El vuelo de Frida Kahlo

Incluso postrada en la cama, la artista mexicana nunca dejó de pintar. Una retrospectiva en Madrid, la primera en casi cuatro décadas, lo recuerda.

'Autorretrato con changuito', de Frida Kahlo (1945), una de las obras de la retrospectiva de la pintora mexicana en Madrid. CASA DE MÉXICO
'Autorretrato con changuito', de Frida Kahlo (1945), una de las obras de la retrospectiva de la pintora mexicana en Madrid. CASA DE MÉXICO

Empezó a pintar su rostro copiándolo de un espejo montado en el dosel de su cama, ayudada de un caballete diseñado para que pudiera pintar con el cuerpo algo incorporado. Un catastrófico accidente —el autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía y un pasamanos de acero le atravesó el cuerpo— obligaba al reposo. Era 1925 y Frida Kahlo (Coyoacán, México, 1907) tenía solo 18 años. A lo largo de su vida, tendría que someterse a más de 30 cirugías, lo que la llevó a estar inmovilizada durante largos periodos de tiempo. En sus palabras: “Pinto autorretratos porque estoy mucho tiempo sola. Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco”. En la cama o fuera de ella, nunca dejó de pintar.

La ya mujer culta, de gran talento, se había forjado un carácter fuerte desde los 6 años, cuando la polio se esforzó en diferenciar la longitud de sus dos piernas. En esa cama, la joven Frida comenzó a retratar a otros: a amigos, familiares, vecinos y conocidos. La primera obra de arte que ella consideró como tal fue el Retrato de Alicia Galant, datado en 1927, que representaba los movimientos artísticos de la Europa del momento. Y es que, hija de un fotógrafo alemán y de una mujer de Oaxaca, Frida atesoraba una doble herencia que transitaría de una pintura moderna con influencia de la tradición europea a obras en las que incorporaría elementos asociados a la mexicanidad. Esto último proliferó a raíz de su matrimonio con el pintor Diego Rivera, en 1929. Fue entonces cuando comenzó a crear sus famosos autorretratos con una carga introspectiva repleta de simbolismo y, en ocasiones, de una brutal crudeza. Como La columna rota, Diego y yo, Autorretrato con changuito o Mi nana y yo. Verlos es emocionarse.

'La columna rota', de Frida Kahlo (1944). CASA DE MÉXICO
'La columna rota', de Frida Kahlo (1944). CASA DE MÉXICO

De vuelta a España

Todas estas obras, así como las que proceden de su época anterior, engalanan, desde el pasado 7 de mayo y hasta el próximo noviembre, las paredes de la sede de Casa de México en Madrid, donde una exposición, que es también un hito, recoge 31 obras originales, 91 fotografías (cuatro del mexicano Manuel Álvarez Bravo), algunos vídeos y una bellísima instalación con páginas de su diario.

La muestra se nutre de la colección del Museo Dolores Olmedo, que, como destaca Raquel Calaco, responsable de Mediación Cultural en Casa de México, es “la más grande de obras de Frida Kahlo en el mundo”. La última vez que una retrospectiva similar recaló en Madrid fue en 1985, hace ya casi cuatro décadas, cuando los fondos del museo mexicano sirvieron de base para una exposición en la Sala Ruiz Picasso de la Biblioteca Nacional.

Desde los comienzos de su producción hasta el final, que llegó demasiado pronto, en 1954, cuando la artista murió con 47 años, Frida Kahlo: alas para volar recorre, a lo largo de cuatro salas, la obra pictórica de la autora mexicana y reconfirma a la mujer que desafió las normas sociales y los estereotipos femeninos. Hoy, los temas que la pintora abordó en sus obras continúan vigentes: el dolor, la muerte, la reivindicación de la mujer, la violencia de género, las relaciones de pareja, la maternidad, el cuerpo humano, la naturaleza, la herencia prehispánica y lo mexicano.

Una fotografía de Frida Kahlo recibe a los visitantes de la exposición en Madrid. CASA DE MÉXICO
Una fotografía de Frida Kahlo recibe a los visitantes de la exposición en Madrid. CASA DE MÉXICO

En la artista, su vida y su obra están estrechamente unidas. Por eso la muestra explora el contexto biográfico y la parte íntima; invita a disfrutar de lo estético y a comprender el momento histórico. Los hechos más destacables de su vida se observan en todo el recorrido.

“A partir de los años setenta, cuando explotan todas las corrientes feministas en Europa, y 10 años más tarde, en los años ochenta, cuando artistas como Madona empiezan a utilizar su figura, Frida se convierte en un personaje muy reconocido, en un boom: vamos a vivir una fridomanía. La mayoría de los libros o exposiciones repiten muchísimo los mismos temas o representan al mismo personaje. Frida como una esposa dolida que sufrió infidelidad. Frida como una mujer que quería ser madre y vio frustrados sus deseos y lo plasmó en sus cuadros. Pero Frida es muchísimo más que todo esto. La intención de la exposición es rescatar a la mujer, a la artista, independientemente de Diego Rivera, que influyó muchísimo en su obra, obviamente, fue uno de sus grandes promotores, pero ver mucho más de ella”, destaca la responsable de Mediación Cultural en Casa de México.

En su propio cuerpo

Y lo vemos, a través de una exposición que es en sí una biografía pictórica y fotográfica de la mexicana. Principalmente, en las obras que representan su propio cuerpo, que la pintora convierte en escenario para discurrir sobre los estereotipos femeninos, para desarticular los conceptos de género y para plasmar sus vivencias. “Nadie como Frida ha representando el cuerpo femenino de esa manera. En el mundo del arte, la mujer siempre ha sido la musa o la modelo, pero ha sido ella misma la que ha tenido que tomar los pinceles para autorepresentarse de una manera distinta”, dice Raquel Calaco.

Frida integra el cuerpo femenino como centro de discusión de la fecundación, el embarazo, la maternidad, el aborto, la violencia sobre la mujer, la vida y la muerte. Y también se sirve de él para mostrar la resiliencia, la fuerza de espíritu y la capacidad para trascender el dolor. Frida transforma sus experiencias en un acto poético y artístico que le ayuda a superar las dificultades.

'Hospital Henry Ford', 'Sin esperanza' y 'Unos cuantos piquetitos', de Frida Kahlo. CASA DE MEXICO
'Hospital Henry Ford', 'Sin esperanza' y 'Unos cuantos piquetitos', en la exposición en Madrid de Frida Kahlo. CASA DE MEXICO

Sus potentes autorretratos dan salida a un agitado mundo interior, haciendo visibles el dolor físico y el emocional. Como en Hospital Henry Ford, donde plasmó uno de los momentos más traumáticos de su vida: el aborto natural que sufrió en el año 1932, mientras vivía en Estados Unidos. “Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor… La pintura me completó la vida, perdí tres hijos… Todo eso lo sustituyó la pintura. Yo creo que el trabajo es lo mejor”, dice en su diario. En Sin esperanza (1945), uno de sus cuadros más perturbadores, la vemos engullendo una especie de “banquete de la muerte”, representado por un gran embudo. En La columna rota autorretrató su dolor: Frida llora porque tiene su columna (jónica) rota y sólo un doloroso corsé de metal la mantiene firme. “Esperar con la angustia guardada, la columna rota y la inmensa mirada. Sin andar en el vasto sendero, moviendo mi vida cercada de cero”, recoge su diario. Ya en el cuerpo de otra mujer, acompañada de su marido y asesino, Frida retrató la violencia de género, en Unos cuantos piquetitos (1935).

Una parte no existe sin la otra

La dualidad en la obra de Frida Kahlo también está presente en la exposición. Nacimiento y muerte, noche y día, luna y sol… La mexicana plasma en sus pinturas ese eterno ciclo recurrente mediante universos personales que descubren su interés por la anatomía, la medicina (quiso ser médico, pero el accidente cambió su vida), la fertilidad y la similitud de los ciclos reproductivos de la naturaleza y los del ser humano. En Diego y Yo, uno de sus autorretratos más célebres en el que una cabeza se compone de los rostros de ambos, con dos mitades que no encajan a la perfección, Frida representa la metáfora de esa dualidad en la que una parte no puede existir sin la otra.

'Diego y yo', de Frida Kahlo (1944 ). CASA DE MÉXICO
'Diego y yo', de Frida Kahlo (1944 ). CASA DE MÉXICO

“No estoy enferma, estoy rota, destrozada. Soy feliz cuando pinto”, diría en una ocasión la pintora. A partir de 1946, su salud empezó a empeorar y tuvo que pasar mucho tiempo en la Casa Azul. Fue entonces cuando empezó a reflejar elementos de la intimidad del hogar y su vida cotidiana. Creó naturalezas muertas o “naturalezas vivas”, como ella las denominaba por su capacidad de aportar vitalidad a la monotonía. En estas obras incluyó frutos frescos, muchos de ellos endémicos de México, en ocasiones abiertos o en formas sexualizadas y rebosantes de color. Integró mascotas, insectos, banderas mexicanas y figuras prehispánicas. Porque la obra de Frida Kahlo se apoyó en el indígena, en el mestizaje como alma de la mexicanidad.

Fue en 1953, un año antes de su muerte, cuando su pierna derecha tuvo que ser amputada. De ese suceso nació una frase en su diario, que ha trascendido tiempos y lugares: “Pies para qué los quiero si tengo alas pa’ volar”. A través de su obra, la artista inmensa que dejó una impronta imborrable en el arte universal sigue volando.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como Cinemanía, La Vanguardia, Viajes National Geographic y El Confidencial

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