‘Empieza el baile’: la esencia que nunca se fue

La cineasta Marina Seresesky arma un relato de reencuentro y reconciliación a lo largo de un viaje de tres viejos amigos por Argentina.

Mercedes Morán y Darío Grandinetti, en la película 'Empieza el baile', de Marina Seresesky. MERIDIONAL PRODUCCIONES
Mercedes Morán y Darío Grandinetti, en la película 'Empieza el baile', de Marina Seresesky. MERIDIONAL PRODUCCIONES

El baile de esta película es un tango que nunca se fue del todo. Sus protagonistas lo bailaron miles de veces, fueron la pareja más famosa y reconocida de su época. Y, a pesar de los 30 años de parón y distancia geográfica, el tango nunca los abandonó. Como una metáfora, el baile permanece. Es su propia esencia.

La directora y guionista Marina Seresesky (Buenos Aires, 1969) viaja con el que es su tercer largometraje —antes estuvieron La puerta abierta (2016) y Lo nunca visto (2019)— hasta su argentinidad y se sirve de tres viejos (rondan los setenta) amigos para construir una road movie con destino a ellos mismos. Hoy, nada queda de la pasión que llevó a Carlos (Darío Grandinetti) y Margarita (Mercedes Morán) a compartir escenarios y vida. Él reside en Madrid, disfrutando de una segunda oportunidad como actor televisivo; y ella, en Buenos Aires, inmersa en la pobre­za y el olvido. Pero un viaje a Mendoza, al pie de los Andes, en busca de respuestas y en compañía de Pichuquito (Jorge Marrale), mánager de la pareja en el pasado, los unirá de nuevo.

Empieza el baile, ese que se llevó el Premio del Público de la Sección Oficial en el reciente Festival de Málaga.

- “No es la edad, es la distancia”, dice el personaje de Darío Grandinetti en relación a sus detalles olvidados de Argentina. En su esencia, Empieza el baile es un acercamiento a tu país. Aunque has hecho tu carrera en España, allí has nacido y tienes a tu familia. ¿La película es un poco tu propio viaje adonde empezó todo?

- Sí, exactamente, esta película es un viaje de vuelta a Argentina, es una reconciliación también con muchas cosas… Como les pasa a los tres protagonistas, es ese viaje a los lugares y a los momentos donde uno fue feliz, donde se inició todo, que siempre se quedan tan metidos adentro porque pueden pasar muchos años, puede haber mucha distancia, pero hay algo de la esencia que no cambia nunca.

- De hecho, es la primera de tus tres películas que has escrito en argentino y que transcurre en Argentina, a pesar de su fugaz comienzo en Madrid…

- Sí, es la primera vez que sucede, tanto mis películas como los trabajos que he hecho para otros los he escrito en español castizo. Es el mismo idioma, por supuesto, pero la manera de hablar del argentino es tan diferente, tiene tanta ironía, es muy florida… Quería que hablasen así, que esa comedia que tienen en los diálogos estuviera repleta de esta manera de hablar que tenemos los argentinos.

Fotograma de la película 'Empieza el baile', dirigida por Marina Seresesky.MERIDIONAL PRODUCCIONES
Jorge Marrale, Mercedes Morgán y Darío Grandinetti, los tres actores protagonitas de 'Empieza el baile'. MERIDIONAL PRODUCCIONES

- ¿Qué detona esta vuelta a “lo argentino”?

- Yo antes bailaba tango, me gustaba muchísimo, pero, cuando me vine a España, no quería seguir muy enganchada a esta cosa de la melancolía; deseaba empezar una vida aquí. Me vine enamorada, con trabajo... Cerré un poco todo ese mundo, lo aparqué, lo empaqueté, y quizás cerré demasiado. Y un día, cuando iba en un avión de viaje a un festival, había una película de una pareja real de tango cuya historia yo conocía, y me dije: “Si vuelvo a ver algo de tango se me va a abrir esa compuerta y no quiero”. Pero decidí verla, y eso desató un montón de cosas en mí… La película no tiene que ver con esa pareja de tango, pero sí que fue lo que me abrió para volver a meterme en ese mundo que fue parte de mi vida mucho tiempo.

- Otra frase del protagonista, a su llegada a Argentina, es: “Allí (en España), siempre seré un sudaca y aquí me dicen que hablo como un gallego”. ¿Tú has llegado a sentirte así?

- Es verdad que los que estamos aquí y allí tenemos esta sensación de no ser de ningún lado. Es una frase que me han dicho mucho a mí, porque yo soy argentina y, por supuesto, tengo acento argentino, pero hay cosas que ya se me han diluido. Entonces, me dicen: “Pero no te hagas la gallega”. Y aquí, siempre, voy a ser argentina. Es esa sensación de estar como viviendo en el océano. A veces, uno se pelea con ella, pero creo que en realidad hay que aprender, y es lo que me enseña esta película, a sumar. Tengo la suerte de tener dos lugares maravillosos, uno en el que nací y otro en el que vivo, y de ser feliz en ambos.

Tráiler de la película 'Empieza el baile', de Marina Seresesky. YOUTUBE

- Los personajes brillan en tu cine. Son complejos y únicos. Están compuestos de tantas aristas que cada pequeño detalle cuenta mucho. ¿El guion es de lo que más disfrutas?

- El proceso de guion me fascina: me encanta escribir, me parece un momento muy especial, muy milagroso, que cuido mucho. También sé que siempre escribo para que sea interpretado por grandes actores, porque me gusta ese tono entre la comedia y el drama que es tan complicado. No es ni pasarse a un lado y hacer una comedia de chistes y de gag ni ser un dramón de estos pasteleros que subraya el drama todo el tiempo… Los guiones siempre se completan cuando los actorazos que pienso me dicen que sí, en este caso, estos tres, que entienden tanto ese tono. Atraviesan ese filo y se lanzan y confían, porque para hacer eso hay que confiar mucho.

- Efectivamente, la película es una comedia con golpe directo al corazón. Uno ríe tanto como llora. ¿Esto cómo se consigue?

- Lo importante es que el guion sea sólido, que no haya improvisación. Y después, estar muy atento, no dejarte nunca llevar…  Tú imagínate lo que eran estos tres en la furgoneta... Era delicioso todo el tiempo, y la tentación de decir “venga, vámonos por la comedia” era muy grande. 

La cineasta argentina Marina Seresesky, directora de 'Empieza el baile'. CORTESÍA
Marina Seresesky, directora de 'Empieza el baile'. CORTESÍA

- Has reunido a dos hombres y una mujer cerca de los 70 años. Como ya hiciste con La puerta abierta y con Lo nunca visto, vuelves a salirte del canon para dar voz y rostro a quienes pocas veces cuentan. ¿Diversidad es una palabra que define tu cine?

- Podría ser, tienes razón… Es verdad que a mí me interesan mucho las historias de gente que ha vivido mucho. Creo que todavía no están lo suficientemente retratadas en el cine y que es todavía una deuda pendiente. Siento que hay historias jugosísimas para contar y que quien más ha vivido tiene más profundidad. Es verdad que vivimos en un mundo, y no solamente en el cine, en que ser joven y estupendo es lo que ansiamos todos, y creo que hay que poner en valor también a esas personas que han vivido mucho, que fueron, que tuvieron un momento de gloria y ya no lo tienen… Todos esos personajes siempre me han interesado mucho. Me gusta poner la atención en ellos y, además, retratarlos no como a ancianos, con sus problemas de enfermedad solamente, sino como gente que está muy viva, que tiene muchas cosas por delante, que tiene deseos, que es justo lo contrario a la melancolía y la tristeza. En este caso, son esas ganas de iniciar un viaje por Argentina de tres personas, con todo lo que significa, contado desde la vitalidad.

- A pesar de todo, queda el amor de una vida compartida entre un hombre y una mujer que bailaron 28.743 tangos…

- La película es una historia de amor, no solamente romántica, porque abarca muchas cosas. Es también una historia de amor a la amistad. Es igualmente una historia de amor a la tierra de uno, al lugar y a los momentos donde uno fue feliz. La amistad que tienen estos tres supera muchas barreras geográficas, de tiempo, de lugar y sobrevive incluso a la película. Me ha pasado mucho que, después de haber visto la película, mucha gente me ha dijo: “Qué ganas tengo de hablar con amigos que no veo hace muchos años”. Ese momento de la vida que uno tuvo donde todo era posible… Cuando compartiste eso con alguien, es imborrable.

- El personaje de Pichuquito aporta todo eso…

- Es ese tercero que sirve de pegamento. Y, bueno, es que Jorge Marrale es un actor extraordinario porque, además de que sabe trabajar mucho el humor y el drama, hace algo para mí que también está muy denostado en el cine, que es la ternura. Parece como si fuera un sentimiento menor y yo creo que es algo que ayuda mucho a vivir.

Fotograma de la película 'Empieza el baile', dirigida por Marina Seresesky.MERIDIONAL PRODUCCIONES
La cordillera de los Andres, escenario de 'Empieza el baile'. MERIDIONAL PRODUCCIONES

- Empieza el baile es una road movie que, como todo viaje por carretera, narra una transformación. ¿Cómo definirías el punto de partida de los personajes y el punto de llegada?

- Los personajes empiezan muy cerrados, como la película, que empieza más cerrada, más oscura. A medida que pasan los kilómetros y el tiempo, comienzan a abrirse y a reconocerse otra vez. A ver que, detrás de todos esos 30 años que han pasado, está esa persona a la que uno amó. También el paisaje se va abriendo hasta llegar a la cordillera de los Andes, con esa espectacularidad. El paisaje también se pone muy esencial, porque estar en la cordillera, arriba de una montaña, hace que se te agite el corazón de verdad. Va desde la oscuridad a la luz.

Todos recordamos mucho quiénes fuimos y tenemos una foto hecha de eso, y queremos que siga encajando con lo que es ahora, pero ya no es posible. Entonces, es el camino a ver la foto nueva, a reconocerse como uno es ahora, a aceptarse y a abrirse con el otro y volver a recuperar todo el fuego que había.

- Está el gran paisaje, cuya inmensidad y belleza muestras a través de imponentes planos generales. Y están los personajes y los planos más cerrados, que apuntan siempre al detalle. ¿Qué querías conseguir con esta convivencia de tamaños de plano?

- Me gustaba mucho enseñar ese paisaje geográfico inmenso, pero también había un paisaje humano que yo sabía que estaba en Argentina, que está en todas partes, que es esa gente que siempre está como al costado en la carretera, que son personajes pequeñitos y que, si no les pones el foco, pasan desapercibidos. Como les pasa un poco a estos tres protagonistas, es la gente que está ya un poco fuera de lo que miramos. Pero esa gente también tiene un mundo interior increíble, unas vidas buenas, malas, de todo… Creo que también hay que poner la luz ahí y, por eso, todos estos personajes pequeñitos y estos detalles de la vida muy cotidiana debían ser parte del paisaje de la road movie.

- Llega el final de la película. ¿Y con él una invitación a no perder nunca la esencia de uno mismo?

- Sí, esa es la clave. Pueden pasar los años, pueden pasar los kilómetros, a uno le pasan muchas cosas en la vida, da muchas vueltas, pero hay algo que no cambia, que es una esencia. Y da igual que tengas arrugas o que te hayas quedado calvo, eso está ahí para siempre. Y creo que reconectar con eso todo el tiempo es un poco la clave para no alejarse de uno mismo.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como Cinemanía, La Vanguardia, Viajes National Geographic y El Confidencial

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