionalista vasco, que por aquellos años cometía asesinatos a diario. Cada cuento proporcionaba un enfoque diferente a diferentes aspectos, diferentes clases de personajes —víctimas, verdugos, parientes, amigos de las víctimas, etc.—, diferentes tipos de daños, y de consecuencias de los atentados. Cada cuento era conmovedor y de una absoluta competencia narrativa.

Soy consciente de que quizá sea yo injusto al decir que aquel libro era “el mejor” sobre aquel tema candente y sangrante, porque ya lo sostuve en su día y varios amigos me lo reprocharon, citándome otras novelas, otros relatos igualmente espléndidos y, en su opinión, de categoría superior a la obra de Aramburu. Es posible. No se lo discutiré. Sobre gustos hay demasiado escrito. Pero, por el hecho que sea, Los peces de la amargura es el que más caló entre los lectores españoles, que entonces no sabíamos que 10 años después, en 2016, Aramburu se presentaría con Patria, una novela total sobre el mismo tema, igualmente escalofriante, de casi 700 páginas, y que se ha convertido en un fenómeno: no solo por el éxito fulgurante e incomparable (en términos numéricos, con diferencia, el mayor best seller español de las últimas décadas) sino, sobre todo, por la formidable tarea didáctica que hizo, despertando la imaginación, quizá corta, dormida o atrofiada, de muchos tibios o incluso simpatizantes del fenómeno del terrorismo. Tiene Aramburu una habilidad endiablada, quizá ligada a su maestría en la estructuración del relato, para enganchar al lector a los avatares de unos personajes que pueden ser deleznables. Aunque algunos la critican, argumentando que se manifiesta demasiada, si no simpatía, comprensión, con los sicarios de ETA, Patria fue una herramienta formidable para asentar el relato veraz de lo sucedido.

Fotograma de la adaptación televisiva de la novela 'Patria', de Fernando Aramburu. HBO

En cualquier caso, cuando lo invité a la tele, me encontré con un autor para mí muy raro: un hombre de aspecto bondadoso, de gestos lentos y presencia imperturbable o hierática; con una modestia muy pronunciada, pero, me pareció no basada en una conciencia de ser una criatura de poco valor o del montón, sino al contrario, de ser algo real como la vida misma e indiscutible. Por consiguiente podía ahorrarse la vanidad, las ganas de aparentar una inteligencia fulminante, de seducir o de convencer. Era. Era Aramburu. Quise saber por qué se había ido a vivir a una ciudad tan fea como Hannover. Como ya me imaginaba, me dijo que fue siguiendo a una mujer, alemana, que había venido a San Sebastián con una beca, se habían enamorado y la siguió allí, sin saber alemán. Naturalmente, desde Hannover volvía Aramburu con frecuencia a España, pero es evidente que esa misma distancia y alejamiento del tema trágico le fue muy, muy útil para escribir Los peces de la amargura y Patria.

Recuerdo que cuando terminamos el programa y se fue, me entretuve un buen rato desmaquillándome y charlando con el equipo, y cuando por fin salí de los estudios… me lo volví a encontrar, en la calle, a muy corta distancia: se había ido caminando, y caminando, por cierto muy lentamente. No tenía ninguna prisa por nada. Lo asocio a un motor diésel, funcionando —viviendo, escribiendo— no a toda velocidad sino incesantemente.

Confirma esta opinión su regreso cinco años después —en el entretanto se han ido publicando otras obras suyas, escritas antes, según creo— con Los vencejos (Tusquets, 2021), otra novela de larga extensión, otra vez setecientas páginas, y esta vez unos personajes a menudo desagradables e incluso desagradabilísimos, pero, también otra vez, una novela que engancha y no se suelta fácilmente. La novela de la que se hablará y se discutirá hoy y mañana en todos los cenáculos literarios.

El punto de partida me recuerda aquella novela de Simenon, El hombre que miraba pasar los trenes, cuyo protagonista  es el contable de una pequeña empresa que lleva una vida sumisa y honesta, obediente a todas las normas, hasta que su jefe se fuga con la caja de la empresa: este golpe al orden desencanta al sumiso contable y lo habilita a romper con todo y convertirse en la antítesis de lo que había sido.

De manera semejante, Toni, el protagonista de Los vencejos, es, para usar las palabras del mismo Aramburu, al que escuché el otro día comentar su novela en una biblioteca de Barcelona, “un hombre que hace todo lo que hay que hacer, lo que corresponde, pero la mujer le deja. Y eso le rompe. Toni, un ciudadano común y corriente, un profesor de filosofía no muy motivado, anuncia que se va a suicidar y se da un plazo de un año para saber por qué, en realidad, quiere suicidarse. Es un ciudadano común y corriente, que no muestra sus emociones, y todo esto le va causando una insatisfacción. Estás muy quemado. Muy defraudado por las cosas de la vida. Y todas las noches escribe un fragmento de escritura… En fin, este sistema me permite una observación pormenorizada de la intimidad de un ser humano”.

Como Aramburu dijo que “este personaje tiene un 6% de mí”, le preguntamos por ese por ciento exacto: la mitad, el 3%, es el amor a la perra, y el otro 3%, el amor por los libros de los que Toni se va desprendiendo “como quien se arranca una costilla”.

“Yo quisiera saber, igual que mi personaje, el día en que me moriré”, dijo Aramburu. “Si lo supiéramos con exactitud organizaríamos nuestra vida de otra forma. Los estoicos no nos dedicaríamos a romperlo todo. Si en la oficina correspondiente me dijesen el día de mi muerte, pues yo actuaría de otra forma”. Es una idea fértil que da para inacabables especulaciones.  

Escritor y periodista. Colaborador de medios como El País, Tiempo y Letras Libres. Autor de las novelas No se lo digas a nadie (1987), La libertad (1995), Turistas del ideal (2005) y Pronto seremos felices (2014), entre otras.