Chai, una editorial en diálogo con el mundo

Con sus traducciones exquisitas y estética cuidada, el sello argentino se ha forjado una voz propia, que resuena en el público lector.

Portadas de algunos de los libros publicados por la editorial Chai. ELENA CANTÓN
Portadas de algunos de los libros publicados por la editorial Chai. ELENA CANTÓN

Todas las historias empiezan. Un viaje puede ser un comienzo. Quizá, incluso, un buen comienzo. Esta historia empieza así.

En 2018, una mujer, su compañero y su hija pequeña se mudan a un pueblo entre sierras y arroyos. Dejan la capital de Argentina, una ciudad en la que viven más de tres millones de personas. Llegan a San Javier, en el valle de Traslasierra, provincia de Córdoba; un lugar con más cerros, bosques, pájaros, y retazos de luz y nubes sobre montañas de colores mutantes que gente.

Ella es Soledad Urquía. Él, Santiago La Rosa. Ingeniera química y psicólogo. Lectora y lector voraces. Personas que escriben, comparten y conversan sobre literatura con amigos y amigas. Con la mudanza buscan pausa. Y en la búsqueda de la posibilidad de otra vida, en la búsqueda, también, de cómo hacerla sostenible, se preguntan si eso que hacen —leer, hablar sobre libros y compartir lecturas— puede ser, además, un trabajo. Si puede convertirse, por ejemplo, en una editorial.

—Santiago y yo siempre leímos mucho, y aunque tenemos formación en otras áreas y nos dedicábamos a otras cosas, también escribimos. De alguna manera siempre estuvo dando vueltas la idea de tener una editorial. Cuando nos mudamos a las sierras empezamos a pensar si leer y descubrir nuevos y nuevas autoras, que era una actividad que nos gustaba mucho y a la que le dedicábamos mucho tiempo y cabeza, podía ser también nuestro sustento económico —dice Soledad Urquía (General Deheza, 1983) en una charla con COOLT por Zoom desde una habitación blanca iluminada por el sol de una mañana despejada.

De ese impulso, en el silencio de Traslasierra pero en diálogo con el mundo a través de la lectura de escritoras y escritores de otras lenguas, nace Chai, una editorial independiente con un faro preciso: la traducción de narrativa contemporánea. No de cualquier narrativa contemporánea: de voces nuevas, en su mayoría inéditas en español, de autoras y autores casi desconocidos que faltaban en el mapa literario en castellano y que, con su ritmo, prosa, forma, imágenes, historias, estilo, calidad narrativa aportan algo a los y las lectoras hispanohablantes.

El proyecto se concreta en agosto de 2019 con la publicación del primer libro de la colección Chai: Ocho, de la autora estadounidense Amy Fusselman, traducido por la escritora argentina Virginia Higa. Un libro que reúne dos nouvelles que hasta entonces no habían sido editadas en español: The Pharmacist 's mate y 8. Así, Soledad Urquía y Santiago La Rosa, que ya estaban rodeados de libros y además escribían (Soledad ha publicado Mamá India y La luz y la montaña, en Tenemos las Máquinas; y Santiago, Australia y La otra hija, en Metalúcida y Sigilo respectivamente— adoptaron el oficio de la edición y se dedicaron por completo a vivir con y de la literatura.

Tres años después, Chai lleva publicados más de una veintena de títulos que distribuye en Argentina, Chile, Uruguay, México y España. El último, Mi meteorito, de Harry Dodge con traducción de Damián Tullio, acaba de salir de imprenta. El catálogo de la editorial incluye una Colección Cuentos dirigida por el escritor Federico Falco que hasta ahora abarca seis libros; y otra de Elementales, iniciada en mayo de 2022 con la idea de publicar anualmente un libro de un autor o autora no contemporáneo que aún nos interpele por su sensibilidad, y que se inauguró con los Diarios de Katherine Mansfield, traducidos por Florencia Parodi.

- ¿Por qué hacer traducciones?

- La idea desde un principio fue publicar traducción de narrativa contemporánea. Fue algo un poco intuitivo. Cuando nos sentamos a pensar realmente el proyecto, nos dimos cuenta de que quizá teníamos ese interés porque en Argentina no había una editorial dedicada exclusivamente a publicar autores y autoras de afuera casi desconocidos en español. Si bien hay editoriales que hacen traducciones y están buenísimas, ese nicho de descubrir y presentar autores nuevos no estaba tan cubierto. Entendíamos que era una premisa bastante arriesgada. No es lo mismo presentar autores y autoras que puedan resonarles a los y las lectoras que apostar por escritores y escritoras poco conocidos. Y era más arriesgado todavía porque nuestra editorial también iba a ser desconocida. ¿Por qué iban a confiar en nosotres? Pero bueno, de alguna manera pasó.

- ¿Cómo pasó?

- El eje de la editorial siempre fue publicar libros que nos gusten mucho a mí, a Santi y a Fede [Falco], que vive también acá y es amigo desde hace muchos años. Nosotres leemos un montón y queríamos publicar eso que leíamos. Teníamos ese deseo que surge a veces cuando sos lector o lectora, esa cosa de leer algo y querer que lo lean tus amigues. Los libros que publicamos son libros que nos encantan, son la biblioteca que quisiéramos tener en nuestra casa, y me parece que por eso pudimos construir un lindo vínculo con los y las lectoras. Siento que tener una editorial es profesionalizar ese entusiasmo por compartir lecturas, pero la idea es bastante sencilla en general, es un poco: leí esto que me pareció espectacular y me dan ganas de que lo leas. La editorial abre ese diálogo, lo hace más amplio, pero la base sigue siendo esa. Pensamos la editorial como una conversación sobre literatura. Nos gusta esa idea y creo que en esa conversación fue creciendo la fidelidad de quienes leen nuestros libros.

- ¿Y cómo fueron llegando a los libros que publican?

- Un poco esto que te decía de publicar libros que nos encantan. La búsqueda siempre es por ahí. Lo que nos pasó, y nos pasa mucho, es que a veces hay autores que nos gustan un montón y que ya están revendidos, entonces nos ponemos a buscar cosas parecidas y aparecen textos buenísimos. No sé, por ejemplo, a mí una autora que me encanta es Ottessa Moshfegh y ya la publica Alfaguara. Buscando en esa línea llegamos a Amy Fusselman, que quizá a alguien le puede parecer que no tiene nada que ver, pero bueno, un poco el descubrimiento está en esas asociaciones. En noviembre del año pasado salió un libro de cuentos de Brandon Taylor, un escritor joven nominado al Booker Prize de 2022 que tiene unos cuentos increíbles, un poco en la línea de Sally Rooney. A nosotres nos encanta Rooney, que ya está editada en español, y yendo un poco hacia lecturas similares encontramos a Taylor y Pequeñas bestias, que es un librazo. Es otra generación, otra sensibilidad, sus cuentos tienen esa angustia ansiosa muy de esta época, esa neurosis muy actual.

Siempre la base es que leemos mucho y en esas lecturas aparecen cosas que nos interesan. También hay mucha relectura. Nos pasa que por ahí leemos un libro y en una primera lectura nos parece que puede ir y después lo releemos y vemos que, si bien nos gusta, no es para Chai, no encaja. Después hay autores que siempre alguno de nosotres había querido traducir. No sé, Cynan Jones, por ejemplo, es un autor de Santi, lo trajo él. A mí la premisa de sus libros me parecía un bajón, pero Santi nos insistió y cuando lo leí me pareció espectacular. Son libros que a priori yo no leería, pero es tan bueno lo que hace Jones que funcionan muy bien, son grandes libros; de hecho, Tiempo sin lluvia terminó siendo un poco nuestro hit.

- ¿El mercado les marca tendencias o no hay una presión ahí?

- No, porque sentimos que si fuéramos en esa dirección los libros no terminarían de funcionar. También aprendimos que hay que tener cuidado. Muchos libros que en Estados Unidos venden y están escritos muy bien no nos terminan de convencer. Tienen cosas que creemos que en español no funcionarían. Hay que tener en cuenta eso también: cómo se lee desde acá. Dedicamos mucho tiempo a la elección de cada libro, de los y las traductoras, y al trabajo de traducción y edición en sí. Traducimos y publicamos ocho o siete libros por año y son todos libros que creemos que vale la pena traducir. Queremos que cada libro y cada traducción nos entusiasmen por igual, y eso no lo negociamos.

Soledad Urquía, cofundadora de la editorial Chai. RUTH GUZMÁN
Soledad Urquía, cofundadora de la editorial Chai. RUTH GUZMÁN

* * * *

En su libro Se vive y se traduce, Laura Wittner, que tradujo para Chai La tejonera, de Cynan Jones, cita a la poeta y traductora mexicana Paula Abramo: “Cada vez que dicen que una traducción literaria es ‘impecable’ como el mejor halago que puede imaginarse, mi corazón se muere un poquito. La traducción literaria es un quehacer artístico. ¿Y cuándo dirían de un cuadro o de un poema que ‘es impecable’? Pequemos, que el arte es pecado y decisiones (...) No estamos metidos con nuestras laptops y diccionarios en la caverna de Platón (qué flojera, Platón)”. Dice, también en ese libro, Wittner: “Traducir es meterse dentro de alguien. Hacerle un lugar, también, para que se meta dentro nuestro”. Y cuenta esta anécdota del proceso de traducción del libro de Jones: “Llegan las respuestas detalladas y amorosas del autor traducido, y el texto que ya parecía desplegado al máximo muestra nuevos dobleces, caminitos reiluminados con una linterna de otro color. Apabullé a Cynan Jones con un montón de preguntas sobre su novela. (...) Me pregunto si hay quien lee entendiendo tan sólidamente, o intentándolo. Yo no siempre. Para mi alivio Cynan me explica las sutilezas, pero me aclara que la intención es que queden ambiguas. Es como un secreto entre los dos”.

Eso de lo que habla Wittner, eso que hace que la traducción sea una reescritura, un texto autónomo que emocione a los y las lectoras, está en los libros de Chai. Y quizá ahí esté, también, el porqué de la confianza en los libros que editan.

Parece una obviedad. Pero no. Porque no siempre pasa. Porque pasa poco, en realidad. En las tapas de los libros de Chai aparecen los nombres de quienes tradujeron esos libros. Es un gesto. Y un gesto es movimiento, algo que expresa, que transmite un mensaje.

“Ningún problema tan consustancial con las letras y su modesto misterio como el que propone una traducción”. La frase es de Borges y está en Las versiones homéricas, uno de los tres ensayos principales del escritor sobre la traducción. Un texto en el que, como dice el profesor de literatura latinoamericana Sergio Waisman en Borges y la traducción, el escritor argentino “cuestiona la idea de que las traducciones son inferiores a los originales, sugiere que el concepto de texto definitivo es una falacia y que los llamados originales son tan borradores como las traducciones”. En su ensayo, Borges asegura que “el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”, y así muestra lo que para él es la traducción: la única manera posible de leer y pensar la literatura; el testimonio de su riqueza infinita.

Esa irreverencia borgeana como forma de desplazar los centros y empujar desde la periferia nuevas formas de crear, eso es también la traducción. Y eso también está en Chai, que no solo presenta autoras y autores nuevos, sino que lo hace con traducciones que conmueven y suman creatividad, belleza y preguntas a la escena literaria latinoamericana contemporánea. Como afirma Waisman: “La traducción es una de las fuerzas impulsoras del desarrollo de cualquier literatura y tiene un tremendo efecto en su forma de definirse local y globalmente”.

- ¿Cómo eligen a las y los traductores?

- Cuando empezamos a pensar en editar un libro, incluso antes de tenerlo confirmado, empezamos a pensar quién lo podría traducir, y hay algo medio intuitivo. Sentimos que tiene que haber cierta afinidad estética entre el traductor o la traductora y el escritor o escritora. Por ejemplo, el tono de Amy Fusselman en Ocho tiene algo que resuena con Los sorrentinos de Virgnia Higa. Cuando pensamos en la traducción de ¿Hay alguien ahí? de Peter Orner, publicado este enero, pensamos en Damián Tullio como escritor, pero sobre todo como lector que siempre está buscando autores nuevos; el libro de Orner genera un poco ese deseo de nuevas lecturas y creímos que Damián era la persona indicada para traducirlo. Obviamente, después hay que ver la disponibilidad de las personas, pero está esa búsqueda. Nos gusta pensar que el escritor o escritora y quien traduce podrían ser amigues.

La traducción es un trabajo increíble, es una reescritura, lo vemos así, y por eso también los nombres de quienes traducen están en las tapas de los libros. Incluso trabajamos con el 2% de las regalías para la traductora o el traductor. Hay un intento de reconocimiento de esa autoría si se quiere. Hacemos un laburo muy exhaustivo de ida y vuelta que es hermoso. Es muy lindo ver cómo se entusiasman los y las traductoras con los libros que están traduciendo. Esther Cross, por ejemplo, se obsesionó con Celia Paul cuando tradujo Autorretrato, investigó un montón sobre ella, que es un personaje fascinante, y creo que eso se nota mucho en la traducción. 

- ¿Cuáles son los desafíos de publicar traducciones en un español rioplatense? ¿Genera algún tipo de resistencia en las audiencias?

- Solo para España hacemos algunas adaptaciones. Es algo a lo que yo particularmente me resistía mucho porque decía “no, el libro ya está, lo trabajamos un montón, tiene que ir así”. Pero hablamos con editoriales argentinas que han hecho esto de publicar en España y todas nos dijeron que si no adaptábamos las traducciones directamente ni gastáramos tiempo en publicar ahí; como que hay una resistencia más alta entre esos lectores. No sé, nosotres estamos acostumbrades a leer traducciones españolas, somos lectores de Anagrama y de otras editoriales y tenemos un poco incorporado ese castellano, pero allá aparentemente no pasa lo mismo con el rioplatense. Así que hacemos algunas adaptaciones, no grandes cosas, pero sí cambiamos palabras que no se entienden, cosas muy puntuales, de léxico más que nada.

- ¿Cómo harían con Nena, por ejemplo, de Melissa Febos, que tiene un lenguaje muy llano y coloquial e incluso el uso del inclusivo con “x” en la traducción ya en la primera página?

- Nena directamente creo que habría que traducirlo de nuevo si decidimos publicarlo en España. Cuando leímos el libro dijimos, “bueno, que esta traducción sea más argentina porque hay mucha palabra muy informal”, y sentíamos que el texto se iba a aplanar mucho si lo llevábamos a un neutro. La decisión fue ir en esa línea y en todo caso volver a traducirlo entero para otro mercado. Ya el título Nena no sé si funcionaría en España. Con otros libros es más fácil. La casa en llamas, la selección de cuentos de Ann Beattie que publicamos, por ejemplo, salió en España, le está yendo rebien y no hubo que adaptar mucho: alguna palabra como “coche” en lugar de “auto”, pero no mucho más.

- ¿Cómo piensan los títulos?

- Los pensamos mucho en general. A veces la gente nos dice “uh, cambian los títulos del original”. Sí, los cambiamos, pero siempre le preguntamos al autor o a la autora, y siempre están de acuerdo. Lo que pasa con los títulos es que muchas veces la traducción que primero te viene a la mente no funciona. Por ejemplo, Tundra, de Abi Andrews, en inglés es The word for woman is wilderness, que es relindo pero es intraducible. ¿Cómo se traduce eso para que suene bien? En España lo tradujeron como Naturaleza es nombre de mujer porque justo ese libro ya había salido ahí puntualmente en otra editorial. Pero a nosotres nos parecía que tenía que tener un título más potente, más corto, y salió como Tundra. En Nena pasó un poco parecido. En inglés se llama Girlhood, que es difícil también. La traductora, Denise Kripper, le buscó una vuelta y me parece que fue un acierto.

* * * *

Pero hay algo más en Chai además de lograr traducciones que son obras literarias que resuenan en el público lector. Hay una voz editorial. Un catálogo que no está librado al azar y una edición cuidadosa que hace que quien vea un libro de Chai pueda reconocerlo desde lejos, solo por el diseño de la tapa. Hay una búsqueda estética: una simetría que se respeta entre el título y el nombre del autor y del traductor. Además, cada portada lleva una foto tomada por una fotógrafa o fotógrafo argentina; un artista joven y emergente como un modo, también, de visibilizar esa capacidad creadora que abunda en el país y que a veces pasa inadvertida. Solo para la Colección Elementales, que busca ser diferente porque son autores no contemporáneos, la editorial decidió modificar levemente el diseño de tapa. En lugar de fotos, las portadas de esta colección llevan reversiones de obras de arte que dialogan de algún modo con el libro publicado. Para los Diarios de Katherine Mansfield, el primer y hasta ahora único libro de la colección, eligieron, por ejemplo, una obra de Hilma Af Klint, contemporánea de la escritora neozelandesa.

- ¿Cómo lograron definir la voz editorial de Chai?

- Como son autores y autoras bastante desconocidos, la idea desde un comienzo fue intentar que la gente confíe en nuestro catálogo. Que sientan que si es un libro de Chai les va a interesar. Igual creemos que hay diferentes líneas sutiles dentro del catálogo. Hay una línea más fresca y descontracturada si se quiere, donde están Tundra, Nena, Ocho, Idiófono. Hay otra línea que es un poquito más clásica, donde están los libros de Cynan Jones, de Nathalie Léger, etc. Y después está la Colección Cuentos, con cuentos muy buenos y muy clásicos en cuanto a la forma. Pero en todos los casos, en general, lo que nos vuelve de las personas que leen nuestros libros es algo muy lindo. Incluso a veces nos dicen: “Este libro no nos gustó tanto pero entendemos por qué está en el catálogo”, y eso está buenísimo. Se ha generado cierto entusiasmo. Hay gente que tiene todos los libros, que está armando la colección.

- Hay un pacto un poco tácito con quienes leen sus libros.

- Sí. Y por eso decidimos también ir por el tipo de tapa que elegimos, tapas muy similares entre sí. En el mercado hay dos líneas editoriales: una línea más norteamericana en la que cada tapa es distinta, que en Argentina siguen muchas editoriales, y otra quizá más europea, tipo Fitzcarraldo o Anagrama, en las que vos ves un libro y te das cuenta enseguida que es de esa editorial. Vos ves un libro de Chai y te das cuenta que es de Chai. Eso marca un poco hacia dónde apuntamos: apostamos por el catálogo. El énfasis está puesto ahí.

- Si bien todo es narrativa contemporánea (salvo la Colección Elementales), en el catálogo hay hibridez. Hay ensayos narrativos, cuentos clásicos, libros más inclasificables como Ocho o novelas muy singulares como Manantial. ¿Hay una búsqueda de esa hibridez o surge porque es inherente a lo contemporáneo?

- Es algo que más bien surge. Lo que sí está claro es que publicamos narrativa. Si bien hay algunos ensayos, son más bien narrativos, tienen algo literario. Por ejemplo, Nena no es un ensayo duro, quizá a una estudiosa de los feminismos no le interesa tanto. Lo mismo Insomnio, de Marina Benjamin, que es entre memoria y ensayo. Sí es cierto que nos interesa la hibridez. Aparece en lo que publicamos porque es lo que se está escribiendo hoy, pero también porque para tomarnos el trabajo de traducir algo preferimos que sea distinto, que sume al panorama literario hispanohablante actual.

Hace poco estuvimos en la FED [Feria de Editores] y fue un lindo ejercicio para analizar esto que decís: pensar qué tipo de libros publicamos. Ahí los lectores y lectoras te preguntan, te consultan y se da ese feedback que es reinteresante. Cuando alguien nos pedía una novela clásica, nos poníamos a pensar y la respuesta era que tenemos pocas novelas clásicas-clásicas. Quizá Tiempo sin lluvia y las otras de Cynan Jones y te diría que ninguna más. También en la FED pasó algo buenísimo con Peter Orner, el autor de ¿Hay alguien ahí?, que es un libro muy híbrido si se quiere, bastante único. Dio una charla y fue increíble la cantidad de personas que había, las filas larguísimas de gente esperando para que les firmara el libro. Orner no lo podía creer, estaba contentísimo. Y la verdad es que a nosotres también nos sorprendió. Es un libro que nos encanta pero que dudamos en publicar porque no sabíamos muy bien dónde ubicar. Es un recorrido lector personal de Orner en el que nombra autores quizá desconocidos, pero es hermoso lo que hace y le fue rebien. A la gente le encantó y nosotres aprendimos que, si un libro nos gusta mucho, por más dudas que tengamos siempre termina funcionando.

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Si un libro les gusta, funciona. Funciona quiere decir que interpela a otros, a otras. Y esos otros, esas otras lo comparten. El libro viaja. Muda. Cambia.

Mudarse a las sierras. Leer, leer, leer. Pensar en armar una editorial. Pensar en la editorial como un diálogo, como una forma de compartir lecturas y expandir una conversación que nace en uno, en una y se abre a la pareja, a las amigas, a los amigos y busca ir más allá: tocar otros oídos, otros ojos, otras manos, otros cuerpos. Pensar nombres para la editorial. Elegir un nombre. Elegir Chai, la palabra hindi para hablar del té. Tomar té como un momento de placer. La lectura como un momento de placer. Crear una editorial como una forma de expandir ese placer.

“(...) No se puede saber nada del amor ni se puede saber nada tampoco de la muerte (...) ¿La pena, la inquietud, la incertidumbre? Pura literatura (...) ¿Para qué sirve la literatura? ¿Para qué sirve esta incongruencia social? Se pregunta Roland Barthes. Sirve para sufrir menos”, dice Nathalie Léger en uno de los últimos libros editados por Chai. “(...) Que venga lo que aún no he visto, lo desconocido, quiero conversar contigo (...) No he podido entregarme a la clase de contemplación que hace falta. Debo permanecer en contacto con la Vida, el cielo y esta luna, estas estrellas, aquellas cumbres frías y sinceras”, escribe Katherine Mansfield en sus Diarios, traducidos y editados por Chai el pasado año. Quizá también sea eso. Quizá tener una editorial independiente sea eso, también. Eso que escriben Léger y Mansfield. Sufrir menos. Esperar lo que no vimos. Contemplar más. Permanecer en contacto con la vida, el cielo, aquellas cumbres frías y sinceras.

Periodista y traductora. Ha trabajado como productora ejecutiva del programa TN Internacional, en la cadena de televisión argentina Todo Noticias, y ha colaborado en medios como El País Uruguay y La Agenda Buenos Aires. En 2015 fue finalista del premio Nuevas Plumas, otorgado a crónicas inéditas en español. 

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