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La Navidad también fue escrita

Los cuentos navideños son un clásico de la literatura universal. Cuatro novelistas eligen sus favoritos.

Buenos Aires
La Navidad también fue escrita. ELENA CANTÓN/ILUSTRACIONES: JOHN LEECH Y JKA

Cada diciembre, en diferentes talleres de escritura, circula una consigna que suele replicarse incluso en aquellos que son coordinados por escritores que se odian entre sí. A los talleristas, sentados en círculo sobre sillas desparejas, como en una reunión de Alcohólicos Anónimos, se les pide que escriban un cuento de Navidad. En el hemisferio sur lo hacen con el runrún del aire acondicionado de fondo; en el hemisferio norte, con la estufa al máximo. Sin embargo, en ambos lados del mundo se habla del espíritu navideño, de la omnipresencia de la fecha, de reuniones familiares que estallan por exceso de costumbrismo.

Antes de irse con la consigna anotada en el cuaderno, a los integrantes se les comparte a modo de referencia un enlace a una carpeta con cuentos clásicos de Navidad. La lista va desde ‘Cuento de Navidad’ de Charles Dickens, pasa por la versión infantil del maravilloso ‘Un regalo de Navidad en el chaparral’ de O.Henry, continúa con ‘La Navidad es triste para los pobres’ de John Cheveer (mi favorito), y llega hasta ‘Papá Noel está borracho en el salón’ de Santiago Roncagliolo y ‘Las cosas están saliendo mal’ de Antonio Ungar, por nombrar unas pocas bolas rojas, verdes y blancas que adornan el árbol navideño de la literatura que no deja de arborescer.

El sintagma “cuento de Navidad” excede las fronteras y geografías para convertirse en un territorio de la literatura universal. Incluso, varias de sus páginas podrían incluirse en cualquier antología del relato breve, más allá de las especificidades del calendario. Cuentos o versiones que escuchamos primero oralmente y luego leímos; o, mejor, que año a año volvemos a leer desde otra versión de nosotros mismos.

La escritora mexicana Jazmina Barrera, ante la pregunta por su cuento navideño favorito, cuenta que ya no sabe cuántas veces ha escuchado la grabación de David Sedaris leyendo ‘Santaland Diaries’, un relato en el que narra sus aventuras en Macy’s, cuando lo contrataron para actuar de elfo en la puesta en escena navideña de esa tienda departamental. Como si fuese un regalo para futuros lectores, la autora de Punto de cruz dice: “En su hilarante historia, los alegres ayudantes de Santa se transforman en un grupo explotado y oprimido en el corazón del capitalismo en la época más consumista del año. Toda la ridiculez, la hipocresía y lo absurdo de la época sale a la luz en esta genial historia, perfecta para todos los grinches del mundo. A mí el humor de David Sedaris me funciona mejor que el tafil para salir de cualquier depresión. Si Santa Claus existiera le pediría un David Sedaris diminuto, que pudiera meter en mi bolsillo y llevar conmigo el día entero y especialmente en Navidad.”

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En plan de recomendaciones, la escritora argentina con sonrisa y raíces brasileñas Luciana De Mello, desde el frío de Irlanda donde la encontrará la fecha este año, nombra ‘El cuento de Navidad de Auggie Wren’ de Paul Auster, que dio origen a la película Smoke, protagonizada por Harvey Keitel y William Hurt.

Para los que aún tienen dudas de qué libro regalar, la autora deja unas líneas como anzuelo. Dice: “Lo recibí como regalo de Navidad en una edición de Sudamericana ilustrado por la maravillosa Isol. Lo di en talleres, lo llevé a talleres en la cárcel y siempre generó distintos tenores de magia. Lo que más disfruto de este relato —doblemente enmarcado— es que por un lado revela el artificio y por el otro se pregunta sobre los límites y alcances de la verdad en el arte de contar. Desde Los siete locos de Roberto Arlt, la escena del robo en la narrativa argentina define una tradición literaria y por lo tanto política y este cuento de Auster va por ese lado de la calle. A Auggie le roban una revista de su quiosco y en la corrida, al ladrón adolescente se le cae la billetera. Auggie la levanta y al revisar su contenido se encariña con el pibe. Un día de navidad decide devolverla, sin saber que ése será el comienzo de su propio crimen: un robo y una mentira que no salvará ninguna vida pero que —arte y artificio de por medio— la justificará”.

Luciana de Mello y Jazmina Barrera. E.C.

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En Navidad no todo es reconciliación, milagros y solidaridad. Por el contrario, el lado grinch, la contraluz, las botellas derramadas, son la escenografía de gran parte de la literatura que la tiene como protagonista. En esa línea de fuga y barro, la escritora mexicana Ana Negri elige regalar —y procura envolver en una caja cubierta por un envoltorio con renos y guirnaldas para no levantar sospechas de la bomba que lleva adentro— el cuento ‘Navidad prusiana’ de León Bloy. Quizá uno de los cuentos más tristes del mundo, en donde la Navidad y la guerra se mezclan como cartas de juegos contrarios.

Negri, que pasará su primera Navidad en Argentina, cambiando el whisky y el ponche por cervezas frías para festejar, dice que eligió el cuento de Bloy porque la cuesta “creer en la magia milagrosa de la temporada”. La escritora no encuentra al espíritu navideño encarnado en una abuela sacando un pavo del horno o en un vecino que alcanza un cable de luz para electrificar los árboles de la cuadra, sino que lo identifica con “la voz en off de los comerciales de Coca-Cola que vende la magia de la Navidad embotellada”. En sus palabras, por si quedaban dudas de su postura, agrega “el tema del espíritu navideño es una forma más de manipulación.”

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El escritor argentino Pablo Ottonello está en el cielo. O cerca. Responde a la consulta de COOLT desde el aeropuerto de Dallas. No identifica a la Navidad con un cuento. Sí lo hace con un aire, un aura, una sensación onettiana. Dice: “Se me viene ‘Justo el 31’ de Onetti. No es de Navidad, pero sí de fin de año, y la mirada sobre el mundo es tan poco cándida, tan poco feliz, que se ajusta a la ambivalencia del sentimiento navideño”. Y, de inmediato, los resortes de la memoria lo llevan a un recuerdo personal: “Confieso que fui un niño muy cándido. Tengo un recuerdo: bañándome en la casa de mi padre, antes de ir a la misa del 24 a las siete de la tarde, cantándole una canción a Dios en la que agradecía estar vivo. Mi voz era un susurro de jilguero, afinada y dulce. Vivía en un mundo de ilusiones. Debía tener 11 años. No esperaba a Papá Noel, pero sí la gracia de Dios, la concordia familiar, cierta perpetuidad de los buenos sentimientos”.

Ottonello nombra dos cambios personales que transformaron su percepción de la Navidad: mudarse al hemisferio norte —donde realiza un doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Chicago— y, claro, la adultez. Por mail, dice: “Que diciembre, por ejemplo, en vez de derretirte de calor, fuera el mes de la luz declinante y las primeras nieves. Creo que la reactivación navideña en mi espíritu fue gracias a la nieve. Cae, democrática, sobre todas las cosas. Traga los sonidos, fabrica silencio, neutraliza los nervios, serena. Ahora, de a poco, vuelvo a vivir en Buenos Aires y  en parte, también, en una ciudad cordobesa que me gusta llamar Santa María. Soy menos alegre, vivo sin serenidad, pero no han muerto todas las ilusiones”.

Ana Negri y Pablo Ottonello. E.C.

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¿Existe algo parecido al espíritu navideño? ¿Es una creación de la literatura? O, mejor dicho, ¿de la Biblia como primer gran texto literario? ¿Por qué lo seguimos nombrando? Como una caja de regalo o un significante, ¿qué encontramos cuando lo abrimos?

“El espíritu navideño es una de esas cosas en las que no hay que pensar mucho o desaparece”, dice Jazmina Barrera. Y, esquivando el pesimismo crítico que alienta el paisaje que nos rodea, añade: “En algún lugar más allá del tráfico, de los árboles cortados, la aguda música electrónica de las luces navideñas, los dramas familiares y las falsas ofertas están el olor a pino, los romeritos, el ponche, la voz de mi abuela cantando en las posadas y una historia que me gusta: un dios que decidió nacer y llegar al mundo tan vulnerable como los cientos de bebés hoy hospitalizados por culpa del VRS. Un dios que decidió morir para que los humanos dejaran de sacrificar borregos, para que fueran mejores personas. Con todo el daño que las instituciones cristianas le han hecho al mundo, el mito original, a mi parecer, todavía vale la pena celebrarse.”

Luciana De Mello responde con una pregunta retórica y una sonrisa: “¿El espíritu navideño?”. Luego hace una pausa, mira un punto fijo como si estuviera viendo una proyección, y agrega: “El espíritu navideño es la casa de mi infancia: una mesa puesta y una puerta abierta para quien lo necesite. Ahora que vivo en una isla muy al norte del mundo puedo agregar que también es entrar en la noche más fría con el corazón lleno de esperanza.”

¿Qué estuvo primero, el espíritu navideño o los cuentos de Navidad? La pregunta sigue abierta. A esta altura de diciembre, es mejor entregarse a su noche y a sus fuegos artificiales.

Querido lector, querida lectora, feliz Navidad, feliz Nochebuena.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.