Utopías editoriales del fin del mundo

La incertidumbre política, la crisis económica y el alto coste del papel castigan al mercado del libro en Argentina. Tres sellos locales explican cómo se sostienen.

Un estand de la Feria del Libro de Buenos Aires, el principal evento editorial de Argentina. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI
Un estand de la Feria del Libro de Buenos Aires, el principal evento editorial de Argentina. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI

Dejar a un lado la pantalla, alejarse del infinito scroll y regalarse el placer arcaico de leer un libro impreso. El cuestionamiento hacia el futuro del libro en papel es un loop para sus lectores. Conocemos de memoria las sombras que lo acechan: los gigantes internacionales de la industria, el avance de la lectura digital o la retracción ante otras ofertas de entretenimiento. En Argentina, se suman además las políticas del nuevo Gobierno nacional sobre el mercado editorial, la crisis económica y el tortuoso acceso a su materia prima.

Cuando ya han pasado dos meses del rechazo legislativo al ambicioso paquete de medidas conocido como “Ley Ómnibus”, presentado por el Ejecutivo liderado por Javier Milei, libreros y editores respiran con mesurado alivio. El proyecto incluía la derogación de la Ley 25.542, la cual establece un precio de venta único de los libros, fijado por los editores. Por ahora, esta normativa sigue vigente, pero los rumores de que volverá a discutirse en el Congreso persisten.

La incertidumbre ante políticas futuras se suma a la crisis económica que atraviesa Argentina. De acuerdo a datos brindados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, la inflación interanual desde enero de 2023 a enero de 2024 fue del 254,2%. En el mercado editorial, a la reducción de capacidad de compra de los lectores —las ventas de libros cayeron en torno a un 30% en enero— se suman los aumentos en el precio del papel. El problema no es nuevo ni enteramente propio. Tras la pandemia, la industria internacional del papel se volcó hacia la fabricación de cartón para cajas que resguardan envíos a domicilio, dejando poco margen para la industria editorial. A nivel nacional, esta situación se agrava. La comercialización del papel está en manos de dos empresas, Ledesma y Celulosa Argentina, quienes fijan el valor de la materia prima sin regulación alguna. Editores, escritores y libreros vienen denunciando desde hace tiempo esta práctica arbitraria.

La Cámara Argentina del Libro (CAL), en un comunicado emitido en junio de 2023, denuncia que desde 2021 el papel utilizado para el interior de los libros aumenta su precio el doble de lo que marca la inflación. La peor parte se la lleva el papel ilustración, utilizado en especial en tapas y libros infantiles: “Internacionalmente, la tonelada de papel ilustración se paga en torno a los USD 1.500, estas empresas nos lo venden a USD 6.000”. En las provincias del interior, las editoriales independientes suelen requerir de intermediarios, y por ello pagan alrededor de USD 7.000. Las prácticas del oligopolio, denuncia la CAL, están llevando a una situación de desabastecimiento de papel.  La “rentabilidad menor de los que intervienen en el proceso del libro hace que la oferta disminuya, que la bibliodiversidad se vea afectada y que el acervo cultural de un país se vea comprometido”, concluye el organismo, a la espera de que el Gobierno arbitre en la “situación de abuso de posición dominante”.

De la universidad a la plaza

“Si hay un fallo en el mercado, es el libro”, dice apenas comenzada la entrevista. Quien habla es Carlos Gazzera, director de la editorial universitaria EDUVIM. Este sello tiene su sede en la Universidad Nacional de Villa María, un centro de 12.000 estudiantes, ubicado en la pampa húmeda, donde el uniforme verde de los cultivos de soja tapiza el horizonte, a 550 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Desde esa periferia de la metrópoli y, al mismo tiempo, corazón productor agropecuario, EDUVIM ha publicado 570 obras, a un ritmo de 40 títulos por año. Si bien la editorial pertenece a una universidad pública, se autofinancia en un 80%.

“Una editorial es un catálogo”, vuelve a sentenciar Gazzera, y el de la editorial que dirige incluye divulgación científica, estudios de género, sociología, derechos humanos, crítica literaria y literatura. José Hernández, Nelly Richard, Ulrich von Wilamowitz-Moellendo y Emily Dickinson comparten espacio con nuevos investigadores y poetas. Paralelamente a la selección de títulos, hay un profundo trabajo para hacerlos llegar a sus lectores. De allí la atenta mirada a las necesidades locales (que ofrece textos digitales en PDF, el formato más utilizado por sus estudiantes) hasta libros print-to-order en Europa a través de la plataforma LiberExpress.

Carlos Gazzera, director de la editorial EDUVIM. CORTESÍA
Carlos Gazzera, director de la editorial EDUVIM. CORTESÍA

EDUVIM comenzó a pensarse en 2007, año del primer Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, a partir de las experiencias de otras editoriales universitarias argentinas que ya habían generado una fuerte tradición, como Eudeba o la editorial de la Universidad del Litoral. Gazzera sabe que su rol, desde la esfera pública y universitaria, es específico. “Una editorial debe formar lectores”, asegura, y por eso la presencia en ferias (desde Frankfurt y Líber hasta el Mercado de Jalapa y pueblos del interior cordobés donde no hay librerías) y el impulso a múltiples programas que entregan libros a recién nacidos, a las escuelas y en colecciones para kioscos. Esta expansión contrasta con un Estado nacional que, reconoce, se ha ido retirando de la compra de libros desde la presidencia de Mauricio Macri.

Ante la posibilidad de derogación de la ley que establece el precio de venta único de libros, Gazzera explica que “sólo en algunos mercados muy dinamizados del mundo occidental (el norteamericano, el inglés) hay posibilidad de que el mercado sustente la bibliodiversidad”.

El editor, que fortaleció y presidió la Red de Editoriales Nacionales Universitarias, hoy busca maneras de sostener lo construido en estos 16 años de vida del sello. De las cinco librerías propias que llegó a tener, hoy tiene “dos y media”, ya que una está trasladándose a un local más pequeño. Reducir costos parece un punto clave. La escalada en el precio del papel configura, junto con la impresión, el 50% del valor de un libro. Los precios del transporte también aumentan por el precio del combustible en este país que tiene la cuarta reserva mundial de petróleo no convencional. Para Gazzera, darle continuidad al trabajo de su equipo y encontrar soluciones junto a otras editoriales universitarias serán las prioridades para este 2024. Un año en el que, en los primeros días de marzo, las universidades expresaron su preocupación ante un presupuesto que sólo cubriría un cuarto de sus necesidades.

Ampliar la conversación

Argentina cuenta con más de 2.000 editoriales registradas, de las cuales el 80% son pymes que producen 6 de cada 10 novedades, esto es, más de 9.000 títulos y 13 millones de ejemplares en 2022, informa Damián Cabeza, de la Cámara Argentina de Librerías Independientes.

Bajo la llovizna de una Córdoba subtropicalizada, Agustina Merro nos recibe en el taller de la editorial que dirige, Fruto de Dragón. Un árbol de membrillo custodia la entrada y a través del ventanal se integra a la charla. Por la puerta abierta ingresan el olor del pasto y Gaucho —el perro de la casa—. El ambiente envuelve la entrevista, y materializa la propuesta de este sello: habitar los espacios, disfrutar del acto de dotarlos de significado al ocuparlos, recorrerlos. Como vectores de esos sentidos, se entrecruzan el lenguaje verbal y el de las artes visuales. Hay, en los libros que tiene publicados esta editorial nacida en 2020, una mirada atenta sobre la arquitectura, paseos por el Londres de Virgina Woolf, un viaje al desierto de Atacama o por el popular barrio del Mercado Norte cordobés, ilustraciones, serigrafías, collages y fotografías.

El guion de preguntas para la entrevista comienza por las que parecían más simples y concretas.

—¿Cuál es la tirada de Fruto de Dragón?

—Pregunta crucial. En un contexto tan incierto, para las editoriales independientes definir el número de la tirada implica un trabajo de máxima precisión.

Costos, ventas, apuestas, inversiones, intuiciones. Decisiones sobre qué se pública, cómo, a quién llega. Lo que suponía un dato anecdótico evidencia el corazón del problema: “pensar los números”, como le llama Merro, debe hacerse con exactitud milimétrica, ya que la supervivencia de la editorial, su posibilidad para proponer nuevas obras, depende de una compleja estructura de recursos y deseos de comunicación con sus lectores. “Pienso en hacer tiradas más grandes para que el precio del libro sea más bajo, pero si no tengo compradores me quedo con los libros. Si se venden, por un lado es buenísimo, pero por otro lado empezás a sufrir porque te vas quedando sin stock, vendiéndolos a un precio que no sabés si después va a alcanzar para reimprimir”. Las palabras corren recreando un diálogo en apariencia frecuente consigo misma. “Desde el punto de vista comercial, no tiene sentido editar a la escala que lo hacemos”.

¿Para qué editar, entonces? No hay dudas en su respuesta. Editar propone una pregunta que nadie ha lanzado antes. Es un gesto artístico y hasta político, “un aporte al fuego que alimenta la conversación cultural. Esto que está en un libro vale la pena ser dicho y escuchado”. A diferencia de los grandes sellos, Merro entiende que la edición independiente no busca ofrecer un producto que el público sabe de antemano que necesita, sino que propone algo que es un riesgo, una apuesta, una utopía. “Por eso creo que es necesaria la existencia de políticas públicas que garanticen la existencia de más voces, no sólo las de las grandes empresas que buscan vender, proponga algo nuevo o no”, dice.

Agustina Merro, directora de la editorial Fruto de Dragón. CORTESÍA
Agustina Merro, directora de la editorial Fruto de Dragón. CORTESÍA

Fruto de Dragón participó en algunos de los programas estatales (nacionales, provinciales o municipales), que ofrecieron muy buenos resultados para el sector, ya que permitían fortalecer el mercado y ampliar su capacidad para producir nuevos proyectos. Desde el año pasado, esos programas fueron desapareciendo, incluso hasta dejar sin efecto —ni previo aviso— compromisos de compras con las editoriales.

Merro busca en los amplios estantes ejemplares de sus libros. Los acomoda sobre la mesa, junto a una botella con agua y un plato de galletas. Hay libros con grandes solapas y estampas serigrafiadas, abrochados y cosidos, acompañados por objetos viajeros como postales y mapas. La oferta de Fruto de Dragón tiene, por ahora, soporte exclusivo en papel. Una apuesta frente a lo digital porque, “más allá de la experiencia de lectura diferente, tiene el peso de lo definitivo”. La editora recalca que hay un “enorme trabajo” hasta llegar a imprimir: “Dialogar con autores, ilustradores, maquetadores, lograr que no haya ningún error, que los colores sean los que buscamos, el trabajo al pie de imprenta… En una época en donde todo va perdiendo peso, va pasando, y cada vez es más efímero, hay algo en la experiencia del libro impreso que concentra el valor acumulado de tanta escucha y atención puesta en hacer el mejor libro posible”.

La propuesta de libros ilustrados en formato papel hace pensar en las dificultades para editar cuando el precio de la materia prima la convierte en un bien de lujo. “El problema del papel ilustración no es nuevo, ya existía al crear la editorial. Por eso, desde nuestro origen, utilizamos papel Bookcel, excepto para las tapas. Los números del papel ilustración son imposibles”.

El día de la entrevista, los portales de noticias informan sobre la huelga docente, los recortes presupuestarios nacionales a varias provincias, el like de Milei a un posteo discriminatorio y las repercusiones de la pelea entre jugadores del superclásico River-Boca. Ante la pregunta por el futuro cercano, Merro explica que la premisa es la cautela. “Ante todo, porque es muy reciente. Si bien las editoriales estamos bastante acostumbradas a manejarnos en contexto de crisis, esta parece de unas características inéditas. La tendencia es ir haciendo menos ejemplares hasta ver qué ocurre”. Como objetivo para este 2024, plantea mantener la edición de los libros ya planificados, sin comprometerse con nuevos proyectos.

Seguir haciendo libros

De combinar papel e ingenio saben en Ediciones de la Terraza, una editorial con 12 años de vida que ya lleva publicados más de 50 títulos, especializándose en libros ilustrados y libros objeto, y premiada por ALIJA y la fundación Cuatrogatos. Barbi Couto, directora de este sello junto a Vanina Boco y Mauricio Micheloud, explica que la idea de este proyecto surgió desde un lugar lúdico, específicamente de “la fascinación de la infancia por el lugar de la imagen en los libros. Descubrir las páginas con ilustraciones en una novela o los libros troquelados”. Así llegaron a la propuesta de hacer libros objeto, “artefactos que sirven de excusa para tener una experiencia narrativa de lectura”.

En los libros de la Terraza aparecen papeles especiales, transparencias, figuritas, troqueles. ¿Cómo sostienen esta producción hoy? “Cruzamos lo que el libro nos va pidiendo con la creatividad y las limitaciones de los materiales. Esto no necesariamente resulta más caro a nuestra escala”, responde Couto. Sus exploraciones los han llevado a estampar uno a uno miles de ejemplares o convertir en libro lo que iba a ser sobrante o desperdicio.

Barbi Couto, codirectora de Ediciones La Terraza. CORTESÍA
Barbi Couto, codirectora de Ediciones La Terraza. CORTESÍA

En 2015 y 2017, la editorial fue seleccionada en una convocatoria de movilidad y seis de sus títulos resultaron incluidos dentro del Plan Nacional de Lectura, que los distribuyó en todas las escuelas y bibliotecas del país. Estas dos acciones derivadas de políticas públicas implicaron un gran crecimiento para el sello, como también para toda la comunidad de editoriales independientes: la producción del sector comenzó a conocerse, compartir estrategias y obtener recursos para más proyectos. Actualmente, ese desarrollo se encuentra pausado, y la mirada hacia el horizonte vuelve a exigir creatividad: “Planificar la incertidumbre es difícil, será el desafío de este año”, dice Couto. Ya tienen proyectadas ediciones en papel, aunque reconocen que “la situación desfavorable de la materia prima y las nuevas sensibilidades” les hicieron poner el foco en otros proyectos, “como producción transmedia, audiovisual o audiolibros”. “Hacer libros para el mundo editorial independiente siempre fue difícil. Lo vamos a seguir haciendo”, afirma Couto entre el ruido de los carpinteros que trabajan remodelando la sede de la editorial. Aquí se continúa editando.

Editora y docente. Especialista en literatura, feminismos y derechos de infancias y adolescencias. Como miembro de la organización Akelarre, ha colaborado en publicaciones como Página 12 y Revista Amazonas.

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