Paula Bonet: “El feminismo es revisión”

La artista española debuta como novelista con 'La anguila'. Un libro que es “entender que se ha sido víctima y saberse superviviente”.

La artista española Paula Bonet. NOEMÍ ELÍAS
La artista española Paula Bonet. NOEMÍ ELÍAS

Después de exhibir su arte en medio mundo —incluido su amado Chile— y de que sus ilustraciones se hayan convertido en un fenómeno de masas, Paula Bonet (Villareal, España, 1980) ha publicado su primera novela, La anguila (Anagrama, 2021), título también de una exposición de pintura que hasta ahora ha recalado en el centro cultural La Nau de la Universidad de Valencia.

El debut literario de Bonet es una historia basada en sus propias experiencias, pero en la que los personajes que aparecen —entre ellos, la propia autora, que ejerce de protagonista— reflejan actitudes, emociones y maneras de hacer de personas que ha conocido pero que no tienen por qué ser personas reales. Bonet se sirve de su vida para hacer ficción y expresar más verdad que si el texto hubiera sido puramente autobiográfico. Una novela en dos partes que habla de la violencia sobre los cuerpos, de la agresión y del abuso, desde diferentes puntos de vista. Una lectura que no deja indiferente. Y que refleja lo que a tantas, tantísimas mujeres les ha sucedido y sigue sucediendo.

Se nota que a Bonet le importa (y mucho) lo que dice. Mide y escoge muy bien sus palabras. Tiene claro lo que quiere contar y cómo hacerlo. En la novela y en esta conversación que tuvo lugar en la Barcelona donde reside. Una charla en la cual está muy presente la muerte prematura de su primer editor literario, el añorado Claudio López de Lamadrid.

- Al leer La anguila se percibe una necesidad por tu parte de explicar ciertas cosas.

- Pintar es una necesidad, escribir también lo es. En el Taller 99 de Chile, un taller de grabado que para mí es un refugio y también una revelación, fue donde entendí que el acto creativo, en algunos momentos, pocos, puede ser un acto que se comparta. Una vez me planté en el taller en Semana Santa. Estaban de vacaciones pero, aún así, había algunos alumnos. “¿Por qué vienen?”, le pregunté a mi amigo Rafa Munita, uno de los directores del centro. Y me contestó: “Por necesidad, porque no pueden dejar de grabar. Porque su vida se vincula con esa mirada que al final es pintar, grabar, escribir”.

- Compartir estas experiencias te habrá ayudado a ti y a muchas mujeres...

- Encuentro las respuestas y el alivio en lugares previos a poder pintar y escribir La anguila. No he escrito el libro buscando respuestas para mí, sino porque necesito explicar elementos muy evidentes que este sistema invisibiliza. Cuando cuentas tu historia, pocas personas la creen. De hecho, La anguila no son mis memorias. No es mi verdad. Es una parte de mi autobiografía. Si lo fuera, no sería verosímil. Necesitaba la ficción para construir la novela. La anguila no es un vómito, no es un ‘voy a mirarme en el espejo, voy a mostrar mi vulnerabilidad iluminada’. 

- ¿Existe una necesidad de las mujeres por explicar lo que sentimos?

- Sí, pero eso ya está en María Luisa Bombal a mediados del siglo XX. Está en la literatura desde hace siglos. Eso son las místicas del siglo XII, de las mujeres narrando su cuerpo. Bueno, narrando la única experiencia que tienen, que son ellas encerradas en una celda. Las mujeres hemos sentido la necesidad de narrarnos siempre.

Anguila Paula Bonet

- ¿Qué opiniones has recibido sobre el libro? ¿Genera la misma reacción en hombres y mujeres?

- La reacción es totalmente diferente. Los hombres se sorprenden mucho, les parece imposible que lo que narro sea la vida cotidiana de una mujer normal. Las mujeres, en cambio, se ven todo el tiempo representadas en el libro. Esto también nos da una información que tenemos que poner sobre la mesa y que tenemos que comunicar.

- La lectura de La anguila causa incomodidad y desasosiego. No es una novela fácil.

- Ese desasosiego del que hablas está en cada feedback: ‘He tenido que leer muy poco a poco’, ‘es un libro de dos lecturas’... No suelo tener en cuenta a la audiencia, porque pienso que me va a poner limitaciones en el momento de la creación. Pero, una vez la novela estaba casi resuelta, vi que era como poner un espejo antes de que te puedas arreglar. Es interesante como, tanto hombres y mujeres, se atreven a mirarse en ese espejo. Acaban la lectura y hacen revisión. Nosotras nos estamos revisando cada día. Revisarse es doloroso. El feminismo es revisión. Y haber escrito esta novela también lo es.

- En la primera parte de La anguila tratas el tema del aborto. En cierta forma, se puede ver como una continuación de Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión, tu libro de 2018 que iba acompañado de un desplegable ilustrado y en el que abordaste tus dos abortos naturales.

- Necesitaba publicar el acordeón de Roedores y Claudio [López Lamadrid, editor del libro] sabía que había un texto. Y el texto empezaba a ser La anguila, pero tanto Claudio como yo sabíamos que Roedores, por el hecho de ser publicado con esa urgencia y de ese modo, tenía que ser únicamente un golpe sobre la mesa. Estoy segura de que publicó este libro porque sabía que venía La anguila. Lo que sucedió acto seguido de la publicación de Roedores fue la muerte de Claudio, con lo que imagínate la orfandad que sufrí, la triple orfandad. Acababa de perder dos posibles hijos y me enfrenté a ello verbalizándolo porque, en ese momento, lo único que podía hacer como autora era pintarlo y decirlo, no desarrollarlo. Era imposible que lo hiciera porque estaba intentando evitar el epicentro de ese dolor. Y necesitaba buscar libros sobre maternidades y ver que existían. Y enfrentarme otra vez al timo y a la trampa del patriarcado que los oculta. Tenía que enfrentarme a las maternidades y no tanto a la maternidad, tenía que enfrentarme a mí, mirándome en ese espejo y decidiendo realmente si quería o no quería ser madre. Si esta huida hacía delante con las maternidades era una imposición social o era un deseo propio.

- Imagino que a raíz de Roedores se te acercaron muchas mujeres a explicarte sus historias.

- Sí. A nivel personal, era muy extraño ver que mi historia no me afectaba emocionalmente y que, en cambio, sí lo hacían las de las otras mujeres. Esas historias me ayudaron mucho a entender que quizás yo no quería ser madre. Por otro lado, acumular esas experiencias de mujeres de distintas clases sociales, países y edades me sirvió para ver que había un hilo conductor: la falta de información, el desconcierto, la tara y la culpa. Estos cuatro elementos son los generadores de todas las historias, ya fuera un aborto de trillizos o una pérdida en las tres primeras semanas de gestación.

La artista Paula Bonet, autora de 'La ánguila'. NOEMÍ ELÍAS
La artista Paula Bonet, autora de 'La ánguila'. NOEMÍ ELÍAS

- La segunda parte de La anguila se centra en la relación de la protagonista, Paulita, una joven estudiante de Bellas Artes, con su profesor, el Hombrecito, que le dobla la edad y le hace llamar ‘mi capitán’, mientras que él la llama ‘mi niña’.

- Los lectores y lectoras entenderán que hay mil ‘mi niña’ más. Es su manera de habitar el mundo. Es ese hacer uso del poder, del género y de la edad para aprovecharse de la ingenuidad.

- En la novela narras situaciones de abuso que se pueden extrapolar a muchos otros casos. Pero, a la vez, tú también eres quien eres por las experiencias que has tenido, incluidas las sufridas con los distintos agresores. ¿Lo vives como una contradicción?

- Es uno de los motivos por los que no quise escribir la novela antes. Necesitaba entender la historia y, como autora, tenía que colocarme en el lugar que beneficiara a la narración, o a lo que yo quería iluminar de ésta. La segunda parte del libro surge en el momento en el que estoy trabajando en la primera y veo que, si estoy hablando de violencia sobre los cuerpos, necesito rescatar esas historias de violencia más evidentes. Y me cuido mucho de que no vuelvan a protagonizar las historias ellos. Aquí estamos hablando desde nuestra experiencia, a partir de nuestras conclusiones.

- Es ella, Paulita, la que tiene que contar la historia.

- La anguila (el pez) está en continua mutación y adaptación al medio. Y al personaje principal (Paulita) le falta mucha información, necesita tener experiencias vitales, saber qué es el amor o qué es eso a lo que se llama amor. Necesita haber leído mucho, haberse relacionado con muchas personas. Y entender realmente quién fue ella para esos hombres. Lo que esos personajes construyen y proyectan en ella es lo que ellos deciden construir y proyectar para ella. Pero no es ni lo que son, ni lo que proyectan al mundo. Es una historia que está llena de trampas. Como autora no la puedo explicar si no he caído en alguna de ellas, si no he tenido esa experiencia. La veo como ese cubo de anguilas en el que el escritor Rafael Chirbes mete la mano cuando es un niño. Le dan asco pero a su vez no puede evitar tocarlas.

- Es superior a él.

- Quería que los lectores y lectores tuvieran esa sensación de ‘me repugna pero no puedo dejar de leer’.

- De hecho, la propia protagonista del libro no corta el vínculo con su maltratador cuando consigue dejar la relación. Se convierte en su amiga.

- Porque hay un rapto.

- Y eso ahora lo ves con la mirada de una mujer de 40 años.

- Es muy doloroso. Pero lo que se tiene que denunciar es el contexto que permite que eso suceda. De hecho, estoy segura de que si hubiera sacrificado la parte artística de la obra y hubiera colocado a estos dos señores con su nombre propio, el propio sistema los habría seguido protegiendo. Y la única persona perjudicada, doblemente, otra vez, habría sido yo. Por querer nombrarlo desde ese lugar.

- Y habrías acabo siendo víctima de nuevo.

-Sí. Y eso es La anguila. El entender que se ha sido víctima y saberse superviviente y dueña de una misma. Y, a nivel personal también, por eso tienen tanto peso el taller de grabado en Chile, Taller 99, y La Madriguera.

Paula Bonet, pintando en su estudio. JORDI MARTÍ COSTA
Paula Bonet, pintando en su estudio. JORDI MARTÍ COSTA

- La Madriguera es tu Taller 99 de grabado de Chile en Barcelona. Entiendo que nace también de una necesidad de reproducir aquello que tan feliz te ha hecho.

- Sí, y de construir lugares seguros en los que poder narrarse desde donde a cada una de las que vienen al taller le interese narrarse.

- Y de atreverte, en tu caso, a dejar de hacer las ilustraciones por las que te haces conocida.

- Yo aparezco en la escena con estos dibujos. Y para todo el mundo, eso es mi primera obra. Pero mi primera obra real son grabados y pinturas.

- Que es lo que explicas en el libro. Es como la vuelta a la esencia.

- Sí, claro. De hecho, esos dibujos [por los que me hice conocida] no los hago más que durante tres años y es algo que llevo a cabo de manera paralela a mis otros proyectos.

- Como quien hace publicidad para ganar dinero.

- Sí, pero no los hago con esa intención, sino porque necesito inmediatez. Pintar al óleo no me permitía esa inmediatez. Los hago como hijos de un contexto que ahora detesto, que nos hace aprovechar el tiempo al máximo desde el peor lugar posible, que es la híper producción. En lugar de hacerlo para la calma, el reposo, la pausa… 

- El no tener miedo a que dejaran de seguirte si no continuabas pintando las mismas ilustraciones y la apuesta por tus propios intereses artísticos probablemente han permitido que sigas triunfando.  

- Si tu público es inteligente, estará ahí. Y si no está ahí, no pasa nada. Tú no creas para un público. Si algún autor o autora está creando para que lo sigan más personas está siendo absolutamente irrespetuoso con una obra que seguramente no tendrá ningún interés.

- Quizás dichos autores tengan otro tipo de intereses…

- Aquí hay otro tema que es triunfar. Yo sentía que había triunfado cuando acabé Bellas Artes. Me monté un taller de pintura y podía, de alguna manera, acabar manteniéndolo. Todos mis compañeros y compañeras de La anguila renunciaron a pintar en el momento en que acabaron la carrera. Para mí, el éxito era verme pintando cinco años más tarde. Cuando estos dibujos se hicieron tan conocidos, no lo viví como un éxito sino como un peligro gigante, porque mi trabajo artístico se podría haber contaminado por todas estas opiniones ajenas y podía acabar siendo ‘un tipo de dibujo’. No somos un tipo de dibujo. No somos un tipo de pintura. Y cuando un autor encuentra ese tipo de dibujo y lo repite hasta la saciedad está matándose a sí mismo, sacrificando a sus hijos. Ser pintor, escritor, dibujante es buscar todo el tiempo y no ser complaciente ni con el contexto ni con uno mismo.

- En La anguila escribes: “El sexo dominaba nuestra vida. Era lo único que podíamos ofrecer que nos hacía sentir poderosas”.  Parece que a los 20 años, al no tener experiencia, el sexo se convierta en el único poder que podamos tener las mujeres

- Sí, esta es otra de las trampas. Porque también nosotras nos hemos visto desde ese lugar todo el tiempo. Viendo películas, leyendo libros. Incluso ahora, con 40 años, cuando revisas una película al azar, te das cuentas de que las mujeres somos eso en el 90 y pico por ciento de los casos. Por eso es importante que cada una se narre desde donde necesite narrarse y cómo quiera hacerlo. Porque también es importante entender todas esas experiencias, comulgar con alguna, detestar otras, no estar de acuerdo en otras. Es lo que tenemos que hacer. Que nos suceda lo mismo que cuando leemos o vemos películas de hombres. Que nos interese, que no, que nos parezca mediocre, que nos parezca alucinante, que nos abra la cabeza y nos lleve a consumir o a acercarnos a la obra de otros creadores. Necesitamos narrarnos porque somos sujetos y tenemos esa necesidad de reconocernos como tales en cualquier manifestación artística.

- En el libro narras la experiencia de Paulita con 20 años, pero hay muchas mujeres de 40 ó 50 años cuyo objetivo sigue siendo tener una pareja.

- Últimamente, me estoy fijando en las mujeres que acuden a los talleres en La Madriguera. En uno de los últimos, un taller literario que impartió Nuria Labari a 13 alumnas que tenían entre 19 y 60 años, me pareció muy esperanzador que, de todos los relatos que surgieron, en ninguno se abordaba el amor romántico ni aparecía la figura de un hombre como centro del relato. Ninguna de ellas estaba siendo autocomplaciente con su figura. Todas estaban arriesgando mucho. Hace tres años, en el taller, todas habrían hablado de cómo se enamoraban o del hombre de su vida. Y ahora no.

- La Madriguera ha crecido mucho. ¿Cómo estás viviendo esta faceta de profesora y mentora de mujeres artistas?

- Me hace llevar mi vida al extremo. Para mí es importante que ese diálogo con todas esas personas que podrían haber sido Paulitas forme parte de mi vida todo el tiempo, Porque tiene mucho el reflejo de cómo entiendo yo mi pintura, mi literatura y mi vida. Como van de la mano todo el tiempo. Y también porque, de alguna manera, estoy construyendo un lugar que es el que me habría gustado habitar cuando tenía la edad de estas mujeres. Una edad en la que hay una parte importante de inconsciencia pero que no por ello te tiene que colocar en lugares peligrosos.

Artistas trabajando en el taller La Madriguera de Barcelona. PAULA BONET
Artistas trabajando en el taller La Madriguera de Barcelona. PAULA BONET

- “La herencia que me dejó el Hombrecito es la obsesión por fragmentar mi obra y fragmentarme”, relatas en la novela. La propia estructura de La anguila es fragmentaria. Como un rompecabezas que te hace ir hacia delante y hacia atrás.

- Está muy bien traído ese fragmento para hablar de la estructura porque se dice en el momento en el que tú te entregas sin tener una opinión y sin decidir cómo esa persona va a recibirte o va a construirte. De hecho, en la exposición La anguila, el subtítulo es: Esto es un cuadro, no una opinión. Y ese es también el objetivo de la novela: Esto es una novela, no una opinión. Éstos son los hechos que yo te estoy contando, ordénalos como quieras y saca las conclusiones que quieras. Y ahí está esta intención con lo fragmentario y lo más difícil de la novela como autora, que ha sido que el engranaje funcione.

- ¿Cómo ha sido el proceso de creación de La anguila durante los dos años que ha durado?

- El proceso de la creación de la novela y el de la exposición han ido de la mano. Eran como dos anguilas deslizándose y a veces tocándose y volviendo a su camino. Pero tenían que hacerse por separado. Ya en Roedores quería hacerlo. Creo que Claudio [López Lamadrid] aceleró el proceso y he de agradecerle lo que me dijo cuando le traje la propuesta, que seguía mezclando pintura y literatura: “Deja de pintar las palabras. Tus palabras tienen entidad literaria propia. Sepáralo y escribe”.

- Él creyó en ti. Te dijo que tenías la capacidad de hacerlo.

- La anguila es llevar esto a las últimas consecuencias. Hay una novela y hay una exposición de pintura. Y esta intención de separarlas las ha beneficiado porque las dos se han ido alimentando la una de la otra. Había momentos en los que, en el proceso pictórico, justamente por su abstracción, llegaba a conclusiones que conseguía narrar con palabras. La primera parte de La anguila pintada y escrita fueron casi de la mano todo el tiempo. Y de repente, llegó la segunda parte, que a nivel plástico me supuso un bloqueo tremendo. En cambio, a nivel literario, fue dolorosa y placentera. Me pasó como si hubiera abierto un grifo y no pudiera parar de escribir. De hecho, he seleccionado muchísimo el material. Podría haber incluido muchas más cartas y experiencias.

- Pero no hacía falta.

- A nivel plástico, decidí pintar La anguila en tres partes. La primera parte refleja las agresiones que están en el lenguaje, en la manera en que tenemos de relacionarnos con nuestro cuerpo, en la manera en cómo se medicalizan nuestros embarazos, en las relaciones familiares. En la segunda parte, aparecen estas relaciones de abuso más evidentes pero que el propio sistema invisibiliza y protege. Y la tercera es la parte luminosa, imprescindible a nivel plástico para no salir deshecha de la exposición.

- Es toda blanca, ¿no?

- Sí, pensé que sería la más difícil de pintar y finalmente no fue así. La primera parte de la exposición está pintada con pinceles y con el gesto y todavía se ve una autoría. La segunda, está pintada con las manos y casi siempre con los ojos cerrados. La premisa era ponerme música de esa época, recordar e imaginarme que estaba tocando cuerpos que no quería tocar. Esa mano de Chirbes con las anguilas. La tercera, está pintada ya directamente con el cuadro en horizontal sobre el suelo y jugando directamente con las inclinaciones que le podía dar a la obra. Ya no hay ni manos. Es pintura depositada y aguarrás. Hay esa intención de desaparecer. Al resolver pictóricamente esta tercera parte, entendí que narrativamente no tenía sentido que toda esa blancura ocupara una tercera parte.

Exposición de 'La anguila', de Paula Bonet, en el centro cultural La Nau de Valencia. LA NAU
Exposición de 'La anguila', de Paula Bonet, en el centro cultural La Nau de Valencia. UNIVERSIDAD DE VALENCIA

- La exposición de La ánguila de momento ha recalado en Valencia. ¿Va a viajar a otras ciudades?

-  Espero que podamos moverla a Barcelona, pero no sería de inmediato.

- A Chile ya sería imposible…

- Me temo que sí.

- ¿Tienes muchas ganas de ir?

- Sí. Estamos viendo a ver si es posible presentar ahí la novela en julio.

- ¿Vas a seguir escribiendo?

- Sí, va a haber mucha pintura y mucha ficción.

- ¿Y te has planteado entrar en política?

- Sí, claro, lo he pensado, porque todo nuestro trabajo es político. Pero no lo haré. Creo que sería contraproducente y que puedo hacerlo mejor pintando. En el caso de ser útil, si es que lo fuera —tampoco sé si lo soy—, pienso que lo haría mejor desde este lugar, con más libertad.

Periodista. Colabora con medios como RAC1 y La Vanguardia y ha trabajado para El País, El Periódico y ADN, así como en el sector editorial. Creadora de los pódcast I mare, també, en el que aborda el tema de la maternidad, y Nuestro turno, en el que mujeres de referencia de distintos ámbitos hablan de los temas que más les afectan.

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