Al ver la cuenta de Instagram de Jimena Duval es posible sorprenderse con ilustraciones por un uso intensísimo del color, mujeres en diferentes poses —a veces, fragmentado—, animales, rostros que denotan tristeza, alegría o ira y una estética semejante a la del cartel, por su tratamiento pictórico realizado desde la planicie. Pero no es tan directo como pudiera parecer: sus imágenes requieren verse, leerse y entenderse.
Es ese el arte de Jimena Duval (1988): iconográfico, colorido e introspectivo. Fiel reflejo de su creadora, una coleccionista de máscaras, amante del manga y el anime, quien, cuando empieza a hablar no pierde la cortesía, demostrando que no tiene miedo a entrar en los abismos más oscuros de la experiencia humana, pero también sabe visibilizar los más luminosos. Se define como neurodivergente, crítica con la psiquiatría y con las condiciones de vida actuales. Ella cuenta su historia sin titubear, pero, sobre todo, defiende el autoconocimiento como un valor humano esencial. En su arte, se ve el trauma, la depresión, lo erótico, lo místico, lo pop y lo autorreferencial.
Intereses secretos
Cuando Jimena tenía trece años, su madre ingresó en la Misión de la Virgen del Rosario del Pozo, secta surgida en Puerto Rico. Sobre su líder, Juan Ángel Collado Pinto —quien dijo haber presenciado una advocación mariana en su niñez—, pesan acusaciones de abusos sexuales, realizar castigos humillantes, exigir a sus seguidores a hacer ayunos extremos y autocastigos físicos. La secta, aunque de influjo cultural católico, no es reconocida por el Vaticano.
En su adolescencia, ocultaba sus intereses. A escondidas veía Evangelion, Ranma ½, Sailor Moon y Sakura Card Captor. Sus mangas los guardaba en la casa de una amiga. Y sus dibujos, que tomaban esos mundos como referencia, también debían permanecer en las sombras. Su madre, quien realizaba prácticas de autoflagelación, podría interpretar cualquier contenido como satánico. Esa mujer llegó a despertar en la madrugada a Jimena con bofetadas por no haber rezado antes de dormir.
—Crecí con una máscara de una niña de ideas religiosas, que no insultaba, que no se oponía. Me ayudó a sobrevivir; por eso las colecciono como parte de un imaginario propio. Me gusta tenerlas como un recordatorio de quién soy hoy en día.
Jimena ingresó en la licenciatura de Arquitectura en la Universidad Autónoma de Yucatán. Pronto comenzó a trabajar en una agencia publicitaria como diseñadora, antes de mudarse a Ciudad de México para fundar un emprendimiento junto a una amiga. Pasaba el día entero diseñando logos, por lo que, para manejar el estrés, hacía ilustraciones digitales en las noches. En el 2017, abrió su cuenta de Instagram, en la que se nombró con un apellido distinto al original: Duval.
“Para mi mamá, yo soy la hija perdida”, cuenta Jimena. Sus experiencias han dejado secuelas, que ella ha procurado retratar. En un sueño, ella se visualizó en la habitación de su casa familiar, en la cama, y la Virgen que reposaba sobre una repisa la miraba con ojos juzgones, agresivos. Esa escena apareció en un cómic que realizó.
Debido al contenido de las ilustraciones de Jimena, la relación con el movimiento feminista fue un hecho natural: cuando el tema del feminicidio tomó relevancia en la esfera pública, su discurso se comprometió. Pero después fue cuestionándose esa vinculación, pues ya había muchas ilustradoras trabajando con el tema, y además, pensó que quizás a familiares de las víctimas se les podría hacer doloroso ver tantas representaciones. Decidió centrarse en su interioridad.
La pandemia arrasó con la clientela de Jimena. Quedó encerrada con su pareja. Se acopló a hacer lo único que creyó pertinente: ilustrar. Su cuenta de Instagram experimentó un crecimiento abismal. No era consciente de que esa respuesta significaba algo más. La depresión fue incrementándose. Tanto ella como su novio entraron en un proceso de psiquiatrización: citas, pruebas y pastillas. Fue diagnosticada con bipolaridad 2. Ella fue atendida por una doctora competente, pero sabe que no siempre sucede así. Le impresionó conocer las anécdotas de negligencias profesionales, siempre con consecuencias devastadoras en los pacientes.
Al conversar en sus redes al respecto, hubo reacciones de apoyo. Fue la misma época en la que la venta de sus prints se intensificó. Después, llegaron las exposiciones y las colaboraciones con marcas. Hoy se siente tranquila.
¿La constante presencia animal en tu trabajo es para hablar de nuestros instintos y represiones?
Sí. El haber crecido en un ambiente con demasiado ojo vigilante hacía que todo se viera como algo malo. Había una concepción más divina y cercana a Dios, y todo lo animal era lo satánico. Yo pensaba que, al final, somos animales: tenemos instintos que reprimimos para sobrevivir en un ambiente moral. Y digo moral en el sentido de este tipo de instituciones, no de la ética. Además, crecí con muchos animales. Había mucha violencia en mi casa, y siempre tenía que recurrir al animal, al conejo o al perro, para desconectarme de lo que había en casa. Recurría a esa animalidad y quiero volver a ella para sobrevivir. Esa bestialidad está asociada a mi trabajo. Cada animal significa algo. El perro negro es como la depresión. El caballo habla de lo descontrolado, que es bello, pero peligroso: una patada suya te puede matar. El cocodrilo, que está todo el tiempo escondido, es peligroso. Y el zorro, que es mi animal favorito, es símbolo del ingenio, es la dualidad entre el perro y el gato: tiene características de ambos. Es un animal que está en todos los continentes, se ha adaptado a varios climas.
Veo posiciones incómodas, espinas, sangre y dolor físico en tu arte. ¿Tiene que ver con tu formación cristiana?
Muchas de mis imágenes son cuerpos en posiciones incómodas, atravesados por objetos. Todo porque crecí con esa gráfica de púas y santos atravesados. Mi mamá me compraba cómics de santos cuando era niña. Cuando le dije a mi mamá de mi depresión, a los 15, ella me dijo que lo que me hacía falta era Dios. Es complicado separarse de esa parte. Me deslindé de mi familia. Me pregunté por qué los humanos nos hicimos esta vida tan dura de para tener un techo, un resguardo y para poder comer. En mi gráfica, cuando dibujo estas partes de pulso cortante, hablo de la parte fea de la humanidad. Nuestros cuerpos son bellos, pero la vida no es sencilla. Las flechas que atraviesan a un personaje hablan del pasado, que siempre vuelve. Depende de dónde la haya dibujado —en frente o detrás— es que se ubica el pasado, siempre vamos a enfrentarnos al dolor.
Pienso mucho en las imágenes religiosas. Mi mamá tenía fascinación con la Virgen que sangra, que llora, y yo crecí con esas imágenes. Por eso dibujo muchas gotas de sangre que salen del cuerpo, porque también estuvieron muy presentes. Vivir en una casa tan religiosa me hizo creer que el sufrimiento es algo positivo porque purifica. Todas estas coronas de espinas pueden ser cosas que suceden en la vida. Este imaginario del dolor que he creado viene asociado a esas imágenes dolorosas, a mi mamá dándose latigazos. De cierta forma, al crear, yo me purifico cada vez que libero un poco de esa historia con la que crecí.
¿En tus ilustraciones la introspección estuviera ligada a la mutación?
Pues sí. Como soy alguien de procesos depresivos, uno puede ver cosas depresivas y ligeras en mi obra; puedes leer qué está pasando en mi vida en esas semanas. Algo luminoso y lleno de colores un día, y al otro, todo oscuro y fuerte. Algo de lo que me permeé mucho en la carrera de Arquitectura fue la psicología del color. Nunca uso un solo color. De repente ves cosas planas, coloridas, porque trato de representar lo que pasa dentro de mí. Un día estoy enojada y quiero representar el enojo, como con dos perros en la cabeza de una chica: quiero que represente algo violento con ese color rojo. Luego hago una pieza más corta, blanco y negro, con una violencia sutil.
Estamos rodeados de positividad falsa. Yo trato de evadirme de esas narrativas. No puede ser que todo se pinte feliz todo el tiempo. Y también viene del entorno donde crecí, donde todo era felicidad socialmente.
¿Hay un intento por lograr la narratividad, tanto en imágenes que llevan texto como en las que parecen más estáticas?
Siento que le doy más importancia a la narrativa que a la forma. Agrego escritura porque tuve la oportunidad de conocer a Daniela Camacho, escritora. Ella me abrió la puerta para conocer a autoras y autores, como Joumana Haddad, una escritora libanesa, o Clarice Lispector. Quiero hacer textos, más que frases. No soy tan fan de la frase, porque tiene una vida inmediata muy del mundo de las redes.
Si tú me preguntas por cualquier imagen, siempre nace a raíz de una historia. Tal ilustración se dio porque he tenido alucinaciones en mis psicosis. Todas las imágenes tienen símbolos escondidos de mi narrativa personal, que significan algo para mí. Son estáticas, pero con una historia intencional dentro.
Tienes un proyecto sobre el tarot. ¿Es una condensación de tus intereses?
Lo que me gusta del tarot es que rompe con paradigmas, como darle poder a una mujer, darle una sacerdotisa. Por ejemplo, El Diablo: esa carta es del deseo, de estrategias, de cosas que pueden ayudar. La Muerte me parece preciosa, porque significa nuevos inicios; allí la calavera no es algo fatídico, no es algo satánico, aunque también es doloroso. El Palo de Espadas es sumamente trágico, porque las espadas son razonamientos: eso habla de cómo nuestra mente puede jugar en nuestra contra. Sí, justo es una condensación de intereses: el elemento místico es muy rico, y los animales también están presentes en las cartas: en La Luna están las esfinges y en El Carro también. Hay muchas representaciones de todo tipo, mucha representación femenina. En el tarot hay muchos de mis intereses mezclados y condensados.
Siento que en tu obra hay un tratamiento erótico que busca la anormalidad. ¿Dirías que hay una búsqueda de reflexión en lugar de sensualidad?
Es que es mi propia corporalidad. El erotismo es una manera de control, de apropiación de algo que fue negado en mi adolescencia. Allí la desnudez solo podía ser sexualidad, y no desnudez y ya. Me gusta poder mezclar ambas cosas: tener un cuerpo desnudo que no sea algo erótico, y sí tener un cuerpo erótico natural dentro de alguna imagen. Pero la sensualidad es parte de nuestra vida. Nuestro cuerpo es nuestra herramienta, la desnudez es normal. Hay un erotismo sutil en el arte cristiano, en la Capilla Sixtina, maquillado, implícito. No lo hago desde la perspectiva de qué es bueno o malo. En la carta de El Diablo hay un pene gigante y una mujer, como un ser que puede tener ambas cosas. Me parece que casi todo mi trabajo, incluso cuando no quiero, tiene un toque erótico. Aprendí a dibujar con el anime, que tenía toques de mucha sexualidad.