El talento fermental del Flaco Barral

El músico uruguayo es alguien “ávido de aprender” que ha ido mudando de piel: de pionero del rock en su país a figura clave del Madrid de la movida.

El músico uruguayo Flaco Barral. CORTESÍA
El músico uruguayo Flaco Barral. CORTESÍA

Fermental es un arcaísmo uruguayo que se refiere a alguien que no ha parado quieto, que se ha transformado, que ha buscado y a menudo encontrado. Alguien que ha ido mutando, mudando de piel sin perder las esencias; evolucionando a base de ideas nuevas, de olfato y de tener el culo en perenne movimiento. A la vez, es un término que parece hecho a la exacta medida de Jorge Barral, más conocido como el Flaco Barral, nacido en Montevideo en 1945, afincado en España desde 1973 y nombre que tantos músicos y artistas son incapaces de pronunciar sin que una necesaria vaharada de reverencial respeto recorra, una por una, hasta la última de sus células.

Multinstrumentista, productor, compositor, experimentador nato, famélico devorador de léxicos sonoros, el Flaco ha hecho tanto en tantos frentes que, para recoger con los necesarios puntos sobre las íes todo este legado que sigue, hoy por hoy, vivo y coleando, se ha tenido que cruzar en su camino el granadino Paco Espínola. Ni corto ni perezoso, este periodista, escritor, letrista, agitador y productor musical le ha dedicado al Flaco Sobras completas (Allanamiento de Mirada, 2023), un impresionante “librisco” —apócope entre libro y disco, pues al volumen se suman dos CD con 41 canciones— que recorre la vida y milagros del músico uruguayo. Desde sus días de juventud en los años sesenta, tocando beat, hasta una actualidad teñida de blues, músicas orientales y jazz, pasando por sus incursiones en el rock argentino, en la onda layetana barcelonesa, en el rock andaluz, en el progresivo y en la nueva ola madrileña.

Con su legendaria bonhomía, y aprovechando el alumbramiento del completísimo volumen, comentamos la jugada con el Flaco.

- Vamos a empezar por el principio, ¿qué música sonaba en tu infancia? ¿Qué te hizo enamorarte de la idea de dedicarte a esto para el resto de tu vida?

- ¡Sonaban muchas músicas! Mi padre era un enamorado de la música y en casa se escuchaba tango, jazz y un largo etcétera. Teníamos una radio con varias ondas y a ciertas horas del día se ponía onda corta para captar radio-emisoras de Estados Unidos y Europa.

Toda esta pasión en casa fue, seguramente, la causante de que quisiera ser músico y así aprendí a tocar guitarra. La fuerza e ilusión que sentía era imparable, así que sólo puedo tener recuerdos positivos. ¡Creo que fueron tantos que me duran hasta hoy!

- Debutas de adolescente en la escena uruguaya de los años sesenta, en plena efusión del beat y la British Invasion. ¿Qué recuerdos tienes de aquel momento?

- Estábamos descubriendo tantas cosas que podría decirse que íbamos de emoción en emoción. Nuevos ritmos, nuevos artistas que nos volaban el coco, la época de los bailes de juventud, los primeros pelos largos y, con ello, bastantes tontos que te gritaban: “¡¡Maricón!!”.

- En la segunda mitad de los sesenta, poco a poco, la escena uruguaya va abandonando la copia a los conjuntos anglosajones para empezar a trabar su propio lenguaje. Tú fuiste uno de los protagonistas de aquel momento.

- Sí, fue muy de a poco. Recuerdo que en los grupos que integraba había versiones, pero también temas propios. No hay que olvidar que Uruguay es un país utópico por tener tan pocos habitantes, tres millones. Con esa cantidad de habitantes podrás aspirar a tener un número uno en las listas, pero no a vivir de ello. La actividad en aquellos momentos se concentraba solamente en Montevideo, o sea que se circunscribía a un millón y medio de personas.

El músico Flaco Barral, en el Teatro Pairo de Buenos Aires, en 1969.
Flaco Barral, en el Teatro Payró de Buenos Aires, en 1969. ARCHIVO

- Quizás por eso, entre 1968 y 1970, te estableciste en Buenos Aires, y viviste a fondo la fértil escena musical de ahí, con amigos como Pappo, proyectos como el trío Yes o tu participación en recitales memorables que hicieron que, cuando volviste a Montevideo, la escena local te apodara “El Abuelo”...

- En Buenos Aires estuve muy activo y podría decirse que me sirvió como gran escuela, ya que había que buscarse la vida sí o sí. Piensa que yo estaba ahí solo, sin tener ningún respaldo económico. Mi círculo lo conformaban músicos muy buenos, como acabas de nombrar, y entre los que estaban también Manal, Almendra y muchos otros. También comencé a ser músico de base del Teatro Payró, que tenía mucha proyección alternativa, llegando a representar obras como VietRock, entre otras. Todo eso me puso mucho las pilas.

En cuanto a lo de “El Abuelo”, creo que fue más porque a mis 25 ó 26 años yo ya tenía unas entradas profundas en mi cabeza y algo de pelo blanco en mi cabellera (ríe), pero el por qué exacto de ese apodo habría que preguntárselo a ellos...

- A principios de los setenta, el rock uruguayo arranca con todo su esplendor, fagocitando sonidos como el blues o el progresivo, pero incorporando también elementos autóctonos, tanto a nivel musical como narrativo. Vives esa época al frente de las bandas Opus Alfa y Días de Blues. ¿Qué artistas te influenciaban en aquel momento? Y no me refiero sólo a músicos, sino también poetas, escritores, pintores…

- En los setenta nos explotaron los sesos y sería muy larga la lista de artistas que me llegaron a influenciar. ¡Y eso que no existían las redes, móviles, ni nada de eso! La verdad, no sé muy bien cómo hacíamos para enterarnos de tanto. Por supuesto, había pintores como Andy Warhol. En esa época todos teníamos un lápiz a mano para pintarrajear, aunque no fuera más que eso. Y había escritores, claro, como Jack Kerouac. Y, no lo olvidemos, también había una gran cantidad de canciones cuyas letras eran verdaderos poemas. Me refiero a Paul Simon y Art Garfunkel, a Bob Dylan y a tantos otros. Olías libertad, la ruptura de los moldes establecidos, esa sensación de “¡guauuu, no había vuelta atrás!”.

Vídeo de la canción 'Blues de mi ciudad' de Opus Alfa (1972). YOUTUBE

- Y de pronto, armas un recital en el Cine Arizona de Montevideo porque te despides y te mudas a España. ¿Fue sólo la situación complicada que atravesaba Uruguay en aquel momento, o había algo más que te hizo cruzar el charco?

- Es verdad que la situación que se vivía no era la más idónea. Constantemente te paraba la policía y te estampaba contra la pared para pedirte el documento de identidad. Y más si ibas por la vida con una funda de instrumento, que ellos pensaban que era otra cosa. Pero la realidad es que en Uruguay no puedes vivir exclusivamente de la música, es muy, muy difícil. Así que había que definirse, y decidí viajar a Europa, en concreto a España, y ver qué me deparaba la aventura.

- En 1973 aterrizas en una Barcelona que vive la transición entre el progresivo autóctono, el folk ácido catalán, la rumba y el que iba a devenir rock layetano. Te codeas entonces con los Máquina, con Gato Pérez, con Mike Kennedy…

- Sí, mi primer contacto fue con Enric Herrera en el pub La Enagua, donde también conocí al gran amigo y guitarrista Emili Baleriola. Justo en esos momentos Carles Benavent se iba a la mili y me ofrecieron sustituirle. Casi a la par conocí al Gato Pérez e integré un grupo con él. Más adelante acompañé a Mike Kennedy. Después marché a Menorca, donde conocí a Enric Barbat. Con él integramos el plantel de La Rondalla de la Costa, germen del rock layetano.

- Y de Cataluña marchas al otro lugar donde, en la España de aquella época, ocurrían las cosas contraculturalmente apasionantes: Andalucía. Y fundas Azahar, una banda seminal del rock andaluz de la época.

- Fue después de conocer a Hilario Camacho en Menorca. Compusimos parte del material del disco La estrella del alba y nos vinimos a Madrid a grabarlo en los estudios Sonoland. Estuve una temporada acompañándolo y, más adelante, formamos Azahar, con un aire arábico andaluz. Fue una etapa muy enriquecedora ya que me introducía en estilos un tanto desconocidos hasta el momento.

Vídeo de la canción 'Campos de azahar' de Azahar (1977). YOUTUBE

- Tras el periplo de Azahar, junto a Gustavo Ros, fundas Azabache, que son los paladines del rock sinfónico español.

- Sí, con Azabache terminamos grabando dos discos: Días de luna (1979) y No, gracias (1980). Trabajamos bastante bien, pero no todos estaban por la labor de comprometerse seriamente...

- Lo curioso, es que por aquella época también trabajas con el cantautor Emilio José, que es casi como el polo diametralmente opuesto.

- Con Emilio José fue después de la disolución de Azabache, había que traer dinero a casa, ¡los músicos también tenemos que pagar facturas, comer y tal! (ríe). De todos modos, esto fue sólo durante un verano en el que me ofrecieron hacer unas 70 actuaciones, algo que no era para rechazar, y había que replantearse el futuro inmediato.

- Y aquí es lo que quizás me llama más la atención, porque con tu trayectoria, acabas formando parte como productor de la movida madrileña y de esa nueva ola de los ochenta que, precisamente, se nutría de músicos que renegaban de muchos de los palos sonoros de los setenta que tú, como artista, habías sabido tocar y conjugar. ¿Qué recuerdas de aquella época y de qué producciones estás más satisfecho?

- Justamente, gracias a la gira de verano con Emilio José, con la que habíamos hecho dinerillo, monté junto con los hermanos Garrido el estudio de grabación Colores. Por allí fue desfilando una gran cantidad de artistas, entre ellos los de la movida madrileña, pero que no sólo era madrileña porque también se nutría de grupos como Las Vulpes de Barakaldo, 091 de Granada o Siniestro Total de Vigo. Lo de renegar de los estilos de los setenta, pura postura, lo mismo que matar hippies en las Cíes… ¡esos no mataban ni una mosca! (ríe)

El terminar siendo productor de esa movida era simplemente porque llegaban al estudio sin tener el mínimo conocimiento de grabar y muchas veces desarrollar una canción. Allí estábamos nosotros para guiarlos y aconsejarles. ¡Dependía de ellos si querían aceptar nuestros consejos altruistas! Los recuerdos son todos positivos, ellos venían con la utopía de la juventud y terminaban por transmitírtela y, personalmente, como soy amante de las utopías, pues ¡¡imaginación al poder!!

Hay varias producciones que me parecieron bastante completas. ¿Cuándo se come aquí? de Siniestro Total, el single de Raza, el LP Navidades radioactivas, que conjugaba varios grupos que tenían que tener, a su vez, un sonido en común...

- Como músico, en los ochenta y los noventa prosigues con un viaje apasionante hacia los sonidos de raíz, profundizando en el blues, pero también en el country y en el soul, y llegando a trabajar con nombres mayúsculos como Louisiana Red y Carey Bell y otros notables como la añorada Velma Powell.

- Por supuesto, y entre ellos no puedo olvidar al grupo de música celta Labanda, con los que terminé haciendo varias giras fuera de España. Fue un grupo muy respetado en los ambientes de música de raíz, pero con mezcla rockera. También con grupos como Cañones y Mantequilla, haciendo country, o Raza, haciendo heavy. Pero es verdad que al trabajar con Louisiana Red o Carey Bell, dos giras por España, entras en otra dimensión. Grandísimos músicos y, si no eres muy tonto, ves que ahí están las raíces del blues y es hora de absorber y aprender directamente de esas fuentes.

- Más adelante, te adentras en los léxicos musicales orientales y sigues volando altísimo, con colaboraciones como la que haces con Hisao Suginaka.

- Eso es gracias a mi encuentro con Carlos Guerra, músico español y auténtico maestro en música clásica de la India. Juntos formamos el dúo Raga & Blues y en nuestras actuaciones fuimos invitando a amigos y desarrollando diferentes amalgamas. De esos encuentros grabamos un disco en directo en Espacio Ronda, En un lugar en primavera, en el que participó Navaraj Gurung, tablista nepalí de alto vuelo. Carlos vive en Japón, pero viene un par de veces al año y me invitó a participar en su encuentro con músicos de ahí, cosa que me hizo entrar en un mundo musical desconocido hasta el momento. ¡Una experiencia apasionante!

Videoclip de la canción 'Nos vamos al monte' de Jorge Flaco Barral. YOUTUBE

- Es muy difícil seguirte la pista. Ahora mismo andas metido en muchos fregaos, siendo el último del que tengo constancia tu colaboración con Tabaré Banda. ¿Me puedes indicar en qué andas metido?

- Soy muy inquieto y ávido de aprender, de allí que muy rara vez diga que no a una propuesta. Con Tabaré Rivero ya hace muchos años que nos conocemos colaboramos, y en el último LP de la Tabaré Banda, Urutopías, compongo la letra y grabo junto a él el tema ‘Calentura global’. ¡Es que nos vamos al carajo si nos quedamos sentaditos en el sofá, y creo que es hora de tomar posturas! 

- Acaba de salir un impresionante libro, Sobras completas donde compartes con su autor, Paco Espínola, infinidad de archivos, fotos, recuerdos, anécdotas y verdades. Y, para más inri, le sumas un par de CD que repasan tu carrera desde los inicios hasta hoy. ¿Cómo nace ese proyecto tan ambicioso?

Este magnífico librisco nace como propuesta de Paco. Antes, había realizado la música del libro escrito por Miguel López, 100 años en la carretera, un homenaje a Kerouac en el centenario de su nacimiento. A raíz de aquello Paco me propuso Sobras completas. Yo suelo guardar de forma muy desordenada fotos, carteles, entrevistas, dibujos, etcétera y, ante su pedido de escanear lo que tuviera a mano, tras una criba le entregué 1.700 archivos. La paciencia de Paco ha sido infinita, pero el resultado es exquisito. Un gran trabajo. ¡Cuando lo tuve en mis manos, me quedé impresionado!

Periodista y escritor. Colaborador de medios como Ruta 66, Enlace FunkThe New Barcelona Post. Autor de varias novelas del género negro-criminal, entre ellas Soy la venganza del hombre muerto (2019), ganadora Premio de Narrativa Ciudad de Vila-real, y Todos habían dejado de bailar (2022), merecedora del Premio L'H Confidencial.

Lo más leído
Newsletter Coolt

¡Suscríbete a nuestra 'newsletter'!

Recibe nuestros contenidos y entra a formar parte de una comunidad global.

coolt.com

Destacados