Ana Teresa Torres: “Estamos condenados a la incertidumbre”

La escritora ofrece su visión de la Venezuela actual desde su conocimiento de los países poscomunistas.

La escritora venezolana Ana Teresa Torres. RENATO DOZELLI/CORTESÍA MONROY EDITOR 501
La escritora venezolana Ana Teresa Torres. RENATO DOZELLI/CORTESÍA MONROY EDITOR 501

Entre 2002 y 2012, dos escritoras venezolanas, Ana Teresa Torres y Yolanda Pantin, emprendieron un viaje en seis etapas por varios de los países que habían vivido bajo el régimen comunista de la Unión Soviética (URSS). Su aventura por esas tierras devino en un libro titulado Viaje al poscomunismo (Eclepsidra, 2020). En él, sus autoras se preguntaban: “¿Qué había ocurrido en los años de socialismo real? ¿Qué habían dejado los comunistas en su largo reinado? Entonces el pasado de aquellos países parecía ser nuestro futuro, el de Venezuela, quiere decirse”.

Las vivencias que las escritoras plasmaron en esas crónicas sirven de referencia para encontrar señales de cómo países que han sufrido severas autocracias pueden tardar años no solo en recuperar sus libertades, sino también en sanar las heridas infligidas en la ciudadanía.

Figura clave de las letras venezolanas contemporáneas, Ana Teresa Torres (Caracas, 1945) —quien en su extensa obra literaria y sus crónicas nos agrega como aderezo algo de su condición de psicóloga clínica— comparte con COOLT su visión del complejo camino que supone dejar atrás los regímenes autoritarios.

- Ha pasado una década desde aquellos seis viajes que hizo junto con Yolanda Pantin por los países que pertenecieron al bloque soviético. ¿Cómo ve la Venezuela de hoy ante el retrato de aquellos territorios?

- Ocurre que nuestra historia y nuestra cultura son tan diferentes a las de esos países que es difícil establecer comparaciones. Venezuela no fue un Estado comunista, aunque toda la retorica oficial hablaba del ‘mar de la felicidad’, para referirse a Cuba, y se hacían constantes referencias a las bondades de la sociedad socialista autocrática, valga decir, soviética. Tampoco tuvimos guerras ni invasiones —al menos militares—, y la ideología no pasó mucho más allá del discurso anecdótico y la propaganda.

Cuando hicimos esos viajes, Yolanda y yo decíamos en clave de humor que éramos “investigadoras del poscomunismo”, porque nuestro propósito era conocer qué quedaba en pie de los 70 años de la URSS y su evolución posterior. Los soviéticos, se dice en el libro, fueron grandes constructores sociales y a la vez grandes destructores de vidas humanas, sin duda una paradoja. Lo cierto es que, si buscamos huellas de la construcción social llevada a cabo por la revolución bolivariana, lo que encontramos es destrucción de lo existente, incluidas muchas vidas, y mínima creación de lo nuevo.

Por otro lado, no puede decirse que se ha dejado atrás la historia de las guerras y de las invasiones: sirva como trágico ejemplo el caso de Ucrania. Y en cuanto a la ideología, tampoco todos los países del bloque soviético giraron hacia la democracia liberal. Como vemos hoy en Hungría, ideologías racistas —incluso genocidas, como ocurrió en la guerra de Bosnia— han tomado un protagonismo que nos hace pensar que el fin de una autocracia no conlleva necesariamente el desarrollo de una democracia.

Palacio de la Cultura y la Ciencia, Varsovia. YOLANDA PANTIN
Palacio de la Cultura y la Ciencia, Varsovia. YOLANDA PANTIN

- Después de la muerte de Hugo Chávez en 2012, en Venezuela mermaron las expropiaciones, los controles económicos y sociales y la imposición del caudillismo militarista. Pareciera que vivimos un viraje hacia un cierto poscomunismo, sin haberse consolidado el comunismo ortodoxo. ¿Hemos  sufrido los estragos del modelo sin llegar a él, pero tampoco nos movemos al otro lado del muro?

- Ciertamente, el modelo ideológico de la era chavista tiene diferencias con el actual de la era madurista. No tengo instrumentos para definirlas con claridad, lo que percibo es el cambio de discurso, ahora menos confrontativo. La división de la sociedad entre “patriotas” (para designar a los buenos) y “escuálidos” (los malos) ha quedado fuera de uso, las gigantografías alusivas a la revolución se han ido sustituyendo por representaciones gráficas de nostalgia indigenista, las expropiaciones y controles de la economía también han ido desapareciendo... En fin, cambios a tener en cuenta para comprender hacia dónde se dirigen, pero no sabría definir el modelo de sociedad que están conformando. Pareciera un híbrido de ciertas libertades económicas con muy pocas civiles. En todo caso, el destino de los países que pertenecieron al bloque soviético tampoco ha sido idéntico. En algunos, el negocio de las hipermafias y el lavado de dinero ha prosperado notablemente, y ese ha sido el poscomunismo para ellos.

- En Viaje al poscomunismo señala que en los países del bloque comunista predominó la figura del invasor, del ocupante extranjero, y la resistencia surgió en defensa de la nación ante la dominación y sus colaboradores locales. En cambio, escribe que “en América Latina las dictaduras sufridas son nacionales, peor aún, nacionalistas, somos ocupados por nuestros propios tiranos y nuestros propios ejércitos”. ¿Tenemos los latinoamericanos una vocación para erigir autócratas?

- Para la mayor parte de Latinoamérica, el militarismo es el pasado. Cuando en Venezuela teníamos democracia, muchos países vivían dictaduras militares, y ahora pareciera que el juego se ha revertido y es nuestro país el que sigue bajo el signo del poder militar, aunque el Gobierno esté presidido por un civil. No diría que Venezuela siente una vocación por la autocracia, pero sí que ha habido un desenlace militarista que tiene mucho que ver con la historia del poder y que puede entenderse desde las claves de la guerra de Independencia, a lo que dediqué una buena parte de mi libro La herencia de la tribu. Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (Alfa, 2009).

Algo muy interesante es que la vocación de la sociedad venezolana pareciera ser la de la libertad, la lucha contra la opresión, y esa vocación ha entrado históricamente en contradicción con la otra tendencia: la búsqueda del ‘hombre fuerte’, la creencia de que los militares representan control y organización en la administración del país.

Milicia bolivariana, en una marcha en Caracas, Venezuela, el 13 de abril de 2022. EFE/RONALD PEÑA
Milicia bolivariana, en una marcha en Caracas, el pasado 13 de abril. EFE/RONALD PEÑA

- Un punto que también destaca es, que a pesar de los años transcurridos de esa etapa poscomunista, en los antiguos países de la URSS sobrevive la presencia desgastada de símbolos ideológicos en algunas obras públicas y monumentos. En Venezuela, poco o nada se ha construido: al contrario, las ciudades y pueblos han sufrido un declive en su fisonomía. ¿El único legado del régimen será el Cuartel de la Montaña 4F y el ícono de los ojos de Chavez en los muros?

- Los símbolos ideológicos son necesarios en todos los regímenes políticos, no son privativos de una u otra tendencia, aunque pueden ser más o menos interesantes desde la mirada estética. La fisonomía urbana que se fue gestando en estos años en Venezuela —hablo de Caracas porque he viajado poco a otras regiones del país— no puede compararse con las edificaciones y obras de modernización que dejaron los regímenes socialistas. Se basa en símbolos muy toscos, como es el ícono de los ojos, o en simples imágenes de héroes y personajes afiliados por el discurso a la revolución bolivariana. En estos días pasé por algunas avenidas que años atrás estuvieron muy decoradas con signos políticos y ahora lo que se ve en ellas son huellas de esas imágenes desgastadas por la lluvia y el tiempo.

Da la impresión de que hay un cambio de relato y vamos hacia una narrativa de tipo indigenista, decolonial, que se dirige a excluir la occidentalidad. Es una hipótesis, hay que esperar a ver cómo se desarrollan las iniciativas que ya han comenzado. Un ejemplo es la escultura del cacique Guaicaipuro en la autopista que ahora lleva su nombre, que sustituye la de Francisco Fajardo, hijo de español y de india, principal y primer fundador de la ciudad.

- Algo que se destaca cuando los países sometidos renacen es la aparición de automóviles lujosos, vallas publicitarias de marcas exclusivas, nuevas tiendas y restaurantes. En Venezuela han surgido nuevas edificaciones y negocios, así como ventas de Ferrari, pero la llamada burbuja se concentra en unos pocos kilómetros de la capital. ¿Es esa una señal del comienzo de un cambio hacia el libre mercado o el signo de un privilegio que nos lleva a otro rumbo?

- En mi novela Diorama (Monroy, 2021) trato de dar respuesta a esa pregunta. El relato hace una parodia de la creación de ‘burbujas’ que simulan efectos embellecidos para tapar la destrucción: algo que brille, que excite la mirada, que haga pensar en tiempos mejores por venir, en simular la riqueza y el bienestar. No creo que esto señale un camino hacia la libertad económica, sino al contrario, se trata de una riqueza que solo alcanza a pequeños grupos mientras el grueso de la población permanece en la pobreza y la escasez. Esas burbujas son un espejismo que, además de engañar al espectador, como todo espejismo, suponen una burla hiriente para la sociedad venezolana. Siempre que paso frente a esos nuevos edificios solitarios, de arquitectura lujosa pero también uniforme, me pregunto qué ocurre adentro, qué oficinas albergan, qué economía se mueve en esos espacios. Es misterioso.

Alrededores de la Plaza Roja de Moscú. YOLANDA PANTIN
Alrededores de la Plaza Roja de Moscú. YOLANDA PANTIN

- Una de las experiencias vividas en sus recorridos por los países del antiguo bloque soviético fue la tendencia de la gente a evitar hablar del pasado, como si se tratara de un daño en el alma que no se supera. Las nuevas generaciones parecen seguir mirando hacia fuera. En Venezuela lo estamos viviendo con 6 millones de migrantes. ¿Es factible reconectar a estas generaciones con la idea de un país posible?

- Es incierto, como siempre lo es el futuro. Ya han transcurrido cerca de 20 años desde que comenzó la diáspora venezolana: jóvenes que se han ido haciendo mayores, niños que nacieron y se educan en lugares diferentes a los de sus padres, tradiciones y costumbres que se intentan mantener pero que están destinadas a desaparecer... Hablo desde mi propia experiencia como madre de emigrantes y abuela de nietos que han nacido en otra nacionalidad y otra lengua. Sé que suena duro, y lo es, pero mi perspectiva no es solo la de la observación del presente, sino la de la historia de tantas emigraciones ocurridas en el mundo. En muchas de ellas, las situaciones que generaron la emigración se revirtieron, pero esos cambios de alguna manera llegaron tarde para algunos. Esperemos que, efectivamente, en Venezuela se conforme un país posible para los próximos venezolanos, los que habitan el país y los que quieran y puedan regresar.

- La invasión de Ucrania ha revivido la tradición imperial zarista y soviética de Rusia, y los países ubicados en sus fronteras corren a alinearse con la Unión Europea. En Latinoamérica, Nicolás Maduro y otros líderes regionales se han alineado con Vladimir Putin. ¿Estamos en presencia de un nuevo muro ideológico, pero con otro ropaje?

- Los cambios en el panorama son difíciles de entender para los que podemos considerarnos hijos de la Guerra Fría. Las alineaciones que se producen hoy son muy diferentes. Antes los países se dividían en dos bloques claramente definidos: Venezuela pertenecía al bloque liderado por Estados Unidos. Cuba, al bloque liderado por la URSS. Tengo un recuerdo impreciso, pero a la vez imborrable de la llamada crisis de los misiles en 1962. Escuchaba aterrorizada a mi padre comentar lo que estaba ocurriendo en Cuba y la posibilidad de que Fidel Castro pusiera en acción los misiles que se guardaban en la isla, lo que parecía ser el comienzo del fin del mundo. No sé si el peligro era tan inminente, pero de lo que estoy segura es de la clara delimitación de bloques de poder que existió durante mucho tiempo. Hoy no tengo clara esa definición, y quizás no la hay. El fin del llamado socialismo real y de la Guerra Fría no ha conducido necesariamente a una renovación de la democracia. La deriva hacia la derecha política y moral que estamos viendo instalarse en Estados Unidos y en algunos países de la Unión Europea es escalofriante, y pareciera que todo se ha vuelto, como decimos en venezolano, un “arroz con mango”. Por citar un caso, ahora Venezuela es un país amigo y socio de China, Irán, Turquía, que antes no parecían existir salvo en los imaginarios de viajes exóticos. En fin, estamos condenados a la incertidumbre. 

Periodista y consultor. Ha trabajado en medios como El Diario de CaracasEl Universal, donde fue editor del área de Investigación. En 1995 ganó el Premio Nacional de Periodismo por el libro Las cuentas ocultas del presidente. Es autor de otros títulos como Las balas de abril (2006), Afiuni, la presa del comandante (2012) y Los últimos días de Hugo Chávez (2020).

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