Ideas

“Chile necesita verdades”

A 50 años del golpe de Pinochet, la periodista Nancy Guzmán denuncia las deudas pendientes del Estado en ‘La justicia al banquillo’.

Santiago de Chile
El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile, en Santiago, el 8 de septiembre. EFE/ELVIS GONZÁLEZ

“Yo creo que, cuando pasa el tiempo, un periodista tiene la obligación de decir”. Eso es lo primero que sale de la boca de la reportera chilena Nancy Guzmán cuando iniciamos la entrevista a partir de la publicación de su último libro, La justicia al banquillo (Planeta, 2023), una memoria coral sobre los procesos chilenos de reconciliación y verdad, entre 1973 y 2023, tal como indica en su portada.

Guzmán, quien ha hecho un trabajo sostenido por décadas en la investigación periodística sobre violaciones a los derechos humanos, decidió contar en este libro algunas historias que estaban anotadas con la urgencia del momento en sus libretas de reporteo. “Tengo más de cien. Empecé a revisarlas, me llené de ácaros los ojos, porque el papel guarda muchos ácaros”, dice riendo, dulce. “Había muchas cosas que no recordaba. Yo andaba siempre tomando notas y con eso fui armando esta historia. Creo que el país necesita verdades”.

Y a medio siglo del golpe de Estado que el 11 de septiembre de 1973 dio fin al Gobierno democrático de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende y al inicio de la dictadura cívico-militar de 17 años de Augusto Pinochet, Nancy Guzmán entrega verdades. Con nombres y apellidos, tal como lo ha hecho en sus libros anteriores, entre ellos Romo: confesiones de un torturador, basado en el testimonio de un torturador de la policía secreta; Ingrid Olderock, la mujer de los perros, perfil de una de las agentes más brutales de la DINA que sirvió como fuente para la creación del cortometraje animado Bestia; El Fanta: historia de una traición, sobre el militante comunista que traicionó al partido y colaboró con la dictadura; y La venda sexy: la casa de Irán 3037, crónica sobre un centro de tortura a partir de los relatos de sus sobrevivientes.

En Chile, ya son cinco décadas de una historia que carga con miles de casos de prisión política, tortura y desaparición forzada. Treinta y tres años, desde el inicio de la transición, de una deuda tanto de la clase política como de la justicia chilenas no solo con las personas represaliadas por la dictadura, sino con la sociedad en su conjunto. Y en el libro de Guzmán no solo es posible leer los testimonios de sobrevivientes, familiares e incluso de un abogado de condenados por crímenes de lesa humanidad, sino también la propia experiencia de la periodista reporteando tanto en dictadura como en los años noventa. Una periodista que va entendiendo y comprobando que la justicia tardará mucho más en llegar que lo que pensaba.

La periodista chilena Nancy Guzmán, autora de 'La justicia al banquillo'. ALEJANDRO OLIVARES

Desde las primeras páginas de La justicia al banquillo, Guzmán deja claro que, tras 17 años de horror, la transición democrática sería cada vez menos lo que muchos esperaban. Cuenta, por ejemplo, sobre las urnas adulteradas para impedir la candidatura a presidente de Gabriel Valdés, resultando ganador “el candidato que daba confianza absoluta a Washington, a los militares chilenos y a la derecha”, Patricio Aylwin, el primer presidente de Chile después de la dictadura.

Nancy escribe: “Así comenzaba la futura democracia: con un fraude”.

- Viviste 11 años en el exilio y regresaste a Chile primero temporalmente, para reportear para un medio extranjero la celebración del plebiscito de 1988, y luego de forma permanente en el 89. ¿Hubo alguna vez esperanza de tu parte en que la transición democrática fuera diferente a lo que fue?

- Creo que hubo realismo. La esperanza la tuve hasta cuando comencé a reportear y me di cuenta de que la cosa no venía bien para la justicia, que era el aspecto que desde el extranjero se veía como lo más interesante, por lo que había ocurrido en Argentina. Comencé a darme cuenta de que, cuando uno hacía la pregunta en cualquier entrevista, molestaba. A todo el mundo le encantaba responder sobre la inserción internacional o la economía, pero cuando se tocaba el tema de la justicia había un desgano en responder, se evitaba.

Nancy explica que entre su primera visita a Chile y la siguiente notó un cambio radical en cuanto a la exigencia de justicia. Se palpaba. “Para el plebiscito me di cuenta del fervor de la gente por justicia, verdad, trabajo, pan. Y cuando volví, unos meses después, eso ya no existía de la misma forma. Es algo que había decantado. Las personas empiezan a pensar que la Transición solucionará los problemas que vivieron durante toda la dictadura. Sí, la exigencia de justicia sigue siendo importante, pero no con la fuerza que había tenido hasta hace unos meses atrás”, cuenta.

Y lo ejemplifica con un recuerdo que está narrado en su libro: “Llegó la noticia de que se iban a buscar unos cuerpos enterrados en el río Mapocho. Cuando llegué solo estaba el periodista Mario Aguilera, y no llegó nadie más, porque todos los periodistas que antes estaban muy pendientes de los desaparecidos ahora estaban siguiendo las campañas. Entonces, si ya no era el tema principal en los medios de comunicación de oposición a la dictadura, la gente también estaba en un proceso de olvido”.

- En tu libro haces una descripción muy clara de lo que observas en cuanto a las expectativas y deseos de las personas que entrevistabas en algunos barrios de clase obrera y sus diferencias generacionales.

- Esas entrevistas eran para reportajes de la revista Retos y realidades, que era de una ONG enfocada en el trabajo sindical. Empecé a ver que todos tenían muchas expectativas por lo que se venía en la Transición, pero todas eran muy diferentes. Por ejemplo, la gente joven estaba dividida en dos: los que estaban metidos en el consumo del neoprén [pegamento], el alcohol y la delincuencia; y los que habían tirado piedras en las jornadas de protestas nacionales. En el fondo, eran los que no conocían la política como forma de administración de poder. La política necesita tiempo para que las cosas se cumplan, sobre todo en una democracia. Necesita a veces acuerdos, otros procesos. Ellos querían simplemente que todo fuese rápido. No habían crecido en el mundo de sus padres, que construyeron esas poblaciones, que demoraron años, que pelearon contra el Estado, contra los ratones, contra la pobreza, contra todo, para instalarse allí. Eso era algo tan visible… que íbamos a tener un país viejo que tenía un poco más de paciencia para las cosas y un país joven que no quería paciencia, que iba a buscar las formas de construir su mundo de manera más rápida.

Nancy dice que eso se veía en que, por ejemplo, la gente “que había escondido y protegido a otros, que había recogido muertos y que había marchado al cementerio una y otra vez, se iba quedando más sola, porque los hijos querían incorporarse a la sociedad, al mundo que la dictadura no les había permitido por estar desempleados, viviendo de allegados. La gente que peleó era la más vieja y, por lo tanto, la más desgastada. El tiempo desgasta. Y si no tiene compañía para seguir, se va quedando rezagada. Es ahí donde la justicia y la memoria quedan en una situación de debilidad, porque la justicia entonces no tiene quien la apure tampoco. Todo lo contrario”.

Según Nancy, “durante prácticamente toda la Transición, hasta que Pinochet volvió de Londres, la justicia no funcionó. O sea, no hizo lo que tenía que hacer. Y ese regreso de Pinochet también es un fiasco. Se baja del avión en silla de ruedas, se pone de pie y levanta el bastón mostrándole a todo el mundo que engañó y que el Gobierno de Chile engañó y mintió también a sus ciudadanos, rompiendo las expectativas de justicia. El Gobierno invirtió muchos recursos del Estado para salvar al dictador. Todo eso a uno le va diciendo que aquí no hay justicia”.

- Uno de los momentos más poderosos que narras en tu libro es el del cambio de mando en 1990. Describes cómo la gente recibe a Pinochet, que pensó que era buena idea asistir en el Ford Galaxy, el auto presidencial, descapotable. ¿Qué sentiste tú en ese momento?

- Yo sentí, primero, una emoción tremenda al comenzar a llegar a Valparaíso y ver esas pequeñas casas que se ven colgando de los cerros, pobres, llenas de banderas y fotos de Salvador Allende. Uno sentía que había memoria. Y cuando ya ibas llegando al Congreso, te dabas cuenta un poco de lo que venía para el país, porque primero estaba lleno de vallas papales, que tú podías traspasar si eras periodista, pero la gente no. La gente estaba lejos, tranquila. La gente estaba feliz porque se acababa la dictadura, entonces, esas vallas estaban ahí simplemente para poner una distancia entre el poder y el pueblo. Lo conversamos con periodistas internacionales: por qué en Chile se construía una democracia con tanta valla, con tanta separación entre pueblo y mandatarios. Eso fue muy chocante. Y cuando llega Pinochet, eso sí que fue muy emocionante, porque se podía ver el repudio público de tanta gente, de toda una ciudad que bajó de los cerros. Hasta una mamadera le tiraron, le mancharon el traje. Eso fue lo mejor de todo.

Patricio Aylwin y Augusto Pinochet, en la ceremonia de transmisión de mando, el 11 de marzo de 1990. ARCHIVO

- Hay más de una generación que ha naturalizado esa distancia entre pueblo y poder. Yo nací en 1988 y, por ejemplo, no recuerdo el Palacio de La Moneda sin vallas. Siempre hay que rodearlo de alguna u otra forma. Hablamos de algo tangible, pero entiendo el trasfondo simbólico ¿Cómo era, entonces, Chile antes de la dictadura?

- Chile era democrático. Por ejemplo, por La Moneda se podía pasar de un lado a otro. La gente acortaba camino por ahí. Uno podía ir al Congreso y sentarse a escuchar. Es más, los estudiantes a veces iban en grupo y los diputados, como tenían comedores, los invitaban a tomar oncecita [la merienda] o almuerzo, dependiendo de la hora. La pérdida de esa cercanía en los espacios que son de todos va creando una desafección con la política. Y eso es grave, porque justamente termina destruyendo la democracia. La gente no comprende lo que es la democracia si no la vive. Uno siente que está en democracia porque lo vive, siente que el presidente pasa y que tú puedes hablarle, hacerle señas. Si no, es algo abstracto.

- Hace poco, el fotógrafo Chas Gerretsen dijo que “con el golpe, Chile perdió su inocencia” ¿Crees que Chile era un país inocente antes de Pinochet?

- No había inocencia porque era un país que leía. La editorial Quimantú publicaba un millón de ejemplares y se agotaban. Si uno iba en el transporte público, veía a la gente leyendo un libro o el diario. No era un país con inocencia, sino un país con cultura. Y un país con cultura sabe, conoce y entiende lo que es una democracia. No era un país inocente porque todo el mundo tenía una posición política, todos tenían medianamente claros sus derechos. De hecho, existía un sindicalismo muy grande y, por lo tanto, una defensa de los derechos de los trabajadores. Eso no es un país inocente. Es un país democrático. Uno en el que existían diferentes opiniones y visiones sobre cómo debe funcionar el país, sí, pero eso es distinto.

* * * *

Inevitablemente, la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado han marcado la agenda y la discusión políticas en los últimos meses, con polémicas como la lectura en la Cámara de Diputados de la resolución parlamentaria del 22 de agosto de 1973 que acusó de inconstitucional al Gobierno de Allende. Entre las iniciativas simbólicas impulsadas por el Gobierno de Gabriel Boric, destaca la de una declaración conjunta en favor de la democracia que han acabado firmando todos los expresidentes, incluido el derechista Sebastián Piñera.

- ¿Qué piensas de la forma en que el Gobierno de Boric ha manejado la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado?

- Creo que este Gobierno ha sido bastante débil en mostrar cómo va a resolver ciertos aspectos que son básicos para la sociedad. Primero, el negacionismo, que es el caldo de cultivo para cualquier destrucción de la democracia. La única forma de terminar con el negacionismo es con la justicia: que haya una ley que prohíba toda acción que sea negacionista, ya sea de palabra o de hecho. Toda acción. Frente a cualquier tipo de vulneración de derechos humanos que ha existido en este país o frente a las desapariciones y los crímenes ocurridos durante la dictadura, el negacionismo no puede existir. Y la única forma en que se puede evitar es con la ley, con una ley que condene, pero condene de verdad, no simplemente con el señalamiento público, porque el señalamiento público no sirve.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, con el decreto del Plan Nacional de Búsqueda, el pasado 30 de agosto. EFE/ ELVIS GONZÁLEZ

El pasado 30 de agosto, el presidente Boric firmó el decreto que oficializa el Plan Nacional de Búsqueda, con el objetivo de esclarecer las circunstancias de desaparición y/o muerte de las personas víctimas de desaparición forzada. “Eso sí es interesante”, dice Nancy. “Me parece que simbólicamente es importante demostrar que no es cosa de asesinar y olvidarse, que el Estado tiene una obligación y que no importa el gobierno que sea, que es el Estado el responsable de responder a quienes perdieron a sus familiares. Ahora, lo que no me parece que está claro y que debería estar claro, es que ese plan de búsqueda sea conocido a cabalidad por la sociedad y eso aún no sucede. Yo creo que no hay nada peor que enunciar algo y hacerlo secreto”.

- La expresidenta Michelle Bachelet dijo recientemente que había mandatado cerrar Punta Peuco [la cárcel especial construida para recibir a los condenados por crímenes de lesa humanidad] al término de su segundo período en 2018, pero que su ministro de Justicia “no le había hecho caso”.

- Yo creo que, tanto en este tema como en la elección de Aylwin, todos sabemos que hay algo que no es, pero que hacemos como que es, como que le creemos. Y pasa como si nada. Un presidente no puede ser sobrepasado por su ministro, primero que todo, o sea, es una falta gravísima que atenta contra el sistema que tanto defiende la Constitución de un sistema presidencialista. Por otro lado, cuando ella hizo eso venía de una caída muy grande en sus encuestas por el caso Caval. Me pareció incluso peor lo que dijo después en esa entrevista. Dijo que no lo iba a explicar en detalle, pero que lo iba a contar en sus memorias. Las memorias no dicen nunca la verdad. Todo esto es una cuestión muy propia de nuestra cultura de tirar todo debajo de la alfombra. Se espera que 30 años o 40 años después saquemos de la alfombra de a poquito la basura y vamos contándole a la gente la verdad. Ricardo Lagos aprueba una Comisión de Verdad, la Valech. Pero las comisiones de Verdad, internacionalmente, deben ser permanentes, no a pedacitos, porque los Estados violan los derechos humanos.

Nancy dice que la Comisión de Prisión Política y Tortura que terminó con la publicación del informe Valech “fue peor que la Rettig”, iniciativa anterior, de 1990, dedicada a la investigación de violaciones a los derechos humanos ocurridas entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. ¿Por qué peor? Porque “lo único que fue público fue un listado”, contesta. “El listado no decía cuánto tiempo estuvo alguien detenido, en qué lugar estuvo detenido, la militancia que tenían las personas, o sea, todo lo que en el fondo reivindica la verdad. Y que reivindica a la persona en su derecho a la justicia. Y, además, lo que la gente declaró, se cerró bajo secreto por 50 años”.

Manifestación por los 50 años del golpe de Estado, en Santiago de Chile, este 10 de septiembre. EFE/KARIN POZO

El 5 de septiembre de 2023, el medio La Tercera tituló “Los caminos que definió el Gobierno para levantar el secreto Valech”. Nancy opina, en primer lugar, que lo que se está proponiendo no es el levantamiento del secreto: “Lo que se propone es que una comisión o grupo reservado que estará trabajando en el Plan Nacional de Búsqueda acceda a los archivos para investigar e intentar encontrar algo. Abrir los archivos significaría hacerlos públicos, y esto no lo será”.

Según la periodista, “la gente que dio información para la Valech no la dio para que fuese oculta, sino para que fuera pública”, pero el acceso reservado a esa información no hace más que “seguir con la lógica que impuso [el expresidente] Ricardo Lagos”. “El anuncio es demasiado rimbombante para lo que en realidad va a ser. El país necesita que sea público, porque la gente tiene derecho a saber de primera fuente”, opina la periodista.

- Inmediatamente hubo personas que se negaron a la idea de levantar el secreto para la comisión ¿A qué crees que le tienen miedo?

- Existe gente que no tiene la conciencia muy limpia y tiene miedo de conocer lo que existe ahí. Hay que recordar que mucha gente entregó nombres de personas, empresarios que entregaron a trabajadores que después desaparecieron o fueron ejecutados. Hace 10 años, Piñera habló de los cómplices pasivos de la dictadura. Yo creo que hubo cómplices pasivos y cómplices muy activos. Y, por lo tanto, hay gente que tiene miedo de encontrarse con su nombre o con el nombre de un familiar. Ninguna persona que entregó información tiene miedo a que sea pública, todo lo contrario, todos quienes fueron a declarar fueron pensando en que eso iba a ser público, porque esa es la única forma de entender el profundo daño que se hizo a las personas en este país.

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.