Libros

El misticismo ‘pulp’ de Manuela Buriel

El escritor barcelonés culmina una trilogía literaria con ‘De la luz negra’, donde se deja impregnar por la espiritualidad sufí en clave ‘queer’.

El escritor Manuela Buriel. ARISTAS MARTÍNEZ

Los autores de género están habituados a mezclar universos imposibles, como científicos locos de una película de miedo. Algunos lo hacen con grandes medios —pienso ahora en el crowfunding millonario que hizo el escritor estadounidense Brandon Sanderson— y otros construyen esos mundos con retazos y efectos baratos, aunque igual de efectivos —pienso ahora en esa generación de autores pulp que desde la sombra producían en cadena para millares de niños y adultos—.

Hablando de esa última tipología de autores, este mismo año falleció el historietista español Francisco Ibáñez, icono de la factoría de cómic Bruguera. Un genio, sin dudarlo, si bien las líneas de su propiedad intelectual se mezclaron turbiamente por las artimañas de la época. Menciono a este referente de la cultura popular para enlazar con este ejemplo pulp, proletario y repleto de identidades que es la leyenda underground barcelonesa del Colectivo Juan de Madre (CJDM) y Manuela Buriel.

De la leyenda de CJDM puedo extraer dos rumores: que siempre hay uno de sus miembros en cualquier fiesta que se precie en Barcelona, como una especie de Uatu el Vigilante, y que los contratos de su editorial son firmados con sangre con figuras todavía más oscuras como Iain McWarburg, Olga Equis o Takeshi García-Ashirogui. Y ahora voy a los datos: CJDM ha publicado las novelas Bajo la influencia (2009), El libro de los vivos (2011), La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías (2012), new mYnd (2014) y El barbero y el superhombre (2016), así como la hagiografía del cantante de Joy Division Leyenda Mayor de Ian Curtis (2017). Además, sus relatos han aparecido en diversas antologías y sus textos han sido recogidos en medios como El País Quimera, entre otros.

Hace unos años, después de intentar que cada libro fuese “un salto al vacío”, CJDM anunció que “no funcionaría a nivel literario más”. Nacía entonces una nueva editorial de bizarro y splatterpunk que es Colectivo Juan de Madre Presenta, con obras ilustradas por Riot Über Alles y otros autores liminales, cuando no auténticas firmas criminales como Olga Equis o Alba Lucero.

Cuando ya empezaba de nuevo la rumorología, la editorial Aristas Martínez, con la que hasta entonces CJDM había venido colaborando, sorprendió con la novela iniciática de Manuela Buriel (Barcelona, 1979), miembro fundador del grupo. Su Animales feroces (2020) dio el tiro de partida a una nueva voz mucho más poética y materialista, apartando algunos de los juegos posmodernos a los que hasta entonces nos tenía habituados el colectivo. Animales feroces es un relato iniciático y de aire juvenil protagonizado por Arcas, joven de 16 años cuya vida cambia el día en que conoce a las Tetramorfas. Narrado con sencillez y originalidad a la vez, el libro se nos presenta como una “fábula comunista”.

Un año después, Buriel confirmaba esa nueva voz en el universo festivo de Lo danzante (2021), de nuevo una fábula alucinaba que trascurre desde los inicios de los cabarets de la Avenida del Paralelo de Barcelona hasta su proyección en el año 2039. Era una voz que empleaba recursos de la psicogeografía y se mantenía igualmente reivindicativa. Esa reivindicación de la fiesta la encontramos también en la exposición y performance Superorganismo que realizó en La Casa Encendida de Madrid a partir del ensayo Contra la libertad (2022).

Y ahora, en su último libro, De la luz negra (2023), nos encontramos con un autor ya muy maduro, que prueba a llevar su propuesta a nuevos límites, a extender su materialismo queer sobre el campo de batalla de la mística sufí. El resultado es más que excitante. Un texto sumamente evocador desde su escenario futurista, en el que un migrante mezcla las lecturas de una obra de teatro queer sobre Marsha P. Johnson, una obra de ciencia ficción sobre una colonia textil en la que borran la memoria y un poemario sufí hecho con un algoritmo.

- ¿En que estado de tu carrera literaria te encuentras?

- En un proceso de cambios. Con De la luz negra se cierra otro pequeño ciclo, toca empezar a buscar nuevas formas y nuevos caminos literarios. Con CJDM ya pasó que hicimos tres novelas y hubo ahí una sensación de fin de ciclo, y ahora, con Manuela, he escrito tres novelas también y tengo esa misma sensación. Igual es que va conmigo hacer esa especie de trilogías de libros que no tienen que ver entre sí, o sí… Es un momento de nueva búsqueda.

- ¿Qué novedades hay en el horizonte del proyecto editorial Colectivo Juan de Madre Presenta?

- Ahora mismo, Tres ritos cenobitas de Helen Bakú, que es un manual de infección e inmersión en el mundo cenobita. Y estamos trabajando en una novela más bizarra humorística pero que es más a largo plazo.

- ¿Cómo ves el estado de salud del splatterpunk?

- Me da la sensación que en España está en una fase de germinación, que va a dar lugar a algo, pero está en este proceso de poner las semillas, sobre todo desde [las editoriales] Pathosformel y CJDM Presenta. Me da la sensación que aún cuesta que se anime la gente, pero eso pasará. A medio plazo, esto crecerá, hay un nicho que está por estallar.

- ¿Cuáles fueron las condiciones materiales de escritura de la última novela?

- Esta novela fue escrita durante la pandemia y creo marca mucho el tono de la novela, un tono más desesperanzado, aunque siempre haya brechas de luz. En este libro sentí la necesidad de escribir acerca de las condiciones materiales de gente que vive a mi alrededor, que tiene muchos menos privilegios que yo. Yo me sostengo bien, y en cambio gente cercana no vive en esa situación de bienestar. Creo que las condiciones materiales de esta novela son la impregnación de ese entorno, y no sólo las directas de mi cuerpo.

- Trabajas en la intersección entre lo queer, el comunismo y lo sufí.

- Me interesan las lecturas y voces de los feminismos interseccionales que parten de diferentes cuestiones, no sólo de la cuestión feminista clásica de la problemática de género. Por eso me apetecía probar la posibilidad del encuentro de estas diferentes literaturas o ideologías. Leí mucho sobre feminismo islámico, de posiciones socialistas y comunistas desde el islam. También creo que hay una falta de espiritualidad en la izquierda que me parece interesante curiosear. Para mí lo queer es un concepto muy amplio, y ciertas espiritualidades tienen cabida. Me salió de forma natural esa conjunción.

- ¿Qué interés hay en las tres novelas de Buriel por lo queer y proletario?

- Hay ese eterno debate entre algunas partes de la izquierda que consideran que lo identitario o queer divide a la izquierda y desplaza el foco de atención de las cuestiones clásicas de los proletarios. Me interesa la posibilidad de aunar estos dos ámbitos. Recientemente leía No logo, de Naomi Klein, donde renegaba de las luchas identitarias de la universidad que habían desplazado la atención de lo que importa realmente, el control del mercado. Se tiene que encontrar la manera de aunar esas dos cuestiones. Hay un patriarcado que tiene que ver con el capitalismo; el proletario y la persona queer están bajo el mismo yugo del patriarcado capitalista. En Animales feroces iba por ahí, y en Lo danzante descubrí que los travestis y los ideólogos anarquistas compartían los mismos bares.

- ¿Cómo llegas al material sufí?

- Mi primer contacto fue José Luis Sampedro, que tiene un libro, Octubre octubre, que trata ese tema, y desde entonces tuve acercamientos. Por otro lado, la mística en general, cristiana o hebrea, me ha interesado siempre. Y más recientemente, a partir de la lectura de feminismos islámicos, recobré el interés por la cuestión sufí y empecé a leer poemas medievales, me parece muy interesante cómo sirvieron de inspiración a la mística española. Ha sido un recorrido durante mucho tiempo que a nivel íntimo tiene cierto impacto.

- Has dicho que sientes inseguridad con esta novela, ¿por qué?

- Por la complejidad de los temas, el hecho de que es una lectura de lectura, etc. Hay cierto punto de partida de La historia interminable, que es un niño que coge un libro y lee sobre cómo lee ese libro. Aquí eso es llevado más allá por el protagonista, que lee tres libros. Me genera dudas cómo puede funcionar esta estructura. Y luego las circunstancias de la escritura con encierro, cuando pasé cierta depresión y ansiedad, hacen que lo vea más ajeno a mí. Con otros libros nunca sabes cómo puede responder la gente, pero tenía una relación de amistad y un cariño que en este caso me cuesta más tener.

- ¿Cómo se te ocurre transitar la idea de la materialidad de la lectura?

- Esta idea parte de los trabajos de pensamiento de Alejandra López Gabrieli y Toni Navarro, que desde la filosofía llevan a cabo un estudio de la materialidad de internet, de cómo se ha considerado un imaginario de inmaterialidad con metáforas sobre la nube. Me pareció muy interesante su trabajo de traer a lo palpable lo que es internet, y me pareció muy transformable a lo que son los libros y la narrativa. Tratan temas de cómo el uso de ciertas aplicaciones puede alterar psicosomáticamente al usuario, y pensé que los libros también. Al final, para quien lo lee, un libro es el remoldear una cuestión neuronal. Tuve una experiencia intensa leyendo la Trilogía Xenogénesis de Octavia Butler: empecé a rechazar comer carne. Sentir cómo te afecta a nivel fisiológico una narración es un ámbito que no había visto trabajado y quería reflejar cómo los libros nos afectan a nivel material.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).