La voz de la nueva Argentina

Ofelia Fernández es la legisladora más joven del país. Y un símbolo del activismo que recorre Latinoamérica. “Los cambios vienen desde la incomodidad”, dice.

La política argentina Ofelia Fernández. JULIETA CHRISTOFILAKIS
La política argentina Ofelia Fernández. JULIETA CHRISTOFILAKIS

El 26 de enero de este año, durante sus vacaciones en la Patagonia argentina, Ofelia Fernández (Buenos Aires, 2000) posteó en Instagram un video de unos pocos segundos en el que aparecía sentada dentro de un saco de dormir junto a una amiga en el umbral de su tienda de lona. Era una imagen sin sonido que Fernández, la congresista más joven de la historia de la Argentina y una de las diez líderes de la próxima generación según la revista Time, acompañó con una breve ironía: “tb regias”, en alusión al poco glamour de la imagen: dos chicas sin maquillaje, presumiblemente distanciadas de la higiene personal, con cara de dormidas, en medio de un camping. El mensaje podía resultar más o menos relevante como cualquier otro de la joven diputada (al fin y al cabo, tiene casi 500 mil seguidores), si no fuera por el comentario de un seguidor que disparó la masividad del posteo. “Muy lindas al despertar…” escribió @Indiosolarioficial, la cuenta de Carlos Indio Solari (Paraná, 1949), ex líder de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la banda de rock más legendaria de la Argentina, pioneros de la independencia artística.  

Verdadero mito viviente, Solari, que ahora actúa en solitario, es un custodio celoso de su privacidad y durante toda su carrera se mostró esquivo con los medios, lo que no hizo más que agigantar su status de estrella, condición que le granjeó adoración y también rechazo. Poco conocido fuera de la Argentina, Indio ha dado tan sólo un puñado de reportajes en la última década y nunca dejó que se televisaran sus conciertos. Por eso llamó la atención que accediera a dejar un mensaje a una chica que es fan del pop coreano y del trap, de Ariana Grande y de Frank Ocean, y que nació un año antes de que el grupo se disolviera en 2001.  

- ¿Qué te genera que un músico como Solari, inmensamente famoso pero, al fin y al cabo, alguien muy alejado generacionalmente de vos, te conozca y te haya dejado ese comentario?

- Me morí. Para mí el Indio es todo. Fui a un colegio muy ricotero. El Indio tiene una magia y una lírica increíbles. A mí, que soy tan obsesiva con la comunicación, pero no en términos de marketing sino de intervención de la palabra como idea y como verbalización, me impactó mucho. Fue un momentazo. 


Oriunda de Caballito, un típico barrio de clase media de la Capital Federal, Fernández cursó el secundario en el Carlos Pellegrini, una de las instituciones más prestigiosas de Buenos Aires y una de las escuelas más grandes de Argentina, usina de líderes políticos (como el ex vicepresidente Daniel Scioli) o de figuras de la actuación como Aníbal Troilo, prócer del tango. Ofelia ingresó a esa escuela en 2014, durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, figura central en la conformación de sus anhelos. 

Para los alumnos, existe una suerte de rito de iniciación en el Pelle que consiste en conocer de cerca la historia y la narrativa de los Redondos (como se lo conoce al grupo), lo que implica memorizar –y cantar, claro– las metáforas herméticas y oscuras con las que Solari construyó su particular obra. Acceder a ese tipo de conocimiento, el de absorber la lírica oblicua y arrabalera con la que el cantante edificó su prosapia popular, le proporciona a los alumnos la contraseña para compartir, de allí en más, el amplio mundo simbólico de todo el ecosistema socio-colegial.

Y ese mundo que se abre incluye, además de una educación de elite, una politización intensa y temprana, una acechanza permanente sobre la problemática de la educación en Argentina, sobre los derechos individuales, la ampliación de esos derechos y demás reivindicaciones que los alumnos, por prepotencia de edad y de deseo transformador, se exaltan por debatir y reclamar. Presidir el Centro de Estudiantes del Pellegrini puede resultar un paso previo para cualquier alumno con ambiciones políticas o sociales. Esa peripecia es la que comenzó a desandar Fernández, pero con un ingrediente que se repetiría más tarde con mayor potencia aún, la precocidad. A los 15 años fue electa presidenta del Centro de Estudiantes, cuando todavía le quedaban más de dos años para finalizar los estudios. Desde ese lugar, y gracias a una oratoria y locuacidad sorprendentes, empezó a erigirse como una líder estudiantil con voz propia. En medio de una prolongada toma de colegios por un reclamo en el cambio del programa de estudios, una entrevista televisiva de septiembre de 2017, en la que Ofelia debatió con el entonces subsecretario de Educación de la Ciudad, funcionó como otro rito de iniciación, esta vez en las arenas de la discusión mediática. 

Desde entonces, y también gracias a su inmediata identificación y pertenencia con el movimiento feminista y, por supuesto, tras la consagración definitiva de la agenda de ese colectivo que incluyó, entre otros hitos, la creación del “Ni una menos” y el primer tratamiento de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en 2018 ­–en aquel entonces dio otro discurso extraordinario que la haría más conocida aún–, Fernández se instaló como una protagonista de la esfera pública o, al menos, aunque no sólo, como una portavoz ineludible de las más jóvenes. 

Entonces llegó lo impensado, no tanto por la naturaleza del paso siguiente, sino por su precipitación tan inmediata: con 19 años recién cumplidos, a Fernández le ofrecieron ser candidata a legisladora de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la lista del Frente de Todos, la coalición encabezada por el peronismo que, tras derrotar a Mauricio Macri, llevaría a Alberto Fernández a la presidencia del país. Sin cursar la facultad, Ofelia Fernández pasó a formar parte de la institución política de la ciudad más importante de la Argentina. En términos deportivos, es como cuando LeBron James, descollante promesa del básquetbol colegial, se transformó en jugador de la NBA sin pisar una universidad. Era la primera vez en la historia que eso ocurría y pareció una apuesta desmedida. Quince años después, convertido hace rato en un deportista colosal, James es el único jugador en haber sido campeón con tres equipos diferentes de la liga, una hazaña sin precedentes. ¿Será Ofelia Fernández una figura sin techo y su temprana irrupción en la política de Buenos Aires es un hito más en su meteórica carrera hacia alguna cumbre? 

A velocidad de rayo, ni bien ganó su banca, sobre Fernández cayó una andanada de miradas escrutadoras y de voces indignadas descalificándola por una curiosa cantidad de objeciones, muchas de ellas en forma de violencia de género. Su talla (es diminuta), su edad, su timbre de voz, su sueldo, su “arrogancia” producto de la elocuencia con la que habla, pero, sobre todo, su condición de mujer fueron –son– algunas de las “acusaciones” por las que Fernández comenzó a ser violentada a través de las redes. En medio de una sociedad que, tras la recuperación democrática, comenzó a exacerbarse en torno a sus debates políticos (en los últimos 12 años, peronistas y anti peronistas crisparon sus posiciones hasta volverse enemigos), al menos para el público consumidor de la actualidad o de su representación melodramática, los informativos –yacimiento inapelable para la indignación–, una figura de las características de Ofelia, con todo lo que representa, no hizo más que integrarse a la cinta de montaje de esa maquinaria binaria. 

Su discurso de asunción en el palacio legislativo, una apelación corta pero contundente para que el Estado se ocupe de detener, de una vez por todas, los abusos y los femicidios en la Argentina, fue un mensaje descarnado, sin eufemismos, sobre la realidad de las mujeres (en la calle, en el trabajo, en el transporte público) y, a la vez, la constatación de que había una nueva generación que venía a ocuparse, exclusivamente, de temas que el machismo de la política había desatendido. 

Ofelia Fernández, con el pañuelo verde, símbolo del aborto legal. BÁRBARA LEIVA
Ofelia Fernández, con el pañuelo verde, símbolo del aborto legal. BÁRBARA LEIVA

El 9 de febrero, cinco días antes del encuentro de Fernández con COOLT, Argentina amaneció conmocionada por una noticia: Úrsula Bahillo, una joven de 18 años, fue asesinada con 15 puñaladas por Matías Martínez, de 25, su ex novio y policía. Su cuerpo fue encontrado en un descampado de la ciudad de Rojas, al norte de Buenos Aires. La noticia provocó estupor en la opinión pública. Las redes sociales y los portales de noticias se atiborraron de mensajes de referentes del feminismo señalando la inacción o la parálisis de los mecanismos de control del estado. Se conoció que Úrsula había denunciado en reiteradas ocasiones a su ex pareja, pero sus llamados no fueron suficientes. Martínez la citó, la llevó a un baldío en las afueras de Rojas, y la mató. 

Fernández nos recibe en su despacho de la Legislatura, un imponente edificio de estilo neoclásico, con detalles art déco, de más 100 años ubicado en el centro porteño. Desde el amplio ventanal abierto de su oficina ingresa febrero con su cálido y dorado esplendor. También asciende el sonido del crepitar callejero, que, si bien es menor por la pandemia, no deja de ser apabullante, como el de cualquier megápolis sudamericana. Sentada en una silla de la que no se despegará en toda la charla, ni siquiera cuando se traslade rodando hacia la ventana para fumar un Marlboro, Fernández viste de entrecasa –jogging, zapatillas rosas, sin maquillaje– y lleva una riñonera puesta, de donde extraerá sus cigarrillos. Tiene ojos y sonrisa grandes y luminosos, y aun cuando ocupa un cargo que requiere de dedicación y estudio, la sensación es que no parece sentirse tomada o disciplinada por la sombra apabullante de la burocracia o de su elegante estertor, la solemnidad.  

Pero cuando comienza a hablar, cuando tras escuchar a su interlocutor un micro movimiento de su mirada nos indica que la devolución tendrá la contundencia de un aguijón, la figura de Fernández crece, como si el uso del lenguaje le permitiera destrabar un gabinete desbordado de ideas y de consignas, una especie de compuerta que, una vez abierta, desencadena un descenso torrencial del pensamiento. El don de la oralidad, y sobre todo el de aquel que, a ritmo de vértigo, hilvana frases y palabras escogidas con precisión y categoría, no es un atributo que se encuentre muy a menudo en ningún tipo de disciplina. Menos en alguien de 20 años. Pero Ofelia no niega su edad, si es que tal cosa pudiera ser posible: su discurso está trufado de ilustración y de argot juvenil, con neologismos como “momentazo” o términos como “mega”, palabra usada para la reafirmación o el acuerdo. 

- Hace un año, en tu discurso de apertura, hiciste una apelación al Estado y un reclamo por el fin de los femicidios y de los abusos. En estos días vivimos otro asesinato aberrante, el de Úrsula. En lo que va de 2021 ocurrieron 21 asesinatos de mujeres. Pareciera que nada ha cambiado.

- Esa intervención ocurrió en marzo de 2020, vos la podías haber escuchado en septiembre de 2015 o anteayer y lamentablemente diagnostica la realidad como es. Lo cual es lamentable. El caso es demoledor. Me dejó volada y distraída. Genera impotencia desayunarse con casos como esos. Yo intento ver el sentido de la oportunidad en momentos así, y tengo un sentido de justicia que no pasa solamente por lamentar, sino de ser hábil para encontrar respuestas. Y creo que ese cambio tiene que pasar por la reforma (del Poder) judicial con perspectiva feminista. No es una solución integral, claro, pero es una pieza clave para destrabar las injusticias que ya existen. Tenemos que ser conscientes de que si analizamos los femicidios de los que yo hablaba en marzo de 2020, en su mayoría tienen denuncias anteriores que fueron desoídas sin ningún tipo de resquemor. 

- Ahí es cuando ves de forma flagrante la inacción del Estado. 

- Tal cual. La máxima a la que podemos aspirar es que al femicida se lo condene, algo que me parece profundamente angustiante. Eso es lo mínimo, pero el tema es cómo el Estado pone en funcionamiento las herramientas que tiene para evitar llegar a ese femicidio. Y en eso, que la justicia pueda desatender las denuncias, ahí hay claramente un vacío, y hay que pensar cuál es la reestructuración posible. Si vos mirás los números de femicidios, hay muchos que no tuvieron denuncias previas porque sabían que no tenía sentido hacerlas, o la denuncia fue cajoneada y no figura técnicamente. Después de un año de pandemia, un año en el que escuchamos mucho la frase “no te cuida el mercado, te cuida el Estado”, o te cuida la organización comunitaria, la realidad es que Úrsula fue al Estado, este no le dio respuesta, y la cuidaron sus propias amigas. ¿Y qué responde el Estado? Va y balea a sus amigas. Es algo tenebroso. Tiene que quedar ese sentido de urgencias. No se me ocurre algo más urgente que atender esto. 

- En cuanto el feminismo, la batalla es de largo aliento, es un cambio cultural muy profundo el que se está reclamando. 

- Por algo se empieza, y por lo larga que es la batalla, bastante rápido vamos. Yo tengo ese sentido del optimismo y, para mí, que empecé a militar en el 2013, pensar en la complejidad que fue tomando la agenda y las conquistas que ya tenemos, que han sido varias, es algo que nos permite ser ambiciosas. Tenemos que tener muy en cuenta el sentido de nuestra potencialidad. 

- Tu generación vive esa paradoja: por un lado pareciera que no cuentan con el atributo de la paciencia, pero por otro, están siendo testigos, y protagonistas, del cambio en vivo, mientras crecen. 

- Tal cual. Creo que llegamos a tiempo, a aspirar algo sin sentir que esas transformaciones son utópicas. La experiencia en la lucha por el aborto, el análisis en términos de demostración estratégica, es como un dato más que relevante para cargarse de fuerza para lo que sigue. Creo que la conquista de la ley significa más que la interrupción del embarazo, significa saber que el feminismo pudo desarrollar a contramano agenda propia, con una estrategia horizontal, a cielo abierto, con una simbología intrageneracional, interpartidaria. Hay una historia de autogestión del movimiento, que nos da aliento para tener temperamento para momentos como este. Tener prepotencia de trabajo. 

Ofelia Fernández, votando en las elecciones presidenciales de Argentina de 2019. BÁRBARA LEIVA
Ofelia Fernández, votando en las elecciones presidenciales de Argentina de 2019. BÁRBARA LEIVA

- Hablemos de tu año de experiencia como legisladora. ¿Con qué te encontraste, con algo todavía más complejo y difícil de maniobrar de lo que pensabas, o no?

- Vine muy preparada, así que no tuve grandes sorpresas. Me mentalicé para un aproximado de lo que terminó pasando, así que de alguna manera me sorprende que, con tantos ánimos de cambiar las cosas, yo haya fracasado tanto. 

- Sos muy exigente con vos misma ¿no?

- Sí, tal cual. Encontrarme con impedimentos no fue sorpresivo, pero encontrarme con ese tipo de impedimentos y que yo no haya hallado una instancia para desarticularlo, eso sí que me sorprende. Porque trabajamos muchísimo, porque estuvimos en contacto permanente con la problemática de la Ciudad y desarrollamos propuestas no en un plano simbólico, sino en términos de saber concretamente qué problemas en determinados lugares podían mejorarse con algunas propuestas, pero me encontré con que en mi caso, en todo un año, no pude tratar ni siquiera un solo proyecto de ley. Me aprueban pedidos de informe, pero proyectos de ley no los puedo poner en tratamiento, y eso tiene que ver con la correlación de fuerzas que tenemos en la legislatura, con un dato adicional, la legislatura porteña es algo que no se entiende bien qué es. Por ejemplo, a mí todo el tiempo me reprochan que no tengo 25 años y no puedo ser diputado nacional, y yo tengo que aclararles todo el tiempo que no es lo mismo, que la Ciudad de Buenos Aires tiene su propia constitución. Es una legislatura con pocos años de vida y que se ha construido siempre en pos del silencio y de la impunidad. Las cosas que se votan acá es porque saben que no llega ni a los medios ni a la calle.

- ¿Es un gobierno (el alcalde de Buenos Aires es Horacio Rodríguez Larreta, aliado del ex presidente  Mauricio Macri) que para vos recibe protección mediática?  

- El blindaje es total. Incluso a mí, que tengo una red de comunicación propia, como son las redes sociales hoy, me resulta difícil instalar los temas, porque tienen que tener un recorrido para que suceda, algo que exceda a lo que uno está planteando. No es fácil contarle a la gente que tengo un proyecto de ley que no me permiten tratarlo. Hay que acercar mucho más que el tema. En esa dinámica hay bastante obstáculos y yo todavía los estoy sorteando. Mientras no me aliene, mientras no termine entrampada en los lógicas de adentro del palacio, de a poco voy adquiriendo la cintura necesaria para tratar de ir imponiendo esa agenda. 

- Hay un riesgo de institucionalizarse, de volverse colonizada por esa dinámica. 

- Tal cual. Estoy todo el tiempo pensando estrategias, no sólo para llevar adelante el deber legislativo. Yo puedo trabajar increíble, pero si yo no salgo de acá, no va a hacerse posible. 

- ¿Y qué te provoca ser legisladora de una ciudad que tiene rincones y costumbres filo europeas, incluso ingresos de esa categoría, conviviendo, a pocos kilómetros con situaciones subsaharianas?

- Intento trabajar para evitarlo. Hay todo un abanico de colores en demandas relacionadas con la juventud, en donde no hay respuestas. Sobre todo, con una ciudad que tiene tanto presupuesto, que no quiere gastarlo en casi nada salvo en pauta publicitaria y negocios inmobiliarios. Vos ves que el hecho de la urbanización de la villa 31 [comunidad de casas precarias] y ya te nacen ciertas sospechas, por lo mal hecho que está y lo mal que están los vecinos.

- Hablemos un poco de tu rol como portavoz de tu generación, ¿Cómo te llevás con ser una portavoz?

- Finjo demencia [se ríe], trato de negar el fenómeno, pero lo tengo presente en los momentos en que es necesario. En realidad, es en lo que más pienso, porque yo sé que tengo una responsabilidad y un valor para un montón de pibes y pibas [chavales] que se organizan, y espero devolverles con esas agendas y reivindicaciones todo eso, sabiendo que a diferencia de ellos, yo tengo un poder. Por eso a veces me quiero morir porque la dinámica de este lugar [señala el edificio] sea cerrar esas puertas y boicotear esas iniciativas, pero creo que lo vamos a lograr. Lo que voy descubriendo en este año de impotencia es que yo sin ellos y ellas no voy a poder aprobar nada acá, y ellas y ellos sin mí acá, tampoco. 

- Hace más de dos años en un reportaje dijiste que te parecía demencial ser legisladora. Hoy estás acá. ¿Qué pasó?

- Fue un delirio. Es loco porque se concentró todo de un minuto a otro, una vorágine de menos de dos años. Yo jamás esperé participar de un proceso electoral, no lo esperaba, no lo intenté construir. Las dinámicas electorales además están sometidas a leyes de mezquindad u oportunismos para conseguir lugares que permitan hibernar o sostenerse individualmente en ese proceso. Yo, por el contrario, no estuve persiguiendo eso. Mi camino estaba en otra parte. Me pareció demencial, muy incómodo para mí, porque yo sabía por cómo se construye la exposición, que me iba a pasar lo que me pasó, que es ser atacada. Yo sabía que no era lo más cómodo para mí. Pero lo más cómodo para mí, siendo cursi, pero no por ello menos verdadero, sé que nunca va a ser el lugar para cambiar las cosas. Los cambios vienen desde la incomodidad. Me pareció que si consideraba que un caso como el mío, no se había visto nunca no solo acá sino en la región, yo sabía que la iba a pasar medio mal, pero sabiendo que las agendas que venimos impulsando, tienen vuelo propio. Valía la pena en tanto y en cuanto, más pibes y más pibas arranquen. Si la puerta se cierra atrás mío es un fracaso, incluso para mí. 

- Hablaste de ataques. No solo hay eso, sino una suerte de persecución u obsesión mediática. Cuando estuviste de vacaciones en la Patagonia te sacaron una foto en un restaurante y dijeron que estabas cenando en un restaurante de alta categoría… 

- Decían que era el restaurante más caro, no lo era en absoluto. Es loco ver un paparazzi en la puerta de un lugar. No me hago la superada, ni me victimizo, pero la obsesión violenta que hay conmigo nunca la vi de esa manera. Puedo pensar en Cristina [Fernández de Kirchner], que es peor, claro, pero se trata de alguien cuyo rol es supremo, y que se enfrenta a otro tipo de poderes. En mi caso, las posibilidades de que se hagan realidad mis pedidos de transformaciones son otras, lo que determina que sea desproporcionado en relación a lo que pueda llegar a lograr yo. Me sorprende esa desesperación relacionada con mi idoneidad. Está muy claro que en esas operaciones y violencias se esconde el miedo a algo que va más allá de mí, que es un proceso generacional de transformación de la realidad. La verdad es que a veces me pone mal, me parece injusto, me vuelvo loca porque es fuerte y nunca te terminás de acostumbrar a esa dinámica tan perversa, pero intento siempre quedarme con que ellos no pueden elegir lo que yo discuto, lo que gané es tener agenda propia. Mi intervención no es en función a sus problemas o dudas, sino que se erige en función a las tensiones con las que vivimos nosotros. Eso es lo que intento sopesar. Yo soy el chivo expiatorio para disciplinar a todos, condenso a los que ellos quieren disciplinar y aleccionar, a quienes se espejan en mis rasgos políticos. Intento no mostrarme nunca aleccionada. 

- ¿Podría decirse que tu formación dependió casi exclusivamente de tu paso por el Carlos Pellegrini? Quiero decir, en tu casa no se hablaba demasiado de política, ¿no?

- Tal cual. De hecho mientras más consolidaba mi militancia, más me acercaba al proceso de mis abuelos, que sí eran militantes, pero que de ninguna manera fue algo que yo sabía. Mi mamá me contaba que sus cumpleaños a veces los pasaba en la unidad básica con los compañeros de mis abuelos, cosa que yo no sabía en absoluto. Empecé a militar a los 13, y me formé al calor de encontrarme con una herramienta tan contundente como es el Centro de Estudiantes de mi colegio. 

- Te hiciste feminista a los 15, ¿hubo algún episodio clave?

- Yo siempre cuento una anécdota que es un poco graciosa. Tenía 11 años y estaba viendo una novela con mi prima. De repente la interrumpen para que Cristina [Fernández, entonces presidenta] hiciera un discurso por cadena nacional. Mi prima se puso a llorar, porque habían cortado la novela, y yo me pongo a escuchar, sin saber bien qué era. Recuerdo sí que presté mucha atención, y me sorprendió que la presidenta me estuviera hablando. A partir de entonces empecé a querer escuchar siempre de qué se trataba. En sexto grado [12 años] ya me decían “la kirchnerista”. En las elecciones presidenciales del 2011 aposté con el papá de una amiga que ganaba Cristina. Por supuesto, aquello mío estaba muy mediado por la pasión, como si fuera fan de Disney o de Casi ángeles [telenovela juvenil]. Yo entré al secundario con eso encima, y entré al colegio y lo convertí en ideas y proyectos. 

- En un momento muy especial, porque las demandas del feminismo hoy son demandas universales, y las agendas verdes también lo son. Eso de algún modo también tracciona una idea universal de cambio. 

- Sí. Intento observar la realidad global: en muchas partes del mundo se están diciendo cosas parecidas. Mi caso se puede espejar con otros casos, desde Greta Thunberg o Alexandria Ocasio-Cortez, como los casos extremos, o Manuela d'Ávila en Brasil o Camila Vallejo en Chile. Cada quien tienen sus particularidades, pero responden a una lógica de construcción política bastante parecida, que muchas veces se puede ver más claramente con una agenda en común. La característica territorial tiene mucho que ver, pero sin duda está eso. 

- Apuntando hacia adelante, y en relación a la demanda del feminismo de una transformación del sistema patriarcal. ¿Hasta dónde el sistema es capaz de resistir eso, o, si se quiere, no tiene el sistema la suficiente pericia para absorber esas demandas e incorporarlas sin un cambio total? 

- Eso es así, pero depende de qué comprendamos como feminismo. Yo creo que el sistema intenta siempre lavar los procesos de transformación e incorporarlos. Hoy hay una disputa abierta en el feminismo con un riesgo de liberalización que si no contrarrestamos no sé si vamos a poder hacer el cambio. ¿A qué me refiero con esto? Creo que si no le damos al feminismo una impronta profundamente popular, y creo que el concepto más contundente es el de interseccionalidad, posiblemente se arme otra cosa. Lo podemos pensar en cualquier debate. La discusión sobre el amor romántico, por ejemplo. El sistema ya no te está invitando a que formes una familia ideal, de lealtad, y fidelidad. El sistema ya está performando otra cosa que haga aparecer a las relaciones de subordinación friendly con la modernidad, entonces en realidad, a lo que te está invitando es a megaerotizar, a descomprometerte de los vínculos afectivos. Te encontrás desafiando el concepto de amor de la Iglesia, supongamos, pero ese concepto ya no es peligroso hoy. Un feminismo que no se piense desde lo semántico sino desde lo práctico, un feminismo que piense en sus desigualdades y cómo se cruzan, que es la única manera de pensar el patriarcado como un sistema de interacción es tener que claro que estamos en un mudo donde es más difícil ser mujer, pero es más difícil ser mujer y pobre, y más difícil aun ser mujer, pobre y migrante o trans, y así etc, etc. Y si no tenemos noción de que es de abajo para arriba, posiblemente nos encontremos militando libertades individuales en forma de feminismo. 

- Sin caer en romanticismos, ¿hay ya un cambio que viene incorporado en las nuevas generaciones, en especial con mayor naturalidad entre las mujeres? 

- No es natural, pero responde a un fenómeno que se lo encuentran a la fuerza. Uno tiene que mirar cada paso. Las pioneras, las feministas que lo hacían fueron creando conciencia. Si vos tomás a una persona de mi edad en un contexto o en otro de acuerdo a este punto, los resultados son distintos. Si nunca estuvo cerca de algún tipo de militancia en su curso, si nunca rozó la problemática, los resultados son distintos, pero creo que cada vez más hay recursos para conectar esas experiencias. 

- En ese sentido, ¿te encontraste con amigos que hicieron pedagogía con sus padres?

- Mega. Cuando se hablaba de revolución de las hijas a mí me generaba contradicción, porque, en realidad, nosotras terminábamos criando a nuestras madres. Ahora me gusta el concepto. Me pasó con mi madre, con mi padre. Todos los días fui mostrando sin soberbia el ritmo que encontramos. Lo injusto que son algunas cosas. A muchos y a mucha les pasa. Cuando se votó en 2018 la primera vez el aborto escuché a abuelas que decían que votarían a favor porque si no sus nietas no le hablaban más. 

- ¿Qué dice tu madre?

- Ahí anda. Lidiando. Le voy enseñando a no buscar en Twitter… Ella me banca, me banca a muerte. A pesar de que la asustó esto, como cuando fui presidente a los 15 en el Pelle, siempre está ese primer miedo, pero confía mucho en mí, me acompaña y quiere conocer, y saber. 

- ¿Y tu padre?

- A mi viejo le cuesta un poco más. Pero acepta finalmente. 

- ¿Tenés modelos de liderazgo?  

- Un poco de todo. Miro mucho a Alexandria Ocasio-Cortez. Es muy inspiradora. Cristina [Fernández de Kirchner], por supuesto, siempre la miro para saber hacia dónde ir. Después cosas más random. Tengo una referencia simbólica que es Daenerys Targaryen, de Game of Thrones, antes de que la arruinen. Me ayuda a aprender a confrontar y a ser determinante en mis objetivos. Me digo eso muy seguido, más de lo que me gustaría. 

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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