La Constitución, las onces y el pan

El plebiscito chileno ha multiplicado las acciones comunitarias: en plazas y casas, entre pastas y té, la ciudadanía promueve el voto informado.

La Constitución, las onces y el pan. ELENA CANTÓN/FOTOS: UNSPLASH
La Constitución, las onces y el pan. ELENA CANTÓN/FOTOS: UNSPLASH

Qué es ser chileno o chilena es una pregunta muy difícil de responder (no lo voy a hacer aquí), y mucha tinta y papel se han utilizado para dar algunas pistas, a lo largo del tiempo, sin llegar a un consenso. Algo que sí se tiene claro, que es transversal, es que ‘la once’ es un patrimonio inmaterial en Chile. Es lo que en España se considera merienda, goûter en Francia o la loncha en Perú. Pero no es igual. O eso queremos pensar, quizás.

Tradicionalmente, ha sido el momento en que las familias se reúnen en la mesa después de volver de la escuela y los trabajos. En la casa de mi abuela se hacía a las cinco de la tarde en punto, por ejemplo, pero las jornadas laborales se han extendido, así que actualmente, quienes aún mantienen esta comida dentro de sus rutinas, lo hacen más tarde. Ejemplos de la panadería chilena como las marraquetas y hallullas, se mezclan con paltas, tomates, quesos y embutidos sobre la mesa. También puede haber pasteles y galletas. Empanadas y sopaipillas (ojalá con pebre, un regalo del cielo si me preguntan mi opinión, hecho en base a cebolla, ají, tomate y cilantro). Té, café y leche. Lo salado y lo dulce se mezclan en la once.

El origen del término no está del todo claro. En Apuntes para la historia de la cocina chilena, Eugenio Pereira lo sitúa en el siglo XVII. “Del lapso de tiempo entre el almuerzo y la comida deriva la tradicional once, cuya etimología derivan los costumbristas chilenos y peruanos de las once letras del aguardiente, que los frailes utilizaban como un eufemismo que disimulara el sentido de la invitación”. Aunque hay otra teoría socializada que dice que fue durante el siglo XIX y relacionada con la labor de los obreros del salitre, quienes se juntaban a beber aguardiente. En vez de decir su nombre, hablaban de “tomar once”, por las once letras de la palabra.

Hay onces para celebrar cumpleaños o para ver a amigos y amigas, es un momento que no se circunscribe solo al ámbito familiar. Una once famosa es La Once, el documental de Maite Alberdi en el que la directora registra a su abuela tomando once y conversando con sus amigas, un ritual mensual que se ha prolongado por más de seis décadas.

La once es una de las tradiciones más populares en Chile. YOUTUBE

La antropóloga Sonia Montecino dice que es central pensar en la once “desde el punto de vista de la sociabilidad. Invitar a tomarla implica la construcción de un grupo. Especialmente en el pasado era un espacio importante donde las mujeres podían contar sus problemas, apoyarse y renovar sus lazos de amistad".

En la previa a la huelga feminista de 2019, sin ir más lejos, se realizaron onces en diferentes plazas y lugares de barrios a lo largo de Chile, en las que las mujeres socializaban los motivos de la movilización. Y este 2022, las onces también se multiplicaron en diferentes comunidades a partir de un motivo concreto: compartir información sobre la propuesta de nueva Constitución que este domingo la ciudadanía aprobará o rechazará en plebiscito.

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“Los domingos nos juntamos a tomar once en mi casa, juntando a la gente que pueda tener dudas sobre la nueva Constitución. Ya hemos hecho siete”, me cuenta María, durante los últimos días de agosto. Tiene 66 años, vive en Lomas de Florida, en la comuna de La Florida, al sur de Santiago. Un lugar de clase trabajadora o, como se acostumbró a decir en Chile, de clase media.

A María la conoce su comunidad. El barrio se fundó en el año setenta y ella llegó a vivir allí en el ‘75. “Desde que llegué he estado haciendo algo. No había jardín infantil [guardería] en ese tiempo, así que hicimos uno muy precario, chiquitito, pero así se empezó, porque si las mujeres en ese tiempo tenían que salir a trabajar, los niños quedaban solos”, cuenta. Ahora está jubilada, pero dice que trabajó toda la vida en jardines infantiles, desde los 18 años. “Todos los jóvenes de acá me conocen porque yo los tuve en el jardín y me tienen mucho respeto”. 

Dice que organizó una once en su casa y se encontró “con muchas sorpresas”, así que siguieron haciendo la actividad varias veces más en su comunidad. “Algunas personas llegaban con galletitas, yo hacía las sopaipillas, queques, empanadas de queso, todo lo que estuviera al alcance. Y me gustó mucho, porque la gente se iba feliz, no tanto por la comida, sino porque se le aclaraban sus dudas cara a cara, había conversación”, dice.

¿Cuáles eran esas sorpresas?, le pregunto. “La gente creía lo que decía la tele”, responde ella. “Decían que les iban a quitar sus casas, a expropiarlas. Tuvimos que explicar que no iba a ser así. Yo vivo en Lomas de Florida y la mayoría de la gente trabaja en casas particulares de alrededor, y los patrones meten en la cabeza a la gente que tienen que votar Rechazo diciéndoles muchas mentiras. Y yo les digo, ¿acaso creen que los ricos quieren que ustedes tengan información digna y real? No, nos quieren tener engañados. Yo cuando estoy en la calle siempre ando hablando. Si voy a comprar al almacén, me pongo ahí a hablar con la gente para que se olviden de las mentiras de los patrones”.

María dice que las onces son un gran momento de organización comunitaria. Me explica que a la gente, además, le gusta porque “o están trabajando todo el tiempo o están solos en sus casas, y usted sabe que el sistema ha tratado de que la gente no se junte, que viva de forma individual. Entonces, que alguien te invite a tomar un tecito, a compartir unas galletas y conversar, hace que te sientas importante, porque esas invitaciones no existen, casi”.

María recalca que en las onces la gente “se siente importante en el sentido de que alguien está pensando en ti”, dispuesto a  responder dudas, conversar. “Y cuando terminamos la once, con las cositas que quedan, hacemos paquetitos para que se los lleven a los niños. Acá nos conocemos todos, sabemos cuántos niños se tienen, en qué trabaja la gente y sus problemas”.

Encuentro en una once para debatir sobre la Constitución, el 27 de julio de 2022, en Santiago de Chile. EFE/ALBERTO VALDÉS
Encuentro en una once para debatir sobre la Constitución, el  pasado 27 de julio, en Santiago de Chile. EFE/ALBERTO VALDÉS

A partir de la revuelta social de 2019, en Chile hubo un incremento en la organización comunitaria. En la relación con un otro. Era algo que se podía palpar en los barrios. La organización de cabildos populares fue masiva, algo que sin duda provocó un cambio en la comunicación entre vecinos que antes no se hablaban. Un gran cambio que yo vi: en mi edificio, cuando la gente se encontraba en ascensores o pasillos comenzó a decir “hola, buenos días”. Eso no sucedía. Así estábamos.

Pero María me cuenta que su comunidad venía organizándose desde el terremoto de 2010. Fueron al sur a ayudar a las personas damnificadas. Años más tarde, también se movilizaron por los enormes incendios en Valparaíso y, en pandemia, comenzaron con una olla común para los propios vecinos y vecinas que se prolongó por un año y medio. “También hacemos bazares a bajo costo a 100, 300 pesos. Toda la gente puede llevar ropa, zapatos, diferentes cosas y, si no tienen nada, pueden llevarse todo lo que les sirva”, dice.

Pero en la recta final del proceso constituyente, María y su comunidad no solo han organizado onces: “También hicimos actividades en el parque con la agrupación Cordillera, de la que soy parte. Hicimos una con otras organizaciones que nos ayudaron, como la Asamblea de Rojas Magallanes, nos conseguimos libros de la nueva Constitución y los fuimos entregando. Ese día pudimos dar ochenta y la gente se fue feliz. Mi nieta me acompañó a buscar más libros a Villavicencio”, cuenta. También recuerda que Alondra Carillo y Benito Baranda, constituyentes de su distrito, les ayudaron a conseguir material informativo.

“La organización comunitaria es muy importante, la gente organizada es muy importante. Yo estoy segura de que vamos a ganar con el Apruebo, porque hemos hecho un trabajo enorme en la comunidad, puerta a puerta, en las actividades con los niños en los parques, con banderazos en las esquinas y la gente nos sigue. Han llegado a las actividades, se han informado y hemos podido conversar”, dice, muy convencida. “Es un momento histórico. Imagínense cuánto hemos luchado para que Chile cambie, para que las leyes sean favorables al pueblo, a la gente”. Y cree que lo que se generó en su barrio es algo que también ha sucedido en muchos lugares del país.

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Es un jueves en la tarde y cruzo corriendo los patios enormes y repletos de árboles de la Universidad de Santiago de Chile para no llegar tarde a mi encuentro con Silvia. Esta universidad, en la que yo estudié, se ubica en la comuna de Estación Central, al límite con el centro de Santiago. Justo al lado, se encuentra la Villa Portales, considerada una obra arquitectónica revolucionaria en cuanto a dignidad de la vivienda, concebida como un derecho esencial. Fue construida en 1960 como una solución habitacional para la Caja de Empleados Particulares. 

Llego a una de las esquinas de la Villa y espero a Silvia unos minutos. No nos conocemos, solo hemos hablado por teléfono. De pronto, veo a una mujer con dos banderas gigantes en la mano derecha y la izquierda, tomando la mano pequeña de una niña. Semanas antes, en un grupo de WhatsApp grupal, Caro, una de las integrantes, dijo: “Fui a comprar pan y estaban unas señoras repartiendo propaganda afuera del negocio. Dijeron que se juntan los martes y jueves y van por toda la Villa, por las plazas y los negocios a la hora del pan”. 

La hora del pan es la previa a la once.

Así llegué a contactar con Silvia. Y ya nos vemos de cerca. Me abraza y comenzamos a hablar. Me cuenta que tiene 67 años y que vive en la Villa Portales desde fines de los ochenta. “Una vez me fui, pero muy poquito, porque la Villa se echa de menos. Duré seis meses y volví. Eso fue en el año 2000”.

Dice que con sus vecinos y vecinas comenzaron a organizarse en torno al “primer apruebo”, el plebiscito de entrada en el que se debía votar si se quería o no una nueva Constitución y quiénes debían escribirla, en 2021. “Nos empezamos a organizar porque, ¿cómo podía ser que la Villa no se pronunciara?, no estaba pasando nada”, relata.

Le digo que me parece extraño lo que me cuenta, pensando en que este complejo habitacional tiene una carga histórica importante. Fue un foco de disidencia y activismo fuerte durante la dictadura y, por la misma razón, muy violentado.

“Sí, pero no pasaba mucho al principio con el primer apruebo porque había muchos que no creían en el proceso, por venir del acuerdo de los políticos del Congreso del 15 de noviembre. No es que no creyeran en una nueva Constitución. Así que armamos una convocatoria simple, avisamos que nos íbamos a juntar en Las Aves, una plaza recuperada. Era un sitio baldío, pero después del estallido de 2019 la recuperamos y ahora es una plaza imponente, muy grande. Nos juntamos ahí 40 ó 50 personas. No teníamos nada, solo ganas de juntarnos. Mi esposo trabaja en el Cementerio General de Recoleta y los trabajadores ahí son muy organizados, entonces ellos ya tenían hasta banderas del Apruebo. Así que me prestó dos y así llegué a la reunión”, dice.

Luego de ese primer encuentro, crearon grupos de WhatsApp y comenzaron a salir con un toldo y una mesa, instalándose en diferentes puntos del barrio, esperando que pasaran personas.

Silvia, con banderas a favor del Apruebo en el plebiscito constitucional, en Villa Portales, Santiago de Chile.JAVIERA TAPIA FLORES
Silvia, en Villa Portales, con banderas a favor del Apruebo en el plebiscito constitucional.  JAVIERA TAPIA FLORES

—¡Hola Juan Carlos! —grita Silvia de pronto, y sale por un momento de nuestra conversación.

—Hola compañera, buenas tardes —dice un hombre—. Esta estaba fallando —y apunta a la nieta de Silvia, Ignacia, de cinco años.

—¡Sí! Llegó la Ignacia, se dignó a venir —dice Silvia. Y me cuenta que su nieta vive con ella, y que la ha acompañado a hacer campaña por el barrio desde el año pasado.

Empiezan a llegar los vecinos y vecinas que hacen campaña. Siempre se juntan un poco antes de las seis, porque esa es la hora en la que la gente sale de la universidad y otra llega a la Villa, a sus casas.

Silvia me cuenta que cuando estaban haciendo campaña para el plebiscito de entrada, en la plaza Las Aves, pusieron una caja de plástico con un tajo en el medio e hicieron unos votos para ensayar el plebiscito. E informaban a la gente. “Estaba Fabián, un joven que siempre anda con nosotros. Con su teléfono buscaba rapidito en la página del servicio electoral dónde tenían que ir a votar los vecinos y les explicaba”, cuenta.

Para este plebiscito, el de salida, dice que el mismo grupo se ha organizado y han conocido a más personas. “Así conocimos a la Caro, por haber estado parados afuera de la panadería, ella nos vio y nos preguntó cosas”, dice.

—¡Hola Richi! —grita de nuevo.

“Richi le pega a las comunicaciones”, dice. “Nos hace videos o publica cuando convocamos a algo, porque hemos hecho conversatorios también. Dos bien grandes. El primero con constituyentes durante el proceso y otro hace poco, con el constituyente Hugo Gutiérrez. Ahí se respondían dudas que tenía la gente sobre cosas que se han dicho. La primera vez que escuché una de las mentiras fue en una feria. Una señora nos dijo que ella iba a votar Rechazo porque le habían dicho que le iban a quitar su casa y yo casi que pensé que era una broma. ‘¿Usted cree que yo estaría por el Apruebo si me fuesen a quitar mi departamento, que tantos años me ha costado?’, le dije”. 

Y toma sus banderas con las dos manos para mostrármelas. “Estas me las compré a la salida de un acto. Una roja y una morada, porque creo que es lo que mejor me representa: ¡roja y feminista!”, grita mientras lanza carcajadas.

* * * *

En otra silla de la plaza está Juan Carlos. Vive hace 20 años en la Villa Portales y hablamos sobre el legado histórico del lugar. Entonces me cuenta que viene de otro barrio con una profunda carga política y popular. “Yo vengo de la Villa Francia, era dirigente de la coordinadora de Villa Francia cuando mataron a los hermanos Vergara”, dice.

El 29 de marzo de 1985, los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo, fueron asesinados por la policía en Villa Francia, una comunidad destacada históricamente por su organización popular. Ambos eran estudiantes y militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, opositor a la dictadura de Pinochet. En su memoria, cada 29 de marzo se conmemora el Día del Joven Combatiente.

“Vivir en esta Villa ha sido volver a la forma en que uno se crio, adquirió conciencia y, ahora que estoy más viejo, una continuidad de hacer política, que es el pueblo haciendo política. Entonces, para mí fue natural incorporarme a este grupo, conocer a compañeros de mi edad. Al principio yo me integré acá con los chiquillos más anarco, me llevaba muy bien con ellos”, dice. 

—¿Usted ve en la organización comunitaria actual una herencia de la organización popular de la dictadura? —pregunto.

—Sí, es una herencia, pero también un futuro. No es que de repente amanecimos con conciencia y claridad de que este sistema funcionaba mal. Somos, como dice una canción de Víctor Jara, parte de una cadena sin comienzo ni final. Tenemos una experiencia que se traspasa, en algunas cosas es igual, otras han cambiado. Te lo explico: primero, a mí no me preocupa en lo más mínimo si perdemos, si pierde el Apruebo, porque la lucha social y la lucha popular no están hechas de un continuo permanente de triunfos. Yo soy de la generación que perdió el 73, perdimos de manera terrible, y así hemos perdido varias veces. Si fueran solo triunfos consecutivos ya estaríamos viviendo en otra sociedad y le habríamos ganado al capitalismo hace mucho tiempo. Si perdemos, habrá que continuar, así se ha hecho antes. El movimiento popular ha tenido momentos terribles, ha sido masacrado, ha sido casi exterminado y se sigue. Tampoco este es el fin de la historia.

Juan Carlos (sentado), con vecinos y vecinas de la Villa Portales, Santiago de Chile.JAVIERA TAPIA FLORES
Juan Carlos (sentado), con vecinos y vecinas de la Villa Portales. J.T.F.

Juan Carlos dice también que ve a sus compañeros y compañeras muy preocupados por las noticias falsas que han aparecido en la campaña de cara al plebiscito de salida: “¿Por qué nos sorprendemos? Si esto siempre ha sido así. ¿Acaso íbamos a esperar que la derecha nos facilitara las cosas? ¿Que nos entregara todos los espacios?”, se pregunta. “Mira, como yo soy viejo, me acuerdo que en el año 70, en la campaña para que fuera elegido Allende, circulaban por Chile muchos panfletos en los que aparecían tanques frente a La Moneda. Decían que esos eran los tanques rusos que se iban a tomar el poder si salía elegido Allende. La otra mentira que propagaban era que, como el programa de Gobierno contemplaba medio litro de leche diario para cada niño, a la gente trataban de convencerla de que eso era malo, que un niño no podía vivir solo con un litro de leche”.

“Están haciendo lo mismo que antes”, concluye. “Por supuesto que quiero que gane la opción del Apruebo y hago cosas en la medida que puedo. Estoy viejo y discapacitado, no puedo hacer mucho y no encuentro nada heroico a lo que estoy haciendo. Yo tuve un atentado muy grave en la dictadura, tengo consecuencias en mi cuerpo y acá ando repartiendo volantes no más. A lo más, con el frío duelen las rodillas”, dice riendo. “Este es un paso más en un largo camino que nos queda”.

Mientras sus vecinos y vecinas entregan volantes con información de la propuesta de nueva Constitución, Juan Carlos dice que le parece que este texto representa un proceso de profundización democrática, en tanto se incorporan una serie de derechos “que son de mínimos civilizatorios”.

Juan Carlos es una persona con discapacidad visual, y pertenece al Colectivo Nacional de la Discapacidad. “Luchamos mucho y logramos que, por primera vez en la historia de este país, la Constitución consagre derechos a las personas con discapacidad y los mencione, también a las personas neurodivergentes. Para nosotros esto significa un tremendo paso. Yo les decía a mis compañeros que el hecho de que en una sociedad haya un grupo de ciudadanos que pidan ser reconocidos en la Constitución es una cosa brutal, porque significa que, en esa sociedad, hay seres humanos que ni siquiera son considerados humanos. Evidentemente que, para las diversidades sexuales, las mujeres, la naturaleza y hasta para los animales esta constitución está bien. Nosotros tenemos un perro y un gato y los queremos. Aquí aprendimos que somos una familia interespecie y que nadie va a venir a pegarle a nuestros bichos. Hasta eso aprendí con la nueva Constitución”, dice.

Ya se ha hecho de noche mientras hablamos y pasan vecinos de un lado a otro en la esquina. Se llevan volantes. Saludan. Silvia me dice que nos tomemos una foto todos juntos. Nos despedimos con abrazos y me voy de la Villa, cruzando de nuevo la universidad. Y mientras camino pienso en cómo podré explicar todo esto que me han contado. No las palabras, sino lo que dicen con lo que aparece en las pausas de los relatos de sus experiencias. En sus risas. Lo que aparece con el regalo de su tiempo: el bien más escaso, el que en el presente pareciera ser un lujo.

* * * *

Yo me dedico a preguntar, mirar y escribir, no a las estadísticas. No sé si todo lo que cuento en esta crónica es representativo de un país completo, ni tampoco me interesa comprobarlo. Solo me interesa saber que existe. Que, en nuestras casas, hay personas jóvenes y también muchas mayores usando su tiempo para conectarse con los demás, con la esperanza de que la vida se puede vivir de otra manera. A días de uno de los momentos más importantes de la historia de mi país, no se me ocurre qué más podría pedir.

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.

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