Artes

‘Las chicas están bien’: la alegría de vivir

Itsaso Arana habla de su primera película como directora, en la que unas actrices en estado de gracia se reúnen para ensayar una obra de teatro.

Barcelona
Itsaso Arana (de pie), con el resto de actrices de la película 'Las chicas están bien'. LOS ILUSOS FILMS

La primera vez que nos percatamos de la existencia de Itsaso Arana (Tafalla, 1985) fue con el magnético debut de Ángel Santos, Las altas presiones (2014), y la última vez que la vimos fue bailando al final de una noche de San Fermín en la más experimental H (2022), de Carlos Pardo Ros. La actriz navarra ha participado también en series y producciones más comerciales, acaso alimenticias, pero la tenemos sobre todo como un auténtico icono del cine independiente español.

Entre esas dos películas, Itsaso Arana ha estado muy ligada al mundo de Jonás Trueba, que se ha convertido en su pareja. Se conocieron rodando La reconquista (2016) y coescribieron juntos La virgen de agosto (2019). Itsaso volvió a actuar en Tenéis que venir a verla (2022), y ahora el más brillante de los Trueba le ha producido, a través de Los Ilusos Films, su deslumbrante debut como directora, Las chicas están bien, protagonizada por ella misma; una maravillosa Irene Escolar, que ya estaba en Tenéis que venir a verla; una embarazadísima Barbara Lennie, que dio a luz a finales de 2022; y dos actrices poco conocidas, Itziar Moreno y Helena Ezquerro, a las que se augura “un gran futuro por delante”, como se suele decir en estos casos.  

Y sin embargo, para Arana, antes que el cine fue el teatro. Hace ya 18 años que fundó, junto a Celso Giménez y Violeta Gil, la compañía teatral La Tristura. Acababa de llegar a Madrid desde su pueblo natal para estudiar en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y el teatro se convirtió en su vida y su vida, en el teatro. Entre los tres crearon obras como CINE, Materia prima y Años 90, donde investigan “los límites entre la presentación y la representación, mostrando un interés por el teatro contemporáneo, y un compromiso con la intuición de que la intimidad y la poesía son, esencialmente, conceptos políticos”, según se dice en la propia web de la compañía.

Así que no puede ser una casualidad que su personaje en Las chicas están bien sea precisamente una dramaturga, que se retira, junto a cuatro actrices, a un bucólico caserón de León para ensayar una de sus obras. Lo que, sobre el papel, puede sonar a un pedante ejercicio metateatral y metacinematográfico asombra en la pantalla por su frescura, ligereza y luminosidad, algo que sólo se consigue con cinco actrices en estado de gracia, felices de actuar juntas. En una palabra: deslumbrante.

- Encantado de conocerte, por fin. La primera vez que te vi en persona era el mundo al revés: estabas entre el público y yo, en el escenario del Cine Doré de Madrid, presentando a Mia Hansen-Løve.

- ¡Qué guay! Mia es un súper referente para mí ¡Qué maravilla que te acuerdes de eso!

- En Las chicas están bien hay un chiste muy gracioso sobre Louis Garrel. Pero resulta increíble que, aunque sea en la ficción, él le diera calabazas a Irene Escolar, que está increíble, rebosante de sensualidad.

- Se lo diré, le va a encantar. Lo de Louis era como una invocación... Aunque creo que él está muy solicitado y es demasiado deseado, incluso. Salió el nombre, y me hacía gracia esa unión. Un poco por intuición. No sé.

- Vamos sumando y podemos decir que Las chicas están bien es una película bastante afrancesada en muchos aspectos, ¿no crees? Se la califica mucho de rohmeriana, aunque puede que sea el adjetivo más gastado por la crítica cinematográfica. También porque la influencia del francés es inmensa.

- Sí, ¿qué pasa con esa palabra que siempre está en la punta de lengua? Obviamente, me encanta Rohmer, y llevo a mucha honra esa herencia francesa. Hay una franqueza de la luz, una manera de contar los espacios, el verano, las charlas. Esa verborrea. Pero la verdad es que no sé si es una película tan francesa. Es a mi manera, aunque evidentemente mi escuela ha sido con Los Ilusos, y al pobre Jonás lo fríen con esto de que es un  afrancesado. Algo tiene de verdad, evidentemente. Lo mismo cuando me dicen que mi película es rohmeriana. Digo, sí, vale, pero también es nuestra manera.

Las actrices Helena Ezquerro e Irene Escolar, en 'Las chicas están bien'. LOS ILUSOS FILMS

- También me acordé de Una partida de campo, el clásico de Renoir. Creo que, como con Rohmer, por esa frescura y ligereza que resulta tan emocionante. Es el encanto de la película, que todas y todo están como en un estado de gracia.

- Eso me halaga profundamente, porque esa película me encanta. Tiene una magia y una sabiduría del cine y de la vida que te sigue sobrecogiendo. Sigue siendo completamente contemporánea por cómo es capaz de captar la vida de una manera tan esencial y atemporal. Es superemocionante. Y sí, es posible que compartan esa joie de vivre. Para mí era importante alcanzar esa ligereza, huir de la solemnidad que podría acarrear la idea de un grupo de actrices hablando de temas universales y existenciales. Creo además que la parte metaficcional de la película nos ayudó, porque nos permitía saltar de una ficción a otra, de una época a otra, de un tema a otro, de un tono a otro.

- La película se alimenta de vuestras conversaciones. Hay mucha ficción, pero no deja de ser vida.

- Sí, porque son mis amigas, actrices a las que amo. Me gusta cómo miran en el mundo, me gusta su bagaje artístico y vital. De alguna manera, la peli nace del deseo de retratarlas y de tener un grupo de amigas alrededor con las que sentir que era capaz de hacerla.

- En la película, eres dramaturga, y tú también tienes un pasado muy teatral con La Tristura. ¿Cómo se relaciona la película con ese bagaje?

- Supongo que me ha salido una película que es un poco una reunión de mis pequeños saberes, y tanto el teatro como el cine son los quehaceres a los que me he entregado a lo largo de estos años. Sigo vinculada a La Tristura, pero ya no he seguido creando activamente con ellos. Aunque son como mi familia, hace como siete u ocho años que no firmo una obra como autora. Mi veintena ha estado en el teatro y mi treintena la he dedicado más al cine. Hay una especie de comunión entre entre ambas pasiones. Quizás porque no me atrevo a hablar de aquello que no conozco.

- Si tu compañía se llamaba La Tristura, la película, como decías, es pura joie de vivre.

- Sí, la película se podría llamar Alegría de vivir. A la compañía la llamamos La Tristura porque teníamos 20 años y nos sonaba dulce. Pensábamos en esa alegría que viene de la tristeza.

- Aquí sería lo opuesto.

- Exacto. Hay una melancolía, pero también un deseo de que estas experiencias transformadoras de orfandad, de muerte, y de conciencia de la vida, nos hagan sentir más vivas. No puede existir una alegría que no llegue desde la conciencia de muerte. Las chicas están bien no es un título ligero pop porque sí. Es una aspiración, es una utopía, pero no algo que sea superfácil de hacer.

- Ahí entra la parte política, ¿no? Un grupo de chicas que se lo pasan bien juntas.

- Sí, un elenco casi totalmente femenino ya es toda una declaración de intenciones. Y creo también que si la película tiene algún mérito es que esos valores que promueve han sido vividos y atraviesan toda la producción. No es que nos hayamos querido apuntar a ninguna moda. A veces tengo la sensación de que se pone el sello feminista sólo para mantener las apariencias, y que puede llegar a ser un poco tramposo, aunque bienvenido sea, porque si no…

Itsaso Arana (centro), en el rodaje de la película. ELVIRA IRANZO

- Sí, es como el tema de las cuotas. Al principio pensaba que una mujer no tenía que beneficiarse del hecho de ser mujer para ocupar un lugar como cineasta, pero luego, con el tiempo, he entendido que, si las cosas no se fuerzan un poco, no cambian. La inercia hace que todo siga igual, ¿no crees?

- Totalmente, estoy súper a favor de ese forzar las cosas. Aunque al mismo tiempo también considero que hay proyectos que se ven como feministas porque hay mujeres en ellos, y no siempre es así, ¿no?

- No, de la misma manera que también hay mujeres misóginas.

- Sí. Y tanto.

- Háblame de la obra teatral que ensayan las chicas. Es una obra de época, me hizo pensar en Molière y en Las preciosas ridículas, aunque aquí no son nada ridículas, ¿cómo se titula?

- Ah, nadie me ha preguntado eso. Es una obra de época, sí, pero de una época indefinida. Representa un poco todo el teatro que estudié en la Escuela de Arte, cuando llegué a Madrid con 17 años. A la obra le puse el título de La delicadeza, por un verso de Rimbaud que dice: “Por delicadeza, perdí mi vida”. Era una obra completamente irrepresentable, con un grupo de chicas alrededor de una cama veneciana. Pero algo quedó, y se me ocurrió apartarlas del mundo para enfrentarlas a este material artístico.

- Así se creó una película con tres niveles de lectura, ya que, además de la obra que ensayan y las actrices que interpretan, también responden todas a su nombre real. Una capa más.

- Sí, quería que la película pudiera, humildemente, funcionar como una especie de tratado de interpretación donde hay diferentes texturas, diferentes ficciones… Hay momentos en los que las actrices ya no saben si seguimos rodando. Para apartarme del mundo con un equipo, hacer una creación colectiva, necesitaba poder hablar de estos procesos dentro de la misma película. Eso me dio confianza. Y con eso acabé jugando.

- Tres niveles de narración que se entrelazan: la obra teatral, las actrices que la están ensayando, y la realidad, que se infiltra en la película porque utilizan sus nombres y profesiones reales.

- Sí, son unas actrices que saben que están haciendo una película, son unas actrices que han ido a ensayar una obra de teatro, y son unas actrices que están conviviendo y se van conociendo. Creo que el cine puede captar superbién esa sutileza, esos niveles, esa vida que se genera alrededor de la obra, de los ensayos, cómo se van conociendo… No sé, todo eso tenía el cine. La película misma me pedía algo de metaficción, y sentí que podía ser bonito que las actrices se apropiaran de la película.

- Esa casa en León, ¿cómo lo encontraste? Encaja muy bien con la atmósfera de cuento de la peli. 

- La verdad es que cuando encontré la casa sentí que podía rodar la película, porque la había escrito sin saberlo para esa casa. Es maravillosa, un antiguo molino del siglo XVII reconvertido en casa rural. Mercedes, que aparece en la película, es la dueña. Le escribí su personaje, porque me dije: “Amiga, llevas haciendo el arte de esta peli toda tu vida”.

Una casa en León es el escenario principal de 'Las chicas están bien'. LOS ILUSOS FILMS

- Eso también es muy francés, hay muchas películas alrededor de una casa. Las horas del verano...

- Totalmente, es verdad.

- Y bueno, ¿qué tal con Jonás como productor? Me parece muy buen cineasta, porque siempre va a mejor. Da la sensación de que, en cada momento, vuestra relación artística cobra una nueva forma, de director a coguionista, y luego otra vez a director...

- Me siento muy afortunada de haberme encontrado vital y artísticamente con él. Para mí es un tipo muy sabio, con una filosofía y una manera de entender el cine que es muy coherente. Ha hecho las películas a su manera, y se ha inventado una forma de hacer que no es nada habitual. Es un cine posibilista y es un cine inspirador para otros cineastas. Cuando vi su primera peli, Todas las canciones hablan de mí, dije: ¡wow! Yo soy algo mas joven que él, pero es una película generacional. Después de hacer La reconquista, nos quedamos con ganas de seguir trabajando juntos. Él quería hacer una película en verano, en Madrid. Y supongo que fue como natural decir: ¿por qué no la escribimos juntos? Y nada, es un tipo del que aprendo mucho; creo que él también aprende conmigo, quiero pensar, porque ahí vamos creciendo.

La virgen de agosto y Las chicas están bien. ¿Qué os pasa con el verano?

- Creo que es porque nací en verano, porque me gustan las charlas que se generan en verano, porque me gusta el tiempo que se abre en verano y porque no hay un estado atmosférico más ideal que las noches de verano, obviamente cuando no son estas, con tanta humedad y tan altas temperaturas. Me refiero a las noches de verano a la fresca. Hay algo también de mi pueblo, las mujeres de mi pueblo, sentadas en la puerta de sus casas, una manera de socializar; y ahí es donde realmente se cambia el mundo, hablando. Las noches de verano pueden cambiar el mundo.

- ¿Vais a volver a colaborar?

- Sí, estoy escribiendo con él y con Vito Sanz, la siguiente que va a rodar él. La rodaremos en otoño.

Periodista cultural especializado en cine y literatura. Fue redactor de la revista Fotogramas durante 17 años. Ahora colabora regularmente con medios como La Vanguardia, El Mundo, Cinemanía o Sofilm, entre otros. Ha comisariado la exposición Suburbia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.