Elvira Liceaga y las historias olvidadas

La escritora mexicana renueva el cuento fijándose en las mujeres y la épica ordinaria. “Hay muchas reglas que se pueden romper”, dice.

La escritora mexicana Elvira Liceaga. ARCHIVO
La escritora mexicana Elvira Liceaga. ARCHIVO

Escritoras de cuentos. Cuentan para recuperar un instante, denso, íntimo, emocionante. Cuentan para sacar una foto de un panorama frágil que se volverá memoria.

Hoy las lectoras quieren leer a mujeres y las editoriales quieren publicarlas. En América Latina hay un panorama rico de novelistas, pero también de cronistas y cuentistas. Y entre ellas hay una mexicana a quien seguirle el rastro: Elvira Liceaga, Elvis para los amigos, autora del libro de cuentos Carolina y otras despedidas (Caballo de Troya, 2018), un trabajo sobre las diferentes formas de despedida y de soledad.

El libro de Elvis (Ciudad de México, 1983) es como ella: una conjunción entre intuición, talento y práctica. Es parte de una generación de escritoras mexicanas que van mucho más allá del cliché que pinta a la literatura mexicana como surrealista, mágica, cargada de colores, sueños, emociones. Elvis apuesta por lo contrario, por las historias olvidadas y los gestos mínimos, y abre el escenario para presentarnos a personas ordinarias, las que nos acostumbraron a pensar como ‘las no importantes’, ‘las olvidables’; antes que nada, las mujeres. Elvis subraya que “nos enseñaron que las cosas más importantes del mundo pasan sin nosotras” y que “el mundo sigue, y bien, sin nuestra contribución”, así que al final se instala la idea de que el arte, la música, la literatura, la política no son lugares para nosotras. Elvis desafía esta idea: le gusta sacar fotos de una sociedad mexicana en continua evolución, donde las mujeres no figuran “como algo suplementario”, sino como presencia inolvidable y voz que tiene que ser escuchada.

Lo que más le gusta a Elvira es hacer radio, leer y escribir. Como locutora al frente del programa Las partículas elementales, es una de las voces más interesantes que se pueden escuchar en Ciudad de México. Detecta los temas más escondidos entre las mil calles de la ciudad-monstruo, les da brillo y los lanza por la radio. Según Elvis, hay una relación intensa entre hacer radio y escribir cuentos:

“Todo lo que escribo es parte de mi autobiografía y muchas veces, mi personaje principal es una locutora de radio. Nutren mis cuentos las historias de los personajes que escucho en mi programa de radio. Antes de escribir cuentos, hay un trabajo muy importante de la voz propia, cuando tú estás constantemente frente al micrófono, estás trabajando todo el tiempo contigo misma, estás pensando en tu identidad y, al mismo tiempo, se desarrolla una capacidad increíble en el hacer preguntas, callarse para escuchar”.

Para Elvis es importante el ritmo, el diálogo y, antes o después de cualquier otra cosa, el tener algo que decir. Escribir no es un trabajo fácil. Como cualquier trabajo artesanal, está construido a través de pequeños gestos, implica un trabajo constante y cotidiano; implica entender qué palabras están bien juntas y cuáles no, cuáles usar y cuáles cortar.  “Preguntar es la manera más honesta que hay de relacionarme con los demás”, afirma.

La escritora mexicana Elvira Liceaga, en un estudio radiofónico. PANAMÉRIKA
La escritora mexicana Elvira Liceaga, en un estudio radiofónico. PANAMÉRIKA

Preguntar significa saber escuchar y escuchar es conocer, pero ¿cómo hacer preguntas que logren ser una oportunidad para explorar más lo que nos interesa?

- Preguntar es un ejercicio que tiene mucho que ver con la voz narrativa que se está buscando. Una guía y un medio para contar historias interesantes. A mí me gusta mucho pensar la pregunta casi como una forma de vida porque creo en el diálogo, porque creo que somos una sociedad que escucha poco. La pregunta tiene la humildad que no necesariamente tienen otras formas de expresión, como por ejemplo las declaraciones o las afirmaciones. La pregunta es la manera más interesante de existir.

-¿Escribes cuentos para buscar repuestas?

-Creo que mis personajes no son precisamente los que dan respuestas, sino los que viven en este vacío de la respuesta y los que exploran. Mis personajes son personas-hueco, que no pertenecen a un lugar específico, que no tienen la vida resuelta, que envidian a los que pertenecen, que tienen celos de quien ha sabido llevar su vida de manera armónica y no errática, y giran más en torno a la pregunta que a la solución.

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Los cuentos de Elvira Liceaga se pueden leer todos de una vez, casi sin respirar hasta el final, o en bocados. Saltando de un cuento al otro. No describe México, pero el país que habita emerge en cada instante desde el realismo crudo y cruel de sus historias. Para Elvis la escritura no es solo talento, sino un trabajo de artesanía que se construye con determinación, año tras año. Un trabajo de artesanía que tiene que ir junto a un ejercicio de aprendizaje constante, por eso nunca se cansa de frecuentar u organizar cursos de escritura: desde los más famosos en Nueva York, hasta los autoorganizados en Ciudad de México con mujeres que cultivan la misma pasión por la escritura, sabiendo que narrar desde un cuerpo de mujer puede ser —por sí mismo— una acción revolucionaria. En sus cursos de escritura, le gusta ‘tallerear’ subrayando la importancia de la atención metódica a lo particular y sumergirse en el análisis de los textos. Su lenguaje es claro y preciso. Elige el cuento no sólo como una cuestión estilística, sino como una decisión pragmática: algo breve que le permita quedarse en constante equilibrio entre diferentes géneros y trabajos.

¿Qué significa escribir un cuento?          

- Para escribir un cuento hay que barajar todas las posibilidades, saber de qué manera se crea tensión con poca información. Se tiene que elegir demasiado y sacrificar casi todo. Pensar en cómo conmover diciendo poco. El cuento es una bomba que tiene que explotar, pero también tiene que ser inteligente, tener su belleza y momentos donde la autora rompa las reglas para decir un poco más, para tener finales no cerrados. También hay muchas reglas que se pueden romper y eso es muy interesante. Es un trabajo muy minucioso y difícil porque es el arte de la brevedad.

- Los cuentos te permiten romper con las reglas clásicas y las normas establecidas. Las escritoras de cuentos rompen el cuento, destruyen su estructura para recomponerlo y darle otro ritmo. ¿Por qué es interesante romper el cuento?

- Antes que nada, una de las reglas que se puede romper del cuento es que no siempre tienen que ser redondos: pueden tener varios finales o finales abiertos. En la ruptura de la estructura tradicional del cuento creo que hay una oportunidad feminista para explorar la intimidad. Visto que el cuento es algo muy breve hay la necesidad de que el lenguaje y la cantidad de detalles sea en función de una tensión. El cuento es una bomba que va a explotar y en este tictac de la bomba el lenguaje se vuelve eficaz y la información precisa.

El cuento es una bomba que tiene que explotar, pero también tiene que ser inteligente

- Otra ruptura del cuento es poder explorar nuevos temas.

- A diferencia de una novela donde tú puedes ir, volver, distraerte, dar muchos recorridos, porque el paseo también es parte de la experiencia, sin embargo, en el cuento se pueden explorar de la misma manera temas que normalmente fueron excluidos de la literatura para ser consideradas ‘cosas de mujeres’, o menores o irrelevantes, como puede ser un parto o la disidencia sexual o lo doméstico o el cuidado. Afectos, sentimientos, prácticas que también el arte, o un cierto tipo de arte, ha dado por sentado y como no prioritarias.

¿La novedad está no tanto en el cambiar la forma, sino el sentido?

- Exacto. Hoy en día, la literatura está siendo escrita quizá mayoritariamente por mujeres. Son las escritoras las que están ocupando las páginas de las reseñas. La ruptura viene no tanto con el género literario, sino con la capacidad de resignificar y poner en primer plano aquello que siempre estuvo como secundario. Dar un cuento al cuidado o a la crianza, temas que antes no se lo merecían. Yo me quejo mucho de que en los cuentos sí hay madres, pero el problema es cómo están narradas: o como diabólicas o como personajes sumamente extraordinarios. Puras heroínas, mientras que la vida ordinaria, que en sí misma es bastante épica, ha sido desterrada por ser normal.

- Entonces, ¿qué ponemos en el centro del escenario?

- Podemos poner el goce, el placer, y sobre todo los cuerpos. Cuerpos que dan vida, que sufren, que son alegres, que tienen estrías o que se transforman, cuerpos que gozan o se enferman. Es una ruptura en el sentido muy importante.

Portada de 'Carolina y otras despedidas', de Elvira Liceaga

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En sus cuentos, Elvis habla de gente normal, de mujeres y hombres que piensan cómo llegar a final de mes y con una desilusión —casi natural— hacia lo que siempre fue el sueño mexicano: alcanzar Estados Unidos. Elvis es parte de una nueva generación de escritoras mexicanas que no miran hacia el norte, sino que escuchan y narran a partir de su tierra. Recogen las vidas ordinarias como algo extraordinario. Miran la cotidianidad como algo que no pertenece al ámbito de lo banal. Regalan al lector una mirada aguda hacia lo que es difícil de ver.

-Hoy se habla de un bum literario latinoamericano femenino, ¿realmente es así?

-En América Latina y el Caribe siempre hemos gozado de muy buena salud de cuentistas y cuentos. La historia de la literatura latinoamericana nace con un cuento: ‘El matadero’ de [Esteban] Echeverría. Editar un libro de cuentos es muy difícil porque hay que hacer un trabajo múltiple: se necesita que todas las historias sean buenas, que cada cuento tenga que sostenerse por sí mismo, que todos los cuentos en un libro tengan una cierta coherencia y ser hermanos o primos entre sí. Yo creo que siempre ha habido tantas mujeres cuentistas, pero su legitimación no ha sido ganada en las ferias, en la gran industria o en las tiendas. La industria editorial, con sus estructuras verticales hechas por líderes, siempre ha sido un negocio donde ellas no estaban. Hasta las mujeres tuvieron que firmar como hombres para poder publicar, una práctica que no es solo del pasado.

- Escritoras de cuentos como Rosario Ferré en Puerto Rico o Claudia Ulloa de Perú demuestran que el cuento no es un género que solo pueden escribir hombres y que si hay algo que han comprobado los cánones es que se van a romper y que vendrán generaciones que los cuestionen. ¿Cuáles son tus ingredientes literarios?

- Mis cuentos son poco ortodoxos porque no necesariamente tienen una acción o una bomba que va explotar. Siempre está la relación entre mujeres, que puede ser de amistad, de amor, de desamor, de compasión, de envidia, de indiferencia incluso. Sobre todo, me interesa la épica en la vida cotidiana, justo lo que muchos han discriminado como lo ‘menor’. Yo creo que lo menor se merece estanterías enteras. Los cuentos siempre se están nutriendo de lo contemporáneo y de lo que está sucediendo. Es un proceso vivo y siempre cambiante. Hoy los cuentos que escribimos tienen una narrativa estimulante porque ponemos siempre más en primer plano la voz que vive la experiencia.

Los cuentos siempre se están nutriendo de lo contemporáneo y de lo que está sucediendo

- Lo menor se identifica a menudo con lo femenino. ¿Cómo reaccionar a eso?

- Cuando publiqué mi primer libro de cuentos, un amigo me dijo que no le había gustado porque era un cuento ‘muy femenino’. Yo no supe qué hacer con eso. No supe si deprimirme, no supe si indignarme, no supe si tenía que defenderme. Lo que a alguien le parece femenino o indigno de un libro a mí me parece que tiene que ocupar espacio como un libro donde tienes el tiempo, la pausa, la tensión y la disposición para conocer una historia que te lleve hacia lo que hay en la vida real, que son las heridas. Es un poco como la letra escarlata ¿no? Eso que en algún momento me discriminó, ahora me parece algo de lo que estoy orgullosa.

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Elvis habla de despedidas, pero ella no aparece en sus historias. La escritora y su yo autobiográfico se ocultan. Sin embargo, su mirada está presente en cada situación: ella aparece en los ojos de sus personajes y en las ideas que expresan, así como en el esfuerzo constante de usar las palabras correctas en modo correcto. Su pasión para la escritura camina junto a su obsesión por la meticulosidad.

-En tu libro Carolina y otras despedidas, ¿las despedidas qué esconden y qué ayudan a ver?

- Hablo de las despedidas porque como hemos construido una sociedad que nos enseñó a no mirar hacia abajo, me interesa mucho entender cuándo nos convertimos en estas personas que no miran al otro y lo que nos rodea. Las despedidas me interesan porque yo viví en Nueva York y estaba viviendo con muchas personas que estaban allí de paso. Con el pasar de los años estaba despidiendo a un montón de personas con las que me había encariñado, pero que tampoco tenía, quizá, un vínculo tan profundo. Tenía esta necesidad de hermanarme a otras personas porque me sentía muy sola y muchas veces era solo una necesidad mía y no de la otra persona. Esta no correspondencia me rompía bastante el corazón. Y luego me di cuenta de que era algo que me había pasado en muchas relaciones a lo largo de mi vida, desde la familia a los noviazgos. Así que me puse a escribir sobre estas relaciones en desequilibrio sentimental.

- ¿Contar despedidas es un poco como volver a tejer corazones rotos?

-No lo sé. No sé si se reteje o si se marca aún más la herida, si se nombra o perpetúa. No sé si es un duelo entre sentimientos donde hay una posibilidad de recuperación, o simplemente es una manera de decir que se puede aprender a vivir con heridas.

-Cada cuento de tu libro tiene el nombre de una persona, ¿por qué?

-Me parece interesante ver cómo estamos hechos de otras personas en nuestras vidas, cómo dejan una huella estas personas cuando se van. Despedir es un reconocimiento del lugar que estas personas han tenido en nuestras vidas. También reconocer la necesidad que tenemos del amor del otro. No todas las despedidas son entre dos personas. A veces es la despedida del lugar de la infancia, de una casa, de un padre que no se ha muerto, pero ha envejecido así tanto que es irreconocible.

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Los temas que aborda Elvira Liceaga son un abanico sentimental, diverso y multifacético: la soledad, el estrés físico y mental, el sentido de angustia, el dolor de una separación, la ruptura de una relación de amor o de amistad. En cada cuento hay también esperanza en pequeñas dosis o epifanías inesperadas que caracterizan a sus personajes y muestran reveladoras tomas de conciencia.

- Durante la pandemia, enfrentaste un gran desafío: diste a luz una niña y empezaste a escribir un nuevo libro. ¿Generar vida contra la pandemia?

- Dar a luz en la pandemia. Para mí fue muy extraño, porque mi hija nace y nadie podía verla. Fue muy extraño aprender a amamantar por YouTube porque nadie podía decirme cómo se hace. Yo no sabía cómo cargar a una recién nacida, y todas las cosas que van sucediendo y que una necesita consultar con alguien, tenían que ser por Zoom. Mi pareja y yo todos los días le contábamos a la bebé un cuento para decirle que este no es el mundo, que la vida no es este departamento. El libro que estoy escribiendo a partir de esta experiencia se titula Las afueras, que nace de la necesidad de volver a compartir la vida y de contar cómo viví uno de los momentos más hermosos de mi vida en medio de un desafío logístico: vivir en medio y en suspensión del amor, la ternura, el cuidado, la alegría, la entrega, y también de la fragilidad, el sentido de la responsabilidad y el miedo.

Investigadora y periodista especializada en feminismo. Colaboró con el Senado italiano para tipificar el delito de feminicidio y actualmente forma parte del comité multidisciplinario e interinstitucional de seguimiento de la alerta de género para la Ciudad de México. Es autora de diversos ensayos y estudios sociopolíticos sobre  el aborto, la violencia feminicida y los derechos sexuales, entre otros temas.

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