Virginia Higa, las palabras y las cosas

La escritora y traductora argentina llegó a Suecia “con la mirada del que se va a ir”. Sus observaciones las plasmó en ‘El hechizo del verano’.

La escritora y traductora argentina Virginia Higa. DIANA MO
La escritora y traductora argentina Virginia Higa. DIANA MO

Virginia Higa —escritora, traductora, argentina descendiente de italianos y japoneses— llegó a Suecia en la primavera de 2017. Su marido, físico, había recibido una oferta para hacer un posdoctorado. En Argentina, Higa trabajaba en el mundo editorial: haciendo prensa en diferentes editoriales, traduciendo artículos para revistas literarias, escribiendo en silencio. En Estocolmo, la pareja no conocía a casi nadie. Solo a gente que había pasado y que ya no estaba, como el editor ya mítico Christian Kupchik, que la alentó a sumarse a la aventura nórdica. Virginia viajó sin planes, un gesto sabio para no presionar con expectativas las posibilidades a descubrir.

En su valija, además de ropa, Virginia (Bahía Blanca, 1983) cargó su computadora de mano. Dentro, comprimida en un archivo, estaba su primera novela terminada. En Suecia, aprovechando el derroche de tiempo libre que en Argentina era solo un recuerdo de la infancia, inició el proceso de buscar editorial: mandó correos a varios editores y se puso a esperar. Primero llegaron los rechazos; segundo, los rechazos; tercero, los rechazos. “La novela es muy buena, pero en este momento no estamos publicando autores noveles”. “Nos encantaría editarla, pero tenemos el catálogo completo por dos años”. “Disfruté leerla, pero no va con la línea de la editorial”. Cosas así. Hasta que Maximiliano Papandrea, de la bella editorial Sigilo, le dijo que la había leído durante la noche y lo había conmovido mucho, y estaba seguro de que la quería publicar.

La novela salió en 2018 con el título Los sorrentinos, y en ella se cuenta la historia de una familia italiana que salió de Sorrento y se instaló en Mar del Plata, en la costa argentina, para gerenciar un hotel y luego una trattoria cerca de la playa. Una historia familiar, llena de comida y sobremesas, de humor y drama, que fue goteando del árbol genealógico de Higa como el agua que queda en las hojas después de la lluvia. Seis años después de su primera edición, el libro lleva 15.000 ejemplares vendidos —sumando las ediciones de Sigilo en Argentina y España—, fue traducido a cuatro lenguas —italiano, francés, sueco y portugues—, acaba de opcionarse para el cine y también, si les gusta que les cuenten historias al oído, se puede encontrar en audiolibro en Spotify.

Desde entonces, su editor le fue pidiendo un próximo libro. Mejor dicho, le fue dando confianza para avanzar en la escritura. Ese nuevo libro se demoró en llegar, pero al final sucedió. Sigilo publicó a finales de 2023 en Argentina y España El hechizo del verano, compuesto por ensayos autobiográficos e impresiones que la autora fue escribiendo durante su estadía en Suecia. Dieciocho textos que tienen como protagonista al país nórdico, al lenguaje, al verano, la luz meridional y, en el lugar del villano de la película, a la larga noche del invierno.

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Virginia Higa se conecta por videollamada para la entrevista. Ante el cordial “¿cómo estás?” que inaugura la conversación, responde:

—Ahora es el momento de la oscuridad. Cualquier persona que le preguntes acá, te va a decir que muy bien no está. Es una cosa colectiva. La gente se aplasta. Pero bueno, bien.

Por la pantalla, además de la cocina comedor del departamento que comparte con su pareja y su hijo de 4 años, se ven rectángulos del negro absoluto, pedazos de la noche de Sätra, en la periferia de Estocolmo, que entran por la ventana.

—Cada invierno es peor que el anterior —continúa—. Viste que te dicen que te vas acostumbrando; no, para mí es peor. Es como una esquizofrenia que se vive acá. Una dualidad entre el verano y el invierno. Todo cambia, no solo el paisaje. La gente en invierno está más triste. Todos están metidos en su burbuja de ropa y pantallas y auriculares. Son como cápsulas que no se conectan.

El hilado de palabras de Higa al hablar hace recordar a los textos de El hechizo del verano. Empiezan a caminar sin plan, sin mapa, dejándose llevar por la asociación de ideas, de pensamientos, de descripciones, que planean en el aire antes que las frases se precipiten al abismo. Y cuando parece que se desvanecen, irrumpe una frase que aclara e ilumina el camino, tanto el que fuimos recorriendo como el que nos queda por delante.

Mirando a la cámara de su computadora, con una sonrisa blanca, Virginia dice:

—Pero no es todo tan malo. El invierno te enseña muchas cosas. Enfrentarte con ese enemigo deja enseñanzas.

¿Qué enseñanzas deja la larga noche del invierno nórdico? ¿Cómo sale una inmigrante sudamericana de esa experiencia emocional y corporal? ¿Qué hechizo genera el verano en los ánimos cuando retorna? En los ensayos breves, Higa no brinda respuestas concretas ni, como todo buen libro, aspira a darlas. Por lo contrario, va dejando sensaciones, reflexiones, suspiros, como si fuesen pequeñas piedras adoradas que fue recolectando durante su estadía en Suecia.

Portada del libro El hechizo del verano de Virginia Higa. SIGILO

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La aparición de los textos de El hechizo del verano fue azarosa. No es un libro que Virginia planeaba hacer.

—Cuando me mudé a Suecia, empecé a escribir, a hacer un archivo grande de textos que ni siquiera estaban separados. Eran como una gran masa amorfa. Solo estaban separados por mes. Fue creciendo con los años, haciéndose más grande. En un momento lo dejé, nació mi hijo, me puse a escribir otra cosa, ligada a la maternidad. Después lo volví a leer y me pareció que había cosas ahí que me gustaban.

Las cosas que hay en el libro, como las llama Virginia, son sus observaciones e impresiones y reacciones que fue acumulando en los años que lleva viviendo en Suecia. Los temas son diversos: el dinero y los perros, una hipótesis que relaciona la abundancia de vocales en el lenguaje sueco con la distancia de los cuerpos, un mapeo personal por la estadía en Estocolmo del escritor argentino Manuel Puig, una reflexión bellísima sobre la hospitalidad, una visita a un editor jubilado, el aprendizaje tardío de patín sobre hielo.

—Escribir fue la manera de acompañar el proceso de descubrimiento de Suecia. Había tantas cosas que yo no entendía, y la escritura fue una manera de vivirlo más intensamente, de seguir el hilo de un pensamiento hasta el final. O, en el caso del texto de Manuel Puig, fue escribir un texto para apropiarme de una ciudad.  Ya lo venía haciendo. Los primeros años que vivimos acá, lo hicimos en el centro de Estocolmo. Iba a todos lados en bicicleta, caminando. Ese texto me sirvió como excusa para apropiármela de otra manera. Para imprimirle mi propio mapa personal.

En el libro también hay un mapa de escritores que dialogan con la autora, en el sentido de que son parte de su vida mientras suceden los acontecimientos cotidianos. Geoff Dyer, Manuel Puig, Jane Austen, Ted Chiang o cineastas como Eric Rohmer y John Carroll Lynch. Un mapeo de sensibilidades que se fue sumando a las lecturas que Higa fue haciendo desde su adolescencia y durante su pasaje por la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires.

—Rohmer fue un descubrimiento del invierno —dice—. Me gusta pensar que son parte de la misma experiencia de la vida. Aprender a patinar, pero también ver las películas de Rohmer. Las dos experiencias están al mismo nivel. O leer los cuentos de Chan en un viaje, que es gran parte del viaje. La lectura tiene el mismo peso que un montón de otras cosas.

“Las palabras y las cosas” podría ser un posible título para reunir sus ensayos si no fuese un libro canónico de filosofía. Para Higa, cuando escribe y habla, no hay cosa sin palabra ni palabra vacía que no referencie a una cosa del aquí y ahora.

La escritora y traductora argentina Virginia Higa. DIANA MO
Virginia Higa, una argentina en Suecia. DIANA MO

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El hechizo del verano está compuesto por ensayos autobiográficos que están en la superficie de la vida de la autora, no entran en la intimidad; sin embargo, indagan en otras dimensiones de la profundidad de su yo. Escrito en primera persona, Higa redobla la apuesta sobre la escritura del yo y pregunta qué es más íntimo, abrir las puertas de su casa o contar lo que ve y cómo lo ve y, sobre todo, siente y la atraviesa el país que habita. 

—Es interesante lo de la primera persona. Hay como una especie de prejuicio con la primera persona. Como si hubiese algo de vanidad o hubiese que exponer cosas morbosas para escribir en primera persona. No me gusta eso. Pero sí me interesa la primera persona como una manera de compartir observaciones, pensamientos o procesos mentales. La primera persona del ensayo es un poco eso. Una persona que habla y va hilvanando ideas y que no tiene por qué meterse en la intimidad, en la privacidad de las vidas. Sin embargo, me interesaba ponerme ahí, para llegar a otra dimensión de lo profundo, de la intimidad. También la primera persona es una construcción. Y uno va a compartir lo que tenga ganas. Hay una profundidad muy grande en esos pensamientos que uno quiere compartir con los demás.

Los textos de Higa hacen recordar por la forma y los temas que piensa otro gran libro escrito por una mujer. Las pequeñas virtudes de la italiana Natalia Ginzburg.

—Es uno de mis libros favoritos, aunque no lo tuve presente durante la escritura de estos textos —dice Higa—. Lo que más me gusta de ese libro es la libertad, son ensayos narrativos, medio morales en algunos casos, hay consejos y todo. Me encanta la libertad que tiene ese libro. Mezcla el ensayo con la crónica, con la narración, con el relato. Por ejemplo, el texto sobre Inglaterra, como describe los comercios, las caras tristes de las personas que se cruza en la calle. Otro texto que sí tuve en la cabeza es Mi descubrimiento de América de Maiakovski. Es un viaje que él hace desde Rusia a Nueva York en pleno auge, cuando era la gran ciudad del mundo. Las descripciones que él hace de la gente, que va y viene en la calle. Lo que comen, cuando hablan. Lo describe todo de una manera cándida. Parece un extraterrestre que está describiendo Nueva York. Ese extrañamiento me encanta.

Un extrañamiento similar es lo que hace Higa con sus vecinos, con los anónimos en el subte, con los hombres y mujeres que la rodean en Suecia. Sus textos no miran desde un punto de vista sociológico, ni tienen la intención de explicar cómo son los suecos. A medida que escribe los va descubriendo. Su prosa tiene la sencillez del asombro, también la fugacidad del que sabe que está de paso y debe acumular todo lo que esté a su alcance antes de marcharse del lugar donde está siendo feliz.

El último texto del libro, ‘Sätra’, tiene el olor dulce de las despedidas, como canta un músico argentino. Higa cuenta que no tienen fecha de regreso, aunque admite que en casa, en las sobremesas, siempre es tema de conversación con su pareja.

—La idea es volver a Argentina. Nuestra estadía acá fue por dos años, pero después se fue extendiendo. Estamos viendo cómo y cuándo. Haber vivido acá y seguir viviendo con la idea de que se va a terminar es una buena forma de vivir, porque te permite disfrutar de las cosas. Verlo todo con la mirada del que se va a ir. Lo que es pesado se vuelve más liviano. Al pensar que nunca es para siempre es más lindo. Creo que es una linda forma de vivir en general.

Y de escribir, le faltó decir, tal como sucede en El hechizo del verano.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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