Manuel Guedán: “El trabajo no dignifica en absoluto”

El escritor español hurga en las miserias del mundo laboral en la novela picaresca ‘Los sueños asequibles de Josefina Jarama’.

El escritor español Manuel Guedán, autor de la novela 'Los sueños asequibles de Josefina Jarama'. CLARA GARRIDO
El escritor español Manuel Guedán, autor de la novela 'Los sueños asequibles de Josefina Jarama'. CLARA GARRIDO

El objetivo de Fina es llegar a lo más alto, aunque no sabe exactamente dónde está su meta. Tiene claro que el camino es el trabajo, el esfuerzo diario, la lealtad al patrón, poner a la empresa por delante de la vida personal. Y en ese empeño de la protagonista por demostrar que la meritocracia existe se basa la última novela del escritor Manuel Guedán, Los sueños asequibles de Josefina Jarama (Alfaguara, 2022). Un repaso a la historia laboral de España en las últimas décadas del siglo XX, que no fueron precisamente un camino de rosas para el grueso de los trabajadores y trabajadoras del país.

El libro arranca en una fábrica de juguetes de Ibi, en la Comunidad Valenciana. Allí trabaja la madre de Josefina hasta que tiene que huir del país por su condición de militante política en la clandestinidad. Con el cadáver de Franco aún caliente, no sabe si el Partido Comunista llegará a ser legal, y además le ha robado una buena cantidad de dinero a su jefe para contribuir a su causa. Fina, que hasta ese momento no tenía ni idea de las filias políticas de su progenitora y ya se había incorporado a la plantilla de la juguetera, puede irse con ella o ser una “esquirola de mierda”, como una vez le dijo una compañera de trabajo. Y bueno, sus sueños son asequibles, pero sobre todo no son los de su madre, así que en realidad no le resulta tan difícil escoger.

Josefina Jarama encarna un papel presente en la literatura española desde el siglo XVI: el de la pícara. “Cuando pensamos en el origen de la picaresca no pensamos en un entorno laboral porque en el Siglo de Oro no se pensaba en esos términos, pero efectivamente lo era”, explica Guedán (Madrid, 1985) a COOLT en un céntrico hotel de Barcelona, uno de los puntos de parada en su gira de promoción del libro. “Al final, lo que vemos a través de Lázaro en el Lazarillo de Tormes es una radiografía de la sociedad estamental, de todo un contexto político, religioso, cultural”.

Guedán —autor también del ensayo Yo dormí con un fantasma (Aldus, 2014) y de la novela Los favores (La Palma, 2017), editor en Lengua de Trapo y doctor en Literatura latinoamericana— empieza el libro con dos citas. Una, del escritor Luis Magrinyà; otra, de un jefe que le dijo: “Manuel, vete echando currículos”. El autor comenta entre risas que espera que se acuerde de él y cuenta una anécdota que se le ha quedado grabada. “Me encontré a la madre de un jefe que me había despedido y me dijo que no me tenía que haber ido de la empresa. Él le dijo que había sido yo el que me había ido y no que me había despedido. Me quedé con la pregunta de si los jefes que nos echan se lo dirán a sus madres”.

- ¿Es más fácil sobrevivir en este sistema dejándose llevar por el discurso empresarial como Fina que vivir con la rabia de la conciencia de clase como su madre?

- Esto es clave. A mí siempre me ha llamado mucho la atención la gente que interioriza el lenguaje y los propósitos de la empresa. Pero en mi viaje como escritor no puedo quedarme solo en eso, que sería una crítica social de por qué pasa; tengo que comprender a personajes como Josefina. Porque sí considero que los que interiorizan ese discurso son trabajadores igual que yo, así que están en mi bando. Como novelista, tu obligación es posponer tu opinión sobre las cosas y priorizar la experiencia, observar la realidad.

- Los eventos de la novela transcurren en años que no te tocó vivir por generación, ¿Cómo fue el proceso de documentación? Por ejemplo, en la parte de la Ruta del Bakalao hay muchos detalles y se reconocen a personajes como Toni El gitano de la sala Chocolate o Vicente Pizcueta, promotor de la discoteca Barraca.

- En cada parte hay posos de personajes reales. He trabajado mucho, quizá para la tercera y la cuarta parte, con biografías de empresarios. Para la segunda, han sido fundamentales el libro En éxtasis de Joan M. Oleaque y ¡Bacalao!: Historia oral de la música de baile en Valencia de Luis Costa. También vi documentales de la tele que todavía circulan por ahí, aunque esos son más peligrosos porque cogen el punto de vista sensacionalista del final de la Ruta. Y me sirvió mucho el podcast Valencia Destroy, de Eugenio Viñas, que es estupendo. Además, entrevisté a gente que vivió para saber cosas que luego hace Josefina, como dedicarse a falsificar sellos para entrar en los locales. Y viajé a ver esos fósiles maravillosos que son las carcasas de las discotecas que aún están ahí, algunas reconvertidas en discotecas nuevas.

- También dejas ver que en la Ruta del Bakalao no solo sonó música mákina, sino que en aquellas salas actuaron grandes grupos de otros estilos. Y señalas que no todos los que iban a las discotecas eran unos vagos hedonistas: muchos necesitaban olvidarse de la esclavitud del trabajo de la semana.

- Por un lado, es un homenaje a algo que yo no he vivido y me hubiese gustado vivir. Me encantan los rituales nocturnos de comunión. Venimos de dos años sin fiesta y sabemos lo extraordinariamente duro que es. Sin fiesta a múltiples niveles: bodas, bautizos y comuniones, sesiones de DJs nocturnas, festivales. Cada quien en la suya y a su modo, pero en los rituales de comunidad pasan muchísimas cosas y se produce un acercamiento y una forma de conocernos y de entendernos que difícilmente se puede dar fuera de esos espacios.

Y luego, a nivel narrativo, está la parte cómica en la que deposito a un personaje que en absoluto pertenece a ese mundo, que ve una comunidad de amor, entusiasmo y hedonismo siendo una calvinista del trabajo y que, de alguna manera, se beneficia del excedente que hay. Para un pícaro era un lugar en el que sobrevivir muy noblemente, porque en los parkings había comida y droga, bebida y todo. Siempre lo hemos visto al revés, al hedonista parasitando los restos de la empresa porque no es productivo, y aquí son los que vienen con la empresa a parasitar.

Portada del libro 'Los sueños asequibles de Josefina Jarama', de Manuel Guedán. ALFAGUARA

- Todos los jefes de Josefina son hombres y, además, bastante patéticos.

- Quería que la protagonista fuera mujer porque mi anterior novela iba sobre la amistad masculina y me apetecía cambiar. Pero, fuera de eso, lo más importante es que hay una tradición de pícaras en España como La pícara Justina, y me parecía que la precariedad en materia laboral se conjuga primordialmente en femenino. Recuerdo la frase de Elisabeth Falomir, editora de Melusina y amiga, que dijo una vez en un club de lectura donde estábamos juntos: “Yo solo he tenido jefes hombres y becarias mujeres”. Y fue en 2016.

- ¿No pensaste en alargar la novela hasta el 15-M y saber cómo habría reaccionado Josefina ante ese fenómeno? Ese momento sí que lo viviste.

- Desde luego, me encantaría hacer una saga porque uno de los referentes para esta novela ha sido Eduardo Mendoza y sus novelas del detective loco. Lo suyo es una mezcla de picaresca con novela negra, aunque aquí no hay novela negra. Me encantaría seguir escribiendo sobre Josefina y llegar hasta el 15-M, pero no quería hablar de mi generación. Puede ser una obsesión un poco absurda, pero me da la sensación de que quizá hemos agotado un poco ciertos discursos; yo personalmente he leído mucho sobre esa crisis.

Preferí hablar del cierre de la industria en España, del inicio del ocio nocturno que luego devendrá en turismo para toda esa zona, de la liberalización bancaria y del inicio de la comida a domicilio, que es claramente el antecedente de los riders que estamos viendo ahora. Bien pensado, los problemas son muy parecidos.

- La frase “el trabajo dignifica” ¿ha dejado de ser válida? ¿Lo fue alguna vez?

- Es una pregunta compleja, porque yo pienso que el trabajo no dignifica en absoluto, sino que es una cárcel; es un cuento, porque trabajas para generar plusvalía para otra persona en la mayoría de los casos. Incluso aunque trabajes para ti porque eres emprendedor, seguramente la generes a costa de otros, lo cual tampoco es mejor idea.

Con la presentación de la novela fui a Ibi, que es donde transcurre la primera parte y hablé del libro delante de gente de un pueblo que es tremendamente trabajador, fundamentalmente industrial. Ellos me contaban una cosa que me dejó alucinado: en el pueblo había una sirena que tocaba a las ocho menos cuarto y a las ocho menos cinco para indicar a la gente que entrara a trabajar en las fábricas. El pueblo como una especie de patio gigante de la cárcel. El lema actual del pueblo es ‘Ibi, la gran fábrica’, identificando a los ciudadanos con trabajadores.

Pero quiero hilar el ser enormemente crítico con esos discursos que instrumentalizan a las personas con la percepción individual de que el trabajo está vinculado a tu vida, de que has estado 40 años haciendo lo mismo. Hay una necesidad de creer en eso. Quiero ser enormemente respetuoso con la gente que sí cree que el trabajo dignifica, aunque yo creo que no y espero poder convencer de que eso no es así. Pero ese discurso debe ser muy comprensivo y muy empático con la gente que ha dedicado toda su vida a un trabajo con esa fe. Y seguramente en muy buena parte tiene razón, porque eso le ha dado sentido y ha organizado su vida y la de su comunidad.

Mi miedo es llegar generacionalmente en plan woke desde una cierta posición a la que hemos llegado en parte al ver lo que ha supuesto el trabajo. Ahora, afortunadamente, hablamos de salud mental, conciliación, posibilidad de jornada de 32 horas. Hay gente que no es que estuviera en contra de esas palabras, sino que no las conocía. Pero ahora conocemos los estragos que causa el trabajo.

- Ya que la novela ha salido casi a la par que la última reforma laboral en España, ¿hay esperanzas de que las condiciones cambien?

- Si echamos la vista atrás desde el 78 hasta aquí, España avanza muchísimo en toda una serie de derechos civiles, pero hay una regresión fortísima en materia de derecho laboral. Yo soy autónomo y ahora intentamos organizarnos, pero no tenemos lugares de reunión. Las viejas maneras de organización sindical no sirven o se han diversificado y no estamos encontrando las nuevas.

Afortunadamente, empieza a haber hitos como el de la reforma laboral, que vienen del poder institucional pero también son fruto de una lucha que previamente ha sido organizativa y desde abajo. Ahora ha llegado [la vicepresidenta y ministra de Trabajo] Yolanda Díaz con el Estatuto de los Trabajadores, el Estatuto del Artista ha pasado por el Congreso… Hay algunos brotes verdes, pero me cuesta aún identificarlos como un cambio de ciclo y ser optimista como para saber que eso no se puede quebrar todavía. Pero, desde luego, son las primeras buenas noticias en materia laboral en los últimos 40 años.

Periodista. Especializada en información cultural, colabora en medios como elDiario.es, El Periódico de España y SModa.

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