Microrrelatos: tan sutiles e inexplicables como el amor

La minificción es un género escurridizo, de circulación casi secreta. Y produce un efecto adictivo entre sus lectores.

Microrrelatos: tan sutiles e inexplicables como el amor. ELENA CANTÓN
Microrrelatos: tan sutiles e inexplicables como el amor. ELENA CANTÓN

Supongamos que este no es un texto escrito sino una conversación.

Entonces podría decirles: “Levante la mano quién sabe qué es una microficción o un microrrelato”. Seguramente, muchas manos se levantarían con timidez.

El prefijo micro les ayudaría a pensar en la brevedad de un texto de ficción. Sin embargo, la brevedad no alcanza para definir ni caracterizar a este género escurridizo que se resiste a la sistematización de las teorías literarias. Ni siquiera su extensión está del todo consensuada, aunque se admite que es correcto rondar las 250 ó 300 palabras como máximo.

Y acá comenzaríamos una larga conversación para acercarnos a estos textos mínimos.

El nombre de la criatura nos sitúa frente al primer interrogante. Microficción, minificción, microrrelato, microcuento, hiperbreve, nanocuento, textículo, ficción súbita y otras tantas denominaciones son válidas y diversas para referir a estos pequeños artefactos literarios, algunos de los cuales se han transformado en paradigmáticos. Como el célebre ‘El dinosaurio’, de Augusto Monterroso, al que se le atribuye ser el cuento más corto sin que verdaderamente lo sea:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

El texto del escritor de triple filiación —hondureño, guatemalteco, mexicano— siempre suscita inquietud. No hay congreso, lectura pública o evento de microficción en el que alguien cuestione por qué considerar un minicuento a este puñado de palabras. La pregunta siempre queda abierta a diversas interpretaciones y como fin de la argumentación se recomienda buscar la respuesta en El dinosaurio anotado, libro del reconocido crítico mexicano Lauro Zavala, en el cual da cuenta del poder de sugerencia de esta miniatura.

Con otro tipo de asombro, siempre es bienvenida ‘La mariposa’, de Chuang Tzu:

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Un texto clásico más cercano al estupor es el ‘Aviso clasificado’, atribuido a Ernest Hemingway:

Vendo zapatos de bebé, sin usar.

Y en el mismo tono, el muy citado ‘El emigrante’, del mexicano Luis Felipe Lomelí:

—¿Olvida usted algo?
—¡Ojalá!

A pesar de que la brevedad es el rasgo evidente, podemos sospechar que otros elementos subyacentes son los que producen efectos de lectura tan potentes.

La microficción implica un modo de mirar, de auscultar la realidad y de traducirla en pocas palabras. Es una sugestiva puesta en escena de la fórmula “menos es más”, como en este ‘Cuento de horror’ de Juan José Arreola, otro mexicano célebre también:

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones.

El trabajo con el lenguaje es trama y urdimbre, por eso estos textos breves se fortalecen cuando se valen de la polisemia y de la ambigüedad, dejando agujeros que ocultan y revelan a la vez un sentido que el lector tendrá que completar.

Exploran los mismos recursos que la poesía —las imágenes del lenguaje, el juego con la sonoridad de las palabras—, y también pueden apelar al humor, a la intertextualidad, y al doble sentido que se desprende de la ironía.

Como botones de muestra, he aquí otros ejemplos:

‘Raíces’

Con el último golpe del hacha el árbol cae pesadamente al suelo.
Sin embargo, los pájaros permanecen inmóviles donde antes estuvieron las ramas.
Acaso porque solo son las sombras de esos pájaros.
Acaso porque los pájaros miraban la distancia y la distancia los paralizó.
Acaso porque la memoria del árbol muere después.

Eugenio Mandrini (Argentina)

 

‘El sesentainueve es sexy’

Seducidos por el sesentainueve, sin sábanas, sin sonrojos, sin sigilo, sin solemnidad: Sencillamente sucede, saboreamos secretos sabores, succionamos, subvertimos, somos sabios, sibaritas, sutiles, salvajes, suaves, sensibles, nos solazamos, subimos, sacudimos, sudamos, sepultamos, sumergimos el sexo en saliva, ¡sexo sedoso, satinado, surtidor de sabores! Sonreímos, suspiramos, sentimos, seguimos, soñamos, sumamos, sorbemos, ¡sorpresa!: surge la sinfonía.
El sesentainueve es sabroso, sensacional, soberbio, sortilegio, sugerente, supremo, sustancial, suntuoso, sublime, superlativo, subyuga, satisface.

Dina Grijalva (México)

 

Así como la lectura tiene que pesquisar los sentidos del texto, también es imprescindible otra operación: la relectura. La inmersión en una segunda o tercera lectura recuperará lo no dicho, porque estas pequeñas ficciones exigen un lector activo que complete los silencios dejados por la narración y que recree el subtexto.

El texto breve se aprehende y se disfruta más cuando se encuentran nuevas pistas de lectura que le dan más espesor a lo leído. Es como degustar un bocado de hojaldre con sus mil capas superpuestas.

En este proceso son claves dos elementos: el título (considerado parte del texto) y el final (que por lo general es inesperado o sorprendente). Ambos obligan al lector a volver al punto de partida para revisar sus hipótesis y ajustar sus interpretaciones.

Esta amplia caja de herramientas a la vez provoca cierta confusión, ¿dónde están las fronteras del género? La microficción desafía los límites territoriales haciendo gala no solo de su actitud crítica de lo real, sino también de la mismísima literatura.

Para Luisa Valenzuela, gran narradora argentina que escribe y teoriza sobre estas brevedades, “el microrrelato genera otra forma de lectura: desde dónde uno mira esos textos y cómo repercuten en uno, porque finalmente lo lindo del microrrelato, lo lindo en este tipo de escritura tan breve es que son como maquinitas de pensar. El mismo lector o lectora lo enriquece y lo ve desde distintos ángulos, le echa luces diversas. Y eso es maravilloso, porque es una enseñanza de lectura extraordinaria”.

La brasileña Marina Colasanti lo dice de otra manera en ‘Por fin, un individuo de ideas abiertas’, en la apertura de Cuentos de amor rasgado:

El cosquilleo en el oído lo atormentaba. Cogió el manojo de llaves, metió la más fina en la cavidad. Rascó con suavidad el pabellón, después ahondó el orificio encerado. Y la ajustó, giró la puntita de llave con placer buscando aquel punto exacto en el que cesaría el cosquilleo.
Hasta que, clac, oyó un leve estallido y encajada la llave al fin, percibió que la cabeza lentamente se abría.

Leer brevedades no solo es trabajo intelectual, tiene un plus sensorial porque quien lee no solo se moviliza cognitivamente, también recibe efectos de lectura físicos, sensibles.

Para comprobarlo, propongo un autotest sencillo:

Micro 1

‘El niño y el mar’
Por las mañanas, el niño cava un pozo en la arena de la playa. Antes del mediodía, con suma paciencia y presteza, comienza a acarrear agua desde el mar hasta el pozo en su pequeño, ínfimo balde. Hacia el atardecer, cuando su madre insiste en que deben marcharse, él se despide de la luna vespertina prometiéndole lograr un día vaciar todo el océano. A continuación, el agua filtra por el fondo del pozo y se restituye al mar lentamente, de modo que antes del anochecer vuelve a subir la marea.

Juan Romagnoli (Argentina)

 

Micro 2

‘Fantasma’
El hombre que amé se ha convertido en fantasma. Me gusta ponerle mucho suavizante, plancharlo al vapor y usarlo como sábana bajera las noches que tengo una cita prometedora.

Patricia Esteban Erlés (España)

 

Micro 3

‘Golpe’
—Mamá —dijo el niño— ¿qué es un golpe?
—Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.

Pía Barros (Chile)

 

Si el encuentro con la Micro 1 le depara un suspiro hondo de emoción; con la Micro 2 escucha su risa que suena en el silencio de la lectura y la Micro 3 le dibuja una mueca, le congela la expresión del rostro o siente un escalofrío, sepa que la microficción se está inoculando en su cuerpo. En todos los casos es muy probable que la mirada del lector salga hacia el afuera del libro y quede flotando, suspendida en plena conmoción.

Estos libros no pueden leerse en una tarde. La destacada escritora argentina Ana María Shua advierte tanto en conversaciones informales como en entrevistas  que “cada texto es un pequeño cosmos que hay que comprender y eso produce fatiga. Un libro de microrrelatos no es para leer de una sentada, como puede ocurrir con alguna novela. Es como una caja de bombones, si uno la come entera se empalaga. No son libros en sintonía con la velocidad y el poco tiempo que supone la cultura actual, a pesar de que se pueda creer lo contrario”.

Hay algo más para tener en cuenta. Como indica Shua, las minificciones necesitan espacio, aire alrededor, y también silencio. Impresas en un libro, cada una debe ocupar el espacio de una página, porque tienen que ser captadas como una unidad de sentido también desde la percepción gráfica. Y una vez leídas exigen esa dosis de silencio: “Unos 20 segundos para que se produzca ese clic de comprensión en la mente” es su recomendación.

La microficción se ha instalado en la agenda de la literatura contemporánea a pesar de que mantiene su estatus de rara avis, se mueve en los márgenes del campo literario, con una circulación casi secreta, como suele ocurrirle a la poesía.

En una retrospectiva exprés se advierte cómo estos textos breves se han desarrollado con enorme vitalidad en las letras hispánicas, de un lado y otro del Atlántico desde que aparecieron las primeras ficciones que experimentaban con este formato, como los cuentos ultracortos de Jorge Luis Borges o Juan José Arreola, entre otros “adelantados”.

Es necesario aclarar que composiciones breves ha habido siempre. Las estelas funerarias, los textos bíblicos o los de la tradición árabe son manifestaciones de poca extensión, con el propósito de plasmar un mensaje o una enseñanza, es decir, con un significado menos plural. Recordemos dentro de este catálogo el célebre “Veni, vidi, vici”, de Julio César, que contiene toda una historia en tres palabras, o más adelante en el tiempo, las prosas poéticas de Rubén Darío y otros modernistas.

Cuando nos referimos al microrrelato o la microficción hablamos de un género que se produce en los siglos XX y XXI y la crítica literaria lo reconoce como objeto de estudio y lo conceptualiza recién entonces. Y desde ese mojón podemos trazar una cartografía del género, con exponentes en América Latina y en España. Hay voces con distintos estilos y texturas a las que vale seguirles la pista. Sin duda, esta enumeración quedará más que incompleta, pero desde hace años vienen trabajando en la brevedad Gabriela Aguilera, Lilian Elphick y Diego Muñoz Valenzuela en Chile, Dina Grijalva y Laura Elisa Vizcaíno en México, Nana Rodríguez Romero en Colombia, Laura Nicastro, Ildiko Nassr y Alejandro Bentivoglio en Argentina, José María Merino y Ginés Cutillas en España, entre muchos y muchas.

Hay que saber que iniciarse en la microficción es muy peligroso. Estos cuentos bonsai producen un efecto adictivo, una pasión infinita. Una vez que su aguijón pica al lector es muy difícil que este se resista a la brevedad y a su forma tan particular de hacer zoom en el mundo.

Por lo general, se publican en editoriales independientes dado que las “grandes” no saben qué lugar darles dentro de su catálogo y solo lo hacen —y en contados casos— con los nombres “consagrados”. Por ese motivo, el encuentro con los libros también implica un lector activo que se ocupe de la búsqueda de su material. Los eventos literarios como congresos y lecturas públicas funcionan como espacio de contacto e intercambio de libros. Las compras por internet solucionan estos inconvenientes; el valor del costo del envío y las distintas cotizaciones de la moneda lo complican, claro.

Editoriales bajo la dirección de escritores y escritoras como Macedonia en Argentina, a cargo de Fabián Vique; Micrópolis en Perú, con Beto Benza; Asterión y Sherezade en Chile, con el equipo liderado por Pía Barros y Lorena Díaz Meza respectivamente; y La Tinta del Silencio en México, con Anäis Blues, por dar solo algunas referencias, destacan por su cantidad y calidad. Las dos últimas, realizan además trabajos artesanales con ejemplares numerados o con primorosos libros-objeto de colección. Porque no solo el formato sino también la impronta lúdica de estos textos invita a que cobren otra materialidad, más allá de las páginas del libro convencional.

Como tener los libros en mano puede tomarse su tiempo, las redes sociales y el sabelotodo Google son excelentes aliados. Hay mucho material disponible en la web, tanto de minificción como de crítica literaria. En la virtualidad se registra la actividad sostenida y con los posteos de los mismísimos escritores y escritoras a quienes es posible seguir, así como a numerosos grupos de Facebook, diversos tipos de publicaciones, blogs, revistas digitales, experiencias novedosas, talleres y todo lo que ocurre en torno a este microfenómeno.

La web se ha convertido en una antología interactiva, que crece vertiginosamente y ofrece contenidos y un vasto panorama de las tendencias y las voces emergentes. De un tiempo a esta parte se han acercado a la brevedad Paola Tena y Karla Barajas de México, Yurena González Herrera, Lorena Escudero y Sara Coca de España, Francisca Rodríguez Aguilera de Chile, Alberto Sánchez Arguello de Nicaragua, Eliana Sosa y Sisinia Anze de Bolivia, Ary Malaver de Perú... y la lista sigue. Durante la pandemia esta escena se vio acrecentada, con ferviente actividad de streaming ya fuera en festivales, lecturas, encuentros y con la creación de colectivos internacionales de escritores y escritoras. La transversalidad de las reivindicaciones feministas también ha dicho presente mediante la creación de la Red de Escritoras de Microficción (REM), un colectivo de escritoras y académicas. Por su parte, Quarks Ediciones Digitales (a cargo de Rony Vásquez en Perú) publica sus libros de descarga gratuita, nacidos en estos tiempos de oscuridad con una luminosa vocación de difusión.

Lo muy interesante del “cuarto género”, así llamado por muchos de sus cultores, es que se trata de una especie literaria en gerundio, que “está siendo” en la escritura que hoy se produce.

Estas formas breves le doblan la apuesta al lector o, al decir de Luisa Valenzuela, “le sacan la alfombra de debajo de los pies, para conmoverlo en el amplio sentido de la palabra”.

Hay que asumir que no se puede definir del todo a estos especímenes, solo se pueden indicar algunas rutas sin seguro punto de llegada porque estos textos breves se empeñan en sembrar interrogantes gracias a su esencia híbrida, proteica, cambiante.

Decir que la microficción se parece al amor sonaría arriesgado si no fuese que los escritores y escritoras recurren a todo tipo de figuraciones y metáforas para intentar explicarla, tales como balas, botellas al mar, insectos, filigranas, esporas.

Puesto que verbalizar el enamoramiento siempre será el ejercicio incompleto de una experiencia intransferible, ingresar a estos universos mínimos y sentir que las mariposas aletean en la mente y el corazón de cada cual bastará para aceptar la analogía con el amor. Recibir el deleite en pequeñas dosis es, al fin, lo único que cuenta.

Profesora en Letras, escritora, editora, docente y gestora cultural. Se dedica al estudio de la microficción como crítica independiente y ha publicado varias antologías de referencia en el género. Es creadora del Laboratorio de microficciones para el aula (Biblioteca del Congreso de la Nación). Sus microficciones han aparecido publicadas en antologías nacionales y extranjeras. Condujo el programa radiofónico Universos mínimos (Radio Bukowski). A nivel editorial, ha desempeñado cargos de jefatura y gerencia. Su tarea se vincula con la edición de textos educativos, la literatura infantil y juvenil y con la promoción de la lectura como creadora de ciclos y acciones diversas. 

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