‘Los conductos’: el círculo rojo de Colombia

Camilo Restrepo despunta en el nuevo cine colombiano con su mirada singular. Su último filme: la historia deconstruida de un bandido legendario.

El actor Luis Felipe Lozano, en la película 'Los conductos', dirigida por Camilo Restrepo. 5À 7 FILMS
El actor Luis Felipe Lozano, en la película 'Los conductos', dirigida por Camilo Restrepo. 5À 7 FILMS

Hay películas que, sin que ellas mismas puedan saberlo, están conectadas por conductos secretos. Y eso sucede entre Círculo rojo, de Jean-Pierre Melville, que merecería estar entre las 10 mejores películas de la historia del cine, y Los conductos, primer largo, después de cinco cortos, de Camilo Restrepo (Medellín, 1973), que causó sensación en la I Semana del Cine Colombiano de Barcelona, celebrada a finales del año pasado en la Filmoteca de Catalunya, tras cosechar varios galardones en el circuito de festivales, como el de Mejor Ópera Prima en la Berlinale 2020.

El clásico de Melville arranca con una cita de Rama Krishna que, a modo de prefacio, advierte sobre el destino de los hombres que quedan atrapados en un mismo círculo rojo, forma que deviene motivo visual recurrente en la película, a través de una serie de rimas, cosa que también sucede en la película de Restrepo, donde el círculo rojo de la luz del disparo también rima con otros círculos rojos. Restrepo se muestra al principio tan silencioso e introspectivo como Melville, y a eso podemos sumarle que los personajes de ambas películas son antihéroes, bandidos al margen de la ley, que plantan cara al sistema, y viven sujetos a un destino trágico.

Luego, está claro, todo es distinto, aunque resulta casi imposible no relacionar ambos filmes. Los conductos a los que alude el título de la obra de Restrepo son importantes, y la película también se organiza a través de ellos, conectando varias historias míticas o mitificadas de diferentes realidades de la historia colombiana para completar una obra misteriosa, estéticamente cautivadora, que relata la deriva de un vagabundo, delincuente, drogadicto, religioso y violento, llamado Pinky (Luis Felipe Lozano), a través de una estructura espiral que dinamita las formas más clásicas y convencionales del relato.

La composición de los planos delata que Restrepo viene de Bellas Artes, que ha llegado al cine por caminos distintos a los de la cinefilia, que quizás no está tan contaminado por la enfermedad del cine, y eso le ayuda a tener una mirada propia. Pinky es un joven un poco Charles Manson, que se encuentra con Desquite (Fernando Úsaga Higuíta), un bandido del pasado. También entra en una secta dirigida por un líder al que acaba queriendo matar, y desfila por la calle como un payaso. Quizás no en este orden, aunque el orden cronológico aquí no es importante, lo que importa son esos conductos secretos que conectan una historia con otra. Y al final, a modo de postfacio, aparece una Elegía a Desquite, firmada por el poeta Gonzalo Arango, que tiene carácter de profecía.

Luis Felipe Lozano y Fernando Úsaga, en la película 'Los conductos', de Camilo Restrepo. 5À 7 FILMS
Luis Felipe Lozano y Fernando Úsaga son los protagonistas de 'Los conductos'. 5À 7 FILMS

- ¿Has visto Círculo rojo, de Jean-Pierre Melville? Ahí también hay una serie de rimas visuales con círculos, como en Los conductos. Me resultó muy llamativo.

- Pues no la he visto. Pero qué interesante que me lo digas, porque justo un amigo me estuvo hablando hace poco de El silencio de un hombre.

- Tu película arranca además con un toque muy noir: aparece el plano de una mano empuñando una pistola, y el círculo rojo es la luz del disparo, ¿de dónde vienen tus círculos?

- La estructura de Los conductos ya es en sí misma muy circular, casi como una espiral, puesto que a mitad de la película vuelve otra vez al principio, se repiten las escenas, el paso por el túnel, da como un círculo total, y luego se dispara hacia otro lado.

- Entonces, ¿el noir en general no es una influencia para ti?

- No, yo no soy muy cinéfilo. Vengo de las artes plásticas. He visto películas, pero no soy una enciclopedia del cine.

- Eso también hace que tu mirada sea más original, y ya puede decirse que tienes estilo propio, después de seis películas, porque son cinco cortos y un largo, ¿no?

Sí, aunque las cinco anteriores son cortos, yo los considero películas. Para mí un largometraje sólo es una tela más grande. En la pintura, hay grandes pintores que hicieron cuadros muy pequeños. La humildad del formato también me interesa.

- La formación artística se nota en la composición de los planos, que son como cuadros. Pero además surge como una estética de “pop art tercermundista”, no sé si es la mejor etiqueta posible, aunque sí que es como un pop de la pobreza que luce muy bien en 16 mm. Eso se ve en los estampados y en las camisetas de Adidas falsas. Es como una estética del reciclaje, ¿estás de acuerdo?

- Sí, el reciclaje también es una estructura circular del uso. Y dentro de eso hay mucho reciclaje de producto capitalista que llega a nuestros países pequeños, porque en Colombia somos muy importadores de mercancía americana. Ellos dicen que somos como el jardín trasero de su país.

- A lo mejor es un halago. En los jardines traseros es donde celebraban sus barbacoas los domingos.

- Es ambiguo, sí. Al mismo tiempo, es la huerta de donde salen los productos, y el lugar adonde echan sus desechos. Y eso que decías de la cultura pop tercermundista, de reciclaje, me interesa muchísimo, porque hay un poco de mugre en el producto, que evidencia que no se usa por primera vez. Me interesa mucho la suciedad en las películas, la suciedad de la sociedad, por decirlo así estúpidamente. Hay un plano muy largo en el que el protagonista está como en una montaña de desechos, intentando salir de esa montaña, no sabemos muy bien por qué… Camina en una montaña de basura, y la basura es algo que nuestra sociedad no quiere ver, algo destinado a ser eliminado. Plasmar durante unos minutos algo que no se quiere ver es conservarlo. Conservar la porquería del mundo. Me encanta esa idea de tener la foto fija de lo que está sucio.

- Es una forma de sublimarlo, a través de una mirada estética, que sería lo opuesto de lo que llamamos porno-miseria. En ese sentido tiene algo de Pedro Costa.

- Las películas de Pedro Costa sí las he visto, y me gusta que trabaje con no actores. Yo también lo hago. El protagonista de Los conductos es alguien a quien conocía, y hacerlo actuar era un reto. Aunque ya había trabajado con él en mis cortos, en ese momento era un gran consumidor de basuco.

- ¿Qué es exactamente el basuco? ¿Como crack?

- Pues algo así, lo mezclan con polvo de ladrillo. Es un desecho que te come la cabeza, y no vale nada. La droga de los zombis, de los pordioseros. La condición con Luis Felipe Lozano, que es quien interpreta a Pinky, el protagonista, era que dejara de fumar basuco. A cambio, yo confiaba en él para rodar una película con un equipo. La gente que fuma basuco es muy inestable, pueden desaparecer varias semanas… Pero él consiguió estar ahí concentrado. Es su fuerza. Y ahora se ha convertido en una persona completamente distinta. Tanto que le había regalado una camaritas y unas grabadoras de sonido, y empezó a hacer sus propios cortos. Es un caso de salvado por la imagen. La imagen lo salvó al verse proyectado en pantalla gigante, en esa imagen de pistolero manipulado. Se vio a sí mismo y dijo: “Yo no quiero ser esto”. Y cambió.

- Así que la película está muy basada en las experiencias de Luis Felipe Lozano, ¿no?

- Sí, él también estuvo en una secta religiosa, fue manipulado por su líder, consiguió escapar, y se quedó con la idea de que lo quería matar, que su vida había sido una porquería porque nunca lo había conseguido matar… Pero le propuse hacerlo en mi película. De manera que le dije: “Vas a acabar ganando la apuesta, y vas a imaginarte una nueva vida”. Ese fue el proyecto inicial de la película, darle la posibilidad a este chico para que hiciera algo diferente.

- ¿Cómo lo conociste?

- Fue el novio de mi hermana durante tres años.

- ¿No tiene un poco pinta de Charles Manson?

- Sí, tiene su locura religiosa, un poco de Jesucristo, porque cuando te metes en una secta de estas acabas siempre creyéndote Dios de alguna manera, y tiene eso en su rostro. Luego se convirtió en vagabundo, drogadicto que está por las calles. Bajó a los infiernos.

El actor Luis Felipe Lozano, en la película 'Los conductos', dirigida por Camilo Restrepo. 5À 7 FILMS
En 'Los conductos', Luis Felipe Lozano encarna a un delincuente llamado Pinky. 5À 7 FILMS

- Mezclas su historia con la del bandido Desquite, sobre el que escribió el poeta Gonzalo Arango. Imagino que también ha sido una gran influencia para ti, porque la película es muy poética, tanto en la palabra como en la imagen.

- Gonzalo Arango es uno de los grandes poetas de Medellín, que es la ciudad de la que yo vengo. Fundó un grupo que se llamó el Nadaísmo. Eran poetas de la anarquía, en una sociedad extremadamente conservadora y religiosa. Una de las leyendas de los nadaístas era que se meaban en las iglesias, y otras performances contra la sociedad conservadora de la aristocracia colombiana, que nunca se ha cuestionado, porque tiene el poder económico y político del país. Los nadaístas componían poemas en los que los héroes eran los campesinos, los bandidos, la gente común y corriente, todo lo que no era esa oligarquía que condenaban, como ese bandido que se llamaba Desquite. Era un joven campesino al que, durante una época que se llamó La Violencia, en los años cuarenta y cincuenta, mataron a toda su familia, y decidió desquitarse tomando las armas. Era la policía la que había matado a su familia, y tuvo claro que el poder nunca iba a ceder.

- Un rebelde, como Pinky.

- Sí, la historia de Desquite es como un eco de la de Pinky, que quería eliminar la figura paterna del líder de la secta que lo subyugaba. La historia de Pinky queda amplificada, como un reflejo de la de Colombia, como diciendo que todo lo que rechaza la sociedad conservadora le va a ser devuelto con mucha violencia. Las personas-basura no va a desaparecer, y les va a caer encima. El poema de Gonzalo Arango que aparece al final de la película contiene una profecía, ya que dice algo así como “si Colombia no le da un lugar a todos sus hijos, va a volver el bandido Desquite y va a derramar sangre por todas partes”. Cuando hice la película, habíamos salido de un gobierno terrible, el de Álvaro Uribe, para entrar en otro, con un presidente flojísimo y patético, y me pareció que era el momento de resucitar a Desquite. Pensé que la figura del bandolero podía volver, porque la figura del líder estaba ya muy viciada. Si el líder falla, el discípulo puede insurreccionarse.

- ¿Qué impacto tuvo la película en Colombia?

- En 2021, cuando presentamos la película, por las medidas abusivas que se tomaron durante el coronavirus, la gente salía a la calle gritando: “¡Nos mata más el Gobierno que el covid!”. Muchos de los jóvenes manifestantes tenían el sentimiento de haber sido rechazados por la sociedad. Fueron a ver la película, y salieron del cine diciendo “nosotros somos los Desquite de hoy”. Vieron que era un problema histórico, que ellos encarnaban una sociedad más grande que su propia persona.

- Es bonito que una película tan artística en un momento como en el actual, dominado por una banalización de la imagen, pueda tener un cierto eco político.  

- En Colombia hay mucha curiosidad por todo lo que puede ser arte alternativo y subversivo. Les interesa mucho la música punk, alternativa, todo lo que pueda ser un grito social. Hice una película con uno de estos grupos que se llama Fértil Miseria. Es un grupo de mujeres que lleva haciendo música contestaria desde los años ochenta, y, de hecho, en aquella época, participaron en la película-faro Rodrigo D: No futuro (1990), de Víctor Gaviria. Para mí es una gran influencia, ya que también es de Medellín, una de las ciudades más violentas del país. Y luego también el cine más intelectual de Luis Ospina, es otro de los grandes referentes en Colombia.

- Y luego está la historia de los payasos, que hace referencia a otro caso real y otra capa que le añades a la historia, ¿cuál fue su historia?

- Es una segunda capa, después de la historia de Pinky, que quiere vengarse. Eran unos payasos de la televisión, que iban por las calles, midiendo los huecos que se encontraba con metros trucados, de manera que decían “este hueco mide 15 metros, y ahí dentro hay coches y una vida nueva”. Para ellos, era una manera de denunciar la corrupción del Gobierno. La plata se iba por un hueco. Estos payasos eran una familia. Un padre y sus dos hijos. Uno de ellos dos se volvió drogadicto, como Pinky, y le dieron unas puñaladas. El papá le dijo al doctor: “Déjelo morir, porque ya no es mi hijo, es un vagabundo”.

- ¿Cuántas capas tiene Los conductos?

- Hay una tercera capa que viene de una sátira española del Siglo de Oro, que se llama El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara. También se trata de un joven bandido que, por azar, entra en un lugar donde está encerrado un diablo que quedó cojo porque los otros diablos le cayeron encima. “Para compensarte”, le dice el diablo al bandido, “voy a elevarte a las alturas para mostrarte todo lo bueno y lo malo del mundo”. Y ese es el punto de vista desde el que se puede juzgar todo. En esa misma perspectiva están Pinky y el padre del payaso, porque ven toda la maldad del mundo y se erigen en jueces. La última capa ya es Desquite, que se convierte en un personaje.

- Viendo la película también puedes llegar a pensar que el personaje de Desquite, con el que se encuentra Pinky, es el padre de la secta, que no ha sido mostrado, como si fuera un flash-back, en esa estructura en espiral que contabas al principio.

- Sí, yo creo que esa figura encarna muchas figuras al mismo tiempo. Es una película muy abierta. Si algo me pone mal cuando veo películas es la historia del storytelling, la gente que cuenta historias; me mata de aburrimiento. El antídoto contra eso es hacer películas en las que el arco narrativo explota, tirando flechas hacia todas partes, que se piense que la cosa no puede acabar, y que continúa, de alguna manera, en la cabeza de los espectadores.

- ¿Trabajas con guion?

- No los escribo mucho. En Los conductos no había guion, sino una lista de acciones que luego en el montaje ya se vería cómo pegaban unas con otras. En el montaje, como decíamos al principio, procedí mucho por asociaciones, como los círculos. Todo muy gráfico. Los 11 primeros minutos de la película son sin palabras, pero sigues muy bien todo lo que está ocurriendo…

- Sí, tarda tanto en hablar el protagonista que, cuando lo hace, como que te sorprende, ya no te lo esperas. Estás metido en una película sin palabras y zas. Uno de los círculos que aparece en Los conductos está esa bola de zinc, que para mí simboliza la miseria del mundo, el nivel más bajo de la economía mundial: por todas partes hay gente recuperando cables de cobre, saben que los van a poder vender, hay todo un sistema global con el cobre.

- Es el nudo esencial de la pobreza. Ahora vivo en Francia, y cuando la gente tira televisores, luego viene otra gente y se lleva todo el metal para venderlo.

- ¿Algún proyecto en marcha?

- Estoy buscando financiación, ahora vivo cerca de París. Pero la industria francesa ya no es lo que era. Da la impresión que está cambiando a peor, y que ya no está tanto por producir películas menos comerciales. Una lástima.

Periodista cultural especializado en cine y literatura. Fue redactor de la revista Fotogramas durante 17 años. Ahora colabora regularmente con medios como La Vanguardia, El Mundo, Cinemanía o Sofilm, entre otros. Ha comisariado la exposición Suburbia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

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