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Gabriela Escobar Dobrzalovski, literatura contra la normalidad

En ‘Si las cosas fuesen como son’, la escritora uruguaya retrata a una familia disfuncional y demuestra que “lo terrible puede ser gracioso”.

La escritora uruguaya Gabriela Escobar Dobrzalovski. HÉCTOR PIASTRI

Gabriela Escobar Dobrzalovski (Montevideo, 1990) es una de las voces más prometedoras de la literatura uruguaya actual gracias a su novela Si las cosas fuesen como son, con la que ganó en 2021 el Premio Juan Carlos Onetti de Narrativa y que fue editada en primera instancia (con todo el título en minúsculas) en su país por Criatura Editora, así como en Chile por la editorial Overol (ya con el título en mayúsculas, como en la reciente edición española, a cargo de H&O Editores).

Si las cosas fuesen como son es un texto breve, fragmentado, intenso, preñado de potentes imágenes y duras reflexiones. Es una novela que mezcla miedos con deseos, que se traba en los cruces entre la tiranía de la sangre y la fantasía de la imaginación para contarnos la historia de una familia disfuncional, pero, por sobre todo, las incómodas relaciones entre una madre y una hija que se detestan pero que se atraen como polos magnéticos.

La protagonista del libro, después de una ruptura amorosa con su novia, vuelve a la casa familiar, en la costa uruguaya, tras 10 años de vida independiente. Confrontada de nuevo con su pasado, la narradora reflexiona sobre si la tragedia nos precede, sobre si se puede hacer algo contra ella. Reclama su soledad y su voluntad de autosabotaje y, por encima de todo, se cuestiona sobre qué es la normalidad, qué significa ser, al fin, normal (si acaso tal cosa fuese posible). Además, por primera vez, habrá de confrontar la debilidad de su madre, tras toda una vida vivida bajo el yugo de esta; lo que, inevitablemente, le llevará a sentir una culpa lejana, ancestral.

Conversamos con la autora vía correo electrónico.

- Tomando en cuenta tu pasado y experiencia como poeta quería preguntarte qué dificultades encontraste con esta, tu primera novela.

- Mis primeras publicaciones fueron antologías colectivas de poesía, fue algo circunstancial, se dio así. Lo que publiqué primero no es lo primero que escribí, ni lo que más he escrito, empecé escribiendo narrativa y letras de canciones.

Esta es la primera novela que escribo, no dije: “Voy a escribir una novela”. Fui escribiendo y empezando a pensarla como novela durante el proceso de escritura. Las dificultades, o más bien las zonas que me tuvieron dando vueltas, tuvieron que ver con el montaje de los fragmentos. Una vez una editora me dijo: “A la gente le gusta que los escritores sepan —o hagan como que saben— por qué hacen lo que hacen”. En este caso hice sin saber, y en la marcha y en la edición tuve que observar qué había hecho, qué estaba escribiendo, y tomar decisiones. Lo que quedó afuera tiene la misma extensión que el libro entero.

- Las 70 secciones en las que se divide el libro revelan una tremenda imaginación escénica, casi como si fueran minipiezas dramáticas que se van adicionando hasta construir una suerte de escenario cargado de capas. ¿Cómo planteaste la estructura? ¿La tuviste clara desde un inicio o se fue desarrollando durante la escritura?

- Me gusta esto que decís de las capas. Algunas capas se tapan mutuamente generando opacidad y otras componen sentido en la unión. En algún momento del texto, la narradora dice: “Escribo la historia en fragmentos porque así me la contaron”. La estructura fue surgiendo en la escritura, tiene que ver con hacer que la forma de contar algo dialogue con aquello que es contado, dejar que la estructura afecte a la historia y viceversa.

- Hay un uso muy inteligente del humor y la ironía que sirve para distender el trágico destino de esta familia condenada a sentirse apagada. Me gustaría que nos hablaras de ello.

- Hay quienes leyeron el libro y me cuentan que se rieron mucho; otros, que les resultó muy triste. Me gusta que pase eso. Supongo que, según la distancia, la crueldad puede ser ridícula, lo terrible puede ser gracioso, el horror puede generar goce, la ridiculez puede ser bellísima, y así.

- Uno de los asuntos centrales del libro es la normalidad: qué es ser normal y acaso para qué sirve —si es que sirve para algo— el hecho de ser normal. Pero, al mismo tiempo, otro tema es la anormalidad, lo que se mueve en los márgenes, lo torcido, la mirada oblicua que obliga a la realidad, de alguna forma, a repensarse. ¿Cómo manejaste esta estrategia?

- En Uruguay hay una playa desierta por la que caminé muchas veces, son dos horas de arena y mar sin cruzar casas ni gente. Lo que sí te cruzás son objetos —botas de taco alto, aparatos electrónicos de los noventa, pedazos plásticos de colores—. Un amigo colecciona estas cosas, tiene muchísimos objetos que vienen de países remotos, con marcas escritas en ruso, japonés, inglés. Es eso: todo lo que se tira llega a otro lado. Sean personas u objetos. Marginar o desaparecer algo o a alguien nunca es eliminarlo. Esa fluctuación, el vínculo entre la periferia y el centro, sea de un territorio, de la definición de salud, de un árbol genealógico, o de la idea de identidad propia, el movimiento de las cosas, como siguen estando sin estar, sus trayectos, sus huellas, el fantasma, a veces más sólido que su real, me obsesiona.

- “Mis miedos se parecen mucho a mis deseos”, podemos leer en la novela. Y esto tiene que ver con la falta de amor en la familia protagonista, que, empero, no quita el hecho de que se sientan apegados por una suerte de fuerza ancestral, centrífuga, que los mantiene indefectiblemente unidos. Querría preguntarte sobre esta particular versión del amor que se maneja aquí.

- Esa fuerza no es mística, es la fuerza que se genera cuando el dolor o la vergüenza se vuelven silencio. El imán de lo amorfo, lo que quiere dejarse de lado y, en el gesto de alejarlo, te lo acercás a la cara. El amor es otra cosa.

- Es muy llamativa esta frase: “A veces, la mejor manera de irse es quedarse quieta”. La novela es una sucesión de tentativas de huidas y autosabotajes, y así se siente de fondo una suerte de condena, como que no podemos escapar de nuestra familia.

- No pensaría en la familia como algo a lo que escapar. Pienso en matices, complejidades, algo que no puede resolverse simplemente en lo binario de quedarse o irse. Enlentecer la huida, detenerse a mirar, en esa quietud quizás haya algo más potente que salir corriendo. Pero no estoy hablando de desplazamientos en el espacio.

- En la línea de lo anterior, querría preguntarte sobre la intención íntima de la narradora de autoexcluirse de todo, de la vida, de la sociedad. Algo que podría entenderse como una consecuencia de la ruptura amorosa con Julia, pero también con unos deliberados malos modales y una animalidad rampante de la que no se quiere (o no se puede) escapar.

- Cuando era adolescente y caminaba de noche por la ciudad, con mis amigas teníamos un juego de salvación que era fingir tener alguna discapacidad si algún hombre se acercaba y nos daba miedo. Un juego ingenuo que nos hacía sentir seguras. Hace poco lo comenté con amigas que crecieron en otras ciudades y me contaron que hacían lo mismo, o parecido. Supongo que la narradora tiene gestos o acciones para evitar incluirse en lugares donde opera una violencia mayor que la de un “mal modal”.

- Hay en Si las cosas fuesen como son —y que ya parte del propio subjuntivo del título— una tensión constante entre lo dicho y lo no dicho, la mudez y la palabra, la historia y el silencio; y que se ejemplifica en la siguiente frase: “Las historias se cuentan por los ojos porque son mudas”. Una suerte de negociación perenne entre ambas. Ello, además, trae un corolario: la sospecha. ¿Qué piensas de eso?

- Pienso en la infancia: cuando el mundo adulto no se anima a hablar claramente al niño, y el niño inventa, imagina. Lo dicho es más simple que lo imaginado.

- En la línea de lo que expresa Sabina Urraca en el prólogo de la edición española, la idea de que resbalamos hacia lo que somos se halla en esta frase “Todo lo que está vivo empieza a ser mucho tiempo antes de existir”. No en vano, la narradora trae recuerdos de casi antes de nacer. Querría que me hablaras sobre este ser antes de haber sido, que, de alguna forma, marcaría fatalmente nuestro destino.  

- Comprendo tu lectura. A mis oídos la frase de Sabina y la que citaste de la novela no son contiguas. Cuando leo o escribo “todo lo que está vivo empieza a ser antes de existir” no pienso en destino ni en fatalidad. Pienso en otras cosas, por ejemplo, en aquello que los sentidos no alcanzan a percibir, que hace que a veces algo aparezca visible o audible de pronto, cuando en realidad ya estaba sonando desde hace rato. Es también una pregunta por los inicios, por la individuación, por el proceso en que algo toma forma, por el matiz infinito, por la paradoja. ¿Qué es un inicio?  ¿Cómo es ser sin existir y cómo es existir sin ser?

En relación a la frase de Sabina, en mi lectura, quizás resbalar hacia lo que somos no sea una fatalidad ni sea ir hacia algo que está predestinado. Ese deslizarse también es lo que somos, aunque exista la fantasía de agarrarse con estacas para evitar el movimiento.

- Una lectura posible que se deriva de la novela es que el padre se trae en la sangre y la madre, en la imaginación; y así funcionarían las herencias paterna y materna, ¿estás de acuerdo?

- No sé si padre y madre son algo a priori y generalizable, desprendido de cada padre y madre singular. No podría decir que la madre no está en la sangre, por ejemplo.

Periodista cultural. Colaborador de medios como The Objective, Letras Libres, Frontera Digital, Revista Mercurio, Mondo Sonoro y Revista El Duende. Autor del libro de relatos Fin de fiestas (2014).