Polaroid de locura ochentosa

‘El amor después del amor’ asume el reto de llevar a una serie la vida de Fito Páez, al mismo tiempo que funciona como tributo a una era irrepetible.

Fito Páez, con Iván Hochman, el actor que interpreta al músico en 'El amor después del amor'. NETFLIX
Fito Páez, con Iván Hochman, el actor que interpreta al músico en 'El amor después del amor'. NETFLIX

Primero fue su autobiografía, Infancia y juventud (Planeta, 2022); luego, un puñado de conciertos a cancha llena en el estadio de Vélez Sarsfield como festejo por el 30 aniversario de El amor después del amor, su obra cumbre; ahora es el estreno de su biopic en forma de serie, que lleva el nombre de aquel álbum y que emite Netflix en Latinoamérica y España. En 2023, el mundo hispano vuelve a estar invadido por las canciones y la omnisciente figura de Rodolfo “Fito” Páez (Rosario, 1963), autor del disco más vendido de toda la historia argentina.

Buenos Aires comenzó su otoño humedecida de nostalgia. En cualquier esquina de la ciudad —un ejemplo random concreto: la de Scalabrini Ortiz y Jofre, Villa Crespo— es posible encontrar esto: en una cartelera un afiche anuncia la nueva versión del tema ‘Brillante sobre el mic’ grabada por Páez junto a la californiana Angela Aguilar y, enfrente, un mural XL exhibe un cartel con la publicidad de la serie.

Estrenada durante la última semana de abril, fuimos muchos los que nos asomamos a esta biopic con alguna aprensión, temerosos de que la ya de por sí teatral y afectada personalidad de Páez hubiese sido llevada a la ficción cayendo en los clichés más habituales que, con frecuencia, repiten las producciones que abordan la vida de las estrellas de rock. Son sujetos cuya sensibilidad o excesos suelen ser recreados con secuencias o frases que caen en la cursilería del lugar común o de la hipérbole. En nuestro país, además, los antecedentes no ayudaban. En 1993, justo para la época en la que se inicia la serie de Páez, Argentina era arrasada por el fenómeno Tango feroz, la edulcorada película de Marcelo Piñeyro que repasa, y romantiza, la vida de José Alberto Iglesias, alias Tanguito, pionero y primer mártir del rock vernáculo. Piñeyro creó un Tanguito —interpretado por Fernán Mirás— a la medida del consumo adolescente y masivo. Fue la película más vista de aquel año y una de las más vistas de todos los tiempos, pero ofreció una versión distorsionada y celestial del legendario músico, lejos de las oscuras aguas del melodrama en las que navegó, y naufragó, su efímera vida.

En el caso de Páez, el desafío de no derrapar era quizás tan grande como su obra, una carrera de cuatro décadas jalonada por 23 álbumes, cientos de canciones, tres películas como director, tres novelas escritas, miles de conciertos y una autobiografía notable. Cómodo integrante de nuestra aristocracia musical, Páez tenía mucho más para perder que para ganar, porque si bien era esperable que la recreación de su figura tuviese un obvio componente heroico, las chances de que su interpretación cayera en el oprobio de la emulación angelada o de que el argumento se regodeara en el estereotipo y no resultara verosímil parecían altas. Cualquier producto audiovisual con ambiciones continentales —allí está el recuerdo del documental Rompan todo todavía latiendo— corre el riesgo de ser una mercancía estandarizada, como los reels sin alma que arma la inteligencia artificial de un iPhone.

Fotograma de la serie 'El amor después del amor'. NETFLIX
El Fito Páez de 'El amor después del amor', entregándose en el escenario. JULIETA HORAX/NETFLIX

Por supuesto, el componente emotivo resultaría esencial. El arte de Páez está demasiado presente en todos nosotros como para que una serie lo adultere o lo profane, porque haciéndolo estaría bajándole el precio a nuestras certezas o, lo que es peor, nuestras pocas victorias. Si la patria es la infancia, la juventud es un plazo fijo que siempre da dividendos. Conserva una épica que, sedimentada por la nostalgia, crece con el tiempo. Nos aferramos a eso, aunque sepamos que es un ardid.

Tal vez no se pedía mucho, apenas que no nos diera vergüenza ajena a todos los que crecimos con sus canciones. Y la serie no lo hace, consigue que empaticemos con eso que pasa en la pantalla. Ayuda, y mucho, la construcción de una atmósfera cálida y ligeramente onírica que, con muchos guiños estéticos, invita a que nos zambullamos en su trama. 

En la Argentina de los últimos 30 años no debe haber casamiento o fiesta de cumpleaños redondo (15, 40 ó 50 años) que no termine con ‘Brillante sobre el Mic’ o con ‘Y dale alegría a mi corazón’. A diferencia de los otros superhéroes del rock local, Charly García y Luis Alberto Spinetta, Páez hizo canciones para momentos entrañables que anclaron profundamente en el gusto popular, letras y melodías crepusculares que maridan gloriosamente con las despedidas y las celebraciones. Es probable que Páez no haya trepado a los picos de genialidad que sí alcanzaron aquellos dos, a quienes él reconoce como inspiradores, pero sí hizo canciones inolvidables y expandió las fronteras del género. El rosarino se obsesionó con empujar la piedra del rock hacia otras colinas; lo hizo con pasión, atributo que incluso le generó algún derrape, pero lo buscó, como diría él, con más fuerza que el Olimpo.

Videoclip de la canción 'El amor después del amor', de Fito Páez. YOUTUBE

Si bien con Bohemian Rapsody o Rocketman las biopics de rockstars comenzaron a tener un lugar en las agendas de los gerentes de contenidos, no es usual que una plataforma lance al aire la aventura vital de un artista vigente, un músico que por actitud y ambición lejos está de resignarse a su otoño artístico.

Es cierto que Páez hace rato que no produce alguno de aquellos himnos con los que marcó una época, pero eso es algo que tampoco logra el rock en general, convertido en museo de sí mismo, descendido a la categoría de gueto o reducido a perfume pop, ese primo menor bendecido con el síndrome de Peter Pan. Sin embargo, allí está Páez respaldando la elaboración de la serie, es decir, apoyando un proyecto celebratorio de su vida, una actitud que bien podría ser tildada de megalómana. Alguna vez le preguntaron a su expareja Cecilia Roth si cuando invitaba gente a su casa pasaba alguna de sus películas. Su respuesta fue un disparo de ácido cáustico. “No soy músico”, dijo la actriz.

Como sea, El amor después del amor, que toma referencias de, justamente, Bohemian Rapsody, funciona como una cápsula que viaja en el tiempo.

Iván Hochman, el protagonista, tenía ese reto por delante, dar vida a una criatura que no bien asomara su nariz sería apuntado por el rayo láser de nuestra memoria implacable. El orgullo de una generación se pararía de manos, listo para defender su patrimonio. Pero Hochman lo hizo: consiguió su Paéz, lo dotó de vida, nos conmovió, lo aceptamos. Tan flaco como aquel, el Páez joven tiene una mirada más taciturna, incluso menos filosa y más dulce, pero viva. Es decir, sufre, avanza, duda, avanza. Consigue inocularle un soplo poético, un espíritu, un componente salvaje —se vuelve exigente, casi tirano— que convierte en un acierto su método. Siempre se detiene un segundo antes de la pantomima o de la parodia, al igual que Andy Chango, el insólito intérprete de Charly García. Andy, un viejo conocido en el ambiente del rock pero carente de prosapia actoral, batalla contra otro molino de viento: meterse en la piel y en la psiquis de un sujeto que en los últimos 30 años ha sido una parodia de sí mismo. ¿Cómo no terminar produciendo un cachivache? Y no, aún con su voz rota, Chango logra un García convincente. Para cuando aparece Charly, además, ya somos parte del mar, ya compramos todo, somos socios en el juego.

Pero quien ilumina la pantalla con su performance es Micaela Riera, que logra una Fabiana Cantilo tan deliciosa como verdadera. En los gestos, en las miradas, en su constante crepitar —como si estuviera atravesada por una fuerza ingobernable—, Riera todo el tiempo está contrabandeando relatos y postales de nuestro pasado, llegando a lugares sinceros.

Fotograma de la serie 'El amor después del amor'. NETFLIX
Micaela Riera, Andy Chango e Iván Hochman, en la piel de sus personajes de 'El amor después del amor'. JULIETA HORAX/NETFLIX

En cuanto al argumento, que se basa en las memorias escritas de puño y letra por Páez, el arco narrativo de la serie se enfoca en el lapso de tiempo que va desde su formación hasta su consagración, es decir, en el precipitado ascenso hacia la cima. Son poco más de 20 años en los que la pieza recorre su origen tan afín a cualquier familia de clase media argentina, ese tipo de hogares en los que no faltaba un instrumento —en este caso el piano— o un tocadiscos que sonaran al calor de una cena. Pero la felicidad de los Páez estuvo jaqueada por las fuerzas silvestres de la maldición. Su madre murió cuando él era un bebé, su padre cuando apenas tenía 20 años y, peor aún, su tía y abuela, que lo criaron, fueron asesinadas salvajemente por un psicópata, un Mark Chapman de las orillas del Paraná. ¿Cómo no estallar en pedazos? ¿Cómo no amotinarse de alcohol y de drogas? ¿Cómo no victimizarse? Es cierto, ese dolor y esa furia son pasibles de ser convertidos en arte, ¿pero de dónde se sacan las fuerzas para intentar un acorde si el techo no para de aplastarte? Herido de muerte, es el ego el que le permitirá a Páez escapar de ese precipicio y, tras montarse en su talento torrencial, gritarle a las majestades del mal eso de que no lo verán arrodillado. Luego sí, luego el amor. Es cuando aparece Roth —interpretada por Daryna Butryk— y cuando explota la primavera en su cabeza. Es entonces que edita el disco más vendido de la historia.

La serie tiene algunas tolerables omisiones que adquieren alguna relevancia en relación con su autobiografía, cuya sinceridad à la Open de Agassi provoca una fiesta para el lector. En el libro, Páez detalla su obsesión por las mujeres y la enorme cantidad de chicas y musas con las que compartió cama y sueños de grandeza. En la serie eso está casi soslayado. De hecho, en sus memorias describe un momento casi risueño que sucede cuando formalizan su vínculo con Roth y esta le pide —lo obliga a— que telefonee a cada una de las ¡14! chicas con las que sale o tiene sexo para decirles que se terminó lo que se daba.

Lo mismo ocurre con los libros. Páez ha sido un gran consumidor de ellos, sin embargo, en la serie esa vocación no aparece, algo extraño tratándose de un artista como él que abrevó largamente en la literatura para componer algunas de sus letras. Páez fue un lector voraz: leyó todo Arlt, Carver, la revista Cerdos&Peces. De hecho, ‘Polaroid de locura ordinaria’ está basado en un cuento de Charles Bukowski, otro de los autores que Páez leyó con devoción. En toda la serie no hay un solo fotograma en el que el cantante aparezca con un libro.

Como sea, El amor después del amor pulsa una fibra íntima de un enorme colectivo de personas, contemporáneos a Páez y no tanto, que ven en la serie una especie de tierno (auto)tributo a aquella era irrepetible. Es un público todavía activo, pero que sabe que de la vieja fragancia del rock no queda mucho más que el homenaje en loop. Así, cuando reaparece el murmullo de eso, la conmoción es inmediata.

Cuando el músico rosarino finalizó la serie de conciertos en Vélez a comienzos de abril, antes de despedirse se dirigió a la audiencia. Eran 40.000 personas en éxtasis, rendidas ante el encanto inagotable de su playlist. Desollado por ese cariño pero muy consciente de su obra y del lugar que ocupa en la escena cultural, Páez dijo que la suya había sido una peripecia construida a base de estudio, pasión, libertad, lecturas y exigencia; y agregó que gracias a eso había sido posible llegar al corazón de una sociedad aspirando a la excelencia. No lo mencionó, aunque parecía también decirnos que esa búsqueda era agotadora, pero que la recompensa era infinita.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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