El Ciervo: 75 años de cultura y pensamiento libre

La revista nació en la posguerra española como un soplo de aire fresco frente a la censura. Hoy sigue siendo un refugio frente al ruido digital.

Jaume Boix

Barcelona
Reunión en la redacción de El Ciervo en la calle Calvet de Barcelona, donde aún sigue la revista. Entre otros, pueden verse figuras como Pasqual Maragall. CORTESÍA
Reunión en la redacción de El Ciervo en la calle Calvet de Barcelona, donde aún sigue la revista. Entre otros, pueden verse figuras como Pasqual Maragall. CORTESÍA

¿Puede una revista cultural modesta e independiente sobrevivir a una revolución tecnológica que celebra la apoteosis de lo efímero, la caducidad prematura y la preconcebida obsolescencia? ¿En un mundo sometido al implacable dominio de algoritmos que todo deciden, a una IA que a todo responde y a tecnologías que todo mediatizan? Pues, miren, sí. Ahí está El Ciervo celebrando vivito y coleando sus 75 años de vida con una exposición que puede verse en Barcelona desde final de septiembre hasta enero de 2026.

¿El Ciervo? ¿75 años? Eso es: esta revista nació en Barcelona en 1951 y desde entonces se ha venido publicando sin interrupción, por ello es hoy la decana de la prensa española de pensamiento y cultura. Tiene historia, tiene presente y un reconocimiento que llega hasta hoy mismo:  Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1991), Medalla al Mérito Cultural de la Ciudad de Barcelona (2001), Premio Nacional al Fomento de la Lectura (2020). Bastantes lectores de Coolt deben de conocerla porque al premio de artículos periodísticos que El Ciervo convoca anualmente —llega con la actual a su 50 edición— concurren muchos textos de América Latina. El año pasado, por ejemplo, recibimos 198 originales procedentes de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos, Estonia, Israel, México, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Algunas de las portadas más recientes de El Ciervo, creadas por artistas como Santi Moix, Miquel Barceló y Javier Jaén.
Algunas de las portadas más recientes de El Ciervo, creadas por artistas como Santi Moix, Miquel Barceló y Javier Jaén.

El Ciervo nació, decía, en 1951, un tiempo marcado por la posguerra, la censura y la represión política, social y cultural, pero pronto logró convertirse en punto de encuentro de jóvenes que compartían espíritu crítico y humanista. Ya se decía entonces que era una revista “escrita en castellano por unos catalanes que piensan en francés”, para aplaudir el aire fresco que esta publicación juvenil permitía levemente respirar en medio de la espesa oscuridad de la dictadura franquista. Jóvenes universitarios católicos, letraheridos, ilustrados por encima de lo que la censura permitía, opuestos al nacionalcatolicismo imperante, inspirados por Mounier, Maritain, Juan XXIII, la Europa en construcción sobre las cenizas humeantes de la guerra, el pacifismo, la justicia social, los derechos civiles… Humanismo cristiano o, si se prefiere, fraternidad universal y derechos humanos es el poso de ideario progresista y transversal que la revista ha mantenido a lo largo de ocho décadas.

En la Transición fue una escuela de democracia y antes, en los peligrosos años de la dictadura, una publicación valiente que sufrió multas, juicios, censuras y un asalto atroz a la redacción a cargo de los miembros de un llamado V Comando Adolfo Hitler que un triste mediodía de 1973, pistola en mano, destrozaron la redacción, quemaron libros y destruyeron archivos. Impunemente. De la misma camada de los que hoy amenazan brazo en alto y que, lejos de haber vuelto, más parece que no se fueron.

La redacción de El Ciervo, en la calle Calvet, 56, donde sigue ubicada la revista, con la presencia del escritor Pere Gimferrer. CORTESÍA
La redacción de El Ciervo, en la calle Calvet, 56, donde sigue ubicada la revista, con la presencia del escritor Pere Gimferrer. CORTESÍA

Lorenzo Gomis, periodista, intelectual, poeta, inspirador y director de la revista durante 50 años decía que El Ciervo no es una revista de pensamiento cristiano sino de cristianos (o no) que piensan. Es así. La liberalidad profunda de El Ciervo impide pedir a ningún colaborador en qué o en quién cree o si cree en algo o en alguien. Respeto a las creencias personales, laicidad. Ni fe de bautismo ni carnet de nada. Para escribir en El Ciervo no hay más requisito que tener cosas interesantes que contar y procurar escribirlas bien, de una forma educada, inteligible y nada pedante. El Ciervo no se hace para enseñar o enseñarse sino para aprender. Con cada número tratamos de aprender algo que no sabíamos y que valga la pena —es decir, el precio, 9,95 euros, que ha pagado el lector.

Celebración del número 800 de El Ciervo. De izquierda a derecha: Jaume Boix (director de la revista), Eduardo Mendoza, José María Micó y Xavi Ayén. CORTESÍA
Celebración del número 800 de El Ciervo. De izquierda a derecha: Jaume Boix (director de la revista), Eduardo Mendoza, José María Micó y Xavi Ayén. CORTESÍA

Con esa mentalidad libre de prejuicios, plural, abierta e ilustrada es como la revista se ha ido convirtiendo en un espacio de referencia para el pensamiento libre, el debate, la difusión y el disfrute cultural. Un espacio compartido por una comunidad de suscriptores que en él se sienten a gusto y sostienen la persistencia de la revista en la que encuentran respeto al diferente, reflexiones, preguntas y a veces respuestas a los dilemas éticos de nuestros días. En este espacio, es decir, en estas páginas tranquilas pueden encontrar también cierto sosiego, como en un islote para refugio de náufragos o fugitivos del tsunami de inmediatez que nos anega. Periodismo reposado y de proximidad, que rehúye los enredos de las redes y los marcos que pretenden encuadrar y dirigir el pensamiento y los comportamientos. Somos, modestamente, una forma de resistencia al algoritmo.

El actual consejo de redacción de El Ciervo, reunido en la sede de la revista. CORTESÍA
El actual consejo de redacción de El Ciervo, reunido en la sede de la revista. CORTESÍA

El Ciervo es una revista independiente. No depende de ningún núcleo o grupo de poder empresarial, económico, político, cultural, mediático, religioso o social, sino de sus susscriptores y amigos, que siempre son menos de los que uno quisiera pero que ahí están, construyendo, preservando y alentando la continuidad del patrimonio cultural común que es la revista. Y por ello es también modesta y austera, porque tiene conciencia (¡qué remedio!) de las propias limitaciones y los contados recursos disponibles. La revista no está pensada para ganar dinero sino amigos, y eso explica en parte también que no lleve años desaparecida como tantas empresas periodísticas, pero tiene la obligación y la responsabilidad de no perder. Entendámonos: de no perder hasta el punto de que el barco se hunda. Y de procurar, sin pervertir su esencia, que jóvenes o nuevos lectores sientan curiosidad por este tipo de publicación cada vez más rara que además de su edición digital, a la que acceden bastantes lectores y suscriptores latinoamericanos, cuida la de papel casi como un tesoro y con el cariño con que se trata a una especie en peligro de extinción.

¿Tiene esto futuro? De momento tenemos 75 años y a esta edad casi provecta hemos llegado día a día, lustro a lustro y década tras década, siempre en el filo de la navaja. Pues aquí y así estamos casi sin pretenderlo. El Ciervo de hoy es el futuro del de las últimas ocho décadas. Sobre otros futuros no especulamos, aunque sí podemos expresar un deseo: el de que cuando todo esto estalle en mil pedazos —y no duden de que lo hará: en 75 años hemos visto caer torres muy, muy altas— ahí siga estando El Ciervo para contarlo.

Jaume Boix

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