“Solo sabiéndonos mortales vamos a ser más humanos”

Miguel Ángel Hernández recupera en ‘Anoxia’ la tradición de la fotografía ‘post mortem’ para indagar sobre el duelo, la memoria y el amor a la imagen.

El escritor español Miguel Ángel Hernández, autor de 'Anoxia'. ENRIQUE MARTÍNEZ BUESO
El escritor español Miguel Ángel Hernández, autor de 'Anoxia'. ENRIQUE MARTÍNEZ BUESO

Tras una década sin muchos motivos para seguir viviendo, Dolores, la protagonista de Anoxia (Anagrama, 2023), la nueva novela del escritor español Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977), despierta del letargo gracias a un encargo fotográfico. Lo paradójico es que eso que le devuelve a la vida es un trabajo de fotografía post mortem, es decir, retratos de muertos. Esa labor que en un principio resulta tan extraña acabará convirtiéndose en la pasión de Dolores, quien verá que, detrás de esas instantáneas, en vez de algo macabro, hay amor y respeto por la persona fallecida. Se trata, en definitiva, del recordatorio de aquel ser querido. Una mirada que también tiene que ver con la imagen como objeto, con la posibilidad de tocar el recuerdo, algo que en gran medida hemos perdido con la llegada de las cámaras digitales.

Anoxia es la cuarta novela de Hernández, y llega a librerías tras la aplaudida El dolor de los demás (2018), en la que el autor reconstruía un crimen inexplicable relacionado con su adolescencia. Esta novedad editorial se suma a una prolífica y variada trayectoria: el autor cuenta con una veintena de títulos publicados que abarcan narrativa, ensayo y diarios, la mayoría de ellos atravesados por el arte, otra de sus pasiones. Y es que, además de escritor, Hernández es profesor de Historia del Arte en la Universidad de su ciudad natal. 

- Anoxia comienza con el despertar del duelo de Dolores gracias a la fotografía, dos cuestiones que se retroalimentan a lo largo del libro.

- La fotografía y el duelo son las dos cosas que atraviesan la obra, y lo hacen complementándose la una a la otra. Son las dos grandes novelas dentro del libro. A estas dos, habría que añadir también la novela del cambio climático, igual de importante. Todas ellas están atravesadas por la muerte, por ese sentimiento de enfrentarnos a algo que está desapareciendo y tenemos que lidiar con ello.

Dolores va volviendo a la vida a través de la muerte de los otros. Toma conciencia poco a poco de que eso sirve para algo, y de que ella sirve también para algo. Ella, que era alguien que estaba en su estudio, una mujer viuda de 60 años a la que no le queda nada por vivir, de repente se da cuenta que tiene mucho que decir y que aportar. Algo que sucede gracias a la imagen. Paradójicamente, la foto de los muertos es la que le hace vivir. Eso, que debería estar lleno de tristeza, es lo que le despierta.

- El libro demuestra que las fotografías post mortem fueron tomadas desde el amor, y que no las deberíamos de ver como algo lúgubre o morboso.

- Esa evolución que vive ella la va a vivir también el lector. La primera impresión que experimenta uno cuando se acerca a esta tradición es la del extrañamiento y el morbo. Se toma casi como algo macabro. Pero esta fotografía es un acto de amor a quien se ha querido, y sirve para dar cuenta de que el cuerpo, hasta el último momento, sigue teniendo mucho de lo que ha vivido. Y que esos cuerpos son personas: son hermanos, madres, hijos, padres. A través de la práctica, la protagonista se va dando cuenta de que es natural. Igual que la muerte. Al final, lo único que tenemos cierto es que vamos a morir. Por ello creo que la novela sirve al lector igual que a la protagonista. El problema es que, en la actualidad, hemos sacado esas imágenes de contexto, por lo que han perdido la intimidad. Y cuando salen de ahí y adquieren otro significado diferente se convierten en fetiches. Pasa igual con la ropa o los juguetes, que pueden ser resignificados como algo macabro. El terror ha jugado mucho con eso.

- Muchas veces, esa fotografía era la única que conservaba la familia del fallecido.

- Exacto. En ese caso, hace más la función de memento vita que de memento mori. Es como un marcador de que esa persona vivió. Hoy es una práctica que sigue existiendo: se llama la fotografía post mortem perinatal y la suelen llevar a cabo los padres de los fetos que han nacido muertos. Se les entierra y se les hace una foto. La imagen sirve para ayudarnos a creer que ha sucedido y para acompañarnos.

Portada del libro 'Anoxia', de Miguel Ángel Hernández. ANAGRAMA

- Las fotografías de muertos también aparecen en los diarios cuando fallece alguna personalidad, como un papa o un futbolista. Al ser personas públicas, quizás eliminamos ese extrañamiento.

- Este tipo de fotografías son diferentes, pero sí, retratos de personas muertas vemos todos los días. En el espacio público, la muerte y la foto están muy relacionadas. El ejemplo más claro es el de la reina Isabel II. Es una tradición, como los monumentos mortuorios. Sin embargo, nos resistimos a tener fotos de personas cercanas. Creo que nuestra relación íntima conlleva el borrado rápido. Y esa foto traería la realidad. No sabemos qué hacer con la muerte cercana. En el pasado era mucho más cotidiana, pero hoy la hemos higienizado.

- En ese sentido, escribes que, cuando alguien muere, lo primero que se hace es sacar al difunto de casa, como si fuera a contaminarla, y llevarlo al tanatorio, ese lugar frío que repele el amor.

- Quitamos a la muerte de en medio. Todo lo relacionado con ella es una amenaza para la vida. En la ficción, lo vemos con el zombi: el muerto viviente que mancha el espacio de los vivos. La muerte amenaza a todo un sistema y eso hace que vivamos como si no fuéramos a morir. Con la pandemia fuimos conscientes de la fragilidad del mundo, pero una vez que hemos salido de ella estamos en las mismas. Esa conciencia nos hacía más humanos, más afectivos. Creo que la muerte, lejos de hacernos más temerosos, nos hace vernos más frágiles y que necesitamos al otro. Solo sabiéndonos mortales vamos a ser más humanos.

- En Anoxia, aparte de estas reflexiones sobre la muerte, también realizas otras sobre la fotografía. La sensibilidad, el tiempo y el cariño que hay que dedicarle. Es un libro de amor a la imagen.

- Exacto. Es un libro de amor al cuerpo, y también a esa relación con la imagen. Algo que, paradójicamente, hemos perdido. Ahora todos hacemos fotos, pero no le damos importancia. La protagonista, desde niña, tiene una relación muy especial con esto. Ella ve el mundo diferente, que es un poco lo que hace la fotografía: algo que vemos todos, lo recorta y lo señala para que no pase desapercibido. El libro es un acto de amor a la fotografía, pero no como arte, sino como acto social de memoria y de transformación social. Dolores es una fotógrafa de pueblo y está muy orgullosa de serlo. La tradición de la fotografía post mortem además está ligada a este tipo de fotografía, una que puede transformar el mundo.

- Y está la importancia de tener ese recuerdo, del objeto físico de la fotografía...

- Lo que le interesa a Dolores es la potencia casi corporal de la fotografía, que esté desplegada en un espacio, no guardada en un archivo. Que esté disponible, frente a las fotografías que todos tenemos en el móvil, que ni siquiera sabemos que guardamos. Ese sentido es lo que le da la medida de cómo nos podemos relacionar con las fotos: abrazándolas, tomándolas...

- Como comentabas al inicio de la entrevista, en el libro se aborda también el cambio climático. Se hace a través de un lugar muy concreto: el Mar Menor de Murcia. De hecho, la novela se titula Anoxia por esa falta de oxígeno que afecta a los peces de esta albufera y que duelen tanto a la protagonista.

- Cuando empecé a escribir la novela, imaginaba un pueblo de costa en invierno. Pero de repente llegaron las lluvias a Murcia y con ellas la contaminación del Mar Menor, algo que ya era palpable antes, pero que empeoró con las inundaciones, que arrastraron los nutrientes de la agricultura al agua. Esto hizo que proliferasen las microalgas, las cuales acabaron con el oxígeno del mar, y también con los peces. Así tuvimos las imágenes terribles de las muertes en el Mar Menor. Esa catástrofe natural tenía que ver mucho con lo que yo estaba contando, con el duelo: hay un espacio querido, que tiene casi una identidad, y que está muriendo. La fotografía puede servir para tomar conciencia de esa pérdida. En el libro, la protagonista vuelve a mirar a ese espacio gracias a la fotografía. Esto hace que te tengas que posicionar y actuar. Es la idea de resistir, de que no puedes quedarte sin aliento. El libro comienza con una falta de oxígeno y acaba con una respiración frente a lo que llega.

Periodista. Especializado en cultura, medioambiente, sociedad y viajes.

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