Bajo la careta histriónica del gran columnista español del fin de siglo XX se ocultaba un hombre extremadamente sensible, atormentado por dolorosas grietas en la vida familiar. Primero fue la ausencia del padre, después la pérdida del hijo. Francisco Umbral quedó emparedado entre dos ausencias, cada una más terrible que la otra. En la que quizá sea su obra cumbre nos descubrió su dolor hecho literatura.
Paco era un chico de Valladolid, amante de las letras, bien leído y con ansias de escribidor. Tuvo la suerte de aterrizar en un periódico, El Norte de Castilla, dirigido por Miguel Delibes y con compañeros de mesa tan guerreros como Manu Leguineche. El periodismo, también conocido como literatura a velocidad de crucero, le daría a Umbral oficio y reconocimiento, con un éxito descomunal para un gacetillero con firma. Unidos por el empeño de un periodismo de escritura, Delibes, Leguineche y Umbral formaron un triángulo muy escaleno. Tres lados muy distintos como indica la geometría, aunque un solo empeño: la calidad.
Delibes se entregó a la novela de ambiente rural y corte clásico, dirigiendo el periódico con una estricta atención a los hechos, una valiente defensa de la democracia y del respeto a los demás. Unos valores que le valieron la llamada del todavía non nato El País para dirigirlo; y lo rechazó. Leguineche se embarcaría en un periodismo de guerras y viajes. Ese del “camino más corto”, que es el que da la vuelta al mundo para conseguir conocerte a ti mismo. Fue un cronista voraz, fechando crónicas en los lugares más insólitos y peligrosos, para acabar en la paz de la castellana Brihuega como padre prolífico de la tribu de corresponsales y de tantos libros como crisis mundiales.

Aunque los tres amaban la literatura, Umbral fue el más literato. No le faltó ni la pose ni el verbo. Se convirtió en centro de tertulias y parecía más un gran actor del método clásico o un dandi fuera de sitio, que un mero gacetillero. Los tres elevaron el periodismo a un pedestal de reconocimiento pocas veces logrado, aunque en verdad la Transición fue un terreno fértil para que la escritura de periódico tuviese la aureola de estar haciendo historia y ser reconocida.
Umbral, novelas aparte, fue el mayor de los articulistas. Su prosa que bebía tanto de la elegancia como de dar estopa terminó siendo única. Podías reconocer sin su firma un texto de Umbral. Eso lo dice todo. Le leías y el artículo se te convertía en poema. Era de un lirismo atronador y de una contundencia política que ni un editorial podía alcanzar. Umbral convertido en oráculo. También rozó la extravagancia y llegó a ser incómodo, por lo que terminó trasladando sus trastos de un periódico a otro. La España democrática ya admitía matices y el chico provinciano con matrícula de honor capitalina se hizo muy suyo. Se convirtió en género periodístico. Subió tan alto el listón de la columna que nadie ha podido sustituirlo.
Si hubo un mago de las palabras en la prensa española de fin del siglo ese fue Paco Umbral. En el cuadrilátero del artículo atizaba con un látigo semántico enhebrado de palabras certeras, conceptos imprevisibles y vocablos creados por él mismo. Describía como nadie esa nueva España que nacía sobre la ceniza estéril del prolongado franquismo. Aupado en su columna, célebre e influyente, lo abarcaba todo. Con su profunda mirada de gafa gruesa y su voz de gallo altivo describía al punto la vida de un tiempo dinámico e imprevisible.
Quizá solo le faltaba a su gran despliegue de hechos y opiniones descubrir su yo más íntimo. Eso lo guardaba para la tapa dura, para los libros; para el más íntimo de los tantos libros paridos, el que almacenaba más dolor en el texto y en la intención. El libro donde se abría en canal. Cada palabra, una lágrima. Mortal y rosa.

Al escritor en la cumbre de la gloria, coronado por el Cervantes, pero herido por la ausencia del padre, se le abrió un boquete aun mayor en el hígado y en el alma por la muerte de su único hijo. Pincho. Ha pasado medio siglo de aquella herida hecha memoria. No queda Umbral, no queda Pincho. Solo María España, madre desolada, luego viuda atada a una foto en blanco y negro que revela la memoria de un episodio que marcaría para siempre al padre y a la madre.
Siempre detrás de la cámara, María está ahora en foco. Protagoniza la película Mortal y rosa, en la que dos actores naturales dan vida a Paco y Pincho. Los retrata Sonia Tercero que ha condensado en un guion serio, respetoso y lleno de emoción la tragedia escrita por Umbral para guardar celosa memoria de la pérdida del amor más amado.
Fiel al libro, la película cuenta, con la precisión de un corte de bisturí, la herida íntima, el amor y el dolor, que llegan a nuestros ojos y que golpean en las tripas y en el corazón. Un blanco y negro apropiado da la justa densidad a las memorias. El niño que juega. El padre que le acuna con palabras. El niño que sueña y el padre que le alienta. Es tal la belleza que destilan las imágenes recobradas del tiempo de la felicidad, que cuando llega sin aviso la guadaña inapelable que corta vida y sueños, la razón no da crédito y el corazón se encoje. Mantiene el pulso narrativo y la expectativa, hasta que todo deviene en una emoción incontenible.

La cuidada fotografía de Ignacio Giménez Rico realza las actuaciones de dos actores naturales, también padre e hijo en la vida real, que con naturalidad dan vida a los momentos más dulces y también los más trágicos de esta historia revivida. El contrapunto documental lo pone la viuda de Umbral, María España, que empuña de nuevo la cámara, para hacer un guiño a la memoria capturada, y rememora aquel tiempo de angustia, zozobra, desasosiego y finalmente de pérdida, que dejaría exhausta y vacía a la pareja. Ella siempre detrás del escritor sin fin, del hombre de letras con éxito, del autor que reventaba las palabras, del hombre que radiografió la movida y otras hierbas, del columnista amado y temido estaba el hombre, sin duda atormentado por las heridas del destino.
No, no era este el Umbral del “he venido a hablar de mi libro”. Es el Umbral del libro más sentimental, más hondo, más real de toda su prolífica obra. El chico de El Norte de Castilla, el articulista de la agencia Colpisa de Leguineche, el de las míticas columnas propias- Diario de un snob, Spleen en Madrid – en El País, Diario16 y en El Mundo, el Umbral inabarcable resulta que tenía un corazón helado. Primero por el abandono paterno, después por la pérdida filial. Ahora, cincuenta años después, vemos a hombre de la gafa de pasta y la roja bufanda perenne en su verdadera dimensión.
Había triunfado Umbral en casi todo. Una tenacidad implacable le acompaño en su misión de ser escritor sin límites. Rey sin corona en la tertulia del Gijón, apadrinado por el Nobel Camilo José Cela casi llegó a la Academia. Su periodismo era único y sus libros siempre un éxito. Su verbo fluido, creativo, incontenible era cautivador. Hay mucho de memoria viva en toda su obra, que constituye un verdadero fresco de la España de su época. Días felices en Arguelles es emblemático en este sentido. Y le siguieron Trilogía de Madrid, La década roja, La noche que llegué al café Gijón, Memorias de un niño de derechas, … También El Giocondo, Los placeres y los días, Lorca poeta maldito y un largo, muy largo etcétera de un prolífico Umbral que escribía tanto como respiraba.
Escondía con celo ese joven de Valladolid llamado realmente Francisco de Jerónimo Alejandro Pérez Martínez y conocido por siempre como Paco Umbral el ser fruto de un amor oculto, de la relación extramatrimonial de Alejandro Urrutia con Ana María Martínez Pérez, que durante un tiempo fue su secretaria. Sin duda la situación forjó el carácter del hombre y del escritor. Lo que dejó claro en vida es que su amor por su esposa y por su hijo no tuvo límites. Herido por la pérdida, quizá le hizo crecer en su histrionismo para defender más esa intimidad doblemente herida. La cura a los males de amores perdidos la encontraba en el crisol de las palabras. Ver ese amor y ese dolor hechos cine nos produce un temblor adicional al pensar en Umbral, tan serio, tan distante, pero en el fondo tan doblemente herido.
Al fin le darían el Cervantes, que no hay mejor galardón cuando has contribuido a las letras hispanas con rigor y originalidad. Y quizá un mínimo consuelo ante el dolor oculto. Ahora contemplamos en la película Mortal y rosa que era un padre sensible, un hombre corriente desvivido por el hijo, un alma en pena por la pérdida irreparable. Aquel Umbral de brillante vida pública también escondía el hombre herido por las espinas de la inmortalidad.

Mortal y rosa. El cortometraje.
SINOPSIS: El escritor Francisco Umbral recibe durante la escritura de su libro Mortal y rosa, la trágica noticia de que su hijo de cinco años ha sido diagnosticado de leucemia. A partir de ese momento la narración en su obra casi onírica transita entre la ficción y la realidad en un vano intento de devolver la vida a ese niño.
Directora y guionista: Sonia Tercero Ramiro
Director de Fotografía: Ignacio Giménez-Rico
Ficha artística:
- España Suárez, viuda de Francisco Umbral
- Gael Alcántara como "Pincho" Umbral
- Carlos Alcántara como Francisco Umbral