La India Gámez, ancestralmente contemporánea

La artista venezolana resignifica la tradición indígena a través de sus esculturas: “El barro narra mi vida y mi historia”.

Esculturas de La India Gámez. LUIS BECERRA
Esculturas de La India Gámez. LUIS BECERRA

La artista plástica venezolana Fabiola Gámez, más conocida como La India Gámez, se encontraba en compañía de una amiga en una casa de una familia del pueblo indígena macuxi, en el norte de Brasil, donde estaba investigando sobre la tradición artesana local. A la hora de dormir, la dueña de la casa ubicó a las dos compañeras en unas hamacas del exterior, pero con una pequeña advertencia: en medio de la noche, quizás se sobresaltarían con los sonidos de los monos aulladores.

Era la madrugada cuando Fabiola y su amiga se despertaron por sonidos de gran potencia. Parecían rugidos, no aullidos. El estruendo atravesaba la frondosa vegetación. Ambas compañeras se agitaron, no lograron volver a conciliar el sueño. Creyeron estar en presencia de un grupo de jaguares. Al día siguiente, durante el desayuno, la familia se carcajeó al escuchar sus angustias. Sus huéspedes no tenían dudas: habían sido monos aulladores, muy famosos por sus bullicios.

Ya en Caracas, Fabiola, tomándose con humor esa experiencia, decidió homenajear a esos primates en una escultura. La pieza parece abstracta, pero tiene una gigantesca boca similar a la de un mono aullador en su momento de canto. Es una obra inspirada en una diosa de la cultura warekena, la señora de los perfumes de la selva y de los amuletos protectores. Su nombre es Puméyawa.

Mono aullador, escultura de La India Gámez. CORTESÍA
Escultura inspirada en Puméyawa de La India Gámez. LUIS BECERRA

Esa figura encapsula bien el trabajo cerámico escultórico de La India Gámez, el cual incluye símbolos de distintos orígenes y procedencias, en un desafío para el espectador. Rastrear los significados de sus obras conlleva indagar en la herencia de muchos pueblos indígenas, tanto de Venezuela como del resto de América, así como comprender sus nuevas connotaciones. La referencia a lo sagrado aparece siempre guiada por la reinterpretación: cualquiera de sus esculturas pudiera dar la impresión de haber salido de una excavación arqueológica, pero hay colores y tratamientos que no corresponden con tradiciones del pasado. La búsqueda obsesiva por conocer y asimilar las formas del arte indígena desemboca así en un estilo que encuentra su lugar en la estela del arte contemporáneo.

Arte con enfoque antropológico

La India Gámez nació en Caracas en 1983, pero se crió en diferentes rincones de Venezuela. Su abuela materna vivía en Villa de Cura, un pueblo conocido por su tradición alfarera, y era una artesana textil de gran habilidad, mientras que por parte paterna tenía antepasados guajiros. Interesada por la artesanía, en la adolescencia cursó Artes Plásticas en la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas de Caracas. Fue en esa época cuando comenzó a leer sobre la mitología de los pueblos indígenas. Después cursaría estudios superiores en el instituto universitario Armando Reverón.

En paralelo a esa formación artística, y en sintonía con su curiosidad por las expresiones culturales del continente americano, Fabiola también se matriculó en clases de capoeira, un estilo de combate y danza creado por los afrobrasileños en tiempos coloniales. La artista recuerda su primera clase: al entrar en el salón, el profesor, brasileño, le dijo, “Voce parece uma india”. El uso de apodos está muy arraigado en la capoeira, ya que muchos de los cultores originales se tenían que esconder de las autoridades por sus actividades insurrectas. Eso le encantó a Fabiola, quien decidió aceptar su sobrenombre con orgullo: La India.

En el año 2002, tras graduarse de la universidad, Fabiola se estableció en Brasil. Ejerciendo la docencia, viajó por diferentes lugares del país, conviviendo con las comunidades indígenas, especialmente en la región de Acré. Eso, a la par de continuar con su carrera como escultora y sus investigaciones sobre técnicas originarias. En cada comunidad que La India visitaba, encontraba material para próximas obras.

Ya en 2007, la artista regresó a su Caracas natal, donde siguió profundizando en los aspectos que le interesan del arte indígena, como lo mítico-simbólico, la pintura corporal y facial, las vasijas funerarias, la creación de objetos rituales y la personificación de deidades en la oralidad.

Hoy, Fabiola —que también es curadora en distintas instituciones— sigue inmersa en su viaje de aprendizaje. Nunca deja de investigar.

La India Gámez, artista venezolana. DIEGO TORRES PANTIN
La India Gámez, en su taller de Caracas. DIEGO TORRES PANTIN

- El término “indio” es polémico, ¿por qué lo has asimilado?

- La connotación está muy ligada a Alejandro Colina, uno de los precursores del movimiento indigenista de Venezuela. Su obra me hizo resignificar esa connotación. Ese nombre me hizo ahondar en mi identidad y me dio reconocimiento. Reivindica un pensar, un sentir, mi ancestralidad, el aporte de la cosmovisión de los pueblos originarios en esta contemporaneidad. 

- Tu escultura tiende a la monumentalidad, muy a diferencia del arte indígena, ¿por qué?

- Es una manera personal de ver la forma. Hay una necesidad de volumen, redondez, de síntesis, de pelvis femenina. Es una manera de ver y de verme, de expresarme. Fíjate que esa reiteración de la pelvis, que casi nadie percibe, tiene que ver con mis caderas. En mi familia todas son caderonas. Es como una exaltación a la feminidad que incluye la fertilidad, la abundancia.

- Háblanos de esas influencias diversas que se ven en tu arte.

- Yo comienzo investigando sobre los ídolos de los estilos cerámicos de los los períodos Valencoide y Barrancoide, que son nombres dados por antropólogos; me inclino hacia los animales y hacia el cuerpo femenino. Mi arte está nutrido desde lo antropológico, pero desde el barro, la tierra misma. Hago trabajo de campo, viajo a comunidades originarias, donde investigo sobre sus técnicas, sobre la parte mítico-simbólica, sobre sus tradiciones orales. Lo más difícil es construir el discurso, llegar a una huella. Pero una vez que lo construyes, el mismo trabajo te va diciendo hacia dónde ir.

- ¿Cómo haces para manejar tantas referencias en tu discurso?

- Las estudio y los resignifico. Hay una cantidad de elementos con significados universales, que en varios lugares tienen una similitud arquetipal. Dependerá de lo que quieras comunicar. Hay objetos que están hechos para decir algo específico según el ritual, y cuando tú lo resignificas creas un nuevo planteamiento. Por ejemplo, a las muñecas de barro wayuu les hacían incisiones para identificar el clan. Yo, en vez de hacer eso, coloco otros elementos, como en unas esculturas donde pongo dos círculos que están pintados, no texturizados; esto fue para hablar de la mujer-mundo.

Escultura de La India Gámez. LUIS BECERRA
Los círculos, un símbolo habitual en la obra de La India. L. B.

- ¿Crees que lo que haces se puede definir como “arte arqueológico”?

- Puede ser, puede funcionar. O “arqueología artística”. Yo no solamente llevo la investigación de campo en comunidades, también hablo con antropólogos. Es como una arqueología viva. Y la cerámica es un arte milenario: ahí están los guerreros de terracota de la primera dinastía china. Y aquí, en Venezuela, hay ídolos de barro de más de 10.000 años de antigüedad, los puedes ver en el Museo Arqueológico de Quíbor. Yo lo asocio con algo que está vivo, como un legado de cosmovisiones.

- ¿Los venezolanos conocen poco sobre el legado indígena? ¿Hay poca presencia del elemento indígena en las artes plásticas?

- Sí, hay un desconocimiento, demasiada ignorancia. Atribuyen el legado cultural indígena a algo artesanal, pero no con la contundencia de la cultura de los pueblos indígenas. Los pueblos indígenas cuidan más del 50% de los bosques del mundo. Preservan la fauna, los ríos. Tiene que haber una modificación de los pénsum de estudios para poder investigar el legado de las comunidades indígenas, que ha quedado relegado a los antropólogos. Hay un problema con el reconocimiento a nuestra cultura ancestral.

Y hay algunos ejemplos interesantes de artistas indígenas: Sheronawe es un artista que habla de lo cotidiano de la comunidad yanomami desde lo pictórico, crea un mundo paralelo entre su comunidad y los elementos urbanos; George Lavarca reivindica el tejido wayuu y lo lleva al planteamiento contemporáneo del alambre; José Basanta, que es pemón, tiene una pintura asociada a lo ritual. Son artistas que respeto, y su aporte es importante para las artes de nuestro país. Todos alzamos la voz, la tenemos sonante, constante, viva.

Escultura de La India Gámez, artista plástica venezolana especializada en cerámica. LUIS BECERRA
Escultura 'La mujer manatí'. L. B.

- ¿Sientes que los símbolos tienen más fuerza al ubicarlos dentro de la abstracción?

- Sí, la abstracción es el mundo de lo simbólico. Como ya tengo una investigación construida, puedo comunicar con tres o cuatro elementos: el círculo, la deformación, el elemento híbrido, el mundo simbólico de los animales. Trabajo con el manatí, el tapir, la rana, la anaconda, el perro... Una vez que encontré mi identidad en Venezuela, me pude expandir con diferentes culturas. Allí el símbolo vive. Ya no necesito escribir “la casa es bonita”, sino que el símbolo es todo.

En las comunidades indígenas no hay delimitaciones, el sueño está vinculado con la vida. Nada está fragmentado, las fragmentaciones son muy occidentales. Cuando eso pasa, se ve la totalidad, te conectas con todo. Yo me fundo en la obra, es un acto vivo, una entrega total, completa, no hay superficialidad. Esa es mi forma de crear.

- El barro es indiscutiblemente tu material principal. Sin embargo, incorporas otros materiales a algunas de tus esculturas.

- La obra siempre está pidiendo algo más. Fueron muchos años de búsqueda de una forma donde me identificara y me viviera. En esa búsqueda comenzaron a aparecer las necesidades de incorporar otro tipo de materiales, que cuenten algo más. Los materiales están ligados a la memoria, están cargados de algo.

El barro es donde se cuaja y se gesta la vida. Es lo que me alivia, me sana y me motiva. Mi tatarabauela, bisabuela y abuela trabajaron el barro. Mi conexión con el barro es mi propia vida, mi cordón umbilical, una conexión con lo sagrado. Y como es maleable y flexible, me permite todas las posibilidades que quiera: puedo formar y deformar,  hacer cualquier propuesta que me planteo. Es mi medio y mi camino. Narra mi vida y mi historia, me conecta con mi árbol genealógico.

Con la madera, la memoria es más experimental. En mis procesos de formación estuve con un tallista en madera, de ahí viene mi vinculación. Me proporciona las cualidades de textura que busco en la obra. Cuando moldeo, pareciera que estoy tallando, por eso hay mucho contorno y texturas. El hueso está vinculado con vestigios y con lo que va quedando. Todo material me permite echar el cuento imaginariamente. El cuento me habla del tiempo, el vestigio y la sabiduría.

Periodista y fotógrafo. Colaborador de medios como Prodavinci.

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