Alejandro Vilca, un basurero en el Congreso argentino

De recolectar residuos a ser diputado nacional. “Es un hecho histórico”, dice la última revelación de la izquierda.

Alejandro Vilca, el basurero que se presentó por el Frente de Izquierda y de Trabajadores para el Congreso argentino. ELENA CANTÓN
Alejandro Vilca, el basurero que se presentó por el Frente de Izquierda y de Trabajadores para el Congreso argentino. ELENA CANTÓN

Hasta 2017, la vida de Alejandro Vilca consistía básicamente en correr, aunque no por afán deportivo, amor al atletismo o la pretensión de conservar un buen estado físico una vez cumplidos los 40. Corría para atender su trabajo cotidiano y para ejercer como padre. Corría para dedicarle cada vez más horas a sus actividades políticas y sindicales. Pero corría, fundamentalmente y desde las 4.30 de la madrugada, por las calles de los barrios periféricos de San Salvador de Jujuy, la capital de la provincia más norteña de la Argentina. Corría Alejandro Vilca detrás del camión recolector de residuos municipal en el que iba depositando las bolsas que recogía casi sin detenerse, para terminar el trayecto que tenía marcado en la hoja de ruta en el menor tiempo posible y así tener una franja libre de descanso hasta la tarde, cuando repetía la operación haciendo horas extras porque, según cuenta, “el sueldo no era bueno”.

Ya se había acostumbrado a esa rutina cuando el 22 de octubre de aquel 2017 se celebraron elecciones legislativas locales. Su nombre ocupaba el primer lugar en la boleta del Frente de Izquierda y de Trabajadores (FIT), una agrupación de ideología trotskista. No era la primera vez. Vilca había encabezado esa misma lista en 2011, como candidato a gobernador (obtuvo el 1,93% de los votos); y en 2015 para acceder al Parlamento provincial, cuando alcanzó el 7,06% y le faltó muy poco para quedarse con una banca. Lo logró en el tercer intento, con el 17,74% de los sufragios, una cantidad inaudita para una fuerza de izquierdas, en Jujuy y en toda la geografía del país. Al FIT le correspondieron entonces cuatro bancas en la Diputación local, una de ellas ocupada por Alejandro Vilca, el basurero que por fin dejó de correr para sentarse a discutir las leyes que diseñarían el presente y el futuro de sus coterráneos.

Lo mejor, sin embargo, estaba por llegar.

Previstas en un inicio para agosto de este año y luego postergadas un mes debido a la pandemia, las elecciones para renovar parcialmente las dos cámaras legislativas nacionales volvieron a convocar a los argentinos a las urnas. Los comicios generales constan de dos etapas: en la primera, llamada PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), se eliminan las fórmulas menos apoyadas y se deciden las disputas internas en los partidos o frentes políticos; y en la segunda es donde realmente se elige a quiénes representarán a la población en las instituciones.

Pocos imaginaban que las PASO de Jujuy, celebradas el 12 de septiembre, esconderían una sorpresa: las dos listas presentadas por el FIT sumaron el 23,3% de los sufragios entre ambas, apenas a 5 puntos (17.500 votos) del kirchnerista Frente de Todos, oficialista en el país. La alianza Juntos por el Cambio, gobernante en el distrito, obtenía a su vez un holgado primer puesto. En el FIT, la lista más votada, con mucha diferencia, fue la encabezada por Vilca, quien se convirtió así en el candidato de la agrupación para la compulsa definitiva celebrada el pasado 14 de noviembre y que acabó sentando por primera vez a un basurero en una banca del Congreso argentino.

- Hay que entender que en esta sociedad existe una estratificación étnica. El 80 o 90% de los jujeños descendemos de pueblos originarios. La mayoría somos mestizos, pero tenemos rasgos y apellidos kollas. El albañil, la mucama, el que levanta la basura, todos somos kollas; en cambio, los patrones son todos blancos. En la política pasa lo mismo. Los apellidos que llegan al Senado o a la Cámara de Diputados son de alta alcurnia, representan a los terratenientes, a los dueños de las minas o de los ingenios azucareros. Nosotros tenemos una posición a favor de los pueblos originarios, de la defensa de nuestro territorio y del medioambiente que empalma con la sensibilidad de sectores sociales de las clases menos favorecidas. Entonces, entre votar a candidatos que se llaman Bouhid, como el de Juntos por el Cambio; o Chaher, del Frente de Todos, esta vez muchos votaron Vilca, que es un apellido kolla.

Alejandro Vilca, con Myriam Bregman, dirigente nacional del PTS. ARCHIVO
Alejandro Vilca, con Myriam Bregman, dirigente nacional del PTS. ARCHIVO

Con una población que ronda las 700.000 personas en un territorio que ocupa solo el 1,68% de la superficie total argentina, Jujuy responde a los parámetros imperantes en el noroeste del país. Una región dueña de una geografía extraordinaria en lo paisajístico —montañas, glaciares, valles, salares, bosques áridos o selváticos...—, que esconde una enorme riqueza mineral, pero históricamente postergada en términos de desarrollo social y económico, con déficits en salud, educación o transportes tan enormes como lo son las diferencias en la distribución de los ingresos y las posibilidades de progreso.

En ese contexto, las instituciones responden a una lógica común: están dominadas por pequeños grupos hegemónicos que manejan todos los resortes del poder: la política, la Justicia, los medios de comunicación y, por supuesto, las principales empresas. En todas las provincias de ese ángulo del país pueden reconocerse familias que se suceden y entrecruzan en los altos cargos. En todas funciona también un aceitado sistema de clientelismo consistente en asegurarse el favor en las urnas a cambio de otorgar puestos de trabajo en el Estado, ya sea a nivel provincial o municipal. Como explica el hombre que saltó del camión de residuos a la Diputación jujeña: “Juegan con las necesidades de la gente a través de la asistencia social. Incluso con el mismo mecanismo cooptan dirigentes que en principio criticaban sus métodos”.

La vida de Alejandro Vilca es en ese sentido una buena parábola de lo que significa ser parte de la porción más baja de la pirámide. Nacido el 5 de julio de 1976 en San Isidro, una barriada de clase trabajadora —“plebeya”, según su propia definición— en el sur de San Salvador, es el menor de cinco hermanos varones. Sus progenitores eran migrantes internos; la madre, de la Quebrada de Humahuaca; el padre, de Abra Pampa, en la dureza de la Puna, la meseta de altitud que cruza la frontera y se extiende hacia el sur de Bolivia.

- Es un barrio muy pobre y nosotros también lo éramos. Mis padres se separaron siendo yo muy chiquito y mi mamá, que durante mucho tiempo fue empleada doméstica hasta que consiguió un puesto de mucama en un hospital, debió hacerse cargo de los cinco hijos. A mí me mandó a una escuela católica que estaba cerca de casa, básicamente porque ahí nos daban algo de comer, una taza de mate cocido por lo menos. Cuando uno tiene pobreza, eso al menos te salva. Yo la veía trabajar siempre, y ya desde esa época empecé a cuestionarme algunas cosas: por qué eramos tan pobres, por qué nosotros no teníamos las mismas oportunidades que los otros niños. Ella me dejó las mejores enseñanzas. Tenía mucha personalidad, me inculcaba pelear contra lo injusto y ser perseverante. Perderla el año pasado durante la pandemia fue un golpe muy duro. También por la forma en que se dio. La llevamos al hospital público y estaba colapsado. No quisieron atenderla ni darnos el diagnóstico, decían que era una alergia. Le pusieron el respirador un ratito y después la mandaron a casa. Ahí falleció, como mucha más gente, sin atención médica , sin tests, sin nada. Aunque yo ya era diputado nosotros somos muy humildes y tenemos lo que ganamos, no podíamos llevarla a otro lado, pero cuando se enfermó Gerardo Morales, el gobernador, casi que le armaron un hospital en su casa.

Alejandro Vilca, con su madre, fallecida en 2020 por covid-19. INSTAGRAM/ALE.VILCA
Alejandro Vilca, con su madre, fallecida en 2020 por covid-19. INSTAGRAM/ALE.VILCA

El acceso a la salud y a la educación son las auténticas y gigantescas grietas que dividen a la población en los rincones más empobrecidos del planeta. En un caso, acortan de manera dramática la expectativa media de vida, al margen de perjudicar la calidad de esa misma existencia; en el otro, limitan el ascenso social por la vía del saber y los conocimientos. “Con mis hermanos nos esforzábamos mucho por estudiar, pero fue todo bastante difícil. Una vez que terminamos la escuela primaria, mi mamá nos mandó al colegio industrial, que era donde iban los hijos de los trabajadores. Decía que era mejor que aprendiéramos algo técnico, porque si no éramos demasiado inteligentes por lo menos saldríamos con algún oficio. Ahí me enseñaron de todo: carpintería, herrería, fundición, electricidad. Me sirvió mucho”, cuenta Alejandro.

Hice de todo: fui albañil, vendí helados, me ocupé de los trabajos de impresión en una fábrica de plásticos, vendí seguros...

El cambio de colegio motivó la salida del barrio, la primera excursión a otros mundos, la posibilidad de ampliar la mirada. La Escuela de Minas estaba en el propio San Salvador. Y aunque no tenía compañeros de clase media —“Iban los hijos de los mineros a formarse para trabajar, no había mezcla”—, el momento político fue abriéndole los ojos. Transcurrían en la Argentina los conflictivos años noventa, con sus privatizaciones de empresas estatales, las manifestaciones constantes en las calles en defensa de puestos de trabajo que se perdían de un modo irremediable y mucha inestabilidad política a nivel local. En Jujuy llegaron a sucederse siete gobernadores en 10 años. “Participábamos de las movilizaciones con mis compañeros. En esa época empecé a pensar más racionalmente en la necesidad de cambiar la sociedad”, recuerda Vilca.

Para quien procede del fango, la universidad es una meta demasiado lejana, un alfa centauro que por lo general brilla a años luz de sus posibilidades. Ocurre en Jujuy, en el resto de las provincias argentinas, en los degradados suburbios de las grandes ciudades, en todos los países de Latinoamérica, pero también en el norte desarrollado y rico, sin distinción de nacionalidades ni idiomas. Se necesita una mentalidad despierta, mucha fuerza de voluntad, un entorno familiar favorable y el inevitable toque de fortuna para torcer el destino.

A sus 17 años, a Alejandro Vilca se le alinearon los planetas. Alfredo, su hermano mayor, había logrado obtener una beca para estudiar Ingeniería de Minas en una universidad de San Juan, provincia del centro del país recostada sobre la cordillera andina, a 1.155 kilómetros de su casa. A Alfredo le siguió Walter, que siguió la carrera de Periodismo; y a Walter, Alejandro. Mamá Luisa se percató de las habilidades de su hijo más pequeño en el dibujo técnico y las matemáticas y lo impulsó a marcharse. En San Juan, Alejandro conoció durante tres años la vida universitaria en la Facultad de Arquitectura. Compaginando las clases con el trabajo en una fábrica logró sostenerse hasta el tercer año de carrera. Después ya no pudo más. Debió retornar a Jujuy, pero por entonces su vida ya había dado un vuelco decisivo.

- En San Juan conocí la izquierda. A la sensibilidad social que tenía le di lógica científica y empecé a militar en el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas, la principal base que nutre el FIT). Así, cuando volví a mi casa empecé a construir un espacio político y fundé la filial jujeña del partido para empezar desde cero. Tenía 20 años, alrededor de 1995.

- ¿Fue entonces que entraste a trabajar en el municipio?

- Noooo, antes hice de todo: fui albañil, vendí helados en una de las más famosas heladerías de la ciudad, me ocupé de los trabajos de impresión en una fábrica de plásticos, vendí seguros... Hasta que contacté con un arquitecto que necesitaba ayuda en el manejo de Autocad, el software para diseñar y dibujar con la computadora. Con la crisis de principios de los 2000 a él le fue mal en su negocio, pero como tenía un cargo de cierto peso en la Municipalidad de San Salvador me consiguió una pasantía, una especie de beca, para que no me quedara sin empleo. Ahí entré como técnico de computación.

- Y entonces comienza tu carrera sindical y política...

- Puede decirse que sí. Al poco tiempo cambió la gestión y querían despedirnos a todos los que estábamos contratados de manera precaria. Entonces, con un compañero decidimos hacer algo para resistir: les modificamos las claves a las computadoras para que nadie pudiera entrar a las máquinas, a los archivos o a las bases de datos. Nos necesitaban para restaurar el sistema y eso nos dio tiempo a organizar a todos los trabajadores que estaban despidiendo. Se creó un gran movimiento en el que fui elegido delegado. Fue una lucha muy fuerte, incluso contra el propio sindicato de municipales, y fundamos la Coordinadora de Trabajadores en Negro de la provincia de Jujuy.

Nuestra campaña es en las redes sociales y en la calle, en los lugares de trabajo y de estudio, todo muy a pulmón

- ¿Cuándo ocurrió todo esto?

- En 2005. La crisis ya había pasado y conseguimos que nos incorporaran a planta permanente del municipio, que es la manera de asegurarse el empleo. Pero como escarmiento por haber liderado la lucha nos mandaron a los dos a la recolección de residuos en el barrio Alto Comedero, en las afueras de la ciudad. Fue un castigo, pero les salió mal. Cuando llegamos vimos que las condiciones eran muy malas. No nos daban ropa de trabajo, ni guantes, y los camiones eran comunes, sin contenedores. Teníamos que revolear las bolsas y cada tanto subir y apilarlas mientras esquivábamos las que iban tirando los compañeros. Así que a las dos semanas de llegar tuvimos que hacerles una huelga. El intendente y el sindicato se querían volver locos, pero era por ropa y guantes, algo elemental. A partir de ahí siguieron eligiéndome como delegado por mucho tiempo. Y mientras tanto fuimos poniendo en pie el Frente de Izquierda. Poco a poco la gente comenzó a conocernos y a saber qué pensamos y a quiénes defendemos.

- ¿Cómo le sienta a un técnico en computación el trabajo de juntar bolsas de residuos por las calles?

- No me preocupó, ya había laburado de tantas cosas... Me fui acostumbrando. Es un trabajo duro y difícil, pero hice amigos y tengo compañeros geniales que miran la vida desde bien abajo, porque al basurero se lo ve como el lugar más bajo de la sociedad. Al final llegó a gustarme y quise quedarme ahí. Cuando en 2017 fui elegido diputado, el hecho de que un dirigente obrero haya alcanzado ese lugar le dio mucho orgullo al sector.

Alejandro Vilca, en el centro, con otros trabajadores de la empresa municipal de recolección de residuos de San Salvador de Jujuy. ARCHIVO
Alejandro Vilca, en el centro, con otros trabajadores de la empresa municipal de recolección de residuos de San Salvador de Jujuy. ARCHIVO

La compulsa del 14 de noviembre decidió el futuro de Alejandro Vilca para los siguientes cuatro años. Ese día se pusieron en juego las tres bancas de diputados que le corresponden a Jujuy en el Congreso de la Nación, y la particular legislación provincial (en Argentina, cada distrito decide sus métodos de elección) establece que las agrupaciones que ocupen los dos primeros lugares se quedan con un puesto cada una. La discusión se centra en el tercer lugar en disputa. Si el partido más votado duplica en sufragios al tercero, la banca es suya. Si no, quedará para el tercero. Esta fue la vía que le permitió a Alejandro Vilca acceder al imponente edificio del centro de Buenos Aires. La lista del FIT superó los 100.000 votos, con el 25,08% de los sufragios, apenas 3.500 menos que la del Frente de Todos, en tanto que la más votada, Juntos por el Cambio, sumó algo más de 196.000. Ese escaso margen que le faltó para duplicar a la formación izquierdista fue suficiente para consagrar a Vilca.

- Nosotros no contamos con el monstruoso aparato económico que tienen el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical [ejes de las agrupaciones mayoritarias]. Además, ellos cuentan con los medios de comunicación, porque son los dueños. Para el FIT es muy caro hacer publicidad. Nuestra campaña fue en las redes sociales y en la calle, en los lugares de trabajo y de estudio, todo muy a pulmón. Es difícil porque hasta la geografía de Jujuy lo complica. Tenemos selva en las Yungas, zonas montañosas en la Quebrada de Humahuaca o la Puna, valles alrededor de la capital, llano en Ledesma y San Pedro... Pero hemos logrado sostener una gran militancia que nos permite estos niveles de votación.

- La izquierda nunca había tocado el techo de un 23% en ningún lugar del país.

- Acá no existe mucha clase media que haga de colchón. Todo es muy contrastante, hay mucha pobreza y demasiada ostentación en pocas manos. Por eso, el nuestro es un golpe más directo que alienta y genera entusiasmo en sectores de trabajadores que ven que se puede enfrentar a los poderosos. La pandemia y la situación económica provocan resignación, es ahí donde movimientos que luchan como el nuestro, o incluso las historias de vida de muchos de nosotros levantan el ánimo de la gente, la contagian. A mí lo que me interesa es que el trabajador se dé cuenta de que se merece más, y entonces se ponga de pie y quiera pelear.

Me interesa que el trabajador se dé cuenta de que se merece más, y entonces se ponga de pie y quiera pelear

- La oposición habrá sido feroz.

- La batalla fue dura porque los partidos tradicionales, los ricos, los empresarios y los grandes oligarcas no querían que llegase. Es una cuestión de clase, de piel y de prestigio, no solo política. Pero nos matamos para entrar al Congreso y logramos este hecho histórico para Jujuy y para todo el país: que un recolector de basuras se siente en el Parlamento.

- ¿Te ves viviendo en Buenos Aires?

- La verdad, no lo sé. Tengo dos hijos. Juan, el mayor, ya tiene más de 20 años y se maneja solo. Pero León [el nombre es un homenaje a Trotski] tiene tres años y medio y me sigue a todas partes. Tendré que ir y volver todo el tiempo, será un desafío.

- ¿Y si no hubieras llegado?

- El 10 de diciembre vencía mi mandato como diputado provincial, así que si no entraba al Congreso el 11 volvía a la recolección. Tampoco hubiese pasado nada. Mis amigos iban a estar esperándome y la lucha continuará en cualquier lugar que me toque ocupar.

Periodista especializado en medioambiente. Ha colaborado en publicaciones como Clarín, El País, La Nación, GEO y Mongabay, entre otras. 

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