Un infiltrado en el Ministerio del Miedo de Guatemala

Anaïs Taracena habla de ‘El silencio del Topo’, su documental sobre Elías Barahona, el guerrillero que dio cuenta de la represión guatemalteca.

El periodista guatemalteco Elías Barahona, en un fotograma del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. ASOMBRO PRODUCCIONES
El periodista guatemalteco Elías Barahona, en un fotograma del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. ASOMBRO PRODUCCIONES

Los relatos de la represión en Latinoamérica durante la Guerra Fría son estremecedores. El de Elías Barahona, alias El Topo, tiene las particularidades de una novela de espionaje, pues el periodista guatemalteco estuvo cuatro años infiltrado en la cúpula del Gobierno de su país como jefe de prensa de Donaldo Álvarez Ruiz, ministro del Interior. Barahona, que informaba al grupo guerrillero izquierdista EGP (Ejército General de los Pobres), estuvo infiltrado durante cuatro años, de 1976 a 1980, época que coincide con un periodo de máxima represión urbana en el que grupos paramilitares presuntamente controlados por el Gobierno del general Fernando Romeo Lucas García eliminaban cualquier atisbo de disidencia. En cuanto sabía los nombres que estaban en la lista, Elías informaba a sus compañeros.

Luego hay un acontecimiento brutal, que es aquel sobre el que Elías Barahona presta declaración al inicio de El silencio del Topo, el documental dirigido por Anaïs Taracena: el incendio deliberado que el 31 de enero de 1980 afectó a la Embajada Española, donde se habían refugiado varios estudiantes y líderes campesinos que denunciaban las masacres en comunidades indígenas. Murieron quemadas vivas 37 personas, entre ellas varios españoles. A partir de ese momento, se desató la guerra total contra el comunismo en el país. En 1982, previo golpe de Estado, al general Fernando Romeo Lucas García le sucedió en el poder otro dictador implacable, Efraín Ríos Montt, pero para entonces Barahona ya estaba en el exilio.

Personaje carismático armado de una sonrisa irónica, Barahona tuvo el estómago de aguantar cuatro años haciendo el doble juego en el despacho de un ministro sanguinario. El silencio del Topo, habla de todo esto, y va más allá, reflexionando sobre las imágenes que faltan en Guatemala. El filme tuvo su estreno mundial en el festival canadiense Hot Docs, ha seguido circulando por otros festivales internacionales, y ahora compite en el 25º Festival de Cine de Lima. Aprovechando esta última cita, hablamos con su directora.

- ¿Cómo conociste a Elías Barahona?

- Lo conocí porque para mi primer corto, De tripas corazón (2011), filmé a su hermano, David, que fue refugiado político en Francia. Él hacía teatro popular, llegó con su tropa, y ya se quedó. Siempre me hablaba de su hermano Elías, hasta me pasó unas memorias muy sencillas que había escrito. Todo fue fruto de azar, ya que también contacté con un italiano del Partico Comunista para conseguir unas cintas del dramaturgo y poeta Manuel José Arce, otro guatemalteco que murió exiliado en Francia, y cuando vio De tripas corazón resultó que había filmado a Elías declarando en el Tribunal Permanente de los Pueblos, sesión Guatemala, en Madrid 1983, y me dio la cinta con el VHS. De vuelta a Guatemala, fue cuando conocí a Elías. Llevamos la cinta a la Cinemateca para que la digitalizaran y se puso muy contento porque nunca había visto aquellas imágenes. Así empezó nuestra amistad.

- Y luego te pidió que lo filmaras cuando prestó declaración en el juicio por el incendio en la Embajada Española, que se celebró en 2014, ¿no? ¿Fue entonces cuando decidiste hacer una película sobre él?

- No. Yo ya lo había filmado en su casa, pero decidí hacer la película un poco más tarde, cuando murió, 18 días de prestar declaración por lo de la Embajada, una causa que empezó en España con el juez Baltasar Garzón. Después de morir Elías, empecé a investigar y descubrí que había otras imágenes que la cineasta estadounidense Pamela Yates había tomado de Elías cuando estuvo viviendo en Cuba, durante un par de años. El resto del exilio lo pasó en Nicaragua. Tuvo que esperar dos años después de  los acuerdos de paz de 1996 para volver al país.

Tráiler del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. YOUTUBE

- Dos décadas antes, a Elías le salió la oportunidad de trabajar con el ministro de Interior, Donaldo Álvarez Ruiz, y la aprovechó de la mejor manera posible, pese a que todos sus amigos lo tomaron por un traidor. Donaldo huyó, y está en paradero desconocido. ¿Cómo era cuando estaba en el poder?

- Donaldo necesitaba a Elías para caerle bien a la prensa. Era muy fanfarrón, y soñaba con ser presidente. Pero era alguien muy sanguinario, todo el mundo con el que he hablado me lo ha descrito como el ministro del terror. Elías, por su parte, siempre asumió su militancia, y lo hizo desde el espionaje, nunca fue a combatir en las montañas. No es el típico militante, patria o muerte, armado, comandante, para nada. Hubo muchas personas que también se jugaron la vida en la ciudad.

- ¿De eso habla la película, de la represión en la ciudad, no?

- Sí, y esa es una historia que no se había contado. Ya hay varias películas sobre la guerra de Guatemala. Pero no se ha tocado tanto la represión en la ciudad. No se trata de decir que una fue peor que otra, y de hecho las masacres más fuertes está claro que tuvieron lugar en las áreas rurales. Pero también hubo unos 45.000 desaparecidos, que se suman a 200.000 muertos, 250.000 refugiados y un millón de desplazados a consecuencia de la guerra civil. El silencio del Topo es un granito más para entender la complejidad de lo que fue la guerra en Guatemala, sobre todo en la ciudad, porque Elías vivía y se infiltró en ciudad de Guatemala. La información que pudo pasar era sobre la represión en la capital. Todo ocurrió en un momento muy específico, previo al genocidio, que va del 76 al 80, y que es cuando se desata la represión en la ciudad contra estudiantes, periodistas, abogados, catedráticos, sindicalistas, líderes socialdemócratas, candidatos a la presidencia, que fueron asesinados o desaparecidos. No hacía falta ser guerrillero para que te secuestraran y te mataran. Pero en la ciudad el gobierno no podía optar por la “tierra arrasada”, que fue la estrategia que aplicaron en el campo a principios de los años ochenta, así que practicaron una represión selectiva que al final fue masiva.

Fotograma del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. ASOMBRO PRODUCCIONES
Fotograma del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. ASOMBRO PRODUCCIONES

- ¿Estas acciones siempre las llevaban a cabo grupos paramilitares de extrema derecha como Escuadrón de la Muerte, Ejército Secreto Anticomunista, La Mano, el Noa...?

- Sí, tenían que taparlo todo, y las desapariciones solían ocurrir de noche. Era la G2, policía de civil, pero decían que eran organizaciones de extrema derecha para limpiar la imagen del gobierno.

- El incendio de la Embajada Española marca un giro…

- Sí, 1980 es un año clave, porque a partir de ahí al Gobierno ya le da igual todo. Si han llegado a quemar una embajada extranjera con gente dentro, ya dicen: ahora vamos con todo. La lucha contra el comunismo es total. Entonces empiezan las masacres en los departamentos. Elías sólo se queda hasta el momento previo a la guerra despiadada contra los indígenas, que son acusados por el ejército de ser la base popular de la guerrilla. Y además coincide con la llegada de Ronald Reagan al poder.

- Y es poco después del triunfo de los sandinistas en Nicaragua. En toda Latinoamérica se repite el patrón de represión contra los indígenas en particular. También en Guatemala.

- Totalmente. El Estado guatemalteco siempre ha sido un Estado racista, y esa es una de las razones de la guerra, junto a la falta de la repartición de la tierra y la pobreza. Sin duda, eso llevó a la radicalización.

- ¿Los juicios por genocidio empezaron en los noventa, tras los acuerdos de paz?

- No. A finales de los noventa, hay un par de juicios que son por asesinatos puntuales, pero los juicios por genocidio y lesa humanidad empezaron en el 2000. La sentencia por genocidio fue en el 2013, pero luego fue anulada por fallos en el proceso, que es lo que llamamos juicios maliciosos, que no es que se anulen por falta de evidencias. Y [el exdictador] Ríos Montt murió antes de que se reanudara el juicio. Pero, al menos, se abrió una puerta legal para poder juzgar ciertos crímenes. Hace poco se ha dado otro juicio contra una cúpula militar del 84 u 85, a raíz de un documento desclasificado de la CIA, que mostraba que tenían fichadas a cientos de personas, con su foto y códigos para que los torturaran o los mataran. Casi todos los que aparecen en los archivos son desaparecidos.

- ¿Hasta qué punto hay impunidad o ha dejado de haberla?

- Hay algunos militares y policías que han acabado en la cárcel, aunque no muchos. Nunca es el mando más alto. Generalmente son cargos medios, que también estaban implicadísimos. Lo que tampoco hay son empresarios, porque el poder económico en Guatemala es brutal.

- ¿Los juicios siempre son contra representantes del Estado, y no de la guerrilla?

- Hubo un caso de comandante guerrillero que desobedeció órdenes e hizo una masacre, y sí lo juzgaron. Ese es el único que conozco y van a haber menos, porque el 94% de las masacres fueron cometidas por el ejército. Es algo muy desproporcionado.

La cineasta guatemalteca Anaïs Taracena. ARCHIVO
La cineasta guatemalteca Anaïs Taracena. ARCHIVO

- Naciste en 1984, ¿tú no conociste nada de todo esto, no?

- No, porque crecí en Costa Rica, aunque ahora vivo en Guatemala. Mi papá también estuvo exiliado. Había militado en el EGP y luego la URNG, aunque en épocas distintas a Elías. No se conocieron.

- En el documental dices que Guatemala es “un país en el que todavía sentimos miedo”...

- Sí, pero no a los niveles del pasado. Aunque sigue siendo un país muy violento. Desde la posguerra que hay muchas armas, y ahí se mete el crimen organizado. La posibilidad de que te asalten es grande, y sales con mucha precaución… Hay mujeres que desaparecen por violencia sexual. Y luego está el miedo heredado de las familias, todavía se habla en voz baja, hay miedo a hablar...

- ¿Y tú tienes miedo por esta película?

- No, porque todavía no la he mostrado en Guatemala por culpa de la pandemia. Solo a muy pocas personas. En los periódicos de Guatemala apenas sí salió un párrafo muy pequeño. Pero ahora quiero levantar el perfil de la película para poder mostrarla al otro año. Estamos en una época en las que muchos de los que salen ya murieron o están en la cárcel, al margen de Donaldo, que está prófugo. Ya me imagino que van a salir grupos de extrema derecha para desacreditarnos, y me dirán hija de guerrilleros, pero no creo que pase nada, porque ya ha habido películas sobre el tema, y no recuerdo ninguna campaña de deslegitimación. Lo que más me preocupa es que pueda causarle problemas a la gente que aparece en la película, por lo que no lo voy a subir en línea, y sólo lo mostraré para que se pueda hablar al final, que se abra al diálogo y la gente pueda dar su opinión.

- ¿No temes que te acusen de no poner la otra versión?

- No, porque tampoco tengo acceso a ella, y además es evidente que se trata de mi punto de vista, ahí está mi voz en off, y es así como quiero entender la historia de Guatemala. Se le presupone demasiada objetividad al documental. Lo que sí es cierto es que todo sale de una investigación muy rigurosa, y las imágenes se corresponden con lo que cuento. No se trata de ofrecer una verdad jurídica, aunque hay documentos e imágenes que pueden servir para luego pelear una verdad jurídica. De eso no me cabe la menor duda.

- En la película también es muy importante eso que dices de “buscar imágenes que todavía no han sido destruidas”.

- Sí, porque mandaron eliminar todas las imágenes de esa época. Tú no puedes ir a un noticiero y pedir imágenes de la época, porque no hay nada. Incluso había un canal del ejército del que nadie ha visto nada, si es que ese material todavía existe. Así que me interesa mucho mostrar de dónde viene cada imagen. Pensar en la materialidad misma de la imagen también me permitió ir más allá de la historia de Elías, darle cierta poesía. Hay que recordar que la materialidad de la imagen es efímera.

Fotograma del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. ASOMBRO PRODUCCIONES
Fotograma del documental 'El silencio del Topo', de Anaïs Taracena. ASOMBRO PRODUCCIONES

- ¿Te costó mucho levantar el proyecto?

- En Guatemala no hay Ley de Cine, ni fondos públicos. De vez en cuando ayudan a algunos proyectos puntuales desde el Ministerio de Cultura cuando hay un remanente. Yo conseguí algo para la película, pero muy poco. Pese a todo, creo que es un buen momento ahora para el cine de Guatemala y de Centroamérica en general. No en esa cantidad como se hace en México o Argentina, pero están saliendo muchas producciones.

- Jayro Bustamante es como el director estrella de Guatemala, pero imagino que hay muchos más.

- Sí. También están Sergio Ramirez, Julio Hernández Cordón, que es medio guatemalteco, y César Díaz con Nuestras madres (2019), que de hecho es una producción belga, porque él tiene nacionalidad belga, y estuvo en Cannes. En cuanto a las mujeres, están Izabel Acevedo, que hizo El buen cristiano (2016), el documental sobre Ríos Montt; Camila Urrutia, que estrenó Pólvora en el corazón (2019), una coproducción entre España y Guatemala, y es el segundo largo de ficción dirigido por una mujer en Guatemala, o Isabel Bustamante, que vive en España, e hizo un documental sobre su padre desaparecido, que se llama La asfixia (2018). Creo que, en dos o tres años, vamos a ver muchos largos de otros que ya han hecho cortos, va a haber una nueva generación, porque hay muchos jóvenes que han ganado unos fondos que México ha abierto para el cine de los pueblos originarios. Y eso me emociona. No se trata que sea sólo Jayro Bustamante el que represente el cine guatemalteco, porque somos un país muy diverso. 

Periodista cultural especializado en cine y literatura. Fue redactor de la revista Fotogramas durante 17 años. Ahora colabora regularmente con medios como La Vanguardia, El Mundo, Cinemanía o Sofilm, entre otros. Ha comisariado la exposición Suburbia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

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