“Chile tiene muchas dificultades para integrar política y sociedad”

El académico Noam Titelman reflexiona sobre el mandato de Boric y el papel de la izquierda en un contexto de desencanto democrático.

El académico chileno Noam Titelman. DAVID GÓMEZ
El académico chileno Noam Titelman. DAVID GÓMEZ

A finales de 2021, Noam Titelman estaba de visita en Santiago de Chile para reunirse con amigos y familiares. Su doctorado en la London School of Economics estaba pronto a terminarse, y el futuro de su país parecía más emocionante que nunca. Unos días antes había triunfado en las elecciones Gabriel Boric, un exdirigente estudiantil de 35 años que proponía una renovación de la izquierda. Titelman (Jerusalén, 1987) conocía a toda la camada de políticos que habían llegado al poder, porque él mismo supo integrarla: había sido presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica en 2012, sucediendo a Giorgio Jackson, la mano derecha de Boric, y era uno de los miembros fundadores del Frente Amplio, la coalición que cobijaba a esa nueva izquierda.

Pero Titelman hacía tiempo que había abortado una posible carrera como político, y ese mediodía en el que nos reunimos hablaba como un académico que recuerda con nostalgia las aventuras con sus viejos amigos. Todavía le costaba creer lo rápido que había sucedido todo: en el transcurso de una década, los jóvenes que pedían el fin del lucro en la educación superior —una consigna que luego desbordaría a otros pilares del modelo chileno— habían llegado al Gobierno sin más experiencia que sus mandatos como diputados. Titelman intervenía su almuerzo con un recuento sobre cómo se había reconfigurado el sistema político desde entonces, y qué sucesos habían acelerado la victoria. Cuando le pregunté sobre si estaba interesado en participar del flamante Gobierno, un escenario a todas luces posible, respondió que primero debía terminar su doctorado y luego vería, pero que en todo caso prefería un puesto alejado del ojo público, de carácter más bien técnico. Con presencia retraída hasta que se lanza a la conversación, Titelman puede confundirse con un arquetípico nerd.

Unos meses después de ese encuentro, con Boric ya en la presidencia, Titelman regresó a Chile, pero no entró al Gobierno. Se dedicó, entre otras cosas, a escribir La nueva izquierda chilena. De las marchas estudiantiles a La Moneda (Ariel, 2023), su primer libro. En él combina una reflexión coyuntural sobre las condiciones y desafíos de la camada que llegó al Gobierno con una descripción sobre los sistemas políticos en la actualidad. En cierta forma, Titelman sí ha llegado a La Moneda: ha sido invitado a reuniones como consejero, y su libro —prologado por la expresidenta Michelle Bachelet— ha desfilado por todo el círculo rojo de Santiago.

El contexto ha cambiado tan rápido como la década posterior a las protestas de 2011, y el futuro ya no luce emocionante para la nueva izquierda. La derrota de la propuesta constitucional en septiembre de 2022 ha invadido de pesimismo a los sectores progresistas, y las dificultades en la gestión, atravesadas por una fuerte crisis de seguridad, han desinflado la popularidad del presidente, que se ha recostado en la vieja coalición de centroizquierda que gobernaba antes.

“Nuestra política nacional parece estar marcada por unos ciclos de euforia desbordada seguidos de decepción fulminante”, advierte Titelman en su libro. La profecía se ha cumplido. Y la crisis de representación que vive Chile, que explica tanto el estallido social de 2019 como el ascenso y el golpe de la nueva izquierda, ahora tiene como nuevo emergente a la ultraderecha de José Antonio Kast, que ha conquistado la mayoría en el nuevo consejo constitucional.

“Hace cinco o diez años que en Chile hay una suerte de plebiscito sobre la clase política donde siempre gana el rechazo”, dice Titelman en esta entrevista con COOLT. Desde París, donde se ha instalado para realizar su posdoctorado, el joven académico reflexiona sobre el escenario chileno y el espejo latinoamericano.

- El Gobierno de Boric no ha llegado a la mitad de su mandato, pero es evidente que las expectativas no se cumplieron. ¿Qué pasó?

- Creo que se mezclan temas estructurales con los coyunturales. Hay un problema estructural en toda América Latina, donde si los presidentes tienen mayorías en el Congreso en general estas son débiles y heterogéneas, y en este caso era un Gobierno con una muy pequeña minoría en ambas cámaras. Por eso en América Latina los programas presidenciales se escriben en poesía, pero se termina gobernando en prosa. No tienen la mayoría suficiente para implementarse. Y, ante eso, los Gobiernos se ven enfrentados a una disyuntiva: o intentan empujar lo más posible ese programa, que eventualmente será rechazado en el Congreso, para acumular el descontento en la oposición para las próximas elecciones, o el camino que terminó optando el Gobierno de Chile, que fue entrar a negociar para generar mayoría, incorporando a partidos de centroizquierda a la coalición, pero sentándose a la mesa con la oposición de derecha para llegar a puntos medios. Eso se ha tornado extremadamente difícil. El mejor ejemplo ha sido la discusión de la reforma tributaria, que fue rechazada en la Cámara de Diputados.

Hay un segundo elemento, que es la enorme dispersión y fragmentación del sistema político. Eso hace muy difícil generar apoyo en el Congreso, porque hay un tercer elemento, que es más específico de Chile pero se ve en otros países: hay cada vez más una mayor fuerza de lo que Juan Pablo Luna llama “voto destituyente”, un sector de la ciudadanía que ve con desconfianza y rechazo a toda la política, y que cuando vota lo hace a partir de identidades negativas. Vota en contra del que está enfrente más que a favor del que recibe el voto, lo que significa que hay muy poco incentivo para cada parlamentario para cruzar el rubicón y ponerse de acuerdo con ese de enfrente.

Y todo esto en el contexto de altísimas expectativas del nuevo Gobierno, que si bien sus niveles de popularidad hoy no son tan distintos al de los últimos dos gobiernos en Chile, tiene una gran diferencia: no tuvo luna de miel. Los otros dos Gobiernos tuvieron periodos de luna de miel, lo que les permitió aprobar casi todas las cosas relevantes que hicieron. Este Gobierno no la tuvo, o más bien, para muchas personas la luna de miel fue el primer periodo del proceso constituyente. Las encuestas muestran una sintonía entre la popularidad de la Convención Constitucional y el Gobierno de Boric, y este asume en el momento en que la Convención empieza a tener más rechazo. La derrota de la propuesta constitucional el 4 de septiembre [de 2022] fue percibida como una derrota del Gobierno.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, tras votar en el plebiscito constitucional, el 4 de septiembre de 2022. EFE/JUAN CARLOS AVENDANO ATON CHILE
El presidente de Chile, Gabriel Boric, tras votar en el plebiscito constitucional, el 4 de septiembre de 2022. EFE/JUAN CARLOS AVENDANO

- Una idea que aparece en el libro es que a esta nueva generación le faltó reflexión sobre el contexto en el que irrumpieron. Pero, más que reflexión intelectual, ¿no faltó una mayor inserción territorial?

- Faltaron las dos cosas. Por un lado, faltaron espacios de reflexión y definición del proyecto político, que permitiera saber cuáles eran las líneas rojas y cuáles no, para sentarse a la mesa con otras generaciones y empezar a construir un proyecto de izquierda y centroizquierda más allá del año en que nació cada dirigente. Pero, al mismo tiempo, una autocrítica importante es que, mientras pareciera que se ha llegado a una especie de tregua en la disputa generacional entre elites, desde los sectores populares, especialmente los jóvenes, se sigue viendo con el mismo nivel de recelo a esta nueva generación política institucionalizada.

Y ahí hay una pregunta de cómo la política podía abrirse a estos espacios de mayor incidencia de la sociedad civil organizada. La experiencia del Frente Amplio es interesante porque desde un discurso muy crítico con la Concertación intentó abrir espacios de incidencia de movimientos sociales. Eso pasó sobre todo con el primer Frente Amplio, que se conformó en torno a la candidatura de Beatriz Sánchez en 2017 y que intentó emular quizás de manera demasiado mecánica a la experiencia del Frente Amplio de Uruguay. Y eso no funcionó, porque los espacios fueron cooptados por pequeños grupos movilizados.

Por otro lado, es interesante ver lo que ocurrió con la Lista del Pueblo [el colectivo de independientes que irrumpió con fuerza en las elecciones para la Convención Constitucional, en 2021]. Era la primera expresión de movimientos sociales que podían penetrar la barrera de la política y participar. La Convención terminó siendo el órgano más parecido a Chile en toda su historia, y en gran medida se debía a esos dirigentes.

Por eso el rechazo a la propuesta constitucional no fue solo un golpe al texto sino también a la idea de que por fin había una capacidad de articulación entre territorio y política, entre sociedad civil organizada y política. Creo que una de las lecciones que emergieron fue que esas asambleas territoriales que venían a representar la Lista del Pueblo en realidad no eran tan representativas de las mayorías. Los espacios de activismo social que parecían ser los espacios para articular y vertebrar la conexión entre sociedad y política no eran tan amplios y masivos como parecían ser.

Todo esto es para decir que en el fondo hay un problema estructural de la política chilena, que está teniendo muchas dificultades para generar integración entre política y sociedad.

- Pero, más allá del fenómeno fallido de los independientes, hay cierta continuidad con el sistema político actual y el anterior. Como planteas en el libro, es un sistema de representación que se renueva en términos de género y edad por la llegada de estos dirigentes. Pero sigue siendo un sistema donde los pobres no se sienten representados por esos dirigentes. ¿Cuánto del estrato social de esta nueva generación, de clase media acomodada y universitaria, explica esa continuidad?

- Primero, efectivamente hay estudios que muestran que los electores del Frente Amplio se caracterizan por ser jóvenes urbanos de clase media emergente. Y uno de los desafíos que se le presenta a esta nueva izquierda, similar al de otras en el mundo, es cómo expandir esa base de apoyo a un votante más popular sin perder su nicho original. Este ha sido uno de los debates en boga en el último tiempo en Chile, y yo creo que uno de los errores es creer que la respuesta puede ser imitar al antiprogresismo. Pero es cierto que, si pensamos en el Frente Amplio, este obtuvo el 25% de los votos en la primera vuelta, algo inimaginable para la izquierda hace muy poco, pero bien lejos de ser una mayoría. Hay un desafío enorme en torno a cómo se abordan temas de orden y seguridad, el combate a la delincuencia, la situación de la inmigración… porque las personas pueden querer un cambio importante pero a la vez un horizonte de tranquilidad. Y la izquierda debe responder a eso también.

Pero hay otro asunto, porque, como hablábamos antes, un elemento de continuidad es el voto destituyente. Hace cinco o diez años que en Chile hay una suerte de plebiscito sobre la clase política donde siempre gana el rechazo. La posición más antiestablishment gana. Cuando la nueva izquierda era esa opción, la de la impugnación, eso le permitió ganar varias elecciones, pero hoy esa misma fuerza la impugna a ella. Además, hay otro fenómeno, que es el elefante en la habitación: en las últimas dos elecciones [la del plebiscito constitucional y la del nuevo consejo] hubo una incorporación de entre cuatro y cinco millones de nuevos votantes.

Portada del libro 'La nueva izquierda chilena', de Noam Titelman. ARIEL

- ¿Ese nuevo elefante es el voto obligatorio, la novedad en las últimas dos elecciones?

- En parte es el voto obligatorio, pero sospecho que hay otra parte que también tiene que ver con una activación de varias identidades tradicionales, más conservadoras, a raíz de la serie de debates que se dieron en la Convención. En los estudios que han empezado a salir sobre esos nuevos votantes hay elementos de continuidad. Por ejemplo, son votantes que tienen aún menos identificación con el eje izquierda-derecha, pero al mismo tiempo muestran que también tienen posiciones más tradicionalistas y conservadoras en temas de diversidad sexual, feminismo, combate a la delincuencia, inmigración. También tienen mayores niveles de religiosidad, le otorgan un mayor valor a la fe. Mi punto con eso es que ese mundo popular es distinto al mundo popular que votaba antes del voto obligatorio. Y eso le implica un desafío aún mayor a la nueva izquierda. Este es el primer Gobierno de izquierda en Chile que no tiene articulación con el mundo socialcristiano. Incluso Allende lo tenía.

- En tu libro describes una sociedad que se identifica cada vez menos con partidos, cada vez menos con el eje izquierda y derecha, pero también cada vez menos con cualquier proyecto colectivo. ¿Qué nos dice esto sobre Chile y su historia?

- Hoy nadie lo diría, pero hace diez años se tomaba a Chile como un ejemplo de sistema político consolidado, porque se notaba una cierta estabilidad en la forma en que la gente votaba. Pero lo que no se mostraba era la creciente desafección de las personas hacia los partidos, y la falta de enraizamiento de esos partidos en la sociedad. Ese fenómeno solo se ha exacerbado.

Ahora, es interesante la reciente emergencia del Partido Republicano y la ultraderecha, porque ha logrado subirse a la ola antiestablishment pero con un agregado: ha logrado engancharse a la última organización social que mantiene cierta vertebración en Chile, que son las iglesias. Sobre todo las evangélicas, pero no únicamente. Y como en cada rincón del país hay por lo menos una radio evangélica, cuando un representante del partido quiere hacer trabajo territorial sabe que allí será bien recibido. En ese sentido, el Partido Republicano quizás sea el último partido leninista en Chile. En su capacidad de liderar trabajo disciplinado en el territorio. El candidato más votado en el consejo constitucional es un militante que renunció a su trabajo para dedicarse a la tarea. Hay un compromiso que va más allá de la política electoral. Hoy hay pocos partidos que pueden generar ese tipo de adhesión. Quizás el Partido Comunista, y por eso es el único partido de la izquierda que conserva penetración social.

- ¿Esto convierte a José Antonio Kast en el favorito para reemplazar a Boric en La Moneda?

- Si las elecciones fueran hoy, es bien probable que todo el descontento con la política termine capitalizando en un voto a Kast suficiente para pasar a segunda vuelta. Pero ahí hay que ver cuán potente sigue siendo en Chile el viejo clivaje dictadura-democracia. Creo que ese es todavía el gran punto flojo de Kast, aunque hay encuestas recientes que muestran que ese clivaje se ha ido debilitando. Una muestra que hay más chilenos que justifican el golpe de Estado. Otra, cómo ha caído el apoyo a la democracia. Son algunas señales preocupantes, que podrían permitirle a Kast ganar en segunda vuelta.

También se nota una debilidad en el campo de la izquierda y centroizquierda, en parte porque son Gobierno, y ser Gobierno en un ambiente muy antiestablishment acarrea costos importantes, pero también porque hay una suerte de reflujo luego de varios años de movilización y de una aparente transformación estructural. Mucho de eso se ha topado con la realidad. Y en verdad, si uno lo piensa, en términos de transformaciones institucionales es muy poco lo que se ha logrado avanzar desde 2019. Hay un nuevo proceso constitucional en curso, pero una de las paradojas que uno observa es que todas las encuestas muestran más rechazo, y uno creciente, pese a que es mucho más contenido que el anterior y tiene mayoría del partido republicano. 

El líder del Partido Republicano de Chile, José Antonio Kast (centro, atrás), tras conocer el resultado de las elecciones constituyentes, este domingo. EFE/ELVIS GONZÁLEZ
El líder del Partido Republicano de Chile, José Antonio Kast (centro, atrás). EFE/ELVIS GONZÁLEZ

- ¿Y un nuevo Rechazo no le puede jugar en contra a Kast? Puede pasar a ser percibido como parte del establishment.

- Creo que, en el escenario ideal de Kast, al Partido Republicano no le hubiese ido tan bien como le fue. Acarrea de alguna manera la maldición del vencedor. Si el nuevo proceso termina fracasando le va a implicar algún nivel de costo, y habrá que ver cuánto de ese costo se traduce electoralmente. Pero, además, ya está viendo que tener el liderazgo del proceso obliga a ese mundo a hablar de temas que antes no. Estaban cómodos cuando solo tenían que hablar de delincuencia e inmigración. Ahora tienen que hablar de otras cosas, como su visión sobre el atropello de Derechos Humanos en la dictadura, o temáticas de derechos reproductivos o sus posiciones económicas. En las mismas encuestas que te mencionaba sobre nuevos votantes se ve que estos se parecen bastante a los viejos, y que incluso pueden ser más estatistas. Y eso choca con las posiciones de la ultraderecha. Entonces, hay alguna posibilidad de que desencaje con los apoyos que han tenido hasta ahora, pero también es verdad que se sigue percibiendo como la institucionalidad y el poder a quien está en el gobierno.

- Por último, ¿qué conclusión sacás de los giros de los últimos años? Chile pasó de ser el ejemplo de estabilidad en la región a ser el país del estallido social, con un cambio cultural que favoreció a la izquierda y ahora parece ser aprovechado por la ultraderecha.

- A veces los árboles no dejan ver el bosque, y todas estas vueltas de la política chilena en los últimos años tienen cada vez más que ver con la imagen de un modelo de desarrollo agotado, que tiene distintas expresiones. No creo que sea coincidencia que todo esto se de en el marco de una década de estancamiento de la productividad, con índices de crecimiento cada vez más malos, con una desigualdad estancada y una pobreza cada vez más difícil de reducir; y al mismo tiempo niveles crecientes de desconfianza y desarticulación entre política y sociedad. Una de las cosas que muestro en el libro es que antes del estallido, los principales predictores para dos preguntas –cuánto cree que las autoridades se preocupan por alguien como usted y cuán probable cree que si pasa algo en su barrio las autoridades hagan algo al respecto– son la edad y la clase social. La gente más joven y de clase social más baja son los que más desconfían de la representación. Hay un cruce entre las dos cosas, entre lo generacional y económico, y la desarticulación entre sociedad y política. En el fondo estamos pagando el costo de la falta de inversión en ese capital social.

Es cada vez más evidente que la deuda pendiente de la política chilena en la última década ha sido renovar el pacto social, tanto para el modelo de desarrollo como para su sistema político. En la medida en que eso no se solucione vamos a ver crisis y estallidos de distinta índole. Y el problema es que para hacer un pacto social tiene que haber alguien que se siente en la mesa a negociarlo, todo pacto social requiere de tener representantes con claridad y líneas rojas. A medida que esa representación se va horadando, el pacto se hace cada vez más difícil de articular. Eso abre la puerta a un liderazgo autoritario, que imponga un nuevo ordenamiento. En Chile estamos cada vez más cerca de esa realidad.

Periodista. Especialista en política internacional, colabora en medios como Cenital, Futurock y Televisión Pública. Autor de Nada será como antes. ¿Hacia dónde va Chile? (Edicionea Futurock, 2022).

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