Un accidente llamado Buena Vista Social Club

El disco que desató la fiebre por el son cubano y sacó del anonimato a varios músicos legendarios celebra sus 25 años.

Detalle de la portada del disco 'Buena Vista Social Club'. WORLD CIRCUIT
Detalle de la portada del disco 'Buena Vista Social Club'. WORLD CIRCUIT

Un fantasma recorrió el mundo hace 25 años. No fue el comunismo, pero tampoco fue lo contrario, a pesar de algunas especulaciones febriles que se suscitaron. Se inició en Cuba y es indudablemente cubano, pero su aparición se produjo a partir de un accidente, de un error de cálculo. Los elementos que lo pusieron en marcha fueron el espíritu inquieto de un músico estadounidense llamado Ry Cooder que viajó casi clandestinamente a una isla sometida a un anacrónico bloqueo, unos visados que no llegaron a tiempo, tres discos consecutivos grabados por un ensemble de músicos casi jubilados y, más tarde, una película a cargo de Wim Wenders, un irregular cineasta alemán que había tenido horas mejores. Fue una revolución, pero no política; al menos, no directamente. El fantasma corrió como reguero de pólvora por Europa, por las Américas, por el mundo. En los bares parisinos más chic, en los locales más cool de Buenos Aires, México, Madrid y Nueva York, miles de parroquianos jóvenes y enrollados se mecían casi inconscientemente al son de unas voces antiguas mientras afirmaban, sin entender el significado, que “en el barrio La Cachimba se ha formado la corredera” y repetían aquello de que “de Alto Cedro voy para Marcané, llego a Cueto, voy para Mayarí”, evocando paisajes agrisados por el video digital, automóviles antiguos, una vida desprovista de lujos, longeva y sencilla.

El hechizo se inició en 1996, cuando Ry Cooder, quizá el máximo representante de la recuperación historiográfica y accesible de la música estadounidense, viajó a Cuba vía México invitado por un productor británico para el ambicioso proyecto de una sesión de grabación con músicos de la isla caribeña y de Mali. Problemas de visado impidieron el ingreso de los malienses y, con Cooder ya en Cuba, el proyecto se sustituyó por la creación de un ensemble de cubanos que, bajo el nombre de Afro-Cuban All Stars y encabezados por el director musical Juan de Marcos González, grabarían el álbum A toda Cuba le gusta. Ya que estaba, Cooder produjo un segundo disco, que se grabó en seis días con una formación reducida en la que participaban algunos de los Afro-Cuban All Stars y músicos añadidos, con nombres como Rubén González, Ibrahim Ferrer,  Eliades Ochoa, Omara Portuondo y Compay Segundo. Entre los temas escogidos, se incluyó un viejo danzón de Israel López ‘Cachao’ llamado ‘Buena Vista Social Club’.

Compay Segundo, en las sesiones de grabación de 'Buena Vista Social Club'. SUSAN TITELMAN
Compay Segundo (derecha), en las sesiones de grabación de 'Buena Vista Social Club'. SUSAN TITELMAN

Y, como quedaban algunas horas libres en el estudio, Cooder grabó en apenas dos días un tercer disco (y tal vez el mejor de la serie), Introducing… Rubén González, álbum solista del pianista de los dos registros anteriores quien, con casi 77  años, había dejado tan impresionado a un Cooder que lo calificó de “mezcla cubana de Thelonious Monk y el gato Félix”.

Más tarde, cuando hubo que bautizar el segundo de los discos, el título de la canción de Cachao pareció de lo más apropiado, puesto que, según Cooder, la grabación había tenido una atmósfera de club, de tomar café con ron a las dos de la tarde. Fue, como se dice, casi de casualidad, con un espíritu que podríamos llamar turístico, como un signo bonito pero carente de significado. Porque resulta que el verdadero club social Buena Vista era una especie de fraternidad solo para socios, segregada por el color de la piel, como la mayoría de las que existían en esa época en el Caribe. Tras la revolución, el Gobierno cubano, procurando una sociedad sin clases y sin discriminaciones raciales, cerró esas sociedades. Muchos de los músicos que tocaban en ellas se quedaron sin trabajo, situación a la que contribuyó el advenimiento de la Nueva Trova, con sus letras pletóricas de hálito poético y su paroxística épica revolucionaria, así como el relegamiento del son a manos de la salsa. Así, el “Buena Vista Social Club” pasó de representar la discriminación racial institucionalizada contra los afrocubanos a, primero, el intento estatal de borrar una parte del pasado, el supuesto hacinamiento cultural de sus integrantes, una oda al anticonsumismo, la vitalidad de la música creada casi sin recursos y, en definitiva, una historia hollywoodense de superación.

Video de 'El cuarto de Tula', de Buena Vista Social Club. YOUTUBE

En cualquier caso, la feliz combinación de sones, boleros, danzones y guajiras del Buena Vista Social Club, con el discreto condimento de la guitarra slide de Cooder, se convirtió en 1997, año de su lanzamiento de la mano del sello independiente británico World Circuit, en un éxito instantáneo, con varios platinos certificados, apariciones en toda clase de listas y más de 12 millones de ejemplares vendidos. Muchos de sus participantes encontraron una inesperada fama internacional y una prometedora carrera discográfica, un éxito que les llegaba a una edad tan avanzada que en Cuba empezó a llamárselos “Los superabuelos”, aunque fuera del país la agrupación adoptó el mismo nombre del disco y en 1998 tocó en Ámsterdam y, más tarde, en el Carnegie Hall de Nueva York.

Los conciertos en Ámsterdam y Nueva York, así como un tercer viaje de Cooder a Cuba para grabar un disco solista de Ibrahim Ferrer, conformaron el núcleo de la película homónima que en 1999 dirigió Win Wenders, quien, con un equipo reducido y unas cámaras digitales versátiles pero de matices lumínicos deficientes, juntó unas imágenes descoloridas en un montaje apresurado. A pesar de sus obvias carencias, el filme ganó un montón de premios y, quizá involuntariamente, los tonos grises y verdosos del vídeo digital proporcionaron un barniz de verosimilitud a una imagen idealizada de una Habana envejecida y a la vez vital, nutriendo una especie de nostalgia multiuso, revolucionaria y contrarrevolucionaria a la vez. Seguido de un segundo y mucho menos célebre Buena Vista Social Club: Adiósdirigido por Lucy Walker en 2017, el documental de Wenders, al mismo tiempo que emocionaba a las audiencias occidentales con imágenes de esos viejitos anticonsumistas y vitales en su primer viaje a Nueva York, era atacado por su visión sesgada e, incluso, algunos de los participantes, como Juan de Marcos González, acusaron al director de incumplir con los compromisos económicos que había contraído con los músicos y de mostrar una Cuba tercermundista, apagada y gerontocrática. Una de las escenas, en la que el Carnegie Hall aplaude de pie al final del concierto, terminó reflejando tanto las denuncias de paternalismo y apropiación cultural como el psicologismo barato y la pereza mental de quienes las profirieron: ante la ovación del público, los miembros del Buena Vista Social Club lloran, Ry Cooder ríe.

Video de 'Chan Chan', de Buena Vista Social Club con metraje del documental de Wim Wenders. YOUTUBE

Lo cierto es que la película remachó el resurgimiento de la carrera de la mayoría de sus participantes e hizo crecer el renacido interés por la música latinoamericana y especialmente la caribeña. Ibrahim Ferrer, Rubén González, Compay Segundo (castrista convencido, por otra parte), grabaron varios álbumes y participaron de numerosas giras. Las carreras de Eliades Ochoa y Omara Portuondo siguen vigentes. Muchos de ellos obtuvieron Grammy. La banda Buena Vista Social Club, formada por los sobrevivientes, continúa haciendo giras por el mundo. Para Ry Cooder, que en su momento describió las sesiones de grabación en La Habana como “la mejor experiencia musical de su vida”, el Buena Vista Social Club fue el disco más vendido de toda su discografía, motivo por el cual no debe de haberle importado mucho la multa de 25.000 dólares que le aplicó su país por haber violado la ley que prohibía hacer tratos comerciales con el enemigo.

Más allá de los beneficios monetarios, el rédito artístico que pueda haber obtenido Cooder de este disco es bastante limitado: además de haber tocado con los Rolling Stones, Van Morrison, Neil Young y Eric Clapton, Cooder es autor bajo su propio nombre de joyas como Paradise and Lunch Jazz, de bandas sonoras extraordinarias como las de Paris Texas (de Win Wenders), Calles de fuego o Crossroads, y es dueño de una inquietud artística que lo llevó no solo a explorar la música de su propio país, sino a realizar colaboraciones con músicos de India y África. Recordarlo únicamente por su papel de productor y factótum del Buena Vista Social Club sería injusto.

Concierto de Buena Vista Social Club. ROAD MOVIES FILMPRODUKTION
Concierto de Buena Vista Social Club. ROAD MOVIES FILMPRODUKTION

La música, dice una aguda letra del grupo argentino Los Babasónicos, no tiene moral, no tiene mensaje y, sin embargo, te lo da. El cuarto de siglo transcurrido desde la grabación del disco Buena Vista Social Club inspira ahora el lanzamiento de una seguidilla de reediciones, que van de un CD doble con temas inéditos y descarte de estudio a una edición en vinilo con tapa desplegable y otra, denominada Deluxe Bookpack, con dos vinilos y dos CD, además de camisetas alusivas. La serie también incluye la grabación del concierto del Carnegie Hall, un Lost and Found de tomas de estudio, y discos solistas de Ferrer, Portuondo, Manuel ‘Guajiro’ Mirabal y Angá Díaz. El paso del tiempo permite, también, obliterar las denuncias y acusaciones que cierto bienpensantismo residual se encargó de hacer caer sobre todo el proyecto.

Hoy, 25 años más tarde, al menos dentro del público no melómano, al menos fuera de Estados Unidos, resuenan más los nombres de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer u Omara Portuondo que el de Wenders o el de Cooder. Y lo que más sigue resonando, todavía, es aquella música, con las voces rugosas y entrañables de Segundo y Ferrer, con el virtuosismo tranquilo del piano de Rubén González, una música rústica y dulce, despojada y revestida de significado e historia y, por lo tanto, intemporal.

Editor, escritor y periodista. Colaborador de medios como Clarín, La Nación, Página 12, La Vanguardia y Cuadernos de Jazz. Autor de la novela Muñeca maldita (2016) y traductor al español de libros de Martin Amis, Saul Bellow, J.M. Coetzee y Woody Allen, entre otros.

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