El idilio de Miró con Japón

El pintor español fue un enamorado del país asiático, y viceversa. Una nueva exposición en Tokio repasa esa relación.

El pintor Joan Miró, en el templo Ryoanji de Kioto (Japón), en 1966. COLECCIÓN PARTICULAR
El pintor Joan Miró, en el templo Ryoanji de Kioto (Japón), en 1966. COLECCIÓN PARTICULAR

Miró se enamoró de Japón. Y Japón se enamoró de Miró.

La historia de ese idilio es el eje de la que promete ser una de las exposiciones del año en el país del sol naciente: Miró, soñando con Japón. Una muestra que abrió sus puertas este 11 de febrero en Tokio y que incorpora más de un centenar de obras, documentos y objetos personales del artista barcelonés procedentes de colecciones de España, América y el propio Japón.

La exposición —en cuya organización ha participado el diario Chunichi Shimbun y que cuenta con el apoyo de la Fundació Pilar i Joan Miró, la Embajada de España y el Instituto Cervantes— permanecerá hasta el 17 de abril en el Museo de Arte Bunkamura de Shinjuku, uno de los distritos más exclusivos de la capital nipona. Posteriormente, recalará en la ciudad de Nagoya, en el centro del país, para exhibirse en el Museo de Arte de la Prefectura de Aichi entre el 29 de abril y el 3 de julio. Luego viajará unos centenares de kilómetros al norte, a Toyama, donde se podrá visitar entre el 16 de julio y el 4 de septiembre en el Museo de Arte y Diseño.

Ricard Bru, doctor en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Barcelona y uno de los asesores científicos de la muestra, explica a COOLT que la posibilidad de organizar una gran retrospectiva sobre Joan Miró y Japón se empezó a barajar en 2014, pero que la iniciativa no tomó forma hasta 2018. “Las exposiciones ambiciosas de grandes nombres y artistas de culturas lejanas son siempre complicadas porque, además de un presupuesto muy elevado (transportes, seguros, préstamos internacionales), requieren de la máxima implicación de los museos”, explica este especialista en cultura nipona. “En este caso, además partíamos de materiales de diversas colecciones públicas y privadas, disperas greográficamente, para una exposición celebrada a 10.000 kilómetros de la tierra de origen de Miró. La dificultad era doble”.

Para Bru, Miró, soñando con Japón llega en un momento idóneo, ya que en las últimas dos décadas ha habido “nuevas aportaciones y descubrimientos por parte de estudiosos, como el profesor Kenji Matsuda, que han permitido entender de una manera más global y poliédrica, con muchos matices, la relación de Miró con Japón”. 

Una de las salas de la exposición 'Miró y Japón', en el Museo de Arte Bunkamura de Shinjuku, Tokio. KENJI MATSUDA
Una visitante de la exposición de Miró contempla 'Bailarina oyendo tocar el órgano en una catedral gótica' (1945) y 'Caracol, mujer, flor, estrella' (1934) en el Museo de Arte Bunkamura de Tokio. KENJI MATSUDA

El origen de la atracción del pintor por la cultura japonesa se sitúa en sus años de juventud en Barcelona, donde entre finales del siglo XIX e inicios del XX se vivió una fiebre por la estética oriental. Como en otras ciudades de Europa, las tiendas empezaron a importar piezas de procedencia asiática, que captaron la atención de los coleccionistas y artistas locales.

“Inicialmente Miró se fijó en lo que se fijaban todos: las estampas japonesas”, cuenta Bru. Esa fascinación inicial quedó plasmada en una de las obras estrella de la exposición, Retrato de Enric Cristòfol Ricart (1917), donde Miró retrató a un amigo suyo con una estampa japonesa detrás a modo de collage. El lienzo, que forma parte de la colección del MoMA de Nueva York y que en Tokio se expone junto a una copia del grabado japonés utilizado por Miró, también destaca por incluir la firma en vertical del pintor, al estilo nipón.

'Retrato de Enric Cristòfol Ricart', de Joan Miró. MOMA
'Retrato de Enric Cristòfol Ricart', de Joan Miró. MOMA

Con el tiempo, la influencia japonesa fue haciéndose más sutil, y ayudó a Miró a encontrar un camino propio y original. Así, en 1924, cuando ya estaba inmerso en el movimiento surrealista, el pintor escribía: “Hokusai dijo que él quería hacer una línea o un punto perceptible, eso es todo. Una línea dibujada en zigzag sobre un pedazo de papel blanco”. Pues bien, en 1968, Miró realizó el tríptico Pintura sobre fondo blanco para la celda de un solitario, en el que, como explica Bru, “una sola línea trazada con pincel negro explica toda una vida consiguiendo la simplicidad máxima y, al mismo tiempo, la profundidad absoluta en la expresión artística, fruto de un crecimiento artístico que fue siempre acompañado de la admiración por la tradición artística de Oriente y de Japón en particular”.

Miró tuvo la oportunidad de visitar el país del sol naciente en dos ocasiones: en 1966, coincidiendo con la celebración de una gran retrospectiva en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio, y en 1969, para trabajar en un proyecto destinado a la Exposición Universal de Osaka del año siguiente.

Póster de la primera exposición de Joan Miró en Japón, en 1966. ARCHIVO
Póster de la exposición de Joan Miró en Japón de 1966. ARCHIVO

En su primer viaje, Miró tuvo una extraordinaria acogida, con un comité de bienvenida de casi más de un centenar de personas, entre las cuales figuraban los principales responsables de los museos del país, periodistas y críticos de arte. No en vano, el pintor hacía años que gozaba de gran respeto en el país: sus obras comenzaron a presentarse ahí en los años 30, y la primera monografía sobre el artista la escribió en 1940 un japonés, el poeta Shuzo Takiguchi, a quien Miró tuvo la oportunidad de conocer durante esa estancia.

Como recuerda Joan Punyet Miró, nieto del pintor, en el catálogo de la exposición que ahora se celebra en Tokio, en ese primer viaje el artista barcelonés también asistió a representaciones de teatro kabuki y nô, intercambió ideas con calígrafos y admiró la calidad del papel y los pinceles de fabricación japonesa. Asimismo, visitó los templos de Kioto, “como el Ryoanji, que le causó un fuerte impacto”, y acudió a peleas de sumo y ceremonias del té. 

La visita de 1969 se produjo gracias a la Asociación de Gas de Japón, que le encargó a Miró un mural para su pabellón en la Exposición Universal de Osaka. El pintor realizó la obra con la ayuda del ceramista Llorens Artigas y el hijo de este, con quienes colaboró en múltiples proyectos, y cuando visitó el pabellón para ultimar su instalación, sorprendió a todos al ofrecerse repentinamente a pintar un cuadro en una de las paredes del edificio.

Una de las salas de la exposición 'Miró y Japón', en el Museo de Arte Bunkamura de Shinjuku, Tokio. KENJI MATSUDA
Una de las salas de la exposición 'Miró, soñando con Japón', en el Museo de Arte Bunkamura de Tokio. KENJI MATSUDA

Esas vivencias tienen su eco en Miró, soñando con Japón, que incide en muchas de las vertientes de la cultura japonesa que atrajeron al pintor, como el haiku, la cerámica y la caligrafía —cuya influencia fue muy notoria en la etapa de madurez del autor—, y que reúne algunos de los lienzos más significativos del artista español, entre ellos Caracol, mujer, flor, estrella (1934), de la colección del Museo Reina Sofía de Madrid, que vuelve a exhibirse en el país asiático tras 56 años; o Bailarina oyendo tocar el órgano en una catedral gótica (1945), considerada la primera obra expuesta de Miró en Japón y propiedad del Museo de Arte de Fukuoka.

Teniendo en cuenta que hace muchos años que en Japón no se organiza una gran exposición de la obra de Miró, todo apunta a que esta nueva retrospectiva itinerante ayudará a reforzar los lazos entre el pintor y el país asiático. Como recuerda el especialista Ricard Bru, “Miró ha gustado siempre a los japoneses porque su arte comparte con ellos muchos rasgos con los que pueden identificarse culturalmente. Quizás esto también ayuda a entender porque en Japón hay tantas obras de Miró”.

Así pues, el idilio continúa.

Periodista. Corresponsal de la región Asia-Pacífico para el diario El Punt-Avui.

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