Perú: breve resumen de un país ingobernable

Tras la caída de Pedro Castillo, los peruanos se enfrentan, una vez más, a su viejo conocido: el caos.

Una mujer observa a militares desplegándose por las calles de Arequipa, Perú, el 15 de diciembre, en plena crisis del país. EFE/JOSÉ SOTOMAYOR
Una mujer observa a militares desplegándose por las calles de Arequipa, Perú, el 15 de diciembre, en plena crisis del país. EFE/JOSÉ SOTOMAYOR

Al inicio del mensaje a la nación del miércoles 7 de diciembre que se transmitió por televisión nacional, se escucha una voz cuchicheando sobre en qué momento el presidente, que estaba sentado en aquella silla, con el rostro pasmado de susto y pánico, debería empezar a hablar. Es una voz de mujer que dice algo así como “tres, dos, uno, al aire”. El presidente no entiende y hace un gesto de incertidumbre, nada que no hayamos visto antes. La voz, que es de mujer, debe reiterar: “¡Al aire!”.

Así Pedro Castillo inició su discurso del susto. Sin saludar a los millones de peruanos que lo escuchábamos, como ceñido a su guion y arrancando con una palabra que sería clave: “La nefasta…”, empezó Castillo. Claro que, en adelante, luego de aquel intento torpe de ser aún más torpe de lo que ya había sido, las consecuencias seguirían siendo nefastas. Fue en ese momento en que quedó en evidencia que Castillo había gobernado todo este tiempo, estos 495 días, 5 gabinetes y 78 ministros, temblando como en ese momento. A los segundos de iniciar, alguien le avisa que está mal sentado. Está apoyado en el respaldar de la silla y debería estar con los brazos sobre la mesa, sosteniendo con firmeza sus palabras y el papel que las contiene. En cambio, sostiene su discurso con el ánimo de un hipocondríaco social que tal vez sería capaz de llamar a un estado de emergencia tan solo por ver o escuchar alguna información no confirmada. Castillo no terminaba de llenarse la boca de voz y ya el arrepentimiento de ese momento aparecía en su gesto bobo y su temblor parkinsoniano.

Vídeo del mensaje a la nación del ex presidente de Perú Pedro Castillo, el 7 de diciembre. YOUTUBE

Ojo que no todo lo que decía era un disparate. El Congreso peruano es percibido como un circo mal montado, repleto de impresentables de los que se salvan solo unos cuantos de los 130 congresistas. Pero el error del expresidente residió en que quiso ganarle, como en una competencia de 100 metros planos, al Parlamento, como quien se filtra en la cola del supermercado, con una astucia sucia, maliciosa, incluso innecesaria. Buscaba adelantarse a la reunión del pleno del Congreso para discutir su vacancia y decidió dar el mensaje a la nación antes que el Congreso se reúna. Al final del discurso, ya había nueve miembros del gabinete de Castillo dimitiendo a sus cargos.

Para ese entonces también las calles empezaban a resonar: “Que se vayan todos”. La tensión se daba tan natural como la cuerda de un violín, en Lima, pero sobre todo al sur del Perú. Arequipa, Cuzco, Ayacucho, Apurímac estaban reaccionando. No querían al Congreso, ni a Castillo.

El Congreso en paralelo adelantaba su sesión para discutir en el pleno la vacancia del presidente Castillo que había terminado de temblar una hora antes de la votación que iniciaban los congresistas. 101 votos a favor en el congreso, 6 en contra y 10 abstenciones; Castillo era vacado. Ya casi todos sus ministros habían renunciado, menos el incondicional Aníbal Torres, su premier, consejero, defensor y compañero de detención policial. Más incondicional que la canción de Luis Miguel. Así que ya era hora de dirigirse hacia la Embajada de México, para una solicitud de asilo que aún no queda del todo clara. Castillo y Torres salieron de Palacio de Gobierno en el centro histórico de Lima, ese Palacio que albergó a 6 presidentes en 5 años; parece ser que aquel que caiga a vivir en él llevará una nefasta gestión presidencial. Y pensar que Castillo, en su discurso de asunción al mando, mencionó de forma enérgica que cedería Palacio de Gobierno a su “nuevo Ministerio de las Culturas”. El ministerio, así en plural, nunca se creó y la casa de Pizarro no se cede así porque así, esa lección tampoco la aprendió, como tampoco imaginó que su peor enemigo rumbo a la embajada de México sería el tantas veces maldecido tráfico limeño. La comitiva que llevaba al expresidente tembloroso y a su fiel escudero Torres se vio atrapada en el mar de autos limeños y en paralelo a eso, algunos ciudadanos generaban en el barrio de San Isidro, a unos 30 minutos de ahí, una aglomeración frente a la calle de la embajada de México para que la comitiva Castillo no pueda llegar. Casi un arresto ciudadano. Al final Castillo fue detenido en plena calle sin haber salido siquiera del centro de Lima y llevado a la séptima región policial, en el mismo centro histórico de la ciudad. El expresidente no había desarrollado un instinto de estrategia ni para una retirada de este tipo.

Castillo tampoco desarrolló el instinto político: ¿cómo pudo haber creído que las fuerzas armadas, la policía o la mayoría de la población lo respaldarían? Hasta los ciegos políticos más incapacitados se darían cuenta, antes de que termine el discurso de autogolpe, que era una medida tan desesperada como la canción de Marta Sánchez. En poco más de dos horas de ese momento, Dina Boluarte era la nueva presidenta del Perú. La vicepresidenta de Castillo era ahora la primera mujer en ocupar ese cargo en el país sudamericano. Afirmaba en su discurso que terminaría el mandato de Castillo, al día siguiente y con las voces de la calle susurrándole el oído replanteó hacerlo solo hasta fines de 2024. Las voces de la calle empezaron a gritarle directo al tímpano y es así que Boluarte mostró un retroceso marcado de cara a lo que anunció en su mensaje de asunción. Ya no gobernaría hasta 2026, ni 2024, llamaría a elecciones generales para finales de 2023.

El 5 de abril de 1992, el expresidente peruano Alberto Fujimori apareció en mensaje a la nación diciendo que iba a “disolver, temporalmente el Congreso de la República”. El pasado miércoles 7 de diciembre, el ahora expresidente Pedro Castillo, tras una recatafila de torpezas, salió en televisión nacional repitiendo el mismo nefasto cantar. Y es que, desde que empezó esta racha que nos deja 6 presidentes en 5 años, nosotros, los peruanos —que no tenemos muchos placebos para paliar el dolor de un país en crisis (como sí lo tienen Argentina o Brasil; sí, hablo de un Mundial de fútbol o cosas por el estilo)—, cada día revisamos por un reflejo desarrollado en estos últimos tiempos, las noticias: levantamos el celular de la mesita de noche al despertar, corremos al puesto de periódicos, prendemos el televisor, abrimos la laptop, etc. Lo único que buscamos es que la situación haya mejorado, hace ya varias semanas que nosotros, los de la gastronomía exitosa, fracasamos en ese intento. No tenemos esa receta.

El viernes 16 de diciembre se reportaban 8 personas muertas en Ayacucho, una región al sur del Perú que ya ha sufrido demasiado en épocas pasadas. Entre el sonido de las marchas de las personas se escuchaba casi con sollozos la canción que menciona en sus letras la provincia ayacuchana de Huamanga ‘Busco a Huamanga’:

¿Por qué Huamanga desangras tanto?
¿Por qué permites tanto llanto?
Qué cruel designio estás pagando
Con tantas muertes e injusticias

Miran mis ojos despavoridos
Muchos hogares enlutados
De un día a otro ya no te encuentro
Ya quedan pocos huamanguinos
No encuentro más ayacuchanos

Imataq pasan ripukunkuchu
Allpa ukumpichu kallachkanku
Yawarllaykichu, tuyullaykichu
Sachakunata ruruchichkan
No en vano has muerto, tú eres mi sangre
Reviviremos a los nuestros
Aán las campanas tañen nostalgia
Buscando ausentes huamanguinos
Buscando hermanos huantinos

Busco en tus calles las procesiones
Que limpien sangre de inocentes
Busco justicia en tribunales
Busco la paz y no muerte

Busco en tus calles las procesiones
Que limpien sangre de inocentes
Busco justicia en tribunales
Busco la paz y no muerte
Busco hermanos que no retornan
Busco a mi tierra diferente
Busco esperanzas llenas de vida
Caras sonrientes en Huamanga
Amaneceres florecientes

Kanqam achkiq punchaw
Kanqam kusi punchaw
Kanqam achkiq punchaw
Kanqam kusi punchaw
Kay llakikunataqan wischunmi
Wañuypa makintapas watasunmi
Tanqarisunmi

La letra de 1990 interpretada por el cantautor Max Castro parece una premonición de lo que más de dos décadas después sucedería. En Ayacucho la gente cantaba: “Somos luchadores no somos terroristas”. El hospital nacional de esa región colapsó por la cantidad de heridos, además, incendiaron el local del Ministerio Público. Ayacucho era nuevamente el territorio más golpeado.

El viernes 16 la presidenta Dina Boluarte sufrió dos bajas, sus ministros de Educación y Cultura renunciaban con mínimas diferencias horarias. Los más de 20 muertos en las regiones la hacían ver como autoritaria, el estado de emergencia a nivel nacional, el toque de queda en al menos 15 provincias del país, las fuerzas armadas en las calles y la policía en hordas marchado por la Plaza San Martín, en pleno centro histórico de la capital peruana, eran una muestra de que la población ya había explotado. Pedían la salida de Boluarte, del Congreso y el alto al estado de emergencia, sacar a los militares de las calles. Mientras, un día antes, a Castillo le imponían 18 meses de prisión preventiva por presunto delito de rebelión y abuso de autoridad. Por estos hechos su condena no bajaría de 10 años de cárcel. El mismo viernes 16, el Congreso no aprobó el proyecto de ley para el adelanto de elecciones con 49 votos a favor, 33 en contra y 25 abstenciones. Con estos resultados ningún peruano espera que esta situación llegue a buen puerto.

Ese 7 de diciembre de 2022 Pedro Castillo, a diferencia de su primer discurso al Perú en el que aparentaba estar seguro —aunque el miedo se huele— se sacó el sombrero y se puso una corbata. Su primer mensaje a la nación fue con un sombrero de copa alta y un saco con cuello Nerú, y el último fue con saco y corbata, sin sombrero chotano y casi sin alma. Castillo se había convertido en algo más que él mismo. 

Periodista. Ha trabajado en las revistas Etiqueta Negra Etiqueta Verde y en el diario Perú21. También ha sido productor editorial y subjefe de contenidos calificados de El Comercio de Lima.

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