Los Ángeles, 1987

Noches de rock en Raji's, paseos en Kawasaki sin casco por 'freeways' de seis carrilles y la silla de Johnny Carson. Retorno a un viejo e inolvidable sueño americano.

La periodista Angels Bronsoms, con su Kawasaki, en su casa de West Hollywood, Los Ángeles, en 1987. ANNA SEVER
La periodista Angels Bronsoms, con su Kawasaki, en su casa de West Hollywood, Los Ángeles, en 1987. ANNA SEVER

“Some people desire and follow the paths of their desires as directly as they can; satisfied or frustrated, they never seem to lose their way. For others, the path of desire is murkier, more nomadic, leading into culs-de-sac and labyrinths, to procrastination, postponement, hidden collusion, and conspiracy.”

Craig Bromberg, The Wicked ways of Malcolm McLaren


Los signos cruciales de pertenencia a la tribu de la música surgen en mi adolescencia escuchando las emisoras de radio internacionales nocturnas en plena época franquista y leyendo las revistas musicales donde aparecían poquísimos referentes femeninos. Atesoré los discos de Suzie Quatro y leí las crónicas de Bertha Yebra, una mujer reportera del rock en una cultura masculinizada sin signos de remisión. Practiqué el reporterismo radiofónico, tanto como DJ o presentadora en una década donde ya había visto el surgimiento del rap en Nueva York en 1984 y la escena de clubs británica, viajes en los que abarqué mucho del contenido musical underground.

Los contactos con la modernidad eran esenciales, surgían de forma orgánica, uno procedía de mi profesor Román Gubern, quien tuvo el acierto de conectarme con una colega de la University of Southern California y examinar oportunidades académicas huyendo de la sociedad retrograda y patriarcal española.

Mi sueño americano era el rock’n’roll. La llamada de la Costa Oeste era poderosa, mi curiosidad, impulsó la coyuntura de que precisamente la revista musical de mi juventud requiriera convertirme en su corresponsal en la meca del entertainment. A su voluntad, e interés, se unía mi pasión por la ya familiar West Coast, facilitándome legalizar mi situación profesional como periodista visada, sueldo que suplementé gracias a los trabajos de extra en la industria cinematográfica o televisiva. Tuve la posibilidad de subalquilar un garaje en el barrio de West Hollywood, en una área cercana al perímetro del paseo de la fama, enjambre de decadencia e historia que ensombrecía su luminosidad en las horas finales del día para tornarse fascinante y vibrante.

Letrero de Hollywood en el Monte Lee, en Los Ángeles. FLICKR/GNAPHRON BAJO LICENCIA CC BY-SA 2.0
Letrero de Hollywood en el Monte Lee, en Los Ángeles. FLICKR/GNAPHRON BAJO LICENCIA CC BY-SA 2.0

Llegué a Los Ángeles en octubre de 1987, el día de la demolición del mítico Tropicana Motel, antro de veneración de la juventud y el hedonismo situado en Santa Monica Boulevard, no muy lejos del final de la Ruta 66. L@s hippies emigraron a Northern California o los canyons de L.A pero los posos de sus consignas intelectuales se percibían en la liberación de los cuerpos, la inclusión y las nuevas identidades sexuales.

Las herramientas DIY, herencia de l@s punks, proveyeron una estética y ética de autenticidad, tendencias que se impregnaban en los sonidos de la ciudad en una intrincada cultura de clubs. Míticos y sacrosantos núcleos de peregrinación como The Frolic Room, Canters, The Atomic café, Formosa Café y emplazamientos donde imbuirnos de los viejos sonidos del rock y el R&B, bailando sesiones de garage, funk, powerpop o de country speed. Inolvidables programas dobles y triples de talentosos grupos independientes que concurrían en Al’s Bar, The Roxy, The Coconut Teaser, The Palomino, The Whisky a Go-Go, The Lingerie, The Music Machine y el más completo e inextricable: Raji’s.

La periodista Angels Bromsons, con el cantante Bruce Springsteen. ARCHIVO
La periodista Angels Bronsoms, con el cantante Bruce Springsteen, en el club Raji's de Los Ángeles, en 1988. AB

Mi press card abrió las puertas de clubs y los estudios de las majors y las indies que periódicamente alimentaban la promoción de sus objetivos mediante la prensa musical extranjera. Los gatekeepers eran condescendientes, mis crónicas cumplían con sus expectativas y el negocio se cerraba una y otra vez.

Conservo una agenda vertiginosa donde anoté uno a uno todos los conciertos de puro underground —más de 160 en un año— y de las más variadas y rutilantes glorias del rock. Glorias como l@s admirad@s Screaming Jay Hawkins, Mary Wells, The Dream Syndicate, Rosie Flores, X, Ry Cooder, Chuck E. Weiss, Tav Falco, Rose Maddox, Iggy Pop, Joan Armatrading, The Goodfathers, Neil Young, David Lindley, Brenda Russell, Red Hot Chilli Peppers, Rain Parade, Tom Waits, Lene Lovich, Herb Alpert o Ramones, Steve Winwood o Bob Dylan, The Blasters, Los Lobos, Toni Childs, Candy Cane y la española Sarita Heredia cantando y tocando poemas de Lorca en el Flaming Colossus, en el Hilton y en la mansión de Dave Stewart.

La periodista Angels Bronsoms y el músico Herb Alpert, fundador de A&M Records, en 1988.
La periodista Angels Bronsoms y el músico Herb Alpert, fundador de A&M Records, en 1988.

Yo era por entonces era una mujer motorista en las freeways de seis carriles, sin casco, con Kawasaki, sin miedo, libre y andrógina. Vivía en la cultura de los coches y las celebridades, de las novedades, de lo hip. Mis trips eran a lo sumo de LSD, nunca de alcohol. Indagaba tanto en la vida sana de los gimnasios, como de las primeras tiendas vegetarianas de Santa Mónica. Buscar y encontrar, estrechar la mano de Roger Moore o Sammy Davis Jr., asistir al acto promocional de la más grande pin-up de Hollywood, Angeline y soñar con entrevistar a Michael Jackson o Barry White.

¿Y tu porque has venido a California? Era la pregunta de siempre en la digna y peculiar colonia española en LA en la que el gran factótum fue para much@s el director de cine Bigas Luna. La conexión BL me proveyó glamour, inspiración y recuerdos de un encuentro con sus amigos golfistas Dennis Hooper y Danny de Vito, o un almuerzo en el legendario Musso & Frank Grill abierto en 1919 y que constituyó el centro de la vida cultural, cinematográfica, literaria y política de Hollywood Boulevard.

La industria del entertainment asentada en LA era proclive en alumbrar y destronar a miles de estrellas de su star system. Recorrí lugares insospechados; The Historic Max Factor Building, las colinas de Mulholland Drive, los hoteles donde fallecieron Sam Cooke, John Belushi y Janis Joplin, los estudios Capitol y Record Plant, y llegué a sentarme en la famosa silla de Johnny Carson en su estudio del Tonight show.

Madonna, en el programa de Johnny Carson, en 1987. ARCHIVO
Madonna, en el programa 'Tonight show' de Johnny Carson, en 1987. NBC

Pero más allá de los trasiegos y la memorabilia aprendí sobre negociaciones de contratos editoriales libres de derechos, y como subpublicar en España y Portugal como local partner de un music publisher en LA. Descubrí afamados DJ’s de la escena underground: Matt Robinson, Matt Dike, Den Den, Salomon y busqué contactos en Univisión, en las agencias de castings y agencias de trabajo temporal. Fui citada por un abusivo, horny y famoso productor musical en su habitación del Hotel L’Ermitage Beverly Hills del cual supe escapar sin arañar.

La intensa agenda cultural se repartía entre espacios de socialización y comunicación alternativos como Tower Records de Sunset así como los flea markets, las galerías de arte de Santa Mónica, museos, librerías, tiendas de segunda mano de discos, contactos con agentes, A&R’s, managers de grupos, propietari@s de clubs, emisoras de radio, discográficas, fotógraf@s.

Todo este paisaje de signos de la última modernidad, de la comunicación y el negocio, se transmutó cuando abandoné LA para saltar a México desde donde ya no regresé. Mis prioridades, ya de vuelta a España, fueron el viaje y la búsqueda personal viviendo del periodismo escrito y algunas colaboraciones televisivas en los recién inaugurados Juegos Olímpicos de 1992. De ahí, y de los contactos surgidos en el festival de arte y tecnología Art Futura, me lancé a pedir becas de investigación y recalé en San Francisco en 1993 en el inicio de la revolución digital.

Crucé caminos con los nuevos gurús tecnológicos, los editores de Wired, participé en la primera ciudad virtual de Apple, y conviví con el talento de los creativos de los estudios de Industrial Light and Magic, Ideo o Pixar.

El vértigo de la nueva cultura, del-futuro-ya-esta-aquí (Radio Futura dixit) me alcanzó y me absorbió convirtiéndome en reportera ciber. La vida era de nuevo excitante, y el pulso económico y social en plena década de los noventa con Clinton en la Casa Blanca me marcaron un nuevo camino, el de la maternidad. Partí de la Bay Area en 1999 y ya de vuelta a España asumí un nuevo y maravilloso reto, el de educar.


NOTA DEL EDITOR: Este artículo de Angels Bronsoms, Los Ángeles, 1987, forma parte de nuestra Trilogía californiana. Se trata de tres textos firmados por, además de Bronsoms, Josep Maria Martí Font (Una historia junto al Bay Bridge) y Román Gubern (La sonrisa de América). En sus historias, los tres periodistas narran el impacto que tuvieron en sus vidas las experiencias personales y profesionales que vivieron en Los Ángeles y San Francisco entre 1972 y 1989. Para Bronsoms, Martí Font y Gubern, al igual que para miles de intelectuales europeos y latinoamericanos, California representó un bálsamo cultural y social que cambió sus vidas para siempre. 

Periodista. Doctoranda en Comunicación y máster en Comunicación y Género por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha trabajado para medios como Catalunya Ràdio, TV3 y Televisión Española, además de ser corresponsal desde Estados Unidos para Popular-1 y El País. Autora de Animals de rock and roll (2007).

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