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Lydia Cacho: “A veces la muerte es lo mejor que te puede pasar”

La periodista mexicana, forzada al exilio por sus investigaciones, repasa su vida en ‘Cartas de amor y rebeldía’.

La periodista mexicana Lydia Cacho, que publica el libro 'Cartas de amor y rebeldía'. ELENA CANTÓN/FOTOS: DEBATE

A finales de julio de 2019, dos individuos entraron en la casa de la periodista Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963) en Cancún. Después de cortar los cables de las cámaras de seguridad, mataron a las perras que protegían la vivienda y se llevaron material que contenía información de su investigación sobre la pederastia en México. No les sirvió de mucho, porque ella se había encargado de tener copias de seguridad en el extranjero, pero fue el momento en el que decidió exiliarse para salvar su vida.

Cacho ya había experimentado en sus carnes —literalmente— las represalias a las que un periodista incómodo para el poder puede sufrir en su país. Hace 17 años, después de la publicación de su libro Los demonios del Edén, en el que destapó una red de pornografía infantil en la que estaban implicados políticos y grandes empresarios mexicanos —entre otros, Kamel Nacif y Jean Succar Kuri—, Cacho fue secuestrada, encarcelada y torturada durante 48 horas. Hoy todavía no se ha hecho justicia.

Desde hace dos años vive en un pequeño apartamento en Madrid y aún no ha conseguido librarse del todo del impulso de mirar hacia atrás para ver si alguien la está siguiendo, aunque poco a poco el sentimiento se va diluyendo. Lo cuenta en Barcelona, una de las paradas de la gira de presentación de su libro Cartas de amor y rebeldía, que acaba de publicar en España la editorial Debate. Es una suerte de biografía elaborada con entradas de sus diarios infantiles y la correspondencia que durante décadas intercambió con familiares, amores y amigos. Las cartas que ella envió y las que recibió esa gente. Algunos estuvieron a punto de tirarlas, pero antes le preguntaron si le interesaban, explica la autora en la introducción. Sin esa decisión, puede que el volumen nunca hubiese existido.

Cacho lleva la escritura en la sangre. Ha publicado 15 libros que se han traducido a diversos idiomas y ha recibido decenas de galardones por su labor, entre ellos el Premio Mundial de la Libertad de Prensa Unesco-Guillermo Cano (2008) y el Nicolás Salmerón de Derechos Humanos (2013). Fue su madre quien le regaló su primer diario en 1975 para que escribiese todo lo que sentía, posiblemente sin saber que ese sería el detonante de la vocación de su hija. A base de un trabajo férreo como periodista, escritora, feminista y activista en favor derechos humanos de niñas, niños y mujeres, se ha convertido en una de las firmas más importantes del panorama internacional. Los graves ataques y las amenazas de muerte que ha recibido no han servido para parar a una mujer de ojos relampagueantes que responde con vehemencia y se enfrenta al futuro con un optimismo cercano a la fe de los creyentes.

- ¿Cómo surgió la idea de este nuevo libro?

- Ya hacía tiempo que mis editores me pedían una biografía y me rehusaba a hacerla. No me gustan las biografías de periodistas, sobre todo de reporteros que han viajado por el mundo, porque hay un guiño al ego, es casi imposible escapar de él. Pero, ahora, con el exilio, llegaron todas estas cartas y documentos personales y, cuando empecé a leerlos, me di cuenta de que eso era lo que tenía que hacer. Le escribí a mi editor, le encantó la idea y ya seguí con ello. Es arqueología periodística pura y dura. Investigar mi propia vida y narrarla de manera que tenga sentido sin reinterpretar nada.

- ¿Cómo se siente el volver al pasado? ¿Cómo fue ese viaje?

- Lloré mucho, pero no por las cosas dramáticas, porque esas ya las tengo muy superadas. Mucha gente me escribe sobre el tema de que mi primo intentó tocarme, pero creo que algo así nos sucede a un 90% de las mujeres en un momento u otro de nuestra juventud, aunque no todas lo contamos. Para mí ese no es un momento traumático sino todo lo contrario, porque mi tía no me creyó, pero mi madre sí y apareció en la madrugada, me recogió y me protegió. Eso para mí fue determinante, y es muy emocionante ver cómo narré con esa emoción, fue como la simiente para lo que después sucedió el resto de mi vida: defender, creer y proteger a las niñas, a las mujeres y a los niños. Hay momentos en los que tienes que tomar una postura sí o sí, no te puedes esconder.

En partes como cuando murió mi abuelo o cuando murió mi madre, ahí lloré a mares, fue todo un viaje emocional. Lo hablé con mi terapeuta española, porque yo me cuestionaba si contar algunas cosas y ella me decía que necesitaba hacerlo. Las feministas hablamos siempre de una parte de nuestras vidas, pero luego no contamos toda esta parte de la belleza del amor, aunque después termine, y es algo que da fortaleza interior. Ahora la gente me escribe cosas preciosas en mensajes de Instagram o de Facebook, como si fuesen cartas, para decirme lo que sintieron al leer, y es muy conmovedor. Mi historia se parece a la de millones de mujeres.

- Llevas dos años en España, ¿cómo es el estar viviendo en otro país por obligación y no por decisión propia?

- Es contradictorio, complejo. Hay momentos en los que me parece lo más bonito del mundo, cuando voy caminando por Madrid, Barcelona, donde sea. Hace unos meses iba por Sevilla, estuve horas y horas sola y me di cuenta de que cada vez miro menos hacia atrás para cuidarme. De pronto soy plenamente consciente de que puedo llegar a un lugar y no tengo que avisar a mi escolta de que me voy a sentar.

Hay momentos en los que me siento un poco desesperada, porque tengo ganas de ir a ver a mi familia. Hablo con mi padre, que es muy mayor, con mis hermanas y hermanos, me pregunto por qué carajo tengo que vivir yo fuera de mi país por haber hecho las cosas bien. Y por otro lado digo: porque es la realidad. Es un debate interno que todavía tardaré en cerrar.

Además, una cosa es reconocer que tienes una buena vida aquí, pero para una persona de cualquier país del Tercer Mundo es muy complicado. Mi economía ha quedado totalmente destruida. Yo todavía sigo viviendo en una dinámica muy hacia Latinoamérica, son los medios que más me buscan y más me pagan, pero claro, me pagan para Latinoamérica. Allí vivía bien, pero ahora es superdifícil mantenerme en España. Solo me puedo imaginar cómo lo están viviendo las personas sirias, africanas y ahora ucranianas que se han tenido que exiliar aquí. Pero bueno, estoy escribiendo guiones, asesorando a guionistas, dando cursos de periodismo… saliendo adelante.

- ¿Cómo es posible que hoy los periodistas sigamos teniendo el peligro de que nos maten, nos torturen o nos secuestren? Después de tantos años en los que se supone que tendríamos que haber ido a mejor, parece que nos hemos quedado estancados.

- Creo que ahora hacemos mejor periodismo que hace 20 años, y con esto me refiero a ser contrapoder. Hagas lo que hagas, aunque estés en la sección de cultura, tienes que ser contrapoder y analizarlo todo desde esa perspectiva. En esa medida, el periodismo ha crecido, se ha preparado mejor. Y la política ha decrecido, se ha empobrecido intelectualmente; todos los partidos políticos se han convertido en grandes corporaciones llenas de dogma y de una suerte de imbecilidad compartida. Eso hace que nuestro trabajo tenga mucho más impacto y que ellos estén cada vez más enojados. Es un poco como la reacción del machismo frente al movimiento de las mujeres. Pero estos señores y señoras necesitan que les digamos lo que están haciendo y ponerles en la cara la verdad.

- Ejercer un periodismo y un activismo como el tuyo ¿es el doble de difícil siendo mujer?

- Sí, siempre. Justamente hoy estaba haciendo unas llamadas por una investigación sobre Ucrania y Polonia y, es muy fuerte, porque estaba hablando con mis amigos hombres y me preguntaban cómo iba a ir, quién me iba a proteger. Me contaron cómo los medios les están mandando a ellos, cuánto les pagan, y hay diferencia. Yo tengo muchos libros publicados y en todos los medios me pagan menos que a ellos.

Y, como activista, el riesgo en muchos casos es doble, porque la discriminación de género está ahí. Decir que no existe es una locura. Siguen intentando disfrazarnos de hombres y de señoros para tratarnos como iguales. Ahora estaba leyendo el libro El último hombre blanco [de Nuria Labari] y con algunos fragmentos me entusiasmaba, porque es exactamente lo que cuenta. 

- Con todo lo que ha avanzado el feminismo en los últimos años, de pronto pasan cosas como la derogación del derecho al aborto en los Estados Unidos. Como decía Jia Tolentino en The New Yorker, no es que vayamos hacia atrás, sino que vamos a algo mucho peor. ¿Esta gran reacción conseguirá hacer que las mujeres perdamos los derechos que hemos ganado?

- No, creo que hemos conseguido muchísimo y que no nos lo van a arrebatar tan fácilmente. La lección que nos dejó la determinación de la Corte de los Estados Unidos es lo que ya otras feministas como Gloria Steinem estaban diciendo desde hace tiempo: hay que revisar a quién se está poniendo en el Tribunal Supremo. A quiénes se elige, quién los elige, cómo los elige y cómo desde la presidencia están cambiando las reglas del juego para que esa selección tenga una carga dogmática brutal. Y muy pocas mostraron atención.

- En una entrada del libro, fechada en 1990, hablas del síndrome de la impostora que sentías. Supongo que, después de años de logros, te habrás librado de él. En The New York Times te nombraron “la rockstar del periodismo mexicano”.

- No, no, eso ya lo superé por fortuna. Tengo una amiga que se ríe mucho y me dice que dé cursos de autoayuda para feministas. Los noventa fueron hace mucho tiempo, y también tenía que ver con el contexto laboral en el que estaba, que todo el rato hacía que me cuestionase. Durante mucho tiempo no me sentía escritora, decía que era reportera. Y soy reportera y me encanta serlo, pero, cuando me empezaron a presentar en otros países como Australia, Indonesia, Polonia, como “la gran escritora y periodista defensora de los derechos humanos”, yo sentía un poco de pudor por lo de escritora, hasta que de pronto dije “soy escritora ¿cómo no?”.

- Hay una parte muy interesante en tu libro donde tratas el tema de la muerte y cómo, cuando llega el momento, les dices a tus familiares que está bien si se quieren dejar ir. ¿Llegaste a decírtelo a ti misma cuando estabas viviendo toda la violencia de las torturas?

- Por supuesto. Hubo varios momentos en los que en esas horas de tortura, e incluso cuando ya terminó y me llevaron a la cárcel y me volvieron a meter en la jaula esa, pensaba que por qué no me mataban, hubiese sido mucho más fácil todo. Pensaba que hay momentos en los que la muerte es lo mejor que te puede pasar. Tanto si estás enfermo terminal o en esas condiciones de tortura o de guerra. Creo que hay un discurso muy moralino alrededor de nuestro derecho a morir. No estoy reivindicando el suicidio, evidentemente, pero creo que no tratamos bien el tema.

- Con todo lo que has visto y has vivido ¿Eres optimista con respecto al futuro? ¿Se conseguirá acabar con la corrupción, se impondrán los derechos humanos?

- Soy verdaderamente optimista. Creo que todos los políticos y las políticas y los jueces y juezas que están intentando erradicar los derechos humanos son tan imbéciles, transitando de partidos políticos a crear grandes corporaciones de su propio dogma, que van a morir por imbecilidad. Y nosotros estamos ahí para documentar lo que están haciendo desde un lugar que no sea la rabia, sino el análisis sociocrítico. Y creo que lo hacemos muy bien.

- ¿Te ves volviendo a México a corto o medio plazo?

- No, no se puede. No solo estamos a punto de lograr la sentencia del exgobernador vinculado a las redes de trata, sino que también tenemos a otros prófugos contra los que también he testificado y seguiré testificando que poseen una gran sed de venganza. Lo que yo he hecho con ellos a nivel periodístico y de derechos humanos nadie lo había hecho y se creen intocables. Pisar México significaría la muerte y es una tontería.

- ¿No has llegado a pensar en algún momento en dejarlo todo y poder vivir tranquila?

- Claro, hay momentos en los que lo he pensado, pero ya sé que es una tontería. Se me pasa en menos de 24 horas. De hecho, estuve saliendo con un español muy simpático con el que todo estaba bien y me decía: “ya lo lograste todo, ahora a vivir y a dejarte cuidar”. Como opción es superchula, pero cuando vio que seguía con mi trabajo, investigando y planificando viajes, tuve que decirle que yo no había prometido nada. También he pensado qué chulo sería vivir en Bali, pero no me he ido a vivir allí. La conclusión es que ese galán ya no está en mi vida y yo sigo haciendo periodismo.

Periodista. Especializada en información cultural, colabora en medios como elDiario.es, El Periódico de España y SModa.