Jazmín Beirak: “La cultura no es solo un acto de consumo”

La historiadora de arte y política española defiende una ‘Cultura ingobernable’, que impregne todos los ámbitos de nuestra vida.

La historiadora de arte y política española Jazmín Beirak, autora de 'Cultura ingobernable'. ASIS AYERBE
La historiadora de arte y política española Jazmín Beirak, autora de 'Cultura ingobernable'. ASIS AYERBE

Escoger una serie en la plataforma de streaming de turno. Abrir las páginas del libro que reposa en la mesilla de noche. Escuchar aquel disco que evoca tiempos pasados quizá más felices o solo más jóvenes. Pasar tiempo delante de ese cuadro tan famoso que cuelga de la pared de un museo de renombre. Todas esas acciones están relacionadas con la cultura, la persona que las realiza se hace más culta gracias a ellas. Pero ¿y si la cultura es algo más? Algo que no se puede ceñir a una interpretación que la relaciona solo con su consumo y que es transversal a todos los ámbitos de la vida cotidiana. No es un planteamiento sencillo, pero Jazmín Beirak ha escrito el ensayo Cultura ingobernable (Ariel, 2022) para explicarlo.

La autora conoce bien los entramados del tema que trata en su libro. Es historiadora de arte, política, investigadora en políticas culturales y gestora cultural. Además, ha trabajado en el Museo de la Biblioteca Nacional de España y no es la primera vez que escribe política cultural porque su firma ya ha aparecido en diversos medios. Para completar este currículum, ya de por sí abultado, hay que añadir que actualmente ocupa el puesto de responsable de cultura del partido Más Madrid y es diputada portavoz de cultura en la Asamblea de Madrid desde 2015. Su trayectoria le ha permitido observar de cerca las iniciativas políticas que se han aplicado hasta ahora y su cargo la obliga ahora a pensar qué cambios se necesitan en este ámbito.

“Hay que hacer políticas públicas que tengan como principal objetivo la reconexión, que busquen que la cultura se multiplique, que esté en todos los espacios de nuestra vida cotidiana y que tengamos las condiciones materiales para que todas las personas tengan acceso a ella”, dice por teléfono a COOLT. Beirak (Madrid, 1978) habla rápido y sus respuestas son precisas, tiene bien interiorizado el contenido de su libro y se ciñe a él, no hay divagaciones. Al fin y al cabo, se dedica a la política y se sabe los trucos. Un entrevistador que quisiera pillarla en un renuncio no lo tendría fácil.

La intención de esta charla no era esa, sino facilitar la comprensión de los planteamientos que expone en su libro. Pero siempre es tentador utilizar la pregunta trampa, la que deja con la mente en blanco a cualquiera. Los gabinetes de comunicación de los grandes mandatarios o de los famosos que necesitan el favor del público trabajan siempre con ardor para encontrar la respuesta correcta a la ‘estrella ninja de las entrevistas’: ¿cuál es su película preferida?

- Su libro arranca con una cita contundente: “Explicadme, por favor, lo del reguetón y Bad Bunny”, de James Rhodes. ¿Por qué la escogió? ¿Es una declaración de intenciones?

- La frase resume muy bien esa idea que desarrollo en el libro de que la cultura es totalmente diversa y que, por eso mismo, es inabarcable. Pero en relación con lo que luego desarrollo, es un poco irónica. Hay gente que al leerla puede pensar que yo estoy defendiendo que Bad Bunny no es cultura, y es todo lo contrario.

Lo que planteo en la primera parte del ensayo es que la cultura es algo que construimos permanentemente, que su forma no está prefijada. Muchas veces los expertos y las expertas intentan encorsetar la idea de cultura y precisamente lo que las políticas públicas tienen que intentar es que esté totalmente abierta. Al final, la cultura es lo que hacemos las personas para expresarnos, para comunicarnos, para relacionarnos y cuando le ponemos nombre, ya estará caduco, porque está en permanente mutación.

- Este libro supone una apuesta por “las políticas culturales públicas capaces de hacerse cargo de que las experiencias prácticas y fenómenos de la cultura estén vivos, en movimiento y en perpetua redefinición”. ¿Cuáles o cómo son esas políticas culturales?

- El libro parte de una constatación de que existe una falta de relevancia social de la cultura, hay una sensación de ajenidad respecto a ella. Y esto, a mi juicio, es un problema porque en su campo se producen muchos procesos que generan la capacidad de construir comunidad, de estar vinculados a los demás. Esto es fundamental para mejorar la vida.

Yo planteo la necesidad de cambiar la óptica con la que miramos la cultura, que gira en torno a dos conceptos. Por un lado, estaría la idea ilustrada de que es algo que nos eleva, que nos instruye, que nos hace mejores personas en términos morales. Esto la aleja de la vida cotidiana e incluso la coloca en un lugar para especialistas. Y por otro, está la idea de cultura como objeto de consumo restringido al ocio y al entretenimiento, que la deja en un lugar bastante secundario de la vida.

En el libro se desarrollan unas estrategias concretas que tienen que ver con los derechos culturales, con hacerla transversal y vincularla a otros ámbitos como puede ser sanidad, educación o medio ambiente y con una serie de estrategias como la participación, por ejemplo.

- Hasta este momento ¿se ha hecho algo bien en el campo de las políticas culturales?

- Las cosas que se hacen nunca están del todo mal ni todo bien. La política cultural surge en los años cincuenta del siglo XX y está totalmente relacionada con el paradigma político de ese momento que es el Estado de bienestar, así que las políticas públicas se configuran como prestadoras de servicios. En ese sentido, ha habido muchísimas cosas positivas. Lo que somos tiene que ver con lo que hemos sido, no se puede invalidar toda una historia, pero ya no estamos en ese momento. Ahora el papel de las instituciones no tiene tanto que ser el de proveer una oferta cultural, unos servicios y unos bienes, sino más bien generar las condiciones para que seamos las personas las que participemos, las que creemos y las que disfrutemos de la cultura.

- Entonces, según este planteamiento, una medida como el bono cultural para los jóvenes ¿podría incluir la compra de un instrumento musical o espráis para hacer grafitis? Es decir, que fuese también una ayuda para crear además de consumir.

- Justo eso me parece que es uno de los puntos ciegos del bono cultural. Creo que es una medida que quiere incentivar la parte de la demanda, que es algo que no se suele hacer en las políticas públicas y que por eso está bien, pero es verdad que quedan dos cosas fuera de ese bono. Una es entender la cultura no solo como un acto de consumo. Ahí entraría la posibilidad de comprarte un instrumento o apuntarte a una clase de música, cosas que te permitan tener otra posición en relación con la cultura que no sea únicamente el consumo. Y otra es que el acceso a la cultura también tiene que ver con el hábito, que evidentemente está relacionado con lo económico. Para que el bono incida realmente en las desigualdades que existen en torno a la participación cultural, tendría que ir acompañado de medidas que permitan redistribuir el capital cultural y que los códigos, las referencias, el interés y la inquietud por la cultura no dependan de haber nacido en determinados contextos que ya te los facilitan.

Portada del libro 'Cultura ingobernable', de Jazmín Beirak. ARIEL

- En el libro expone que la gente se moviliza para reclamar una sanidad pública de calidad o en contra de la violencia machista, por ejemplo, y no sale para reclamar sus derechos culturales. ¿A qué se debe?

- Primero, no se sale a reclamar derechos culturales porque no se sabe muy bien qué son ni si se han ejercido alguna vez. Y segundo, porque las políticas públicas han estado principalmente dirigidas al sector, así que una persona tiene la percepción inmediata de que las ayudas no están relacionadas con su propia capacidad de participar en la cultura.

Con nuevas políticas públicas debemos conseguir reconectar la cultura con la vida cotidiana y recuperar ese carácter compartido que tiene. Y también consolidar unos derechos culturales que las personas sientan como algo propio y que los reclamen si los ven vulnerados.

- Las acciones que se están realizando últimamente de atacar obras de arte muy reconocidas están un poco relacionadas con ese sentimiento de la cultura como algo ajeno. El discurso del movimiento ecologista que las está llevando a cabo denuncia que se destinan más esfuerzos a mantener una pintura que al medioambiente.

-  Las acciones en los museos están sirviendo para amplificar el debate y la situación de emergencia. De momento se está teniendo precaución en no dañar las obras de arte; si eso dejase de suceder, la legitimidad probablemente se vería afectada. Lo que pasa es que la cultura no es algo que se contraponga a hacernos cargo de los retos del cambio climático, todo lo contrario. Desde la cultura es desde donde podemos construir otras ideas de futuro, y también desde donde podemos articular los vínculos comunitarios y los lazos sociales que necesitamos para hacernos cargo de eso.

Otra cosa es que exista una reflexión sobre la institución museo, sobre la idea de cómo los museos sacralizan el arte y la cultura y que, al final, una acción que pretende ser disruptiva interrumpa ese orden sagrado de los museos. Aunque yo también pienso que podría haberse hecho en un museo como en cualquier otro sitio. Se ha hecho ahí porque es más llamativo, no tanto porque haya una reflexión de fondo sobre esa figura de los museos. En todo caso, para mí lo importante es que quizás habría que pensar en las alianzas que podría tener el campo de la cultura con estos retos que, evidentemente, son muy urgentes.

- Su ensayo toca el tema de las guerras culturales, que tan en boga están últimamente. En su libro dice que la batalla cultural tendría más que ver con generar las condiciones para que sean las personas las que puedan librarlas. ¿Cuáles serían? Porque si se generan desde la política, el Gobierno de turno es el que decide, y al final la batalla la ganará quien esté en el poder.

- Yo lo que quería decir con que es la sociedad quien debe librar la batalla es que, cuando se está en la posición de gobernar y de hacer políticas culturales, muchas veces se piensa que las batallas culturales se ganan interviniendo en los contenidos y en las representaciones. Es decir: si yo hago una película sobre X tema afín a mis presupuestos ideológicos estaré transformando la sociedad. A mí esa me parece una estrategia muy poco efectiva y con las patas muy cortas porque, al final, ese discurso te lo compra quien ya está de tu lado y en cuanto dejes de gobernar, lo sustituirán nuevas representaciones.

Hay que establecer marcos legales para que pueda existir todo un tejido asociativo, cultural, ciudadano, vecinal que esté activo y derivar recursos hacia él. Esto es complejo porque no es de derechas ni de izquierdas solo, ni tiene que serlo. En todo caso, la batalla no se dará desde las instituciones, que creo que tienen muy poca capacidad para ello, sino desde el conjunto de la ciudadanía que vaya decidiendo colectivamente cuáles son los principios que tienen que ordenar una convivencia común.

- Dice en Cultura ingobernable que para indagar en la forma de ser de una persona que se dedica a la política algunas preguntan que le hacen sobre su intimidad tienen que ver con la cultura. Así que, ya que es una persona que se dedica a la política, ¿cuál es su película preferida?

- [Risa] Las preguntas ‘preferido’ me resultan muy difíciles porque me gustan muchas cosas y me niego a tener que elegir. Pero algunas películas que para mí hayan sido importantes son La caza, de Thomas Vinterberg, o The Rocky Horror Picture Show, de Jim Sharman.

- ¿Y el último libro que se ha leído?

- Espera, que tengo que ir a buscarlo [risa]. Me estoy empezando a leer uno, pero todavía no lo he terminado que es Llego con tres heridas, de Victoria Gil.

- ¿Último concierto al que asistió?

- [Hace memoria] Fue en el Conde Duque de Madrid y eran Tarta Relena, Cocanha y Los Sara Fontán. En el libro digo que se hacen estas preguntas porque se pretende descubrir la identidad de alguien cuando a lo mejor es casual que yo haya ido a este concierto y no a uno de Rigoberta Bandini. Al final hay cierta parte de casualidad y por eso los equipos de comunicación se encargan de equilibrar todos los referentes para que parezca una persona completa.

Periodista. Especializada en información cultural, colabora en medios como elDiario.es, El Periódico de España y SModa.

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