Ideas

Surf en Cuba: la ola que no llega

La isla caribeña podría ser una cantera de surfistas. Pero la situación política no acompaña.

Una pareja de surfistas en una playa de Cuba. YENIA EXPÓSITO

A principios de julio de 2017, Frank Gonzáles estaba surfeando en Hawai. Pensaría tal vez en las primeras veces que se echó al agua en su Cuba natal, cuando tenía 10 u 11 años, intentando coger olas con una tablita de madera.

En Honolulu, el Smithsonian Asian Pacific American Center había organizado ‘Ae kai, un “laboratorio cultural de convergencia” que abordó la idiosincrasia y tradiciones de las islas. “Yo me llevé de ese evento un golpe sentimental increíble. Me sentí tan, pero tan compenetrado con esa cultura… como si hubiese nacido ahí”. Frank lo explica y brilla de emoción, igual que un peregrino tras haber pisado La Meca.

Artistas de Filipinas, Tahití, Japón, Papua, Samoa… realizaban sus performances usando tanto alta tecnología como materiales reciclados, recuerda Yaya Guerrero, otra surfista cubana que participó en el evento.

Cuando les llegó su turno, Frank y Yaya se dispusieron a fabricar una tabla de surf estilo cubano. Ante un público asombrado, Frank rompió la puerta de un refrigerador, y comenzó a picar y lijar, hasta que el poliestireno fue tomando forma.

De cierta manera, todos observaban también otra cosa: esa vieja alquimia que convierte las carencias en algo bello.

* * * *

El litoral cubano se alarga por 3.209 kilómetros al norte, y 2.537 kilómetros al sur. Junto con la mayor de las Antillas, el archipiélago abarca la isla de la Juventud y más de 4.000 cayos e islotes adyacentes. Esto suma una extensión de costa superior a la de potencias del surf como Perú y Portugal, por ejemplo.

Sin embargo, contra toda lógica, aquí el surf no se considera oficialmente como un deporte. Y no es poco decir, pues el reconocimiento por parte de las autoridades implicaría promoción, financiamiento, organización de competencias, disponibilidad de equipos…

“Creo que desde los años ochenta se empezó esta práctica, y ése sigue siendo un problema: no hay industrias, ni tiendas donde conseguir accesorios, ni tenemos tampoco los materiales para producirlos nosotros mismos”, dice Yaya, quien ha devenido profesora de surf para niños.

Las tablas profesionales y otros enseres con que cuentan hoy han llegado también mediante manos amigas: cubanos que salen de viaje, surfistas de otros países que dejan las suyas, o las traen expresamente para luego regalarlas.

“En un momento que no encuentras algún accesorio que necesitas, enseguida empiezas a pensar qué material se asemeja, y ahí ponerte a inventarlo”, dice Frank. Con el tiempo, las innovaciones van mejorando: “Prácticamente casi todos tienen que recurrir a eso; cada surfista tiene su pedacito de ingeniero”.

El surfista cubano Frank González, con su tabla a bordo de una motocicleta. YENIA EXPÓSITO

Por otro lado, quizás el efecto más nocivo de la falta de apoyo sea las limitaciones para asistir a eventos internacionales. En 2011, Arnán Pérez participó en la 10 edición de los Juegos Panamericanos de Surf, celebrada en la isla caribeña de Guadalupe. Seis años después, él y Frank compitieron en la 13 edición de ese mismo certamen en Punta Rocas, Perú.

Aun así, una golondrina no hace verano. “Aquí el nivel no es la gran cosa —reconoce Frank—; nos damos cuenta de que necesitamos mucho más entrenamiento. Tampoco gozamos de un mar bravo, constantemente con oleaje; por lo menos en La Habana”.

En franca discordancia con la tradición de calidad atlética del país, se desperdician oportunidades y potencial. Ello ocurre mientras el surf escala lo más alto al incluirse por primera vez en unos Juegos Olímpicos, en Tokio.

* * * *

Desde tan lejos como el siglo XVII, con la llegada de mercaderes y traficantes, “gracias al mar, Cuba aprendió a vivir de su posición en la tierra, de su clima y de sus costas extensísimas”, escribe Guillermo Rodríguez Rivera en Por el camino del mar (Ediciones Boloña, 2005).

Si bien la condición insular debería expresarse en una enraizada cultura marina, sucede justo lo contrario, y parece como si la isla estuviera volteada hacia adentro, apartando los ojos de la orilla.

Repetidas oleadas migratorias, el conflicto histórico con Estados Unidos, incursiones piratas, recaladas de drogas, embarcaciones secuestradas… configuran una áspera relación con el océano. De hecho, durante años los ciudadanos comunes han tenido restricciones para usar transportes marítimos.

El famoso poema de Virgilio Piñera escrito en 1943 cierne hasta hoy su aura profética:

La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta
.

La surfista cubana Yaya Guerrero. Y.G.

Una noche Yaya y sus amigos iban a acampar en la playa El Mégano, para aprovechar las olas del amanecer, pero la policía les impidió siquiera alcanzar la arena. Frank la pasó peor, pues luego de haber llegado a Baracoa —al otro extremo de la isla—, tras un demencial interrogatorio, tampoco les dejaron surfear.

Aunque esos incidentes ya no resultan usuales. “Depende con quién te tropieces”, dice él. La venia institucional supondría, en principio, cancelar de una vez tales sinsentidos.

Varios surfistas han sostenido conversaciones con funcionarios del Instituto Nacional de Educación Física, Deporte y Recreación (INDER), máxima autoridad del sector. El primer paso consistiría en crear una federación, lo cual permitiría entonces integrarse a la International Surf Association (ISA) y, con ello, se abriría la posibilidad de participar en competencias y recibir donaciones.

Pero los funcionarios les responden a los surfistas que el proceso es poco a poco, que hay que masificar el deporte, que debe practicarse en cada provincia… En definitiva, la burocracia pone muchas pausas y ninguna prisa. El último de estos encuentros con las autoridades se realizó en septiembre de 2019, antes de que la pandemia detuviera todo.

* * * *

“Somos poquitos, pero sí tenemos una comunidad —confiesa Yaya—. A veces nosotros decimos que no es solo una comunidad, sino que somos familia”.

Cada tanto les pasa que están en la playa y se les acercan algunos niños: preguntan qué hacen, quieren aprender… “Les enseñamos lo básico: la postura del cuerpo encima de la tabla, cómo remar… y también transmitirles el amor por el surf como deporte, como cultura”, dice Yaya.

Asimismo, en las “clases” se habla de preservar el medioambiente, y en varias ocasiones terminan organizando recogidas de desechos en determinadas franjas del litoral. “Tenemos esa filosofía: si el mar nos está dando, vamos a ser recíprocos con él y vamos a cuidarlo”.

Yaya Guerrero, impartiendo clases de surf. Y.G.

Yaya imagina que algún punto de las costas cubanas tenga muy buenas olas y tal vez pueda formar parte del ASP World Tour, o cualquier otro circuito. Le duele la ausencia de estos temas y de los exponentes locales en los medios.

“Para mí, el simple hecho de que no nos valoren y que no promocionen un deporte tan hermoso como este, va en contra de la naturaleza, del bienestar de las personas”, replica Frank, quien insiste en el poder transformador del surf como herramienta de cohesión y movilidad social, principalmente para los jóvenes. 

A los más pragmáticos les encantará saber que esta práctica constituye, además, una potente atracción turística. Dos expertos británicos incluso han acuñado el término surfonomics, que describe los beneficios económicos que el surf trae consigo.

Frank sueña con hacer un bojeo a la isla para descubrir rompientes y playas prácticamente vírgenes. Mientras, entregó a los representantes del INDER una especie de expediente —conformado a partir de sus propios viajes— que incluye mapas y localizaciones de lugares con condiciones para surfear en Las Tunas, Holguín, Guantánamo, Camagüey, Santiago, Granma, Pinar del Río…

“El escenario ideal sería que cada cubano interesado en el surf pudiera practicarlo, que tuvieran información total, maneras de acceder, y no se quedara como un sueño sin cumplir”, afirma. Esta imagen se parece a lo que defiende aquel lema repetido por décadas: el deporte, derecho del pueblo.

Periodista. Colaboradora de medios como Con/texto Magazine y AMPM. Coautora del libro Contar el rap. Narraciones y testimonios (2017).