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‘Una vida posible’: cuando el viaje te encuentra

José Alejandro Adamuz narra su recorrido de Ciudad de México a Ushuaia con la literatura como brújula. “Latinoamérica es inabarcable”, dice.

Una mujer en Huaraz, Perú, retratada por el autor de 'Una vida posible'. JOSÉ ALEJANDRO ADAMUZ

El viaje despertó al escritor. Fue Latinoamérica la que lo sacó del largo letargo: necesitó contar aquellas tierras, al principio, a través de algunas crónicas periodísticas; después, con un libro, Una vida posible (Ediciones Menguantes, 2023). Y el viaje también espabiló al lector: Los pasos perdidos de Carpentier, Rayuela de Julio Cortázar, Naufragios de Cabeza de Vaca y En la Patagonia de Bruce Chatwin le acompañaron como cuatro brújulas literarias.

Pero la de José Alejandro Adamuz (Olesa de Montserrat, España, 1976) no es una narración de viajes al uso, sino un relato que lleva tejidos muchos elementos para crear una idea soberana: la del viaje transformador. Inspirado por exploradores como Darwin o Humboldt y autores como Roberto Bolaño, el escritor encontrado y periodista de Viajes National Geographic traza un recorrido poliédrico y fragmentado con una cronología rota a su antojo. Ha sido su manera de contarle al mundo cómo esa distancia recorrida (ojo, porque aquí la geografía se invierte) entre un sur, Ciudad de México, y un norte, Ushuaia, en la Patagonia argentina, le cambió la vida. Hicieron falta 20 meses. Los que transcurrieron desde su partida, un martes de 2014, hasta su regreso, un martes de 2016. El libro, un puro homenaje a la literatura de viajes, se cocinó lento a la vuelta.

- Una vida posible nace de un viaje y todo viaje nace de un impulso. ¿Cuál fue el tuyo?

- Desaparecer, poner tierra por medio, llegar a otros lugares, conocer a otras gentes… En ocasiones, en la vida llegan momentos en los que tal vez no te sientes bien con lo que estás haciendo o con la persona en que te has convertido y necesitas un cambio.

- Para tu aventura, escogiste Latinoamérica: de Ciudad de México a Ushuaia, en Argentina. ¿Por qué este itinerario?

- La Patagonia para mí era un espacio mítico. Había conocido ese territorio a través de Bruce Chatwin, un autor que me ha marcado como lector y escritor. Quería llegar a la Patagonia, pero hacerlo de una forma diferente. No cogiendo un vuelo hasta Buenos Aires y de allí saltar a Ushuaia, sino que necesitaba ensuciarme en el camino, sentir que estaba viajando, no desplazándome. Uní dos puntos, aunque con muchos tirabuzones. Pensé que Ciudad de México para mí era importante, porque por allí anduvo Roberto Bolaño con Los detectives salvajes, y decidí unirla con Ushuaia. Son dos geografías literarias y la aventura era el camino.

El periodista y escritor José Alejandro Adamuz, autor de 'Una vida posible'. CORTESÍA

- El viaje comienza antes en Costa Rica, adonde te lleva el billete más barato. Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala… Toca un primer recorrido por Centroamérica que dura seis meses hasta llegar a Ciudad de México. ¿Fue como una especie de ensayo o ese viaje ya empezó a obrar su magia transformadora?

- Empezó su magia transformadora. Llegamos a Costa Rica —hablo en plural porque siempre estuve acompañado de Cristina, mi pareja, y tal vez el viaje sin ella no hubiera sido posible o no habría sido de la misma manera— y ahí ya el viaje nos puso a prueba. Ciertamente, teníamos un billete de vuelta, pero sabíamos que íbamos a perderlo porque no había tiempo suficiente para llegar a Ushuaia. Y no teníamos nada que nos anclara al lugar de origen, al hogar. Cuando te encuentras en esa situación, es como un vértigo, y de repente tu cuerpo y tu mente empiezan a asimilar la realidad que te envuelve y comienzas a cambiar sin darte cuenta. Además, el viaje está fuera de toda rutina y tienes que empezar a encontrarte a ti mismo fuera de esas cotidianidades que también nos definen. En Costa Rica, San José, una ciudad dura, no de las más duras de Centroamérica, pero dura, sobre todo cuando el contraste es Europa, el viaje ya comenzó a hacernos evolucionar. Pero te tengo que decir que el punto fundamental, clave, fue Nicaragua.

- ¿Ahí se produce el verdadero punto de inflexión?

- Sí, se convierte en el momento transformador del viaje. En Nicaragua, como cuento en el libro, en concreto en Ometepe, que es una isla espectacular en medio del Gran Lago, me encuentro con una historia, indago sobre ella y posteriormente se convertirá en un primer artículo que escribo. Y ese es el punto de inflexión, porque, a partir de ahí, la mirada cambia y el sentido y el objetivo del viaje es otro. Es cuando me doy cuenta de que estoy viajando por una geografía fascinante, llena de historias, de gente y que quiero empezar a contarlo, a narrarlo, a escribirlo. Por ejemplo, acabo en un lugar como Nambija, en Ecuador, que es una aldea minera en medio de la selva, o en otros en los que no me habría propuesto entrar, como el barrio de La Limonada en Ciudad de Guatemala. Es ya un viaje paralelo a lo que sería un viaje más al uso por Latinoamérica y Centroamérica, con lugares y destinos más turísticos.

- Los lugares impactan en las personas de distinta manera… ¿Me describes tu Latinoamérica?

- Es un espacio vibrante, muy complejo, lleno de contrastes, con diferentes capas económicas, políticas, sociales y literarias. De hecho, la literatura es el hilo que me ayuda en todo momento a moverme por ese laberinto que es Latinoamérica. Es un espacio enorme, geográficamente hablando. Es inabarcable y, de hecho, en el libro renuncio a explicar pormenores del continente. Es imposible, haría falta una enciclopedia borgiana, infinita, en la que cada página representara, exactamente a escala, cada centímetro de Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica. Curiosamente, Latinoamérica está muy próxima a nuestro mundo, a España, por la evidente relación histórica que tenemos, pero, a la vez, es totalmente desconocida.

- ¿Qué país o ciudad de cuantos visitaste tienes grabado más a fuego en el corazón y en la memoria?

- ¡Muchos! A pesar de que la memoria es totalmente engañosa, tengo muchísimo cariño a la Ciudad de México, un lugar que además he visitado en otras ocasiones. Es una ciudad de la que guardo muy buenos recuerdos y malos momentos. Es el lugar del descubrimiento y la alegría, y también del dolor, porque es donde tengo un ataque de piedra muy fuerte y acabo en un hospital. Cuando Cristina y yo fantaseamos durante el viaje con quedarnos a vivir en algún otro lugar, muchas veces salió Ciudad de México. Otro sitio para mí inolvidable es Solentiname, el archipiélago de Nicaragua adonde llegó Julio Cortázar con Ernesto Cardenal. Y también Buenos Aires, Santiago de Chile… Hay muchísimos.

- Una cosa es el viaje y otra la construcción del libro, donde pesa más el relato que el hecho en sí. ¿Cómo definirías el invento literario que es Una vida posible?

- Es un caleidoscopio que intenta imitar esa complejidad de Latinoamérica. La narración del viaje podría haber sido otra, pero opté por esta porque respondía un poco a la tesis que quería mostrar del viaje transformador. Y ahí aparecían Darwin, Humboldt, el propio Chatwin… Escritores cuyas historias me ayudaban a contar la mía. Una vida posible es eso, el intento de construir un espejo donde se puedan reflejar todas las historias, todos los fragmentos, todas las ideas y todos los conceptos que para mí supuso el viaje por Latinoamérica.

Libretas con anotaciones de viaje. J. A. ADAMUZ

- En ese viaje, te acompañas de cuatro libros. ¿Qué aportó cada uno de ellos?

- Los pasos perdidos de Carpentier es una novela que yo leí durante mis estudios de Filología Hispánica. En aquel entonces, la leí algo desorientado, tal vez no era el momento, pero estaba en el programa de la asignatura de Literatura Hispanoamericana. No me di cuenta de todo lo que significaba la novela y lo descubrí antes de irme de viaje. El personaje es alguien que ha abandonado los sueños por una vida más práctica. Un músico que se dedica a hacer música para anuncios y ha renunciado a la creación de otro tipo de obras más personales. Él también se da cuenta e intenta cambiarlo durante un viaje. Era como una guía que me iba a hablar del viaje transformador que yo estaba emprendiendo. Rayuela de Cortázar es para mí el libro definitivo, el que me llevaría a una isla abandonada, en él está todo. Es un libro-universo, porque lo puedes abrir por cualquier página, leer boca arriba o boca abajo y siempre vas a encontrar una cosa distinta, un detalle diferente, un pasaje o una frase que te va a remover.

- Nos quedan dos…

- En la Patagonia de Bruce Chatwin, evidentemente, era el destino, el culpable de ir a la Patagonia y tenía que estar ahí y llegar conmigo a Ushuaia. De hecho, me marcó diferentes coordenadas del viaje a las que luego fui siguiendo su rastro. Y escogí Naufragios de Cabeza de Vaca porque necesitaba tener a mano que el viaje también puede ser un fracaso y que, a pesar de que sea así, tienes que seguir viajando y procurar salvarte. Todas las crónicas que se escriben a partir de la llegada de Colón al continente americano son crónicas de éxito. No hay ninguna en la que se diga: “Miren ustedes, yo llegué a tierras del Nuevo Mundo y mi historia fue un total fracaso, pasé penurias, hambre, me intentaron comer caníbales…”. La suya es la única.

- De Bruce Chatwin no sólo llevas su libro de viaje, sino que aludes a su figura en muchas ocasiones. Incluso confiesas tu obsesión por él. ¿Cuánto pesa su influencia en la propia escritura de Una vida posible?

- ¡Muchísimo! En la Patagonia fue un libro que se convirtió en todo un éxito, pero Chatwin siempre se quejó de que la recepción nunca fue la buena. Hay muchas cartas a amigos y a su propia editora en las que dice que la lectura que está haciendo la gente no es la que él buscaba, que no es un simple libro de viajes, sino que hay algo más. Además, Chatwin es de los primeros que trata de aceptar la fragmentación de la vida en un relato de viajes. De hecho, su libro se compone de diferentes historias de personas que va encontrándose en la Patagonia y que le sirven para explicar el desarraigo, la pulsión del constante movimiento… En definitiva, su libro era una de las perspectivas con las que quería afrontar su gran tema, que es el tema de los nómadas. Desafortunadamente, la vida no le dio tiempo y siempre quedó pendiente ese gran libro del que siempre hablaba. Chatwin forma parte de la propia estructura de mi libro. Leyéndolo, me indicó cómo podía intentar narrar lo que yo quería.

El autor de 'Una vida posible', siguiendo los pasos de Chatwin en Estancia Puerto Consuelo, en la Patagonia chilena. J. A. ADAMUZ

- En esa estructura, el salto cronológico es constante. ¿Era la manera de reforzar tu idea de que nada tiene un principio ni un final?

- Totalmente, es así. ¿Dónde pones el inicio? ¿Dónde pones el final? Hoy en día, cuando el mundo es una red, un relato cerrado no tiene mucho sentido. Los saltos temporales también vienen a manifestar que, al final, todo o parte de lo que experimentamos se convierte en recuerdo y, por lo tanto, la memoria funciona más o menos de esa forma: a saltos. Los recuerdos que tenemos, aunque nos parezca que son una construcción lineal, son sumas de momentos que por algún motivo neuronal se quedaron marcados en nuestra memoria y que, sumados, forman esa esencia biográfica que nos permite vivir, que nos permite decir yo soy este o yo soy esta. 

- El periodismo irrumpe en tu vida durante el viaje y decides abrazarlo. ¿Y la faceta de escritor? ¿En algún momento piensas en la posibilidad de convertir todas esas notas que vas tomando en un libro?

- Con el viaje comienzo a escribir de nuevo. Desde pequeño, he sentido una vena creativa. Siempre escribí y hasta ganaba los concursos de literatura del instituto y del colegio, con lo cual seguía escribiendo. Luego hice Filología Hispánica porque pensaba que me enseñarían a escribir y después dejé la escritura de lado, la vida fue por otro camino… En un viaje así, sin billete de vuelta, necesitas unos referentes y unas rutinas, y la escritura, junto con la lectura, se convirtió en eso. Pero era una escritura para mí, terapéutica, memorística, de diario, para reflexionar hacia dónde iba o hacia dónde podía dejar de ir, y no me planteé hasta más tarde la posibilidad de poder escribir algo de todo eso. De hecho, cuando reviso mis cuadernos, hay una nota que no aparece en el libro y que no he comentado con mucha gente que dice: “¿Y si convirtiera el viaje en una novela? ¿Sería esa una fórmula con la que explicarlo todo?”. Al final, es un libro de no ficción.

- Dices en el libro: “Todo viaje termina cuando el deseo de regresar es más fuerte que el impulso original que nos lanzó al camino”. ¿Qué puso el punto y final al tuyo?

- Primero, llegamos a Ushuaia, que era el destino, por lo tanto, ese objetivo estaba cumplido. Segundo, tanto Cris como yo sentíamos que, si prolongábamos el viaje, tal vez no habría vuelta. Y yo, además, sabía que, si no volvía, no había posibilidad de narración, y quería volver y explicar el viaje. No podíamos seguir perdidos por el camino. Aun así, no fue una vuelta directa, porque volamos a Buenos Aires desde Ushuaia, después fuimos a Montevideo, Río de Janeiro… Ese sí que es un epílogo del viaje.

En ruta hacia el monte Fitz Roy. J. A. ADAMUZ

- “Ushuaia es el fin del mundo, el lugar perfecto donde borrarme”, escribes. Y en otro momento, señalas: “El fin del mundo y el principio de todo”. ¿Es allí donde empieza esa verdadera “vida posible” a la que alude el título?

- Ushuaia es el primer paso. Vuelvo con una herramienta recuperada que es la escritura, con la literatura de nuevo aceptada en mi vida. De hecho, a partir de ahí, me transformo y es cuando hago una apuesta conmigo mismo a todo o nada para vivir de nuevo con la literatura como ayuda. Cuando vuelvo, no tengo trabajo ni piso ni seguridad social. Es una situación tan crítica y tan vertiginosa como el momento en que aterrizamos en Costa Rica. Y, como aquí ya no queda viaje físico, sino retorno, vuelta, me armo y la literatura se convierte en mi armadura. Comienzo “una vida posible”. Otra de tantas, porque, aunque no lo sabemos, las tenemos ahí acumuladas para cuando las necesitamos. Recuerdo siempre, en el vuelo hacia Buenos Aires, ver Ushuaia, esa isla geográfica rodeada de montañas nevadas, y tener la sensación exacta de salir del fin del mundo para volver a la civilización y hacerlo, esta vez, con otras herramientas para afrontar la vida.

- A lo largo de estos años en que has ido cocinando el libro, habrá habido muchísimas lecturas. ¿De cuántos libros está hecho tu libro?

- ¡De muchísimos! De hecho, les rindo tributo en la última parte del libro: “Libro de revelaciones”. Son mis libros-oráculo. Hay libros que he leído durante el viaje y otros que leí después, durante la escritura. Creo que la cultura, al final, es la suma de todas esas referencias cinematográficas, literarias, artísticas… Y cuantos más vínculos puedas crear entre estas referencias, más rica va a ser la manera en que miras el mundo. Todos los libros, como todas las películas, se deben a otros que hubo antes.

- Cuando a día de hoy giras la cabeza hacia los pasos dados por Latinoamérica, ¿qué sensación se te pega al cuerpo?

- El poderío de haber trazado ese recorrido por un continente que, en algunos momentos, es complicado y, a pesar de ello, haber logrado movernos por ahí sin ningún contratiempo. Es más, nos encontramos con países que nos acogieron, gente que nos cuidó, mucho cariño. Recuerdo que, por ejemplo, en Venezuela, ya con Maduro, a pesar de que ya estaba el país en una situación complicada, había gente que nos atendió con mucho amor. Cuando miro a Latinoamérica, cuando miro a ese viaje, veo amor y mucha alegría. Cierta nostalgia también de ese tiempo vivido.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como Cinemanía, La Vanguardia, Viajes National Geographic y El Confidencial