Libros

Daniel Divinsky, piloto de tormentas

El hombre que publicó ‘Mafalda’ repasa su trayectoria al frente de Ediciones de la Flor: “Quino lo sostuvo todo”.

El editor argentino Daniel Divinsky, cofundador de Ediciones De la Flor, en su casa de Buenos Aires. EDUARDO HOJMAN

El mundo de la edición tiene a una de sus figuras más legendarias en Daniel Divinsky, socio fundador de Ediciones de la Flor. Conocido internacionalmente por publicar Mafalda y la obra de Quino, este sello argentino fue también célebre por autores como Rodolfo Walsh, la novela Los pichiciegos de Fogwill y, especialmente, por convertirse en la editorial del humor en América Latina, con colecciones de grandes dibujantes como Rep, Sendra y Caloi.

Obligado por la fuerza de las circunstancias a ser piloto de tormentas, Divinsky (Buenos Aires, 1942) consiguió mantener la independencia del proyecto y sobrevivir a dictaduras varias, inflaciones endémicas y un mundo editorial cada vez más en manos de grandes grupos multinacionales. En 2015 anunció sorpresivamente su salida de De la Flor como colofón a una melodramática historia de incompatibilidades laborales y sentimentales con Kuki Miller, su exsocia y exesposa. Ahora, recién cumplidos los 80 años, sigue activo al frente de un programa de radio y comentando libros en la prensa gráfica.

El apartamento de Divinsky, en la duodécima planta de un edificio delante del antiguo recinto del zoológico de Buenos Aires, tiene quizá una de las mejores vistas de la ciudad. La sala principal —repleta de libros, como casi toda la vivienda— está inundada por un intenso sol otoñal contra el que se recortan los edificios altos de la zona de Palermo. “Me mudé a esta casa por el balcón”, dice. “El departamento vino por añadidura”. Detrás del antiguo zoológico se adivina el predio de la Sociedad Rural, donde en ese mismo momento se celebra la Feria del Libro. A la derecha se extienden los bosques de Palermo y la expansión color marrón del Río de la Plata.

Divinsky contesta las preguntas de COOLT con una colorida camisa (“para la foto”), su perenne buen humor y una calidez a toda prueba. 

- Antes de pasar a la edición, usted fue abogado. ¿Cómo tuvo lugar esa transición?

- Yo practicaba lo que llamábamos “el fuero de las tres p: putas, parientes y pobres”. No tenía ninguna especialidad y hacía lo que cayera. Y empecé con la edición en la facultad de Derecho, donde el Centro de Estudiantes publicaba unos libros sobre los temas de examen. Primero fui subdirector y luego director de esa colección. Se trabajaba con linotipo, plomo caliente, con galeradas. Era una época primitiva de la edición. Más adelante, un compañero que era librero decidió montar su editorial. Se llamaba Jorge Álvarez y se convirtió en el proxeneta de las inquietudes intelectuales de sus amigos: todos trabajábamos gratis, por el placer de trabajar con libros. Me acuerdo de haber hecho el editing de El diccionario del diablo de Ambrose Bierce, con traducción de Rodolfo Walsh. Él lo había hecho con el orden en inglés y hubo que reordenarlo en castellano. El copy paste de ese momento consistía en agarrar una tijerita, cortar las palabras, colocarlas en el orden alfabético correcto y pegarlas con cinta Scotch en una página, con el riesgo de que todo se volara con el viento. 

Para ese entonces quise poner una librería, porque la abogacía me desagradaba y no me había interesado nunca. Mis padres me ‘prestaron’ 150 dólares y mi socio consiguió reunir lo mismo, pero eso era poco dinero incluso en aquel entonces y no alcanzaba para el local. Entonces Álvarez sumó sus recursos y pudimos destinar esos 300 dólares sólo a comprar derechos de autor. Así nació Ediciones de la Flor.

- ¿Qué fue lo primero que publicaron?

- Los primeros libros fueron dos antologías: Buenos Aires de la fundación a la angustia, con textos inéditos de autores de distintas épocas como Julio Cortázar, Walsh y David Viñas, que aportó el único cuento humorístico de su vida que se llamaba ‘Buenos Aires, primera capital socialista de América Latina’. Para la otra [antología, El libro de los autores], le pedimos a varios escritores famosos que escogieran sus relatos favoritos de la literatura universal y los prologaran. Borges eligió a ‘Wakefield’, de Hawthorne; Ernesto Sabato, ‘Bartleby’; Abelardo Castillo ‘La sirenita’, de Andersen; y Viñas ‘El matadero’, de Echeverría. El más original fue Walsh, que trajo un cuento vietnamita anónimo del siglo XVIII, ‘La cólera de un particular’. Era la época de la guerra de Vietnam y pensábamos que era una alegoría inventada por él, pero después lo descubrimos en una antología francesa de literatura vietnamita.

Las antologías 'El libro de los autores' y 'Buenos Aires de la fundación a la angustia', de Ediciones de la Flor. ARCHIVO

- De modo que De la Flor fue una editorial bastante política desde el principio.

- Política y progre, pero nada militante, en absoluto. Era una editorial heterodoxa y, gracias al franquismo, conseguimos los derechos de una cantidad de libros porque estaban prohibidos en España. Compramos Aden Arabia de Paul Nizan por 150 dólares, lo que era un disparate; sacamos una antología poética de George Brassens que era imposible de publicar en la España de Franco. Y así muchas cosas.

- La editorial se fundó en 1966 y los primeros libros salieron en 1967, justo cuando el dictador Juan Carlos Onganía acababa de dar un golpe de Estado.

- Sí, pasamos por varias dictaduras. Durante la de Onganía, que, en realidad, resultó una “dictablanda”, nos prohibieron una novela de Alfredo Grassi que tenía un título desafiante: Me tenés podrido, Argentina, y en la que se describía el país durante la represión violenta a los huelguistas del matadero municipal. Aunque tenía sustrato político, no era nada militante. Presenté un recurso jurídico y revocaron la prohibición. Eso fue bueno en ese momento y malo después, porque, en 1977, cuando nos prohibieron el libro infantil Cinco dedos, una fábula según la cual la unión hace la fuerza, por considerar que incitaba a los niños a la subversión, yo pensé: “voy a hacer lo mismo, voy a apelar porque esto es un disparate”. Aunque el abogado se negó a firmar el recurso porque las condiciones eran distintas, yo, audazmente, lo redacté. Él me lo corrigió, lo presenté en la policía y casi inmediatamente lanzaron el decreto que nos ponía a disposición del poder ejecutivo a mi mujer y socia, a Amelia Hannois, que dirigía la colección infantil, y a mí. Hannois estaba en París y mi mujer y yo terminamos presos cuatro meses y medio.

- Entiendo que eso generó una fuerte protesta internacional.

- Tuvimos un apoyo muy fuerte. La Feria de Frankfurt inició una protesta, nos designó invitados especiales y nos mandó los billetes ya en ese momento, para que partiéramos cuando lo considerásemos conveniente. Los editores franceses, con Editions Seuil y Gallimard al frente, presentaron una solicitud muy virulenta. Y en Argentina, como esto sucedió en plena Feria del Libro, empezó a circular una petición reclamando nuestra libertad que muchos temían firmar porque la situación no era para estar corriendo riesgos. Finalmente, muchos se sumaron cuando la firmaron Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, puesto que el apoyo de estos pensadores liberales y de derechas implicaba una especie de coraza. A partir de ahí, firmaron todos, excepto los comunistas, porque Juan José Manauta, que estaba al frente de los de esa ideología, dijo: “Estos no tienen ninguna militancia, andá a saber en qué andaban”; en el mejor estilo del pensamiento de la dictadura. Cuando me pusieron en libertad decidí, como decía Brecht, probarme países como quien se prueba ropa. Y terminé en Venezuela, donde estaba Ángel Rama, que había sido mi maestro y que me ofreció trabajo.

- También tuvo algunos sustos similares cuando estuvo al frente de la emisora Radio Belgrano…

- Que era, como la editorial, una radio progresista, pero nada militante. Aquello fue episódico. En Sueños de una noche de Belgrano, sus conductores, Martín Caparrós y Jorge Dorio, hicieron sátira sobre las Malvinas y un ideólogo de la derecha se instaló a hacer una huelga de hambre e intentó tomar la radio. Tiempo después nos pusieron una bomba por la programación.

Divinsky, en su casa de Buenos Aires, contempla una foto de él con Quino. E.H.

- Poco a poco, Ediciones de la Flor pasó a ser la editorial del humor, y durante muchos años celebró “la mesa de los humoristas” en la Feria del Libro, uno de los actos más multitudinarios.

- No era un género que vendiera cuando nosotros empezamos. A nadie se le había ocurrido que la gente pudiera querer las historietas que salían en los diarios compiladas en un libro. Esto surge de que soy muy torpe dibujando. Me gradué con medalla de oro en la escuela secundaria, pero la única materia en la que me aplazaron fue dibujo. Por eso, cualquier persona que moviera la mano y le saliera algo con sentido me generaba una admiración enorme.

- Si tuviera que elegir cinco títulos de toda su producción que lo hacen sentir muy orgulloso, ¿cuáles serían?

- Operación Masacre, de Rodolfo Walsh; los libros de John Berger, como Mirar; Paradiso de José Lezama Lima, en su momento; por supuesto que Mafalda de Quino, y los libros de cuentos de Roberto Fontanarrosa.

- Durante la época de oro de De la Flor tendría muchas propuestas de compra. ¿Alguna vez se lo planteó?

- No, porque no nos hacía falta, la editorial era solvente. Y el secreto no tiene que ver con una gran habilidad comercial, sino con tener a Mafalda y la obra de Quino, que lo sostuvo todo. Y asentado por Fontanarrosa, Sendra, Caloi... Cuando una editorial se vende a un gran grupo, por lo general el motivo es que está pasando por dificultades financieras.

- Cuando un autor de éxito se iba a un gran grupo, ¿cómo se lo tomaba?

- Da un poco de rabia, pero también se justifica. Muchas veces les hacen ofertas que no pueden rechazar. La relación con los autores es buena. La frase que mejor la define es el título de las memorias de Mario Muchnick, que murió en Barcelona hace poco: Lo peor no son los autores. Lo peor son los herederos, las viudas, los viudos, los agentes literarios en muchos casos, no todos. La relación con el autor está primero basada en cierto vínculo que tiene que ver con los afectos, lo que no es usual en otras profesiones.

Divinsky, dibujado por Rep. CORTESÍA DANIEL DIVINSKY

- Usted vivió la época en que Argentina fue punta de lanza de la edición mundial en castellano, un poco, como decía, gracias al franquismo. ¿Qué ocurrió después?

- Gracias al franquismo y a los exiliados españoles, que vinieron a fundar editoriales aquí. Luego, en la década de 1990, se inició la concentración editorial y el desembarco de grandes grupos, que empezaron a incorporar sellos locales como Sudamericana y Emecé. Esos grupos editoriales eran como pelotas grandes que dejaban espacio entre ellas para editoriales pequeñas. Luego, cuando estas crecían, las deglutían. La crisis de 2001 y 2002, que fue tremenda, generó también una multitud de editoriales chicas, que no son, como las calificó un editor español, bonsái: pequeñas, decorativas y destinadas a no crecer. Nada de eso. Son editoriales profesionales que permiten vivir modestamente a sus editores y siguen teniendo un lugar dentro del universo, lo que tiene que ver tanto con lo variopinto de los intereses de los lectores como con la rigidez de los parámetros de marketing de los grandes grupos. Eso, que se dio inicialmente en Argentina, también ocurre en México, con sellos como Sexto Piso y Almadía.

- La última Feria del Libro, la número 46, se inició con una polémica bastante fuerte a raíz del discurso inaugural de Guillermo Saccomanno, en el que atacó con una saña particular a las editoriales.

- No fui al acto inaugural porque estaba internado, pero si hubiera ido me habría levantado a aplaudir. Ahora la derecha se volcó en masa contra él, como si fuera Satán redivivo. Lo cierto es que todo lo que dijo es verdad, pero no es toda la verdad. Omitió el hecho de que hay una cantidad de editoriales que corren grandes riesgos y que incluso se han dilapidado, sólo por el placer de editar, por la defensa de ciertos derechos. Eso Saccomanno no lo dijo, ni tampoco dejó abierta una puerta a la esperanza, porque la feria es todo eso que él dijo, pero también mucho más. Es un lugar donde el editor puede ver cara a cara al lector y fijarse qué partes mira del libro, qué comentarios hace cuando lee la contratapa o la solapa. Es el único lugar donde las editoriales pueden exhibir todo su catálogo, porque hay libros que no se venden sencillamente porque no se exhiben.

- Su salida de Ediciones de la Flor fue bastante sonora. ¿No le quedaron ganas de editar?

- En los primeros momentos, sí. A veces alguien me manda un original, lo leo y pienso: caramba, esto habría que publicarlo. Entonces se lo recomiendo a alguien. Pero, de todas maneras, esas ganas se acallaron pronto, porque me sentía como cuando vienen a pedirte para una colecta: yo ya di.

Editor, escritor y periodista. Colaborador de medios como Clarín, La Nación, Página 12, La Vanguardia y Cuadernos de Jazz. Autor de la novela Muñeca maldita (2016) y traductor al español de libros de Martin Amis, Saul Bellow, J.M. Coetzee y Woody Allen, entre otros.