Al servicio volcánico de su majestad Silverio

Sus conciertos incluyen insultos, saltos, golpes y desnudos: “Yo enciendo la mecha, pero es la gente la que logra que suceda algo”.

Silverio, músico electrónico de origen argentino y radicado en México. CORTESÍA
Silverio, músico electrónico de origen argentino y radicado en México. CORTESÍA

¿Qué recuerdo tenés de tu último show en Buenos Aires?

- Pues fue increíble. Me chuparon el culo en el escenario, algo que nunca me había pasado antes…

- ¿Un hombre?

- Sí, son muy osados.

Aunque no lo parezca, la escena no solo fue real, sino que el diálogo es serio, cartesiano, casi doctoral, y ocurre por Zoom. Desde el DF mexicano, Julián Lede, de aquí en adelante Silverio (50 años), o su majestad imperial, como también lo llaman, habla con COOLT de su singular propuesta artística con naturalidad y elocuencia, como si lo que él ofrece y recibe en vivo fuese un número convencional y no una experiencia desbordante y difícil de clasificar, una manifestación erótico-sonora tan visceral y extrema que empalidecería de rubor a cualquier otra de la actualidad, y cuyos antecedentes, si los hubiera, habría que encontrarlos en aquellas presentaciones abismales de Iggy Pop y los Stooges a comienzos de los setenta, cuando el punk todavía no tenía nombre y a esa furia rítmica solo se la asociaba con el Apocalipsis.

Nacido en Buenos Aires y radicado en México desde los 6 años —donde sus padres se exiliaron en 1978—, lo que hace Silverio es música con samplers, como si fuese un DJ de electrónica corriente, pero eso es una partícula menor, disparadora pero accesoria, de su proyecto, porque complementa ese sonido con un arrasador despliegue performático que incluye imprecaciones y onomatopeyas guturales —insultos y provocaciones al público—, saltos y movimientos animalizados, golpes e impactos en diferentes blancos —las bandejas pueden ser el destino final de su frente, por caso— y, por último, como cumbre apoteótica de su incendiaria aventura, un striptease cuya anteúltima etapa, consistente en quedarse ataviado con un slip rojo, suele coincidir con el clímax de la noche. Después, la desnudez total, claro. En ese momento, si es que ya no sucedió, puede pasar cualquier cosa, como en el citado show de Buenos Aires cuando, intoxicado de emoción, un fanático se montó al escenario para recorrer con su lengua las ondulaciones ubicadas por debajo del Ecuador de su espalda. Antes de retirarse, victorioso y en pelotas como un Nerón que ha terminado su orgía, lanza un último clamor: “Si tienen comentarios, sugerencias y/o quejas, se las pueden dar a su puta madre”.

Y se va, haciendo fuck you.

Vídeo de Silverio interpretando 'El iluminado' en Ciudad de México, en 2009. YOUTUBE

Eso es Silverio. Eso hace Silverio. Las razones por las que lo hace tampoco tienen demasiados misterios: deseo de convertir el trabajo del DJ en una peripecia extrema, cierto abatimiento por la música en general y una necesidad de establecer un vínculo pasional y psicopático con el público para que, una vez lanzada la provocación, ellos completen la obra. Por supuesto, lo que termina de cincelar la pieza es su aspecto, un fetichismo en el que se mezcla la estética restellante de Studio 54 con el barroco caribeño. Su vestuario incluye, además del slip rojo, trajes de lentejuelas de colores vivos —suelen ser plateados o lilas o azul eléctrico—, camisas no menos brillantes, botas texanas —que en algún momento servirán para albergar cerveza— y un corte de cabello que recuerda al de Johnny Ramone en tiempos del CBGB neoyorkino. Su poblado bigote, además de su simpático acento, es el elemento más mexicano de su estampa. 

“Yo enciendo la mecha, pero es la gente la que logra que suceda algo —explica Silverio, desde su casa, vestido con una camisa lila y con el casco negro de su cabello intacto—. Yo me puedo subir ahí, tocar, violentarlos, insultarlos, escupirles, puedo hacer de todo, pero realmente que cada show funcione diferente y tenga cierta magia, pues es por el público. Es una parte fundamental de mi espectáculo. Por eso el show a mí no me termina de cansar, porque el púbico siempre es diferente. En cada lugar recibo respuestas completamente diferentes”.

¿Cómo surgió la idea de hacer lo que haces?

- Nada de lo que sucedió fue planeado… Yo cuando empecé tomé un sampler, y de inmediato me di cuenta que no necesitaba de otros músicos para subirme al escenario, lo cual me pareció fantástico. Llevé unos teclados, y lo que realmente fue sorprendente es que nada de lo que había planeado sucedió, sino que pasó todo lo contrario. Se me salió de las manos, fue un accidente. Me encarné con el micrófono a decir cosas y bueno, empezó la situación. Y siempre fue así, siempre que intento planificar algo en mi show luego sale extremadamente mal. Es un show que no tiene que ser planificado.

Desde afuera pareciera que tenés una compenetración absoluta con tu propuesta, como si estuvieras en trance. ¿Es así? ¿Llegás a una especie de éxtasis arriba del escenario?

- Desde que salgo lo siento así. En el momento que empieza hasta que acabo. Se alcanza un estado catártico bastante disfrutable. De todas formas, no tengo tiempo para reflexionar, porque todo se genera muy rápido. Y allí radica la magia.

- Sin embargo, quedarte en slip pareciera ser parte de un plan, porque sucede siempre…

- Bueno, es una manera de entregarle una medalla al público. Es la acción también de despojarse de todo. Después de esto, qué más, ¿no? Con eso es más que suficiente. A fin de cuentas la propuesta es muy simple y efectiva. No hay fuego, no hay luces, no hay parafernalia. Es mi cuerpo.

- El otro día vi un dibujo tuyo que era una silueta humana con un slip rojo. Es un símbolo distintivo tuyo, como el pasamontañas del subcomandante Marcos.

- Pues sí, se ha vuelto como una marca registrada.

- ¿Cuántos tenés?

- Pues, no, voy de uno en uno. No soy un consumidor de slips. Sí, forma parte de mi marca. Aquí en México el calzón rojo como regalo al final de año significa el deseo de tener dinero y sexo. Tiene esa connotación.

- ¿Perdés kilos con cada uno de tus shows?

- Definitivamente, la verdad es que no me peso, pero el desgaste es considerable. Hay veces que hago 14 shows en 16 días. Es una manera bastante efectiva de mantenerse bien físicamente.

Silverio, en concierto en el Salón Chabacano de Ciudad de México, el 23 de abril de 2022. CARLOS E. LANG
Silverio, en concierto en el Salón Chabacano de Ciudad de México, el pasado 23 de abril. CARLOS E. LANG

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De haber sido contemporáneos, es probable que un personaje como Silverio hubiese capturado la atención de George Bataille, el pensador y antropólogo francés que estudió las conductas de las civilizaciones primitivas y actuales en su relación con la tradición festiva, los ritos, la cultura de la muerte, el erotismo y, sobre todo, la transgresión y el sinsentido como manifestación ineluctable de la especie. ¿Qué le hubiese llamado la atención de Siverio a Bataille? En principio, que sus shows son puro presente: es como si no hubiera antes y después en sus presentaciones —de hecho, su narrativa anterior, o sea, sus canciones, es un detalle—, y en ellos se lleva adelante una especie de ceremonia cuya liturgia es la de la dilapidación.

“El principio de utilidad —escribe Bataille— no pertenece a la esfera erótica de la vida y no responde a la esencia del ser humano. Es una concepción anodina e insostenible. Lo que deseamos —dice el francés en su ensayo Teoría del gasto—, en lo más profundo es perder en grandes cantidades. Gastar inútilmente. Despilfarrar y quemar”.

Bataille, cuya obra influenció a Michel Foucault y a muchos pensadores de Occidente de la segunda mitad del siglo XX, postula:

“Solo cuando los humanos somos capaces de afirmar y mostrar una inhumanidad valerosa y soberana que no teme a la muerte y que es capaz de hacer del presente un fin, solo entonces descubrimos parte de nuestra verdadera humanidad y exploramos otra posible experiencia vital. Es esta afirmación de soberanía del ser humano y su permanente conflicto con la civilización de la humanidad servil lo que hace posible fenómenos heterogéneos y soberanos como el juego, la fiesta, el sacrificio, el erotismo, el arte..., es decir, la manifestación de la inutilidad frente a la utilidad, la noción de gasto, de derroche, de pérdida frente a la ganancia.”

En otras palabras, es cuando la especie se permite el despilfarro físico e improductivo —y cualquier show de Silverio es un banquete de desborde hormonal bizantino— cuando reafirma su lugar en el mundo y cuando puede enfrentarse a los colmillos afilados de la muerte.

Sigue Bataille: “La actividad erótica puede ser inmunda, o bien puede ser noble, etérea, excluyendo los contactos sexuales, pero ella ilustra en el modo más claro un principio de las conductas humanas: lo que queremos es aquello que agota nuestras fuerzas y recursos, que pone, si es preciso, nuestra vida en peligro”.

Presenciar un show de Silverio es poner en peligro nuestros sentidos y, también, nuestra integridad física. Se percibe en su despliegue escénico, como cuando trepa a las vigas del techo con dudosa elasticidad, cuando se arroja al público con resultado incierto o cuando se convierte en el receptáculo de las latas de cerveza que le arrojan los espectadores en absurda señal de aprobación y cariño. También se observa en el pogo ciego y de primates crispados de su joven audiencia, que no bien recibe la primera apelación de su majestad imperial —“¡Bailen mongoloides! ¡Parecen gringos!”— se hunde en un remolino centrípeto de brazos, piernas y cuerpos que, con insistencia energúmena, colisionan entre sí con el mismo placer patológico que experimentaban los protagonistas de Crash, la película de David Cronenberg, al observar o protagonizar una tragedia automovilística.

- Si tuviésemos que clasificar lo que hacés, podríamos decir que es una suerte de electro punk primal, cuyas raíces podrían rastrearse en las actuaciones de los Stooges a comienzos de los setenta, cuando casi sin saber tocar sus instrumentos salían a provocar al público. ¿Cómo lo ves?

- Pues… No sabía lo de los Stooges la verdad, pero me parece fantástico. Lo mío es una cuestión más bien de establecer diálogos, diálogos incendiarios, pero funciona de ese modo.

En Reacciones psicóticas y mierda de carburador, notable libro de ensayos de Lester Bangs, el legendario crítico de rock estadounidense —que inspiró al personaje de Philip Seymour Hoffman en Casi famosos— describe de este modo su impresión al enfrentarse por primera vez a ese animal mitológico llamado Iggy Pop, cantante de los Stooges: “Más que nadie en ese, al parecer, interminable desfile de rockeros profesionalmente anómicos, Iggy está de verdad aislado, y este aislamiento se manifestó en una restellante desesperación. Es el intérprete más intenso que yo haya visto nunca; esa intensidad procede de un impulso homicida que en el pasado también hizo de él el intérprete vivo más peligroso; se lanza a la tercera fila del público, se auto lesiona en escena, se arrastra sobre cristales rotos y se ensalza en broncas verbales y a veces físicas con la audiencia. Es alguien cortejando los sentimientos en los términos más apocalípticos, que son, realmente, los únicos que puede comprender”.

Claro que hay algunos matices entre Silverio y aquella explosión protopunk surgida en Detroit. Hay un componente teatral en los shows del DJ actoral que más que alejarlo del peligro y la auto aniquilación, lo aproximan a lo circense y al grotesco. Eso sucede cuando llena de cerveza sus botas de cuero para arrojarle luego el contenido a su audiencia, o cuando bien avanzado el espectáculo decide lamerse sus axilas, territorio que a esa altura de la noche debe ser uno de los más sórdidos, y cálidos, de la tierra. 

Silverio, desnudo, en concierto en el Salón Chabacano de Ciudad de México, el 23 de abril de 2022. CARLOS E. LANG
Silverio, desnudo, en el Salón Chabacano de Ciudad de México. CARLOS E. LANG

- ¿A qué sabe el sudor de Silverio?

- A mierda. Pero que no sea agradable no significa que sea malo. Jajaja.

Silverio ríe con ganas. Sus ojos se achinan hasta casi desaparecer. Es un niño que disfruta de su juego.

- ¿Cómo fue la aceptación del público? Es decir, ¿cómo lograste convertir la provocación en un éxito sin que se enojaran o te creyeran un lunático?

- Pues, poder recibir una respuesta pertinente a lo que yo hago fue algo muy lento. Ya llevo 20 años haciéndolo. La gente no entendía al principio. Pensaban que era directamente una agresión de mi parte, y que ese día estaba de mal humor y estaba emputado. No entendía que era una manera de relacionarse y que esa reacción tiene que ser instantánea, no hay tiempo, por eso yo tengo que salir con todo. No hay tiempo para reflexionar. Es como entrar pateando la puerta de entrada. Ese proceso fue muy largo. Alguien haciendo música electrónica, vestido como me visto yo, insultando… había mucha confusión.

- El público, seguramente, debe ser diferente de acuerdo al lugar…

- Sí, absolutamente, los públicos son diferentes en cada latitud. Por eso ir a provincias es increíble, porque hay muchos lugares que recién ahora me ven por primera vez, entonces todavía hay un elemento sorpresa, y es increíble eso. Europa es difícil. La gente es más fría. Su manera de relacionarse es distinta. En México ha habido confrontaciones. En Argentina son muy directos. Los incitas y en dos segundos están arriba, haciendo lo peor que se les puede ocurrir. En México es muy pasional, pero todo ha sido muy lento.

- ¿Y cómo fue tu vida durante la pandemia, siendo que el vivo para vos parece ser tan importante, siendo que allí se produce una parte crucial de tu propuesta?

- Pues aproveché para descansar. Me metí en el estudio. Estuve componiendo. Estoy esperando el momento idóneo para publicar el material que estuve haciendo. Hay bastante material que está esperando su hora para ver la luz. Y ahora que se abrió todo volví a girar.

Videoclip de la canción 'Ella es...', de Silverio. YOUTUBE

Ixtapaluca, Cuernavaca, Ciudad Juarez, Tijuana, Monterrey, DF, Estados Unidos: la locomotora Silverio no para. En cada estación que su majestad desembarca se desarrolla la misma secuencia: comienzan a sonar los sintetizadores pregrabados con esa música marchosa —por lo general abre con el tema ‘Yepa, yepa, yepa’—, él comienza a moverse de manera compulsiva, epiléptica, casi maníaca, y enseguida se desata el caos en el público, una vorágine de materia que pierde la forma humana. Es una coreografía de la barbarie.

- Tus padres son argentinos y vos naciste allí. ¿Cómo es tu vínculo con Argentina?

- Pues fui a tocar varias veces, pero no diría que tengo una relación particular con el país, al margen de que mis padres son de allí y una parte de mis raíces les pertenece. Fui allí llevado por Dick el Demasiado. Eso sí, como te dije antes, el público es muy entregado y violento. Hemos llegado a puntos bastantes álgidos.

- ¿Qué compusiste durante la pandemia?

- Pues también estuve haciendo algunas cosas alternas. De hecho, como no se podía tocar para el público me dediqué a hacer shows para animales.

- ¿Qué significa eso?

- Así, tal cual como suena. Me iba al campo con un sound system y había animales como público. Cambié de público y de audiencia. Todo ese material está guardado y va a tener que ver la luz.

- Supongo que en esos casos no permitís que el puma te lama el culo, ¿no?

- ¿Por qué no? Siempre y cuando no me lo coma, lo haría, claro.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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