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Juego de suma cero

Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner llegaron al poder en Argentina prometiendo unidad. Hoy, las fracturas internas lastran la labor de su Gobierno.

El presidente de Argentina, Alberto Fernández, y la vicepresidenta, Cristina Fernández Kirchner, en el Congreso, el 1 de marzo de 2022. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI

El 27 de octubre de 2019, el triunfo de la fórmula del Frente de Todos (FdT) + Alberto Fernández (AF) + Cristina Fernández de Kirchner (CFK) coronó una hábil jugada a tres bandas pergeñada por esta última. Primer golpe: su corrimiento del centro de la escena al candidatearse como segunda. Segundo golpe: ungir a AF como su delfín y con esa jugada arrastrar con él a Sergio Massa y su Frente Renovador. Tercer golpe: elegir a Axel Kicillof como su alter ego para candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. La jugada trastocó el tablero electoral en un contexto político que distaba bastante del que se configuró luego.

“Vamos a construir la Argentina igualitaria que soñamos, ese es el compromiso que asumo y ojalá que quienes sean nuestros opositores en estos cuatro años sean conscientes de lo que nos han dejado y nos ayuden a reconstruir el país de las cenizas”, dijo AF en la noche de la victoria ante la multitud reunida en las inmediaciones del búnker emplazado en el Complejo Cultural C, en el barrio porteño de Chacarita. Por su parte, CFK pidió a las “distintas vertientes del campo nacional y popular que nunca más rompan la unidad que se requiere para enfrentar estos proyectos neoliberales que tanto dolor han causado”.

Durante los dos años y medio transcurridos entre la fecha del triunfo y el presente, varios acontecimientos marcaron el ritmo a la coalición gobernante. A los pocos meses de asumir, el nuevo Gobierno debió recalcular su hoja de ruta para afrontar los efectos sanitarios, sociales y económicos que desató la pandemia de la covid-19. La crisis sanitaria no estuvo exenta de controversias ni de escándalos: una cuarentena que, aunque permitió ganar tiempo para mejorar la capacidad de respuesta hospitalaria, fue extremadamente prolongada; idas y vueltas para la provisión de vacunas y la existencia de un vacunatorio VIP —eufemismo mediático con el que se designó al proceso de vacunación irregular en el que se favoreció a funcionarios y a figuras cercanas al oficialismo antes que al resto de la población afectada—, el cual terminó eyectando de su puesto al ministro de Salud Ginés González García. El aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), si bien concitó en sus inicios una gran cohesión social y tuvo una fuerte aprobación pública —incluso entre la mayoría de los dirigentes de la oposición— fue perdiendo adhesión a medida que el tiempo transcurría y las condiciones de confinamiento se mantenían.

Posteriormente, en las elecciones legislativas de medio término, el veredicto de las urnas le fue adverso. Le propinaron una fuerte derrota, apenas disimulada por una importante recuperación de votos —que no alcanzó para ganar, pero sí para acercar— entre las primarias y la general, en la provincia de Buenos Aires, bastión del kirchnerismo duro. A partir de allí, Cristina sitió a Alberto con la renuncia de varios de sus ministros, en una maniobra que nunca se concretó y que acabó con la entrega de algunas piezas por parte del presidente y con el nombramiento de funcionarios más afines a él que a ella. Los cambios de nombres no salvaron a la pareja en conflicto de un extendido revés en las elecciones que le quitaron capacidad de maniobra al oficialismo en el Congreso.

El recurso de la distancia y la queja volvió a ser utilizado durante la decisiva votación del acuerdo de refinanciación con el Fondo Monetario Internacional, en el que el kirchnerismo prefirió quedar expuesto a ser solo un tercio de la representación política en el Parlamento, antes que entregarle su voto a su propio Gobierno. Envalentonado por el acuerdo alcanzado, AF “declaró la guerra” contra la inflación mediante el anuncio de lineamientos generales cuya receta es una suma de medidas conocidas y ya aplicadas sin resultado alguno, incluso algunas aún en vigencia, como una canasta  de alimentos con precios máximos.

Desde entonces, el enfrentamiento se mantiene sin tregua y sin que nadie haya abandonado sus cuotas de poder. En el caso del kirchnerismo, eso significa el manejo de las principales cajas del Estado: PAMI, ANSES, entre otras. Para el sector presidencial, mantener en su puesto al ministro de Economía, Martín Guzmán.

La interna de oficialismo recrudeció en la semana pasada, luego de las declaraciones de CFK en la Asamblea Parlamentaria Europea y Latinoamericana (Eurolat): “Que te pongan una banda y te den el bastón no es el poder”, dijo ante diputados europeos y latinoamericanos en lo que resonó como un tiro por elevación hacia el presidente. Su discurso causó indignación entre los diputados europeos, que lo tildaron de “militante” y como un acto de propaganda que nada tenía que ver con el espíritu del evento.

Por su lado, bajo un efecto espejo, el titular del Ministerio de Economía se lanzó a un raid mediático, para declarar que Fernández lo apoya, que su plan económico da resultados positivos y para adelantar, como si con esto no contradijera el punto anterior, que la inflación de marzo superaría el 6% (dato que luego confirmaría el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo, la inflación de marzo fue de 6,7% y 55,1% interanual.

Entretanto, el plan económico no está funcionando y es una catástrofe —de la cual todos buscan cubrirse—, un índice inflacionario que anualizado implicaría un 80%. Algunos aún esperan un relanzamiento de la gestión impulsado por un recambio de gabinete. Por su parte, CFK no tiene previsto allanarse a la jefatura de AF sino que se espera todo lo contrario: desde nuevas escaramuzas hasta un repliegue táctico para aguardar el fracaso de las políticas del presidente, que confirmen sus dichos.

Quedan por delante la convocatoria a audiencias públicas para resolver el tema de tarifas, reperfilar los compromisos con el FMI y un plan para recuperar ingresos a través de una “renta presunta” a sectores con ganancias extraordinarias.

En este marco, donde tensar de la cuerda supone un ejercicio cotidiano, pensar en tomar medidas para intentar salir de la parálisis que genera la interna resulta toda una obra de ingeniería. Lo que es seguro es que la crisis de representación se profundiza —sobre todo de parte del presidente, cuya imagen bajó fuertemente en la consideración pública— y que la vicepresidente no podrá hacer olvidar tan fácilmente que ella es la responsable original de este Gobierno.

Poco queda de aquellas palabras sobre reconstrucción y unidad en oportunidad de la victoria, sobre todo cuando los mayores reproches el Gobierno los recibe de su propia base.

Politólogo. Especialista en Comunicación Política. Director de la Especialización en Comunicación Corporativa e Institucional de la Universidad de Concepción del Uruguay. Autor del libro La ubicuidad del riesgo: gestión de la comunicación en contexto de catástrofes (2019).