Margarita Azurdia: una artista busca su lugar en el mundo

Pintura, escultura, performance, poesía, danza… El Museo Reina Sofía reivindica el legado de la creadora, poco conocida fuera de Guatemala.

Detalle de 'Autorretrato', de Margarita Azurdia (1992). MUSEO REINA SOFÍA
Detalle de 'Autorretrato', de Margarita Azurdia (1992). MUSEO REINA SOFÍA

En un momento de su vida, Margarita Azurdia fue vista en Guatemala como una mujer excéntrica, como una loca. Corría la década de 1980 y a la artista se la conocía por organizar extrañas danzas sagradas en su casa-estudio, danzas que rendían culto a la Diosa Madre. Azurdia nunca alcanzó a saberlo, pero hoy en día aquellas danzas se etiquetan como perfomances y son consideradas acciones pioneras en el arte contemporáneo de Centroamérica.

Lo que más disfrutó esta creadora fue el cambio. Azurdia (Antigua Guatemala, 1932 - Ciudad de Guatemala, 1998) viró su rumbo en incontables ocasiones: pasó de ama de casa con tres hijos a joven promesa del arte centroamericano, de crear obras informalistas y abstractas a interesarse por la escultura, la poesía y los dibujos, de bailarina posmoderna influenciada por el París del 68 a ferviente defensora de la naturaleza y la diosa Gaia. También tuvo tiempo de jugar con los heterónimos: Margot Fanjul fue su primer nombre, al que luego siguieron otros como Margarita Azurdia, Margarita Rica Rita Dinamita o Anastasia Margarita.

La obra de esta artista guatemalteca es peculiarísima y adelantada a su tiempo. Aun así, la exposición que inauguró el Museo Reina Sofía de Madrid este pasado noviembre bajo el título Margarita Azurdia. Margarita Rita Rica Dinamita es la primera monográfica que se le dedica en Europa.

La muestra, que podrá visitarse hasta el 17 de abril, está comisariada por Rossina Cazali, quien, en conversación con COOLT, asegura que países como Guatemala son “espacios de silencio para los circuitos artísticos internacionales, aunque hay iniciativas y voluntades que, poco a poco, comienzan a cambiar ese desconocimiento”. Precisamente, el mejor ejemplo de ese anhelo de transformación lo hallamos en el Reina Sofía, un museo que lleva tiempo esforzándose (no sin críticas de por medio, no obstante) por dar voz a aquellos discursos y artistas que las grandes instituciones museísticas no han sabido —o tal vez no han querido— prestar demasiada atención. Que Azurdia haya pasado desapercibida en Europa hasta ahora supone “una lección de humildad para los historiadores del arte del Norte global”, dijo Manuel Borja-Villel, director del museo madrileño, durante la presentación de la muestra.

Los inicios artísticos de Azurdia

La incursión de Margarita Azurdia en el mundo de la creación artística empezó tarde. Ocurrió a finales de 1950, gracias a una estancia en Palo Alto (California), donde pudo matricularse en una serie de talleres de arte y soldadura que ofrecía el San Francisco Arts Institute. En aquel tiempo Azurdia contaba ya con casi 30 años y era madre de tres hijos, fruto de su matrimonio con el empresario guatemalteco Carlos Fanjul.

Animada por su experiencia estadounidense, en 1963 Azurdia regresó a Guatemala y comenzó a organizar sus primeras exposiciones. Un año más tarde, en 1964, presentó Geométricas, una serie de pinturas de gran formato donde se aprecia la influencia del expresionismo abstracto norteamericano y del informalismo europeo. Aunque son obras muy acordes a su tiempo, estas poseen una particularidad que vale la pena señalar: sus colores y formas se inspiran en los textiles indígenas del territorio centroamericano.

'Sin título', de Margarita Azurdia (c. 1960-70). MUSEO REINA SOFÍA
'Sin título', de Margarita Azurdia (c. 1960-70). MUSEO REINA SOFÍA

En aquellos años, la escena artística de Guatemala se vio envuelta en una polémica: para determinadas voces, los artistas interesados en la abstracción y el informalismo, como era el caso de Azurdia, no realizaban obras lo suficientemente comprometidas con la compleja realidad política y social que atravesaba el país. En otras palabras, estos críticos consideraban que los informalistas desarrollaban un arte apolítico, entendido este término en el peor de los sentidos posibles.

Pero Azurdia no creía que el geometrismo, la abstracción y el informalismo fueran, de por sí, indiferentes a la realidad social del momento. Más bien al contrario: la artista defendía que sus trabajos sí hablaban del complicado presente guatemalteco. Que los colores y patrones empleados en sus obras bebieran de los textiles de los pueblos indígenas de Guatemala suponía un gesto político, aunque tal vez demasiado sutil para ciertos ojos.

Margarita Azurdia, junto a una escultura, en la galería Vittorio's de Guatemala, en 1969. MILAGRO DE AMOR S.A.
Margarita Azurdia, junto a una escultura, en 1969. MILAGRO DE AMOR S.A.

Una conversación con las tradiciones locales

La serie escultórica Homenaje a Guatemala es, quizá, el trabajo más reconocido de Azurdia, y también supone el primer gran viraje en su trayectoria. La artista pasó de la pintura abstracta, un estilo que le había proporcionado un cierto nombre en Latinoamérica, a la escultura. En este proyecto, Azurdia utilizó tallas de madera confeccionadas por ebanistas de Antigua para jugar con el sincretismo cultural y religioso centroamericano. Las esculturas fueron creadas entre 1971 y 1974, pero no vieron a luz hasta 1993, cuando Azurdia las presentó en su casa-estudio de Ciudad de Guatemala.

Muchas de las figuras incluyen armas de fuego y bananas, motivos que le sirvieron a Azurdia para referirse al conflicto bélico que atravesaba Guatemala en esa etapa y a la disputa que el país mantenía por aquel entonces con la United Fruit Company, la gigantesca multinacional estadounidense que durante gran parte del siglo XX dirigió la producción y distribución de frutas tropicales cultivadas en Latinoamérica.

Para Rossina Cazali, sin embargo, en Homenaje a Guatemala se despliegan otras lecturas que suelen pasarse por alto: “Es una serie que se teje a través de varios años, respondiendo al entorno cultural y a un deseo muy personal de interpretarlo. Las mujeres ocupan un lugar central en esta serie, pero como figuras mitológicas, empoderadas y relevantes”.

'Las cargadoras de plátanos amarillos', de Margarita Azurdia (1971-1974). MUSEO REINA SOFÍA
'Las cargadoras de plátanos amarillos', de Margarita Azurdia (1971-1974). MUSEO REINA SOFÍA

Vuelta de tuerca en París

En 1974, apenas tres días después de dar por finalizado el ciclo de Homenaje a Guatemal, Azurdia hace las maletas y viaja a París para instalarse allí, donde permanecerá hasta 1982. En la capital francesa, una ciudad en plena ebullición tras los movimientos estudiantiles del Mayo del 68, la artista entra en contacto con las corrientes de pensamiento feminista más actuales y con nuevas formas de expresión como el body art y la danza posmoderna. Es entonces cuando sus intereses creativos comienzan a desplazarse hacia el baile y el movimiento corporal.

A lo largo de esta etapa parisina, la artista guatemalteca reside en un pequeño apartamento, donde no dispone del espacio suficiente para crear obras de gran tamaño. No obstante, esta limitación espacial la impulsa a escribir los primeros poemas y elaborar los primeros dibujos y libros. “En París [Azurdia] afronta una nueva noción de espacialidad, y, por ende, una adaptación a medios con los que ella nunca se había permitido experimentar. De la elaboración de pinturas y esculturas de gran formato pasó a la poesía, la danza, la elaboración de libros de artistas y la ilustración”, cuenta Cazali.

Por medio de la poesía y el dibujo, durante su tiempo en París arranca en Azurdia un proceso de autoconocimiento que la conduce a explorar sus memorias de la infancia y su relación con el cuerpo. En palabras de Cazali, todos estos acontecimientos “le permiten reconocerse como una persona distinta”.

'Ángel', de Margarita Azurdia (1992). MUSEO REINA SOFÍA
'Ángel', de Margarita Azurdia (1992). MUSEO REINA SOFÍA

La vuelta a Guatemala y el Laboratorio de Creatividad

Pasaron ocho años hasta que la artista decidió regresar a su país de origen. Fue en 1982, pero la Azurdia que retorna a Guatemala es una Azurdia diferente de la que se fue. Sus intereses artísticos y vitales son otros, y sus formas de expresarse también han evolucionado.

Sumida en esa perpetúa búsqueda, Azurdia funda, en 1982, mismo año de su vuelta a Centroamérica, el Laboratorio de Creatividad, un grupo de danza experimental que Cazali sintetiza como “una propuesta magnífica”. Formado por Azurdia, Benjamín Herrarte y Fernando Iturbide, este colectivo desarrolló un tipo de happening muy excéntrico para la época. Un ejemplo: en 1983, sus integrantes entraron por sorpresa en la Galería El Tunel de Ciudad de Guatemala durante la inauguración de una exposición, y allí comenzaron a bailar ataviados con túnicas blancas, plumas, adornos y maquillajes estridentes. Para los espectadores que presenciaron aquello, la situación se movió entre lo desconcertante y lo insólito, aunque tampoco faltaron las críticas, por supuesto.

Danza ritual 'La Diosa Madre de la creación', en la casa-taller de Margarita Azurdia (1985). MUSEO REINA SOFÍA
Danza ritual 'La Diosa Madre de la creación', en la casa-taller de Margarita Azurdia (1985). MUSEO REINA SOFÍA

Las acciones que durante aquellos años desplegó el Laboratorio de Creatividad son pioneras en la historia de la performance guatemalteca. El colectivo se disolvió en 1985, pero Azurdia continuó por su cuenta la exploración del cuerpo y el movimiento mediante la organización de talleres en su casa-estudio, los cuales estaban especialmente orientados a mujeres. “Es innegable que esa primera escena le aportó a Azurdia las ideas que luego utilizó para vincular sus intereses en el cuerpo, las deidades y los arquetipos femeninos”, dice Cazali.

En los últimos años de su vida, el interés de la artista por el baile y el movimiento derivó hacia una fascinación por las danzas y los rituales sagrados. En Azurdia floreció una relación con la naturaleza muy profunda y espiritual. Su última obra, de hecho, lleva por nombre Altares I y II, y la conforman dos armarios que funcionan como artefactos para rendirle tributo a la Diosa Madre.

“Su espiritualidad la ejercía a través de ceremonias e invocaciones en lugares que ella definía como sagrados. Indistintamente podía ser el campo, un armario, un sitio arqueológico o una galería de arte. El lugar servía para evocar temporalmente lo sagrado, para desarrollar ahí un ritual que restableciera el equilibrio, la relación armónica entre la madre tierra y nuestro tránsito por la vida”, cuenta Cazali al ser preguntada por el particular sentido de lo divino en Azurdia.

'Altar I', de Margarita Azurdia (1998). MUSEO REINA SOFÍA
'Altar I', de Margarita Azurdia (1998). MUSEO REINA SOFÍA

Los Altares I y II fueron presentados en abril de 1998, mismo año del fallecimiento de la artista. Son obras que Azurdia firmó con el nombre de Margarita Anastasia, en honor a la Esclava Anastasia, una santa venerada en la religión católica popular de Brasil.

“Fue al final de su vida cuando Margarita encontró su lugar en el mundo”, dijo Rossina Cazali durante la presentación de la muestra en el Reina Sofía. Es cierto. Después de muchas etapas, después de infinitos cambios de dirección y de nombre, la artista tenía más de 60 años cuando por fin halló el modo de trabajo que mejor le permitía expresarse. Aquellas danzas, aquellos rituales que se movían entre lo sagrado y lo chamánico, aquel intento por conectar con la naturaleza, dieron forma a la voz propia que Magarita Azurdia llevaba tanto tiempo persiguiendo.

Periodista. Ha escrito para medios como Colofón Revista Literaria, Perfiles o Viajar, entre otros.

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