Tomás Segovia y el perpetuo pasmo de estar vivo

Se cumplen 10 años de la muerte del poeta que nació en España, murió en México y nunca se sintió de parte alguna más allá del suelo bajo sus pies.

El poeta mexicanoespañol Tomás Segovia, que buscó celebrar “el perpetuo pasmo de estar vivo”. JUAN BALLESTER
El poeta mexicanoespañol Tomás Segovia, que buscó celebrar “el perpetuo pasmo de estar vivo”. JUAN BALLESTER

A los 10 años de su muerte, seguro que Tomás Segovia —allá donde esté— se sigue asombrando de estar muerto, porque todos los días de su vida el poeta se asombraba de estar vivo, de estar donde estaba y en la compañía o soledad que tuviera.

El asombro es precisamente la cualidad que destaca sobre todas las demás el fotógrafo Juan Ballester, que lo retrató y fue testigo de ella en los cafés y en su casa, frente al mar o contemplando un paisaje nevado. “Era como un niño, como un niño”, repite Ballester. Porque en todas las situaciones y circunstancias, desde las habituales hasta las más excepcionales, Tomás Segovia no salía de su asombro. Esa capacidad, como condición previa para la filosofía y la poesía, Tomás Segovia la llevaba incorporada a su dotación natural como quien es alto o bajo, calvo o capaz de conservar un pelo blanco por muchos años que pasen.  Y ese era el caso. Ni la edad ni el aspecto doblegaron el espíritu indómito de quien conscientemente eligió, quiso y buscó celebrar “el perpetuo pasmo de estar vivo”. De la poesía hizo su método, su manera de pertenecer al mundo y de intentar expresarlo. Lo repitió en multitud de ocasiones y en muchas entrevistas, pero lo dijo también, como mejor sabía, con la poesía.

Nombrar la vida

Palabras no para decir el mundo
Para estar en el mundo

Eso afirmaba Tomás Segovia en el poema Secuencia del fiel silencio. Y lo repetía, en prosa, como respuesta a la pregunta que le planteaban en 2008 los alumnos del Instituto Gabriel y Galán de Plasencia (Cáceres) al recibir el Premio a la creación literaria de la Junta de Extremadura. Con la libertad y la familiaridad que da estar en tu propio colegio, aquellos chicos y chicas le hicieron una entrevista memorable donde le preguntaban con naturalidad al escritor qué era la poesía para él. Con esa misma naturalidad, Tomás Segovia respondió: “Es una manera de vivir; no una profesión ni una especialidad. La poesía es la manera en que yo vivo la vida, y es así, contando las palabras, tratando de encontrar el nombre de lo que veo, de lo que me pasa. Ese nombre es un poema, no está en el diccionario. Si uno pudiera traducir en una fórmula qué es lo que me impulsa a mí, igual que a otros poetas, a escribir un poema, sería algo como estar viendo, sintiendo o a veces recordando algo y decir cómo se llama. Y la respuesta no es una palabra, no es un sustantivo: la respuesta es un poema. Para mí la poesía es eso, intentar nombrar cómo se llama la vida”. 

Porque eso sí, Tomás Segovia era un poeta al que siempre se le podía preguntar por su poesía, por sus significados. No iba a ser él como esos otros profesionales del verso estirados y encerrados tras sus parapetos que cerraban la puerta a discusiones sobre su trabajo. No. Él criticaba mucho esa actitud y se lo decía de forma muy expresiva a Ana Franco y José Manuel Pintado en otra entrevista para el Periódico de poesía de la Universidad Nacional Autónoma de México: “Me parece que el arte y la literatura se han dejado convencer demasiado de una cosa que viene desde el Renacimiento por lo menos, que es algo así como que el arte no debe nada a nadie; se justifica por sí mismo, vale por sí mismo (…). Yo hago un poema y es de muy mal gusto preguntarme, ‘oye, qué quiere decir’. Yo pinto un monigote y es de muy mal gusto preguntarme qué quiere decir; el arte no quiere decir, el arte es (...). Yo estoy en contra. Yo trato de decir algo y de contestar siempre a los que me pregunten, ‘¿qué quisiste decir?’”.

Ser de intemperie

Tomás Segovia nació por casualidad en Valencia en 1927. Con nueve años no tenía ni padre ni madre, aunque sí una extensa red familiar con la que partió al exilio. O sea que antes de cumplir 10 años tampoco tenía país, y menos la idea de patria, que siempre le resultó ajena, cuando no motivo de chiste. Lo que sí tuvo y cultivó, quizá a causa de todo ello, fue el desapego, cierto orgullo de desarraigo. Cuaderno del nómada: ese fue el título elegido para dar nombre a la edición de sus obras completas editadas por Fondo de Cultura Económica. Antes de ello sirvió para bautizar una serie integrada en el libro Particióncon reveladores títulos como Retorno, Partida, Canto extranjero, Lengua bárbara o Ser de intemperie. A este último pertenecen las siguientes líneas:

“¿Qué podrá evocar el Nómada que no sea desnudez y no esté a la intemperie? La fuerza que ha abrazado es tener siempre sus casas recorridas por el viento, su lecho siempre en alta mar, su corazón distante siempre entre lluvias y neblinas. (...) Nacido en los caminos, su destello es saber que todos han venido sin saberlo de otro sitio, que donde ponen su origen es allá donde empieza su ignorancia, que se hermanan de otro modo que el que creen. Su tiniebla, el terror de no sembrar por fin en la tierra sus huesos”.

De modo que ¿nacionalismos o identidades a Tomás Segovia? En entrevista con Pedro Sorela a mediados de los noventa, el periodista y escritor contaba una anécdota ocurrida en uno de los cursos de verano de El Escorial (Madrid) cuando alguien le preguntó a Tomás Segovia por cómo vivía el “drama de la identidad”, a lo que él contestó que estupendamente, pues ese era un problema de los demás. “El problema de la identidad es el de quien se cree que eso existe: español, por ejemplo. Sucede que la identidad es una noción metafísica (…)”, contestó el poeta.

Tomás Segovia, repasando algunos textos en 2011, año de su muerte. JUAN BALLESTER
Tomás Segovia, repasando algunos textos en 2011, año de su muerte. JUAN BALLESTER

El nómada pasó por Casablanca, París, Nueva York… antes de encontrar en la capital mexicana algo parecido a la estabilidad. Allí jugó al fútbol, entró en la universidad para cursar estudios de Filosofía y Letras, publicó sus primeros poemas, se enamoró… Podría decirse que se integró y se apartó del exilio español con el que parecía tener una relación ambivalente. Por un lado, entusiasmo y cierto orgullo, pues, como le confesó al escritor y periodista José Ramón Ripoll en una larga entrevista, eran conscientes de “ser los buenos”, aunque “nunca hay que estar muy seguro de eso”, matizaba a continuación. El caso es que “fue la última época en que hubo esperanza en el mundo. El antifascismo fue maravilloso, exaltante y moralizador, como una religión sin dioses y sin ritos. Creíamos en la revolución española como una verdadera liberación de las clases oprimidas. Luego nos dimos cuenta de que se trataba de lo que aquel señor llamado Marx —¿te acuerdas?— llamaba una revolución burguesa, pero tenía la apariencia de haber sido una revolución popular, y por tanto la actitud oficial nos era favorable, lo que no significa que también lo fuera por parte de la población”.

Por otro lado, enseguida le empezó a pesar a Segovia cierto carácter monolítico al categorizarlo como integrante del exilio español en México, y más aún, del exilio cultural. Sorela, en la mencionada entrevista, usaba al explicarlo la palabra ‘gueto’, del que el poeta empezó a correr en dirección contraria en cuanto “percibió que el entusiasmo con que la colonia envolvía sus primeros versos, a los veinte años, no era más que nostalgia y una especia de cemento cultural para conservarse unido”.  ¡Nostalgia! De su mano, Segovia entra en uno de los debates del presente tomando partido claramente: nada de romantizar pasados, nada de mirar atrás y sonreír con complacencia porque

lo que ha sido tu vida
sobre la tierra ahora tienes menos peso
que la huella de un beso
posada en una frente

(Del poema No volverá)

Para él, el gozo siempre está en el próximo beso, en el día que comienza y en el otoño que viene. ¿Nostalgia a Tomás Segovia? “Es del futuro de lo que yo tengo nostalgia”, dicen que dijo en 2009, en Granada, al recoger el Premio García Lorca. ¿Nostalgia? No se la permitía ni de sí mismo: "Yo creo que si yo no fuera yo me olvidaría de este señor que soy". No se puede ser más moderno.

Paternidades y berrinches: el retrato de una hija

Sí, sí se puede ser más moderno. Un Tomás Segovia que, de nuevo parece volver del futuro, confesaba en la ya mencionada charla con los alumnos extremeños: “La paternidad en mi vida ha sido tan importante como el exilio, y nadie me ha preguntado: ‘¿cómo se refleja la paternidad en su obra?’”. Bien, mensaje recibido, solo que… ¿a quién preguntar ahora? Tomás Segovia tuvo cuatro hijos. Seguramente sea a ellos a quienes corresponda responder a esa pregunta. Ana Segovia Camelo —filósofa, poeta y artista, con un perfil que, dicho así, recuerda al de su padre— reflexiona para COOLT sobre el singular requerimiento: “Todos lo extrañamos mucho y, como hija, con la ausencia se decantan aspectos de él que quizás si estuviera aquí no advertiría. ¿Qué puedo decir? No soy experta en su poesía, pero recuerdo que una vez le mencioné que una joven me había comentado que le había gustado un poema suyo acerca de los berrinches. Le dije que yo también lo recordaba y él se me quedó mirando quizás como diciéndome que yo era un ejemplo de ello, mientras yo pensaba en los berrinches de él descritos en el poema”. 

El poema se titula así, Berrinche, y se incluía en el libro Terceto, de 1972. Comienza con estos versos: 

Por el amor de dos no me pongan esa cara
me callo me retiro me jubilo de hablar
no volveré a decir esta boca es mía
no diré con esta boca mía “esta boca no es mía”
ni que tu boca es tuya
(…)

“Así que somos espejos de nuestros padres, no sé sabe si el berrinche va o viene”, prosigue Ana Segovia Camelo. “Nunca me lo dijo directamente, pero el poema era un buen medio para que yo me enterara de ello. La palabra, la poesía era su manera de educarnos, pues en ellas encontró un enorme universo que lo sustentaba. Y claro que la paternidad fue un tema que le atañía pues él se quedó sin padre a los dos años y sin madre a los cuatro años, antes de la guerra. Gran conversador y maestro, sabía de todo y reflexionaba en todo, así que cuando ya era yo adolescente trataba de interesarnos (a mis hermanos y a mí) en el sinfín de inquietudes intelectuales que tenía. Encontraba miles de motivos para conversar y desplegar su inteligencia y sensibilidad. Eso extraño, su curiosidad y gusto por la vida, su reflexión sobre los derroteros del mundo. Se sentía responsable de comprender los hechos y actos de la humanidad porque él mismo formaba parte de ella. Su nomadismo, al que tanto se refirió por su exilio y cambios de residencia, le dejó una impronta de universalidad que todos agradecemos. En este sentido, su corazón era muy generoso en compartir sus ideas y pensamientos con todo tipo de personas, jóvenes, viejos o niños. Era su manera de amar en libertad”. 

“Este anhelo de ti feroz y honrado”

A la poesía de Tomas Segovia se puede uno aproximar por muchos caminos, pero la avenida arbolada que acaba en ella es la que trata del amor, del amor carnal y carnalísimo, si el adjetivo admite el superlativo. Hay un altísimo porcentaje de encontrarse con poemas amorosos si uno juega a abrir al azar sus obras completas, aunque esta sea una selección mínima:

Este anhelo de ti feroz y honrado,
puro y fanático, amoroso y rudo,
¿cómo decírtelo sino desnudo,
y tú desnuda, y sobre ti tumbado?

(Fragmento de Figuras y melodías)

Adicto a borrascosas sábanas
quisiera haber nacido en ese lecho
jamás haber sabido de otro mundo
cavernícola fiel de la gruta que lame

(Fragmento de Diferencias de respuesta. Cuaderno del deseado)

El amor es, en realidad, como una enciclopedia total donde Tomás Segovia va revisando y reuniendo el resto de los temas que trató, ya sean estos la orfandad, el exilio, sus forcejeos con el lenguaje…

Quisiera haber nacido de tu vientre
haber vivido alguna vez dentro de ti
desde que te conozco soy más huérfano.

(De La semana sin ti. Historias y poemas)

A tu lado olvidarme de mi origen
contigo no acordarme de mi raza
querer ser solo natural de ti.

(En Anagnórisis)

El que dice No sé cómo decirlo
en verdad no lo dice del decir
lo dice del amor.

(En Secuencia del buen silencio)

En este epígrafe no hay entrevistas ni entrecomillados porque toda la obra poética de Segovia es una declaración o comentario sobre el amor y, de alguna manera, también una declaración de amor.

El poeta Tomás Segovia, en el Café Comercial de Madrid, en 2011. JUAN BALLESTER
El poeta Tomás Segovia, en el Café Comercial de Madrid, en 2011. JUAN BALLESTER

¿De qué vive un poeta?

De lo sagrado a lo más prosaico (y viceversa), un viaje que a Tomás Segovia en absoluto le importaba hacer. Fue un traductor excepcional de obras de poesía y de filosofía: tradujo a Jacques Lacan, Michel Foucault, Giorgio Agamben y a Rilke, Nerval, Ungaretti y Víctor Hugo. Su especial sensibilidad a la hora de recrear las obras  le hizo merecedor en dos ocasiones del Premio Nacional de Traducción Alfonso X y en 2012 su nombre dio origen a su vez a un Premio de Traducción. También fue responsable de la Revista Méxicana de Literatura, gracias a los conocimientos que tenía de corrección, composición e impresión.

La “culpa” fue de que en su casa —como explicó en un largo artículo para Casa de América el periodista Javier Rodríguez Marcos— le obligaron a tener un oficio además de una carrera. El oficio elegido fue el de impresor, lo que de adulto le propició algo parecido a una profesión y, a sus amigos, libros que, además de escribir, él hacía con sus propias manos. En libros y abanicos escribía sus poemas para regalarlos. Uno de esos amigos, el mencionado fotógrafo Juan Ballester, cuyos retratos ilustran este artículo, recuerda su desprendimiento, su generosidad inaudita sobre todo por cómo la entendía o, más bien por cómo no la entendía: “Para él era lo natural. Si te gustaba algo, te lo daba, así sin más. Si querías algo, también. Jamás reparaba en el valor, jamás. Era una cosa asombrosa y para él era lo normal”. De modo que Tomás Segovia, más que vivir de alguna profesión, vivía de no necesitar nunca demasiado.  En vez de afirmarse como los demás, como todos, exhibiendo profesión y propiedades, él se definía al revés, como el vaciado de una escultura. Solo así se explica que para introducir el Séptimo rastreo de su último libro escriba: “En tantos sitios no he tenido casa…” Y firma: “YO MISMO”.

Despedidas y rastreos

El convencimiento de transitoriedad, la conciencia de estar de paso y la militancia en ella consiguieron también que la muerte no lo cogiera desprevenido. También puso de su parte el cáncer cuyas complicaciones fueron letales el 7 de noviembre de 2011. Tomás Segovia sabía que se moría cuando escribía su último libro titulado Rastreos y otros poemas. Apareció en Pre-textos en 2012 y se inicia así:

La realidad a veces me hace seña
me pide que me fije que recuerde
que está ahí retirada
medio escondiéndose para mostrarse
porque es su única manera
queriendo inmortalmente ser mirada
llamando mi atención pidiéndome
que descorra el visillo y pase al otro lado. 

El poeta le hace caso una vez más y pasa revista a esa realidad que está llamando su atención. Es posible que sea la última vez, no queda demasiado tiempo… Es Tomás Segovia despidiéndose de todo aquello a lo que tantas miradas y tantos versos ha prestado: al viento fresco que “viene siempre por primera vez/pero yo por desgracia por desgracia”; a la lluvia cuyas aguas rehuía, “pero no su intemperie”; al silencio, “pues yo en su ausencia vivo/tan solo de la espera de esa hora de gracia”; y al otoño, a la luz, al mar, que le preocupa especialmente:

Y qué va a hacer sin mí mañana
el mar dormido
(...)
No merece quedarse así tan solo
sin metas sin razón sin cumplimiento
no puede ser que se quede frustrado
algo que es tan visible
que tiene que existir en este mundo.
No puede ser que yo no vuelva
como si al mar le hiciera tanta falta
y yo le hubiera dado mi palabra.

Al mar le dio su palabra y al mundo se la dejó dispersa en una vasta obra poética, ensayística que crece con el tiempo y se agiganta cuanto más de cerca se conoce a su autor. En ella siempre está Tomás Segovia y a través de ella siempre vuelve a recordarnos lo que básicamente fue su vida: amor y poesía. Dos últimos versos de Rastreos para mostrar esa actitud. Solo alguien como él sería capaz de escribir “Estaba yo otra vez/ enamorándome del mundo (...)” y despedirse así sin que aquello pareciera, ni remotamente, una despedida. 

Periodista cultural. Colaboradora de medios como La Maleta de Portbou, El Salto y La Marea o de las revistas Diseño Interior y La Aventura de la Historia, con temas que van desde la filosofía y la poesía hasta la arquitectura y el diseño. Es autora de la novela La otra vida de Egon (2010) y los libros de relatos Siete paradas en el país de las sombras (2005) y La carretera de los perros atropellados (2012). 

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