Todo sobre mi padre

¿Cómo resuelve una hija su relación con su progenitor? La psicomagia y una guitarra pueden tener la respuesta.

La guitarra fabricada por Margarita Posada con ayuda de su padre. M.P.
La guitarra fabricada por Margarita Posada con ayuda de su padre. M.P.

Quisiera preguntarle a Freud cuándo es que las mujeres acabamos de entender la relación con nuestro padre. Cuándo nos liberamos por fin de la gran influencia que ejerce ese hombre en la manera de relacionarnos con el mundo entero, pero sobre todo con otros hombres.

Hace unos años escribí una novela sobre la relación entre un padre con alzhéimer y su hija artista. Aunque aquello que escribimos sea ficción, los escritores re-creamos o modelamos la realidad. De eso se trata la literatura. Por eso Sin título, 1977 (así se llama la novela) resultó en una especie de ‘autoficción’ cuya materia prima fue mi propia relación con el señor canoso que me trajo al mundo. Estaba convencida de que con esta catarsis de la escritura quedaba resuelta la dinámica entre nosotros, pero ha pasado más de una década desde que la publiqué y aún sigo teniendo una suerte de noviazgo tóxico con mi padre. Bastante menos tormentoso que antes, sí... pero aún bien complejo.

Son muchas las bifurcaciones que tiene mi vida, pero todos los caminos conducen a mi padre. Siempre. El padre es determinante en la vida de una mujer. Es el primero y el último. Es todos los hombres que buscamos el resto de nuestras vidas. Para bien y para mal. Gracias a mi trastorno bipolar y, especialmente a mis hondos episodios de depresión, he tenido la suerte y la desgracia de tener que esculcar mi pasado frente a varios psiquiatras que curan, principalmente, a través de la palabra. Rememoramos sueños, eventos, decimos sin freno lo que se nos venga a la mente. Después de largo tiempo de confusos monólogos, logramos revivir un recuerdo que estaba hundido en las profundidades de la memoria.

Son muchas las bifurcaciones que tiene mi vida, pero todos los caminos conducen a mi padre

Yo creía que una vez descubriera la causa de mis síntomas, me curaría de ellos. Pero no fue así. Saberlo y nombrarlo fue productivo, pero llegó un punto en que no avanzaba más. Estaba harta de saber por qué me pasa lo que me pasa. Ahora necesitaba saber qué carajos hacer con eso. Por eso me abrí a explorar nuevas rutas de sanación que no operan tanto en mi discurso consciente como en el inconsciente.

Ya sabía algo del tal Jodorowski y de sus actos psicomágicos. Lo admiraba como artista (es escritor, cineasta, músico, escultor), pero dudaba mucho del poder sanador de sus técnicas místicoteatrales. Como no soy experta en el tema, recojo la explicación de Jodorowski que me sedujo. Constatando que sublimar el impulso indeseable ya sea por una actividad artística o por acciones de servicio social no eliminaba los deseos reprimidos, Jodorowski inventó un camino inverso al del psicoanálisis, en donde nuestro inconsciente aprende a hablar el lenguaje racional. El acto psicomágico, en cambio, le enseña a hablar a nuestra razón el lenguaje del inconsciente, compuesto no sólo de palabras sino también de actos, imágenes, sonidos, olores, sabores o sensaciones táctiles. Lo bueno del inconsciente es que acepta como culminada la realización simbólica o metafórica de actos que la razón reprime por considerarlos amorales.

Me costó derrumbar mis propios prejuicios para ensayar otro camino menos dialéctico y positivista, pero la explicación me caló. Al fin de cuentas, ¿qué es la ficción, sino un acto psicomágico en el que los escritores jugamos a ser hacedores de otra realidad? Así las cosas y guiada por Alejandra Quintero (ella sí terapeuta experta en psicomagia), me di a la tarea de crear mi propio acto psicomágico para hacer algo que siempre había querido hacer conscientemente, pero que no me permitía: romper a pedazos una guitarra de mi padre, que es guitarrista y luthier. Como el inconsciente sí acepta a una parte como el todo (una foto de la persona es la persona misma, por ejemplo), la guitarra era en sí misma ese lazo indestructible que tengo con mi padre y que añoro destruir, porque yo misma vuelvo a sus manos (las mismas que tocan y construyen el instrumento) para reclamar el amor que me protegió y sosegó cuando era niña.

¿Qué es la ficción, sino un acto psicomágico en el que los escritores jugamos a ser hacedores de otra realidad?

No se trataba de hacerlo con afán, sino de ir construyéndolo con tiempo y dedicación. Como estaba viviendo en casa de mis padres por un fuerte episodio de depresión, le pedí a mi papá que me ayudara a hacer un remedo de guitarra. Los dos buscamos las piezas de madera. Él las cortó y juntos las ensamblamos. (La pueden ver en la fotografía que encabeza este texto).

Cuando llegó el momento de ejecutar el acto, curiosamente me aferré a la guitarra. La abrazaba. No quería soltarla. Me puse a llorar. Alejandra supo guiarme hasta ponerme en contacto con mis emociones más profundas y reprimidas, hasta que empecé a gritarle a mi padre todo lo que no había sido capaz de decirle en la cara, mientras golpeaba la guitarra contra las piedras en la mitad del campo y le pedía que me soltara.

¿Me sanó por completo? No lo sé. Lo que sí sé es que, después de meses insistiendo en que me quedara a vivir con ellos en Villa de Leyva, mi padre empezó a incomodarse con mi presencia y semanas más tarde accedió a que viajáramos, para finalmente aceptar que no seguiría viviendo más con ellos. No tengo ni la menor idea cómo operó en mí (y en él) el acto psicomágico. No sé si fue un placebo, pero confieso que, si lo fue, nunca antes había probado un placebo tan efectivo y eficiente.

¿Que si canto victoria? De ninguna manera. Lo que sí creo firmemente es que gané una batalla más, como la que otrora gané con la novela. Y no se las gané a mi padre. Me las gané a mí misma y confío en que, poco a poco y echando mano de todas las herramientas que se atraviesen en el camino, llegaré a la sublevación total de mi padre algún día, para poder amarlo y admirarlo como quien admira las notas de un músico que no conoce y que, más allá de sus bemoles, compone las más bellas melodías.

Periodista y escritora. Ha colaborado en medios colombianos como El Tiempo, SoHo y Arcadia. Autora de las novelas De esta agua no beberé (2005) y Sin Título, 1977 (2008). Su último libro es Las muertes chiquitas (2019), en el que aborda el tema de la depresión.

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